Es uno de los personajes mas curiosos y excitantes del ya de por sí llamativo paisaje cultural del Renacimiento italiano en su fase final. Napolitano de corazón ardiente (había nacido en Nola, cerca de Nápoles en 1547), su azarosa y viajera vida está marcada por una actividad incansable, que le lleva de Italia a Francia, de allí a Inglaterra, más tarde viajó por Alemania y Bohemia, residiendo un tiempo en Praga, hasta su desventurado regreso a Italia, cuando fue capturado por la Inquisición en Venecia en 1592. En todos estos lugares logró acceder hasta los monarcas y los más altos personajes, dando lecciones y manteniendo enconadas polémicas en las mejores universidades. . Así vivió un tiempo en la corte de Enrique III de Francia, o en la de Isabel I de Inglaterra, y en las universidades de Toulouse, Sorbona, Oxford, Magdeburgo y Witemberg.

Partidario acérrimo del neoplatonismo y de los conocimientos mágicos, sus enfrentamientos fueron continuos, en las citadas cortes y universidades, con los aristotélicos (estas disputas venían desarrollándose durante todo el Renacimiento, desde Gemistos Pletón y Marsilio Ficino) y aquellos intelectuales de tipo escolástico a quienes llamaba “pedantes gramáticos”, a los que atacaba con saña recibiendo de ellos, naturalmente, el mismo trato. Su producción filosófica es muy amplia, incluyendo textos de carácter moral como La expulsión de la bestia triunfante o De los heroicos furores; de filosofía natural, como La cena de las cenizas; de carácter didáctico, donde expone las doctrinas de otros filósofos; escritos mágicos como Magia y tesis de magia, Magia matemática o sobre el arte de la memoria (una especialidad que le otorgó gran renombre en su tiempo: Arte de la memoria, Las sombras de las ideas.

Sus planteamientos metafísicos partían de la idea de la unidad. Dios es Uno y también el universo es uno. Pero el universo se manifiesta en una extraordinaria multiplicidad y variedad de seres y objetos (recordemos que el problema de la unidad y de la multiplicidad está presente en toda la historia de la filosofía, desde los presocráticos). Así, si todo está en el Todo, el Todo está en todas las cosas, está presente en cada una de las partes. De tal modo, no hay parte alguna del universo, de la creación, que esté carente de la presencia de Dios. Bruno afirma que todas las cosas están animadas y plantea, como hacían las antiguas doctrinas platónicas, que la naturaleza era un gigantesco ser vivo, un extraordinario macrobio del cual cada ser sería una parte. De aquí al panteísmo hay una distancia muy corta que los inquisidores no dejaron de observar. Por otro lado, si Dios está en todo, evidentemente también está de alguna manera en nosotros mismos. Una de las tareas de la filosofía sería, justamente, descubrir aquello que de divino hay en cada uno. En definitiva el “Conócete a ti mismo” nos llevaría a la parte más excelsa del ser humano, que es justamente esa esencia divina.

La filosofía debía facultar al hombre para buscar la verdad, lo que conllevaba la práctica de la virtud y la pureza moral. Bruno creía que si se reformaba la imagen y la concepción del mundo en los hombres, sería mucho más fácil y efectiva la reforma moral. Es decir, a partir de la reforma de las ideas se podían reformar las costumbres. Es decir, la reforma debía proceder de arriba hacia abajo.

Su postura respecto a la religión (extremadamente dogmática en su época, que es precisamente la de las guerras de religión) es muy crítica, no solo con el catolicismo, sino también con las religiones reformadas. Las consideraba un conjunto de creencias absurdas y arbitrarias, así como de prácticas supersticiosas, cuando no repulsivas, enseñanzas dogmáticas útiles para pueblos rudos e incultos, pero carentes totalmente de utilidad para un espíritu cultivado y filosófico.

Una de las aportaciones más novedosas y extraordinarias de Giordano Bruno está en el campo de la cosmología. Entendía, como las antiguos civilizaciones, que el Sol era una “expresión” de la Divinidad (por otra parte, como todos los seres, según hemos señalado, pero la más grande y determinante de nuestro mundo). A propósito del Sol, hay que señalar que fue precisamente Bruno quien difundió con ardor por toda Europa la teoría heliocéntrica de Nicolas Copérnico, que pese haber sido publicada en 1543 apenas era considerada una rareza científica hacia 1580. Bruno refutaba también las tradicionales ideas sobre la esfera de las estrellas fijas y, por el contrario, hablaba (¡¡a finales del siglo XVI!!) de un universo infinito, con infinitos soles (las estrellas que vemos e innumerables más), muchos de los cuales podrían tener planetas e incluso, por qué no, podrían estar habitados.

Estas y muchas otras ideas y planteamientos de Giordano Bruno, que hoy nos parecen totalmente lógicas y evidentes, eran totalmente revolucionarias y consideradas altamente peligrosas en aquella Europa de 1600, plena de fanatismo religioso, y en la que la revolución científica de Galileo, Kepler o Newton todavía no había aparecido. Capturado por la Inquisición en Venecia en 1592, finalmente fue procesado en Roma y ejecutado el 17 de febrero de 1600.