La civilización china llegó a alcanzar grandes cimas no solo estéticas y culturales, sino que además disfrutaba de avances tecnológicos que Occidente ni siquiera sospechaba aún, como la imprenta, la brújula o la pólvora, por citar unos pocos ejemplos.

Muchas fueron las manifestaciones del arte chino; podríamos citar la caligrafía, el bronce, los espejos, los jades y la cerámica. Esta última, especialmente, formaba parte de la vida cotidiana; necesaria para la celebración de los rituales, tan presentes en el pueblo chino, era también una herramienta imprescindible para las artes del pincel.

El Musée Guimet de París posee una de las más extensas colecciones de arte asiático, procedentes en gran parte del departamento asiático del Louvre. En 1945 el Museo Guimet transfirió al Louvre su sección de arte egipcio, recibiendo a cambio la totalidad de sus colecciones asiáticas, entre las que se encontraban 6000 piezas de cerámica china de la colección de Ernest Grandidier.

Contemplando vasijas, platos, escanciadores, vasos y figuras mitológicas, penetramos en los secretos de un pueblo que poseía un profundo sentido de la estética y que sabía elevar los pequeños actos cotidianos a la categoría de ceremonias. Cuencos y vasijas decorados con motivos geométricos aparecen ya en el Neolítico.

La Edad del Bronce supuso la aparición de los primeros grandes imperios. Los objetos de bronce constituyen elementos imprescindibles para rituales, como el culto a los antepasados. Gracias a estas ofrendas había una unión entre vivos y difuntos; si no se realizaban, los antepasados podían convertirse en espectros errabundos y quejumbrosos.

Con el tiempo, el emperador, como padre y señor de todas las familias, se convertiría en el sacerdote del culto colectivo para mantener en buen estado las relaciones con lo alto.

Del 206 a.C. al 220 d.C. ostenta el poder la dinastía de los Han. El taoísmo y el confucianismo influirán en todos los aspectos de la vida. Casi todos los elementos que han quedado de esta época proceden de sus sepulturas. Un ejemplo de ello es el mayor descubrimiento arqueológico que tuvo lugar en el siglo XX, el ejército de terracota con miles de soldados del emperador Quin Shihuang.

La elaboración de las tumbas en esta época requería del asesoramiento de expertos: cada elemento era estudiado con cuidado, desde la ubicación de la tumba, a manos de geománticos, hasta los materiales empleados.

Se depositaban ofrendas en recipientes modelados en tierra gris, así como figurillas cuyo sentido simbólico contribuirá a favorecer el tránsito del alma a su nueva condición, como la presencia de un perro, animal que en muchas culturas se asocia al mundo de ultratumba y que parecía tener un sentido protector hacia el difunto. También llama la atención la presencia de un pequeño pozo.

La primera mitad del siglo VII contempla el apogeo de los Tang. La capital del imperio era Chang’an, la ciudad más poblada del mundo, que era destino de la ruta de la seda. Esta dinastía, que ocupa del 618 al 907 d. C. traerá consigo un Renacimiento semejante al europeo, sobre todo, durante el reinado del emperador Ming-Huang, en que el florecimiento de la cultura llega a un gran esplendor. Era célebre el refinamiento de la corte, y sus fiestas adquirieron gran fama. Músicos, poetas y pintores hacían las delicias del emperador, que a su vez componía ópera.

A esta época pertenecen las figuras femeninas de terracota policromada cuyos sutiles gestos dejan adivinar la delicadeza de su danza. Acuden a nuestra mente las palabras del poeta Li-Tai-Pe al contemplar a la favorita imperial Yang-Kue-Fei: “Cuando termina su canto y sus danzas, temo que se transforme en una nube multicolor, y que suba al cielo”. Los movimientos de estas bailarinas, de giros individuales, difieren de las danzas tradicionales chinas, con desplazamientos en grupo, formando corros. Este cambio se debe a la influencia de emigrados asirios, persas, del Turquestán y de la India, que aportaron innovaciones en la danza.

Se creó en palacio una escuela de música y danza para las damas de la corte, que a su vez conocían de historia, religión, poesía y demás temas que les permitían mantener tertulias con los intelectuales que frecuentaban el palacio. La fama de esta academia fue más allá de China y sirvió como inspiración para la fundación en Japón de una escuela que, con el paso de los siglos, formaría a las geishas.

Junto a las bellas bailarinas encontramos figurillas de instrumentistas en cuclillas, confeccionadas en terracota y vidriado, que portan instrumentos como la pandereta, la flauta y la pipa, especie de laúd chino en forma de pera.

Este refinamiento impregnaba todos los actos de la vida cotidiana, como el momento de tomar el té. Esta planta, conocida desde muy antiguo, era aconsejada por los médicos como remedio contra la fatiga y para reanimar la vista. Los taoístas lo consideraron elemento importante para la elaboración del elixir de la inmortalidad, y los budistas hacían uso de él para luchar contra el sueño en las largas horas de meditación.

La preparación de la hierba variará a lo largo de las distintas dinastías que regentan China. La exposición dedica un apartado especial a este ritual de la bebida del té, tan característico del pueblo chino. Además de la reconstrucción de un camarín de bambú en que se guardaban todos los elementos necesarios para la preparación, se pueden contemplar utensilios necesarios para dicha práctica, como distintos tipos de bol y escanciadores de las dinastías Tang y Song.

Durante la dinastía Tang el té adquiere gran idealización, especialmente de la mano de su apóstol principal, que fue el poeta Lu Wu. Este supo descubrir en el servicio del té el mismo orden y armonía que reinaba en todas las cosas. Escribió la obra Ch’a Ching, considerada como la biblia del té. Dice en uno de sus pasajes: “La primera taza humea en mis labios y en mi gaznate; la segunda viola mi soledad; la tercera penetra en mis entrañas y remueve en ellas millares de raras ideografías; la cuarta me baña en leve sudor y todos los pesares de mi vida son eliminados a través de mis poros; a la quinta taza estoy purificado; la sexta me transporta a la morada de los inmortales. La séptima… ¡ah, la séptima! Pero, ya no puedo beber más. Siento que el soplo de un aura fría hincha mis mangas. ¿Dónde está Horaisan, nuestro paraíso? ¡Ah! Dejad que me encarame sobre esta dulce brisa, me meza en sus ondas y que ella me conduzca allí”.

Con el advenimiento de la dinastía Song, el té pasó a convertirse en un método de autorrealización, que llegaría a sus más altas consecuencias cuando la secta zen, que devino del budismo, elaboró una liturgia completa del té. Ante la estatua de Bodhi-Dharma, los monjes recolectaban la preciada planta y la bebían en un bol, con el rito de un acto sagrado. Este fue el origen de la ceremonia del té, que arraigaría profundamente en el pueblo japonés.

Del 1368 al 1644, la toma del poder de los Ming trae como consecuencia cambios fundamentales en el arte. El entendimiento entre Kublai, nieto de Gengis Khan, y su hermano, señor de Irán, permite que se realicen intercambios comerciales entre ambos pueblos. El azul cobalto, que desde antiguo se conocía en Irán, se aplica sobre la porcelana china, lográndose en la decoración de las piezas un acabado similar a la pintura. Hermosos platos y vasijas en azul y blanco elevan los utensilios de vajilla a la categoría de verdaderas obras de arte.

La dinastía Qing asumió los destinos del país hasta 1911. Bajo su mandato, China se convirtió en el más extenso de los imperios. Alcanzó tan elevados índices de población que fue necesaria la proliferación de letrados para gestionar su compleja administración. Para ocupar esos puestos de gran responsabilidad, los futuros funcionarios tenían que pasar durísimas pruebas. No es de extrañar, por tanto, que el panteón chino contara con un dios de los exámenes, K’oei Sing .

Encontramos verdaderas expresiones artísticas en los objetos de los que se rodearían estos personajes para hacer su trabajo, así como para apaciguar su espíritu y lograr la serenidad necesaria para cumplir eficazmente su tarea: cubiletes para el agua, reposapinceles en forma de rama de ciruelo en flor, vasos para pinceles decorados en relieve con motivos paisajísticos, quemadores de incienso. Estos objetos, junto con el precioso mobiliario en madera lacada, incrustada y pintada, nos permiten recrear la figura del funcionario.

Contemplando estas obras de arte apreciamos cómo el ser humano imprime en todo lo que le rodea su sentir y su forma de concebir el mundo. La funcionalidad de los mismos no fue impedimento para que poseyeran una gran belleza, impregnada al mismo tiempo del significado que le otorgaba todo el universo de ideas y creencias propias del pueblo chino.

Bibliografía:

– Catálogo de la exposición China, cielo y tierra, editado por la fundación “La Caixa”.

El camino del cielo, de Manly P. Hall, editorial Kier.

Dioses, ideas y símbolos de la China, de Juan García Font, ediciones Fausí.

La danza en el mito y en la historia, de Luis Bonilla, Biblioteca Nueva.

El libro del té, de Kakuzo Okakura, editorial Kairos.

 

ASUNCIÓN SORIA MONFORT