ESMERALDA MERINO

El físico Michio Kaku imaginó una vez que había “carpas científicas” en un hermoso estanque que visitaba, en el cual abundaban los peces de colores en una gran extensión de agua cubierta por una alfombra de nenúfares.

Los peces vivían en su universo de luz tenue con cielo de nenúfares. Le intrigaba el hecho de que una estrecha barrera –la superficie del agua– era, en realidad, un inmenso abismo, que separaba el para ellos cercano y real mundo de agua de un universo extraño que ni siquiera concebían.

Un día de tormenta, el estanque fue bombardeado por miles de minúsculas gotas de lluvia, y las aguas turbulentas desplazaron a los nenúfares de un lado a otro, mientras las carpas –pensaba Kaku–, en su mundo invisible de agua (como para nosotros lo es el aire), estarían desconcertadas al ver que las plantas se movían por sí mismas.

¿Qué pasaría –siguió imaginando el físico– si sacase del agua a una de las “carpas científicas”? Para el resto, sería algo insólito. Una de sus congéneres “habría desaparecido” de su universo. Segundos después aparecería a partir de la nada y las carpas creerían que había sucedido un milagro.

Tras serenarse, la “científica” contaría algo sorprendente: “me vi en un mundo misterioso, de luces cegadoras y objetos extraños. Me sujetaba una criatura que no se parecía en absoluto a un pez. Podía moverse sin aletas. Las leyes de la Naturaleza (las de su estanque) no regían allí”.

Por supuesto, la mayoría de las carpas pensarían que el suceso la había trastornado. Es decir, la historia del mito de la caverna de Platón acaecida en un estanque de carpas.

Einstein dijo una vez: “La Naturaleza solo nos muestra la cola del león. Pero no tengo duda de que el león pertenece a ella incluso aunque no pueda mostrarse de una vez debido a su enorme tamaño”. Lo desconocido le intrigaba. Se sentía obligado a comprender lo que el Viejo (como solía llamar a su idea de Dios) podía haber concebido para nuestro universo.

Pitágoras nos legó dos palabras aún empleadas en todos los idiomas: “cosmos”, mundo organizado y coherente, y “filosofía”, amor por la sabiduría. La Naturaleza es compleja y misteriosa, pero cuando uno descubre alguno de sus mecanismos, accede a su belleza, simplicidad y coherencia.

Un tema fundamental recurrente en la última década de la física ha sido el que las leyes de la Naturaleza se hacen más simples y elegantes cuando se expresan en dimensiones más altas, que son su ámbito natural. Pero… las historias se relatan desde el comienzo.

Saber mirar para saber ver

Los fenómenos en nuestro universo pueden reducirse a cuatro fuerzas que, a primera vista no mantienen ninguna semejanza entre sí: la fuerza electromagnética, la fuerza nuclear fuerte, la fuerza nuclear débil y la fuerza gravitatoria.

Los grandes físicos están convencidos de que una buena teoría explica gran cantidad de datos experimentales con las expresiones matemáticas más económicas. El lenguaje matemático universal de la física teórica es la teoría de campos. Dicho de forma simple, un campo es una colección de números que describe una fuerza en un punto del espacio. Lo que hace tan poderoso el concepto de campo –introducido por Faraday– es que todas las fuerzas de la Naturaleza pueden ser expresadas como un campo.

Las ecuaciones de Maxwell pusieron fórmulas matemáticas a los fenómenos eléctricos y magnéticos. Un resultado inesperado que surgió al resolverlas fue la predicción de la existencia de luz no visible.

Einstein descubrió que había un vínculo entre materia y energía, pero comenzó concentrándose en algo que parecía muy alejado de ambos conceptos, concretamente en la velocidad de la luz.

Localizó una fuente de energía donde a nadie se le había ocurrido buscar. Su ecuación E = mc2 (la energía es igual a la masa por la velocidad de la luz al cuadrado) era como un telescopio que señalaba allí: escondido en la propia materia.

Corriendo tras un rayo de luz

El matemático Fermat propuso que la luz siempre tiene prisa y elige el camino que le permita llegar a su destino en el mínimo tiempo posible. El genio de los grandes físicos reside en que se hacen preguntas inocentes que resultan tener respuestas revolucionarias.

Si la luz fuera una onda –reflexionaba Einstein–, ¿puedo alcanzarla si corro tras ella?

No es algo fácil de entender. Si alguien se estuviera moviendo a 299.999 km/seg, ¿no podría incrementar su velocidad hasta 300.000,1 km/seg superando así la velocidad de la luz? La respuesta es no.

La luz no es un número, sino un proceso físico. Existe una gran diferencia. Si digo que –273 es el número negativo más bajo que se puede alcanzar, se me podría responder que –274 es más bajo. Pero si de lo que estamos hablando es, por ejemplo, de temperaturas (que es como decir del movimiento de las partículas que componen una sustancia), a –273º esas partículas cesan de vibrar, y por eso decimos que –273º es “el cero absoluto” en cuanto a temperaturas. Los números abstractos pueden ser menores, pero los procesos físicos no. Análogamente, la cantidad 300.000 km/seg que calculó Roemer para la luz que llegaba de Júpiter es un límite superior para las velocidades.

Supongamos que un vehículo espacial se acerca a la velocidad de la luz. El piloto comienza a forzar frenéticamente el propulsor de la nave para ir más deprisa. ¿Qué ocurre entonces? La energía comunicada a los motores se “comprime” y se transforma en masa. Visto desde fuera, la masa del vehículo comienza a aumentar.

Diremos: sí, sí, estos científicos locos, que no tienen otra cosa que hacer que calzar sus fórmulas matemáticas de alguna forma… Bueno, en los aceleradores de partículas pasan cosas rarísimas. Son las cosas que más frecuentemente pasan, las rarísimas.

Al aproximarse a la velocidad de la luz, la masa de las partículas aceleradas aumenta de forma espectacular y, con ello, su resistencia a la aceleración. La masa de los electrones en el sincrotrón es 2000 veces mayor que su masa normal. Es como si al empujar un camión lo fuéramos volviendo cada vez más pesado, lo cual, a su vez, nos dificultaría el siguiente empujón.

Eso es lo que está explicando la “c” de la ecuación. Cuando uno se acerca a la velocidad de la luz, ahí es donde se hace especialmente claro el vínculo entre masa y energía. El número “c” nos dice cómo opera ese vínculo. “E” se puede convertir en “m” y “m” se puede convertir en “E”.  Pensemos en el signo igual de la ecuación como un túnel o un puente. Una porción minúscula de materia resulta muy aumentada cuando entra por el lado de la masa y sale por el de la energía.

La razón de que ese efecto hubiera permanecido insospechadamente oculto es que la velocidad de la luz es mucho mayor que la de los movimientos que observamos cotidianamente. El efecto pasa desapercibido a la velocidad del paso humano, pero eso no significa que no exista.

Relatividad

Chaim Weizmann pidió un día a Einstein que le explicara su teoría de la relatividad: “Lo hizo durante varios días, y pronto quedé absolutamente convencido de que él sí la entendía”.

Einstein tuvo la que consideró la idea más feliz de su vida:  “Si una persona cae en caída libre no sentirá su propio peso”. Esta sencilla idea le impulsó hacia una teoría de la gravitación. Llegó a la siguiente reflexión: la presencia de materia-energía determina la curvatura del espacio-tiempo a su alrededor. Martin Gardner lo expresa así: “La Tierra gira alrededor del Sol no porque el Sol la remolque, sino porque curva el espacio-tiempo de tal forma que para la Tierra la órbita elíptica resulta el camino más simple y directo mientras se precipita hacia adelante en el tiempo”.

Para su asombro, Einstein descubrió que Riemann ya había introducido la teoría de dimensiones más altas. La reinterpretación física de su planteamiento se denomina ahora relatividad general.

Riemann concluyó que la electricidad, el magnetismo y la gravedad son causados por el arrugamiento de nuestro universo tridimensional en la invisible cuarta dimensión. La idea de Riemann consistía en introducir una colección de números en cada punto del espacio que describieran cuánto estaba torcido o curvado. Descubrió que en cuatro dimensiones espaciales se necesita una colección de diez números en cada punto para describir sus propiedades, por muy retorcido o distorsionado que esté. Hoy esta colección de números se denomina el tensor métrico de Riemann.

Einstein comprendió por su cuenta que la “fuerza” es una consecuencia de la geometría, pero, además, fue capaz de encontrar el principio físico tras esta geometría: que la curvatura del espacio-tiempo es debida a la presencia de materia-energía.

Que el tiempo sea la cuarta dimensión significa que está enlazado al movimiento en el espacio. Según la relatividad, el tiempo puede transcurrir a diferentes velocidades, dependiendo de cuán rápido se mueva uno. Cuando una velocidad se aproxima a la de la luz, el tiempo transcurre más lentamente. Cuidadosos experimentos hechos con relojes atómicos puestos en órbita en torno a la Tierra han confirmado que un reloj en la Tierra y otro en un cohete en el espacio exterior marchan a velocidades diferentes.

En 1919 Einstein recibió una carta de Theodr Kaluza que desarrollaba las ecuaciones de campo para la gravedad en cinco dimensiones (el tensor métrico de Riemann puede formularse en un número cualquiera de dimensiones). Luego, demostraba que estas ecuaciones contenían la teoría tetradimensional de Einstein con un elemento adicional. Lo que conmocionó a Einstein fue que este elemento era, precisamente, la teoría de Maxwell de la luz. Un científico desconocido estaba proponiendo combinar, de un golpe, las dos mayores teorías de campos conocidas –la de Maxwell y la de Einstein– mezclándolas en la quinta dimensión.

La energía del átomo

A los universitarios de 1900 se les enseñaba que la materia estaba constituida por átomos. Pero nadie sabía de qué estaban hechos. Rutherford comprobó que aquellas bolas estaban casi huecas, con una minúscula mota en el centro a la que llamó núcleo. Los átomos están vacíos en un 99%. Después sabríamos que el protón es 1836 veces más pesado que el electrón, o sea, un diminuto guisante de un gramo girando en la última grada de un gran campo de fútbol en torno a una sandía de casi dos kilos colocada en el centro del campo.

Lo que sucedía dentro del núcleo fue hallado por una científica solitaria perdida en Estocolmo. Solo unos meses antes, Lise Meitner era una de las investigadoras más brillantes de Alemania (Einstein la llamaba “nuestra madame Curie”), pero su condición de mujer y de judía la hizo abandonar su país y ver cómo otros se atribuían el mérito de sus descubrimientos. En un experimento diseñado por ella, los protones y neutrones fuertemente unidos del uranio se separaron desprendiendo potentes haces de energía.

El punto que se dibuja sobre una “i” tiene más protones que estrellas hay en nuestra galaxia y, sin embargo, la quinta parte de un protón es suficiente para generar 200 MeV de energía. Un imán del tamaño de un edificio –suficiente para levantar un camión– podría, suministrándole más electricidad que la que utiliza normalmente toda una ciudad, comunicar a una partícula 100 MeV de energía. Y ahora resultaba que aquella minucia era capaz de producir ocho veces más.

El burro de Sancho y el gato de Schrödinger

La relatividad se aplica a las altas velocidades y se caracteriza por una constante universal, la velocidad de la luz c. La física cuántica se aplica a las dimensiones pequeñas y se caracteriza por la constante universal de Planck h. Se llama longitud de Planck a una fracción de centímetro que se escribe con un punto, 32 ceros y un 1. Si infláramos un átomo hasta el tamaño de todo el universo, la longitud de Planck habría crecido solo hasta el tamaño de un árbol.

Niels Bohr trabajó sobre el modelo del átomo de Rutherford, que se ve como un núcleo compacto rodeado por un enjambre de electrones más ligeros. Demostró que los electrones pasan de un estado de energía a otro en saltos cuánticos discontinuos de h en h (constante de Planck).

Había un elemento inconcebible en esta descripción: al cambiar de una órbita a otra, el electrón no pasaba por los estados intermedios, por la sencilla razón de que son posiciones no permitidas por la división cuantizada de la energía. Si un electrón, en su camino a otra órbita, pudiera pasar por los puntos intermedios, sería señal de que puede existir allí. Un conejo que brinca pasa, aunque sea por el aire, por todos los puntos intermedios entre salto y salto. La energía no.

Cuando De Broglie descubrió la naturaleza ondulatoria de los electrones ocurrió algo de extrema gravedad: la materia nunca más fue esa aristotélica sustancia con un lugar que no puede ser ocupado por otra sustancia simultáneamente. De Broglie consideró a la partícula caracterizada por un conjunto de ondas, lo mismo que un sonido no se produce por una onda pura sino por el tono y sus armónicos. Planteó que tal vez existiera lo que él dio en llamar “onda piloto”, una especie de ángel de la guarda que guía al electrón.

La ecuación de onda de Schrödinger describe las probabilidades que gobiernan el movimiento de las partículas subatómicas, y predice sus propiedades con absoluta exactitud. La observación produce el colapso de la función de onda y la localización de la partícula.

Schrödinger comparaba la situación de los electrones a la del burro del fiel escudero del Quijote en uno de sus capítulos: primero lo tiene, luego se lo roban, lo recupera y lo vuelve a perder. Sancho pasa de tenerlo a no tenerlo alternativamente.

Para ilustrar la superposición de estados que responde a esta ecuación, el físico ideó un juego mental. Es difícil encontrar a un gato que haya causado más quebraderos de cabeza a los científicos que el gato de Schrödinger, si exceptuamos, claro está, al creado por el matemático Lewis Carrol en su “Alicia en el país de las maravillas”, que se olvidaba su sonrisa mientras su cuerpo se había ido ya.

Colocó un gato imaginario en una caja cerrada. El gato está frente a una pistola conectada a un contador Geiger que, a su vez, está conectado a un fragmento de uranio. El átomo de uranio es inestable y sufrirá una desintegración radiactiva. Cuando se desintegre, será detectado por el contador Geiger, que entonces disparará la pistola cuya bala matará al gato.

¿Cuál es el estado del gato antes de que abramos la caja? Según la teoría cuántica, solo podemos afirmar que el gato está descrito por una función de onda que es la suma de un gato muerto y un gato vivo. Los físicos dicen que una observación colapsa la onda de probabilidad y da existencia a una sola de las probabilidades.

Heisenberg remató la faena introduciendo en el corazón de la materia la incertidumbre. No podemos conocer de manera simultánea y precisa la posición y la cantidad de movimiento de una partícula subatómica. No es un problema de iluminación (ya que un fotón se convierte en un bólido destructor a tan pequeña escala): es que no están determinadas, no existen antes de la observación.

En 1927 Bohr concluyó el dilema entre onda y partícula con su principio de complementariedad: tanto materia como energía tienen manifestaciones corpusculares y ondulatorias. Onda y partícula son estados complementarios. El electrón es ambas cosas mientras un experimento no determine alguna de ellas. En realidad, es la solución de Bohr la que nos cuesta entender.

Un vacío viviente

En 1933 Dirac y Heisenberg compartían el Premio Nobel, ambos tan jóvenes que pudieron acudir junto a sus madres. Dirac predijo la existencia del positrón (o electrón positivo), confirmada experimentalmente con posterioridad. Con él la antimateria saltó a la palestra.

La antimateria es una imagen gemela y especular de la materia. Ambas responden a las fuerzas naturales de idéntica manera y se pueden aniquilar mutuamente produciendo una gran cantidad de energía radiante. Este es un proceso muy frecuente en los laboratorios.

El aspecto más asombroso de la teoría cuántica es su descripción del vacío como cualquier cosa menos vacío. Predice, para niveles en la longitud de Planck, una extraña descripción de un vacío viviente en el que pares de partículas y antipartículas brotan de la nada a la existencia y de nuevo regresan a la nada. Este mar de vida pulsante, como es virtual, no es medible.

Heisenberg dedujo la presencia de una simetría oculta en el diseño de la Naturaleza. Desde el descubrimiento del neutrón por Chadwick, los físicos han descubierto que la población subnuclear no solo tiene gemelos, sino también trillizos e, incluso, octillizos. El repentino nacimiento de tantas partículas abrumó al encargado de registrar sus nombres.

En la variedad del zoo cuántico encontramos desde el enigmático neutrino (para el que la materia es tan translúcida que, procedente del Sol, cruza nuestro planeta sin mostrar apenas disturbios en su trayectoria) hasta el sociable fotón, que se pone a alternar con el primero que pase con carga eléctrica.

El extraño mundo de las dimensiones

Los científicos se han sentido intrigados por la aparente diferencia entre las fuerzas básicas: la gravedad, el electromagnetismo y las fuerzas nucleares fuerte y débil. La teoría de múltiples dimensiones permite unificarlas y explicar la aparentemente aleatoria colección de partículas subatómicas. Glashow, Salam y Weinberg mostraron que, a una energía y temperatura suficientemente altas, los campos de fuerza electromagnético y débil se disuelven uno en otro. Cuando la temperatura comienza a caer, ese campo unificado original se cristaliza en las diversas fuerzas que nos parecen tan notoriamente divergentes, como la gravitación y la luz.

Michael Green y John Schwarz demostraron la consistencia de una versión más avanzada de la teoría de Kaluza-Klein, llamada teoría de supercuerdas, que postula que toda la materia consiste en minúsculas cuerdas vibrantes. Es la manera de vibrar –y no la cuerda misma– lo que produce un electrón, un fotón, un quark up o cualquier otra partícula. Además, una cuerda vibra solo en múltiplos enteros de la energía de Planck.

El problema fundamental de esta teoría es que nadie sabe cómo seleccionar la solución correcta de entre los millones de soluciones que se han descubierto, y resulta imposible estudiar la estructura de la materia a esta escala en experimentos realizados en laboratorios terrestres: hacerlo exigiría un acelerador de partículas mayor que la propia Tierra.

Para las cuerdas, algunos resultados indican que hay una simetría en juego, y aquí entra en escena el trabajo de Ramanujan, con el cual el enunciado correcto de la teoría sería: las leyes de la Naturaleza se simplifican cuando se expresan de forma coherente en dimensiones más altas. Esto nos obliga a utilizar las funciones modulares de Ramanujan, que fijan en diez las dimensiones del espacio-tiempo.

Srinivasa Ramanujan fue un matemático hindú muy enigmático. Era extremadamente pobre. No recibió ninguna formación y, sin ningún contacto con el mundo occidental, redescubrió por sí mismo lo más valioso de las matemáticas de su tiempo, dejándonos más de 4000 fórmulas y teoremas de increíble fuerza cuyo desciframiento aún no ha concluido. Tenía tal intuición de las cosas que estas simplemente fluían de su cerebro. Decía que las fórmulas le eran dictadas en sueños por los dioses.

El matemático británico Hardy recordaba que una vez fue a visitarle cuando estaba enfermo y el taxi que lo llevó tenía el n.º 1729. Comentó que el número le parecía bastante feo y que esperaba que no fuese un mal presagio. “No –replicó Ramanujan–, es un número muy interesante; es el número más pequeño expresable como una suma de dos cubos en dos formas diferentes”. Sí. Es la suma de 13 más 123, y también la suma de 93 más 103. Ramanujan era capaz de recitar teoremas complejos de aritmética cuya demostración requeriría un ordenador moderno.

Murió en 1920 a los treinta y tres años legándonos, sólo en su último año de vida, mientras se moría, el equivalente a una vida entera de trabajo de un matemático muy grande. Una función que aparece continuamente en la teoría de funciones modulares se denomina función de Ramanujan en su honor.

Dimensiones y superpoderes

Imaginémonos capaces de atravesar las paredes, de desaparecer y reaparecer a voluntad, o  de alcanzar el interior de un objeto sin abrirlo. ¿Quién puede poseer tales poderes? La respuesta es: un ser de un mundo de más dimensiones.

En un mundo plano de dos dimensiones no existe “arriba” y “abajo”. Allí somos omnipotentes. Sus habitantes vivirían en algo similar a una hoja de papel. Para encarcelar a un criminal, simplemente dibujaríamos un círculo a su alrededor, ya que él no puede “saltar”. La línea del círculo es para él una barrera infranqueable. Si nosotros, desde arriba, tomamos su mano y le “levantamos”, el carcelero pensará que el prisionero se ha desvanecido en el aire. Si lo soltamos fuera del círculo, el guardián le verá aparecer de la nada. Él consideraría mágicos nuestros poderes; nosotros, sin embargo, sabríamos que no se trata de magia, sino de una perspectiva más ventajosa.

Análogamente, si se nos sacara de nuestro universo tridimensional y se nos arrojara a una cuarta dimensión, resultaría inútil nuestro sentido común. Un hombre podría hacerse invisible, por ejemplo, si pudiera saltar a una dimensión superior.

En 1982 Aspect demostró con fotones que las partículas están correlacionadas cuánticamente, es decir, reaccionan como si “supieran” qué ha hecho la otra partícula, sea cual fuere la distancia que las separa. Toda función de onda participa de cualidades no locales, que es lo mismo que decir que participa de unas cualidades mágicas.

La teoría del hiperespacio plantea también la cuestión de si se puede viajar por el espacio-tiempo. Imaginemos una raza de minúsculos gusanos planos que viven en la superficie de una gran manzana. Para estos gusanos es obvio que su mundo –que ellos llamarían Manzanalandia–, es plano y bidimensional, como ellos mismos. Sin embargo, un gusano llamado Colón está obsesionado por la idea de que Manzanalandia es finita y está curvada en algo que él llama la tercera dimensión. Incluso inventa dos nuevas palabras, arriba y abajo, para describir el movimiento en esta invisible tercera dimensión.

Un día, Colón emprende un viaje y desaparece en el horizonte. Con el tiempo regresa a su punto de partida, probando que Manzanalandia está curvada en la invisible tercera dimensión. Incluso descubre que hay otra forma de viajar entre puntos distantes: horadando la manzana y creando un atajo hacia tierras lejanas. A estos túneles, que reducen el tiempo y las molestias de un largo viaje, los llama agujeros de gusano. Estos demuestran que el camino más corto entre dos puntos no es necesariamente una línea recta, como a él le habían enseñado, sino un agujero de gusano. Este es el nombre que utiliza hoy la física para unos hipotéticos caminos que conectarían distintos universos.

Nuestros cerebros han evolucionado para solventar emergencias en tres dimensiones. Para percibirlas se necesita el decodificador correspondiente. Los colores necesitan del observador humano, pero el espectro luminoso correspondiente, no.

Lo mismo que hay vibraciones visibles –como la luz– e invisibles –como los infrarrojos–, no nos debe extrañar que haya vibraciones que, por su frecuencia, velocidad, tipo de movimiento o forma, sean indetectables con nuestros medios materiales, porque no sufren el indispensable colapso de onda al topar con nuestros receptores o detectores.

Las nuevas dimensiones no hay que buscarlas en coordenadas parecidas a las tridimensionales, sino en características vibracionales y de campo.

Ciencia y conciencia

La nueva física acepta que partícula y onda son dos caras de una moneda, y lo que se comporta como una partícula es, en realidad, un campo vibratorio que, en un momento dado, colapsa la función ondulatoria.

Los experimentos han demostrado que, en el nivel de las partículas elementales, toda materia es energía. En el mundo cuántico se da la conexión entre la energía y la materia, y es donde la complementariedad entre la materia y la conciencia se vuelve más tangible. Nuestro cuerpo está constituido por átomos y por partículas subatómicas, y las leyes que los rigen influyen en su funcionamiento, tanto en el nivel físico como en los diferentes planos de conciencia. La física cuántica abarca la dimensión energética del ser humano.

La conciencia está ligada al aspecto onda o aspecto energético, mientras que el cuerpo se origina en el aspecto material o corpuscular.

El orden molecular del cuerpo físico es una retícula compleja de campos de energía entrelazados y, por ello, está en vibración continua, tal como recoge un antiguo principio hermético según el cual nada está inmóvil. Las diversas manifestaciones de la materia, la fuerza, la mente y el espíritu son el resultado de distintos estados vibratorios.

Las frecuencias más bajas corresponden al nivel físico, mientras que las frecuencias más altas se dan en el nivel emocional, mental o espiritual. Entre ambos polos hay toda una gama de intensidades vibratorias. A medida que vamos ascendiendo en la escala de la evolución, esta banda de frecuencias se va ampliando.

Se sabe que materias de frecuencias diferentes pueden ocupar el mismo espacio al mismo tiempo sin destruirse mutuamente. El ser humano es un ser multidimensional por propia naturaleza.

El “cuanto”, la unidad más pequeña de energía, tiende el puente desde un nivel de funcionamiento hacia un estado vibratorio superior. Podemos concebir una transición cuántica, más que como un simple salto de electrones, como un cambio de energía entre un modo vibratorio y otro.

Según la visión cuántica, los sistemas pueden penetrar el uno en el otro y formar parte de una identidad nueva. Más allá de cierto umbral o cierta frecuencia crítica, todas las moléculas vibran al unísono, pierden su identidad individual y se comportan como una totalidad compartiendo la misma función de onda. Así, por ejemplo, pasamos de la partícula subatómica al átomo o del átomo a la molécula. Cada partícula pierde su identidad propia, pero el conjunto conserva la “conciencia de grupo”. En 1995 se creó el primer condensado de Bose-Einstein, donde se consigue esta pérdida de identidad individual de la materia sometiendo a los átomos a bajísimas temperaturas, con lo que quedan atrapados en un solo estado cuántico.

Desde este punto de vista, se puede considerar un sistema biológico como una totalidad no dividida que puede ser descrita por una función de onda única. El ser humano es una unidad de conciencia.

En su faceta de onda, podemos comparar la conciencia con una luz láser. Una linterna normal produce luz de muchas longitudes de onda diferentes, emitidas en muchas direcciones. Un láser genera ondas luminosas con una única longitud de onda, en fase unas con otras y todas en la misma dirección. Esto hace que la luz láser sea de un color muy puro y extremadamente intensa.

Simplificando los casos posibles, la interferencia constructiva se produce en los puntos en que dos ondas de la misma frecuencia están en fase, es decir, cuando las crestas y los valles de ambas ondas coinciden. En ese caso, las dos ondas se refuerzan mutuamente y forman una onda cuya amplitud es igual a la suma de las amplitudes individuales de las ondas originales. Un haz de luz es coherente cuando sus ondas se propagan de forma acompasada o en fase. La interferencia destructiva se produce cuando dos ondas de la misma frecuencia están completamente desfasadas una respecto a la otra, es decir, cuando la cresta de una onda coincide con el valle de otra. En este caso, las dos ondas se cancelan mutuamente.

La base física de la conciencia se podría definir como un estado cuántico altamente coherente. Por efecto del pensamiento coherente y armónico, hay una amplificación de la energía. Cuanto más armónicos y coherentes seamos, más alineación habrá a nivel subatómico, dando lugar a una mayor fuerza de atracción irradiada hacia el exterior.

El poder del pensamiento es fabuloso e influye directamente sobre la energía sutil, que es maleable a la intención humana. El camino por la vida lo vamos construyendo nosotros mismos, cada instante. Es la persona la que colapsa la onda de probabilidades y la fija como partícula de experiencia cada vez que elegimos, constantemente, y así se va manifestando nuestra realidad. El experimento de Aspect  demostró que los fotones estaban correlacionados cuánticamente. Parece ser que la correlación cuántica desempeña un papel importante en los modos de pensamiento consciente.

Señala Ramón Marqués que podemos imaginar que el universo es el producto de una gran expansión vibratoria y no de una “explosión de materia”. Lo que se expande es el espacio vibratorio y este arrastra a la materia con un ritmo y una precisión imperturbables. No al revés. La energía libre es transportada por este espacio vibratorio a la velocidad de la luz porque ningún objeto puede ir más deprisa que el camión que lo transporta.

El efecto de frenado, que comporta el colapso de onda y que es un fenómeno de interferencia de ondas, explicaría la inercia, la masa, la gravedad y las fuerzas de interacción de las partículas.

Según Bohm, el orden del universo se encuentra en un nivel subyacente a la materia, más allá de los cuantos y más allá del espacio y del tiempo; a este  nivel más profundo lo llamó orden implicado.

El orden implicado sería perfecto y contendría la información de la totalidad, análogo a un holograma en que cada una de las partes contiene la totalidad. Hay simultaneidad y sincronicidad; por tanto, ni el espacio ni el tiempo son ya factores dominantes para determinar las relaciones entre los diferentes elementos. Este orden, cuando está desplegado, sería lo externo, todo lo que está manifiesto.

Muchos de los fenómenos paranormales no respetan las restricciones que impone el espacio, como la clarividencia, la telepatía o la telequinesia. Son fenómenos en los cuales interviene una intención mental. La energía mental parece comportarse en ocasiones como los sucesos cuánticos que traspasan las limitaciones impuestas por el tejido espaciotemporal.

Y así, nuestro paseo por las conjeturas y soluciones de la física nos presenta la pregunta ineludible: ¿depende de mí el mundo que me rodea y mi propia vida? La profesora Delia Steinberg nos da un buen consejo:

“No se puede permanecer estático, dejando que la vida pase por encima de nosotros, para luego echarle la culpa de nuestras desdichas. (…) Por eso hemos de empezar por aprender a vivir.(…) las verdaderas experiencias, las importantes, las que señalan un rumbo a seguir”.

Bibliografía

Hiperespacio. Michio Kaku. Ed. Crítica, coleción Drakontos, 1994.

La dimensión cuántica. De la física cuántica a la conciencia. Teresa Versyp. Edición de la autora, 2005.

La ciencia ante el siglo XXI. Dennis Flanagan. Temas de Hoy. Madrid, 1989.

E = mc2. la biografía de la ecuación más famosa del mundo. David Bodanis. Planeta. Barcelona, 2004.

El burro de Sancho y el gato de Schrödinger. Un paseo al trote por cien años de física cuántica y su inesperada relación con la conciencia. Luis González de Alba. Paidós. Barcelona, 2000.

Temerosa simetría. A. Zee. Ellago Ediciones. Castellón, 2005.

Descubrimientos estelares de la física cuántica. Ramón Marqués. Ed. Indigo. Barcelona, 2003.

¿¡ Y tú qué sabes!? Película. Escrita por William Arntz, Betsy Chasse y Matthew Hoffman. Universal Pictures, 2006.

Artículos:

El paisaje de la teoría de cuerdas. Raphael Bousso y Joseph Polchinski. Revista INVESTIGACIÓN Y CIENCIA, TEMAS 43, 1er. trimestre 2006.

La información en el universo holográfico. Jacob D. Bekenstein. Revista INVESTIGACIÓN Y CIENCIA, TEMAS 43,1er. trimestre 2006.

Los misterios de la masa. Gordon Kane. Revista INVESTIGACIÓN Y CIENCIA, TEMAS 43,1er. trimestre 2006.

Átomos del espacio y del tiempo. Lee Smolin. Revista INVESTIGACIÓN Y CIENCIA, TEMAS 43,1er. trimestre 2006.