SALVADOR CRUAÑES GARCÍA

Los científicos empiezan a admitir en los últimos años la posibilidad de la existencia de un tipo de energías no estrictamente físicas, aunque aún no han descubierto exactamente cómo funcionan. Hay estudios sobre la energía telúrica de la Tierra y su relación con determinados monumentos distribuidos a lo largo de toda la geografía mundial.

La acupuntura, antigua quizás como el hombre mismo y que tantos éxitos ha cosechado, entraña muchos misterios aún para los occidentales. Otro tanto sucede con esa extraña fuerza o poder interno del que nos hablan las artes marciales tradicionales, denominada “Ki” o “Chi”. La levitación, la astrología, el efecto Kirlian y otros cientos de misterios nos hacen volver la vista hacia eso tan extraño y misterioso a lo que llamamos vulgarmente energía. Miremos donde miremos la encontramos presente en todos los fenómenos naturales y aun sobrenaturales. Adopta múltiples formas. Es eterna, indestructible. ¿No será la energía, tal vez, por su omnipresencia, sinónimo de Dios?

Todo empezó con una gran explosión. La moderna astrofísica parte de la teoría de que el universo se inició a partir de una gran explosión hace 10.000 ó 20.000 millones de años. La concentración de materia espacial adquirió una densidad tan grande que un estallido cósmico desató la masa y energía acumuladas.

El universo se componía de núcleos y electrones que flotaban en un mar de energía radiante. Las últimas investigaciones apuntan a la teoría del big bang: un universo en expansión que se transformará en un universo en contracción.

Vemos cómo en este punto la ciencia y el ocultismo se acercan en sus pareceres sobre el origen del universo. Pero, en el fondo, seguimos encontrándonos con ese misterio que es la energía.

La energía, desde el punto de vista de la ciencia actual, se concibe estructurada en seis formas principales. Estas ni se crean ni se destruyen; se transforman de una a otra a través de un gran número de combinaciones.

La energía es concreta, porque cualquier acto, trabajo o movimiento requiere de energía para llevarse a cabo, y abstracta, pues es inasible en estado puro, no hace más que pasar de una forma a otra. El primer principio de la termodinámica establece que cualquiera que sea el trabajo realizado, la cantidad de energía contenida en ese sistema cerrado permanecerá constante; no habrá ni creación ni destrucción.

La energía no puede ser aprehendida más que por la fórmula general de la física que estableciera Einstein: (E=mc2). Sus formas particulares cambian, pero la cantidad de energía, la suma total, no. Estas seis formas son: la nuclear, la solar, la química, la eléctrica, la mecánica y la térmica.

El Sol es nuestra principal fuente de energía, pero no la única. Emite unas radiaciones de 180.000 millones de kilovatios de potencia total. La Tierra solo recibe una parte ínfima de esa energía, aproximadamente 1 kilovatio diario por metro cuadrado, en forma de luz y calor.

La energía nuclear procede de una fuente primaria independiente del Sol y más antigua que él. Se halla dentro del propio núcleo del átomo, está en el corazón de la materia: es la materia misma.

La energía térmica reside en el movimiento de las moléculas; la eléctrica, en el de los electrones; y la química, en la molécula y el átomo.

El conocimiento de la energía atómica ha sido patrimonio de los sabios de todos los tiempos. Veinte años antes de que se lanzaran las primeras bombas sobre Hiroshima y Nagasaki, Annie Besant nos dice: “Uno de los grandes esfuerzos de los poderes superiores va encaminado a refrenar a la ciencia occidental en este aspecto particular del descubrimiento.

La razón es de índole moral y humanitaria, cualidades que no cuentan para dicha ciencia. Si los científicos descubrieran cómo romper el átomo de manera práctica, como en teoría son capaces de hacerlo, el efecto sería la liberación de fuerzas de potencia tan tremenda que, de ser dominada por un científico, este sería capaz de arrasar una gran ciudad. Tan tremenda es la fuerza que mantiene la unidad del átomo”. No iba muy desencaminada en sus predicciones.

El Prof. Livraga, en su novela Ankor, el último príncipe de la Atlántida, nos describe un gran barco llamado Kronon, así como el Marmash, una energía que permitía convertir la fuerza subyacente en la Naturaleza en materia muy pesada, de un tipo especial, que era una fuente de calor de terrible poder. Con esa fuerza se movían naves y carros y también se despertaba un poder antigravitacional que mantenía las naves en el aire.

De este poder antigravitacional nos da H. P. Blavatsky una explicación en Isis sin velo (tomo I). La Tierra, al ser un cuerpo magnético o un gran imán, está cargada de electricidad positiva, que genera continua y espontáneamente. Los cuerpos humanos y todos los objetos materiales están cargados de electricidad negativa, contraria a la de la Tierra. Mediante nuestra voluntad podemos operar, entre otros milagros, el cambio de polaridad eléctrica, de negativa a positiva, de modo que el imán-Tierra repela el objeto o cuerpo y no ejerza la gravedad acción ninguna.

Algunas de esas barreras, de esos misterios con los que se topan los científicos acerca de fenómenos incomprensibles, encuentran una explicación racional y científica a través del estudio del esoterismo y de las leyes de la Naturaleza y el cosmos.

Antiguas culturas, médiums, místicos, filósofos e incluso científicos nos han hablado de un marco de energía luminosa que rodea a la sustancia animada, más conocida como aura. Esta especie de segunda piel, formada de luz y calor, no es más que la expresión visible de un tipo especial de energía que forma parte de los seres vivos. Semyon Kirlian y su mujer Valentine desarrollaron la técnica fotográfica conocida como la fotografía Kirlian en 1939.

Según algunos teóricos, se trataría de un tipo diferente de energía, presente en los seres vivos, una forma de plasma, el cuarto estado de la materia del que hablaban las milenarias culturas orientales. Constituye, según ellos, el sustrato energético de todas las sustancias vivas, expresado como un aura de color. Según esto, sería posible evitar las enfermedades mediante la devolución del equilibrio al conjunto de energías manifestado en el efecto Kirlian.

En la Antigüedad el hombre era considerado en su totalidad como parte integrante del cosmos. En el ser humano se dan dos principios opuestos, pero complementarios: el yin y el yang, brazos cíclicos del Ki, que en su flujo constante mantiene el equilibrio de la Naturaleza y del hombre. La salud depende del equilibrio de estas dos fuerzas en nuestro cuerpo y en el cosmos, ya que todas las cosas están regidas por uno de estos dos principios.

Los médicos sacerdotes de la Antigüedad sabían que el Ki circula por unos canales energéticos o meridianos. Cada uno de estos meridianos posee un número determinado de puntos energéticos, situados en la superficie de la piel, y que responden a distintos órganos del cuerpo. La acupuntura tradicional reconoce setecientos puntos, los cuales aparecen en la fotografía Kirlian como áreas de gran brillo y luminosidad.

Existen algunos puntos con especial importancia, que se denominan “comandos de energía”. Justamente, la finalidad de la acupuntura, como hemos visto, es restablecer el equilibrio entre el yin y el yang. El profesor coreano Kim Bong descubrió que los puntos de acupuntura poseen un potencial eléctrico distinto al resto del cuerpo. Realizando un análisis bioquímico, encontró que estos puntos consisten en conglomerados de un tipo especial de células muy poco comunes.

Según el esoterismo, la Tierra es un ser vivo y, como tal, tiene también sus distintos cuerpos y aun su espíritu. Y al igual que estas corrientes energéticas se dan en el cuerpo del hombre, así también en el cuerpo de la Tierra fluyen estas corrientes con sus respectivos puntos energéticos, conocidos por los antiguos sacerdotes. Pirámides, catedrales, dólmenes y monumentos se encuentran distribuidos por la faz de la Tierra asentados sobre estos puntos telúricos. Al igual que en los distintos vehículos del hombre existen chakras, también en los distintos vehículos de la Tierra existen chakras que distribuyen su especial modalidad de energía.

Y para no faltar al axioma hermético que afirma que así es arriba como es abajo, constatamos que también a nivel astrológico se dan estas corrientes energéticas. Existe un verdadero laberinto de corrientes de energía. Todo el universo está traspasado de senderos que obligan a la acción. En la ciencia astrológica, todo está relacionado con las estrellas, que tienen una influencia especial sobre los seres humanos. Los grupos y posiciones de los astros están en relación con nuestros chakras. Según nuestro punto de nacimiento, recibimos determinado tipo de energías. Sobre estos elementos investiga la ciencia astrológica actual para hacer los horóscopos personales.

¿Qué son los chakras? A decir del clarividente Leadbeater, son una especie de ruedas o centros de fuerza por los que penetra la energía, que fluye por todo el cuerpo. Sus funciones son las de admisión y emisión de energías. Aparecen a los ojos del vidente como platillos chatos o como flores que tienen tallos o raíces penetrando en el interior del cuerpo energético, prendiéndose en determinadas zonas ganglionares cerca de la columna vertebral.

Todos los cuerpos sutiles que conforman al hombre tienen sus chakras, aun los más sutiles. Estos chakras se encuentran girando continuamente y por su centro fluye la energía vital una vez dividida en siete corrientes. Los rayos de energía determinan una cantidad de pétalos en la flor o chakra. Cada uno de los chakras está gobernado por un elemento y relacionado con un elemento y un estado de la materia.

Se dice que, en la base del primer chakra, Muladara, se encuentra dormida la serpiente Kundalini, que equivale a un placer superior, aunque nefasto para los ignorantes. Para que este despierte es imprescindible tener el cuerpo, la mente y el alma sensiblemente purificados. Si despierta a destiempo, en vez de ascender se precipita hacia abajo y la persona afectada podría enloquecer.

Así como en el mundo físico existen los átomos como estructura mínima de la materia, difícil de dividir, también en el mundo energético existen micropartículas que no se pueden dividir. A estos átomos energéticos Helena Blavatsky los llama “vidas ígneas cargadas de energía”. Se forman y renuevan en relación directa con la luz solar. Cualquier enfermedad va acompañada, en general, de falta de flujo de vitalidad energética. El corpúsculo o globo de vitalidad está formado por siete de estos átomos y forma parte del componente del átomo de oxígeno.

La totalidad del pensamiento oriental, en concordancia con las antiguas tradiciones filosóficas occidentales, considera al hombre como parte integrante del universo en una perfecta armonía universal. De ahí se desarrolla la concepción del cuerpo y las energías sutiles interaccionadas entre sí.

La energía universal, principio y fin de todas las cosas, es el Ki. El hombre y el universo fueron creados por el Ki. No es energía netamente física; es metafísica o espiritual. Mientras el hombre recibe el ki, se mantiene vivo y rebosa energía y salud. Cuando el ki le abandona, se debilita y muere.

El concepto de ki se parece en el Japón al de Hara, en el pensamiento chino tradicional del Tao, y entre los hindúes, al Prana. Lo engloba todo. El ki puede ser positivo o negativo, liberador o destructor. Quien se abandona, llena su cabeza de ideas nefastas y ve el lado negativo y problemático de todo lo que acontece tiene un ki negativo. Sin embargo, aquel que es capaz, en todas las ocasiones de la vida, de transmitir a la gente el buen humor y las ganas de vivir, aun con los problemas que la existencia nos acarrea, dispone de un ki positivo.

Epicteto, Marco Aurelio, Platón, Plotino, Giordano Bruno, H. P. Blavatsky, J. Á. Livraga, Sensei M. Ueshiba (maestro fundador del aikido) y otros cientos de personajes, son ejemplos de la potencia y la irradiación de un ki positivo. Ni las enfermedades, ni los ciudadanos, ni los sufrimientos físicos o morales consiguen empañar sus personalidades, o desviarlos de su entusiasmo por transmitir a los hombres los medios para recuperar algo siquiera de esa sabiduría divina que perdimos.

Existen en las artes marciales técnicas para la adquisición y desarrollo del ki, un arte de respiración adecuado y otro para concentrar la energía correctamente en el Hara. La doctrina del Hara (palabra japonesa que significa “vientre”) procede del concepto del centro, cuya importancia no es solamente humana, sino cósmica y universal. Su amplitud se extiende de lo absoluto a lo particular y toca todas las esferas del ser humano. Miyamoto Musashi nos dice: “El centro es estabilidad, armonía. De él parten todas las cosas y a él vuelven. Es el sitio donde radican todas las energías. Pero ese lugar está vacío”.

Cuando el hombre actúa de forma armoniosa, utiliza el ritmo, que es, a decir de Musashi, el cuerpo sutil de la energía. Se convierte en el vacío, lo que contiene y engloba toda realidad, el lugar donde lo que es existe sin estar. Esto nos lleva a la afirmación de que lo que hace un experto parece lento, pero nunca se aparta del ritmo. Por increíble que parezca, consigue dominar el tiempo. En aquello que para nosotros es una fracción de segundo, un Maestro es capaz de analizar una situación y decidir cómo actuar.

Esto solo se consigue a través de un profundo estudio interno y un gran dominio de uno mismo. Se han dado casos de mujeres que, ante determinadas circunstancias en las que estaba en juego la vida de sus hijos, fueron capaces de levantar pesos diez veces superiores al suyo propio. Al preguntarles, no supieron responder de dónde habían sacado esa energía.

Del Maestro Ueshiba se dice que, en cierta ocasión, fue retado por un gran luchador de sumo japonés. Este le sobrepasaba en 30 cm de altura y en bastantes kilos de peso, pero, ante su sorpresa, se vio vencido por este viejecito aparentemente endeble.

Una anécdota japonesa de la Segunda Guerra Mundial nos habla de un piloto que, en combate, perdió la vida, pero era tal su sentido del deber, que consiguió atar su espíritu al cuerpo hasta que llegaron a la base todos los aviones de su cuadrilla. Hecho el análisis forense por los médicos, constataron que hacía horas que su cuerpo estaba frío. ¿De dónde obtuvo esa fuerza, esa energía que a nosotros nos parece milagrosa?

A veces creemos haber llegado al límite de nuestras energías. Sin embargo, al romper psicológicamente con esa idea, al hacer un sobreesfuerzo, vemos cómo se rompen los velos de ilusión y un caudal inimaginable de energía acude en nuestro socorro. Nos dice Michel Random que aplicar toda la energía en dominar un punto es manifestar toda la realidad de ese punto, que se agranda como un horizonte.

Aunque la energía es más fuerte si se libera sobre un mismo punto, no debemos olvidar mantener la mente abierta para ver la totalidad del ser. Todas las energías existen en nosotros; nuestra tarea es investigar cómo despertarlas convenientemente y utilizarlas para el desarrollo de la Humanidad.

Cuanta más energía damos, más llenos nos encontramos. Hoy en día hay estudios científicos sobre biorritmos en el ser humano, pero a nivel esotérico cabe preguntarse hasta qué punto es bueno dejarse limitar por ellos. Uno se marca sus propios límites. Todos los grandes Maestros de la Humanidad llegaron a adquirir un dominio completo sobre sus cuerpos y energías, y aun llegaron a dominar las energías de la Naturaleza y de los elementos. Pero los dioses se cuidan mucho, como nos dice Annie Besant, de desvelar sus secretos a aquellos individuos que harían de estos elementos armas para obtener sus deseos egoístas.

Hay que saltar fuera del encasillamiento intelectual. La energía que brota de la mente cuando esta se silencia llega donde la lógica ni siquiera concibe que se pueda llegar. “La mente es el gran destructor de la realidad. Destruya el discípulo al destructor”, nos dice La voz del silencio. Somos bambúes por donde circula la energía. Esta se intensifica cuando nos relajamos y nos libramos de bloqueos, nudos psicológicos, cortocircuitos emocionales. Debemos llegar a despertar esa energía que está en nosotros, no dormida, sino en potencia. Al igual que un analfabeto no sabe interpretar las letras y captar las ideas que transmiten, si no aprendemos a extraer esas energías ocultas, internas, de las que nos hablan todos los Maestros, no aprenderemos jamás a leer en el gran libro de la Naturaleza.

¿Cómo hacer para vencer ese miedo y volvernos incansables? En primer lugar, debemos tratar de ir sublimando nuestras energías. Dedicar más energía a lo espiritual, a lo eterno, a lo verdadero. Perdemos demasiadas energías alimentando nuestros sentidos. Para romper el cansancio y recuperar las energías rápidamente, basta con quebrar la tensión, buscar el equilibrio, apaciguarnos. El gran secreto para volverse infatigable es aprender a trabajar con amor. El amor fortalece, vivifica, resucita. Trabajad durante horas con amor y no sentiréis la fatiga, pero trabajad durante algunos minutos sin amor y os quedaréis sin fuerzas. El secreto está en trabajar con amor en lo que se hace; el amor despierta todas las energías.

“¿Qué es trabajar con amor? Es tramar la tela con hilos extraídos de vuestro corazón como si vuestro amado fuera a utilizar esta tela. Es levantar una casa con cariño, como si fuerais a habitar en ella con vuestra amada. Es sembrar con ternura y cosechar con gozo como si fuerais a gozar del fruto con vuestra amada. Es difundir en todas las cosas que hacéis el aliento de vuestro espíritu. Es saber que todos los muertos benditos se hallan ante vosotros observando”. Hermosas palabras del poeta Khalil Gilbran.

La música y el buen humor juegan un papel catalizador y potenciador en las actividades del hombre. En la fase inicial de un trabajo corporal es idóneo disponer de una música desenfadada, que desinhiba, con mucho ritmo, que facilite la movilización de los flujos energéticos, la ruptura de bloqueos. Por el contrario, para la relajación y la meditación, tras liberar los canales obstruidos y las energías negativas, se necesitaría una música suave, etérea.

Al estar formados e interrelacionados con todos los niveles de la energía, podemos afirmar, con aquel bendito Platón, que nosotros también somos dioses. ¿No es acaso la energía la más clara y omnipresente forma de Dios?