Para alcanzar un buen nivel de autoestima, debemos descubrir nuestra identidad. ¿Quién soy yo?, ¿qué soy?, y más importante y decisivo aún, ¿qué quiero ser?

Ya sea consciente o inconscientemente, todos albergamos opiniones y emociones respecto a nosotros mismos: seguridad o inseguridad, confianza o desconfianza, fe en nosotros mismos y nuestros proyectos o falta de entusiasmo. Todos estos elementos dependen directamente del nivel de autoestima que hemos desarrollado.

Todo ello incide en la forma en que miramos las cosas, en cómo aprovechamos las oportunidades que la vida nos ofrece y en la manera en que nos relacionamos con los demás.

Con una autoestima saludable, nos hacemos cargo de nuestra propia vida y asumimos una actitud responsable y activa en la búsqueda de nuestras propias metas.

Pero ¿qué es la autoestima? ¿Cómo se forma? ¿Cuáles son sus componentes?

La autoestima

Antes de dar nuestra versión, veamos algunas de las definiciones que eminentes psicólogos e investigadores han dado.

Algunos usan la palabra «estima» en el sentido de «aprecio, cariño», y vinculan la autoestima al conjunto de emociones y sentimientos que tenemos hacia nosotros mismos. Este enfoque explica la autoestima como uno de los componentes de los «autoesquemas» o «autosistemas» (Walter Riso).

En la misma línea, otros autores la definen como el sentimiento personal que surge de la satisfacción o insatisfacción alcanzada por la forma en que vamos logrando el éxito en la consecución de las metas que nos habíamos propuesto (William James).

Hay quienes la relacionan con procesos valorativos, vinculados a nuestras opiniones y juicios, así como con procesos subjetivos y concienciales que se dan la mayoría de las veces de forma inconsciente dentro de nosotros mismos.

Nathaniel Branden la relaciona con la conciencia, y la define como la disposición a considerarse competente para hacer frente a los desafíos básicos de la vida y sentirse merecedor de la felicidad. También con la reputación que llegamos a tener con respecto a nosotros mismos. Según Branden, la autoestima tendría dos componentes: el sentido de eficacia personal y el respeto a uno mismo.

Coopersmith afirma que es la evaluación aprobatoria o desaprobadora que uno hace sobre sí mismo continuamente.

Otras definiciones

Un sentido subjetivo y permanente de la aprobación realista de uno mismo. Refleja cómo la persona se percibe y se valora a sí misma.

El aprecio de la propia valía e importancia y tener el carácter de ser responsable de uno mismo y de actuar con responsabilidad hacia los demás.

La evaluación de nuestro propio autoconcepto, entendiendo por ello «la composición de ideas, sentimientos y actitudes que las personas tienen de ellas mismas».

Finalmente, los enfoques más amplios explican que en nuestro interior se producen una serie de actividades que se relacionan entre sí para formar nuestro «autosistema» o «autoesquema».

Autoestima como resultado de nuestra identidad

Como indicamos, las definiciones más amplias de la autoestima la relacionan con lo que la psicología ha denominado «autosistema» o «autoesquema». ¿Qué es? Es el resultado de nuestra identidad o «sí mismo».

Es un autorretrato o imagen interna que incluye las diversas características que adscribimos a nuestra personalidad. Se construyen con el paso del tiempo y sirven principalmente para organizar la información que se refiere a uno mismo. Cuando nos encontramos con información o sucesos nuevos, intentamos comprenderlos desde el punto de vista de esas estructuras cognoscitivas. Son como una compleja lente psicológica a través de la cual nos vemos a nosotros mismos y las cosas que nos rodean, casi sin darnos cuenta. Por ello dice un aforismo que «todo depende del cristal con que se mire».

Este autosistema o autoesquema constaría de varios componentes, según el autor que los explique: autoconsciencia, autoevaluación, autorregulación y autoeficacia.

Autoconsciencia o autoconocimiento. Es el conocimiento –juicio u opinión–, objetivo o subjetivo, que la persona tiene de sí misma. ¿Qué creo de mí mismo? ¿Qué soy? ¿Quién soy? Son las respuestas que íntimamente damos a estas preguntas, más allá de las mascaradas que asume la mente para no perturbar la propia conciencia.

Autovaloración. Es la evaluación emocional de una persona sobre sí misma y sus relaciones afectivas ante tal evaluación. ¿Qué siento de mí mismo? ¿Cómo me siento al sentirme así? Cuando la autoestima es baja, suele estar conformada por la interiorización de lo que suponemos es la valoración emocional hacia nosotros de nuestros seres queridos. Además del rechazo de la propia emotividad, suelen surgir bloqueos emocionales que nos impiden una sincera apreciación de nuestras heridas y traumas afectivos.

Autorregulación o autodisciplina. Es un aspecto esencial del desarrollo humano. Si no se aprende a controlar la propia conducta –a evitar lo que ha de evitarse, a esperar cuando no se pueden obtener las cosas inmediatamente, a variar las estrategias cuando no funcionan–, se estará a merced de las circunstancias, y nuestra satisfacción o insatisfacción dependerán más bien del azar que de nosotros mismos. La señal de la autorregulación es el control interno.

Sentido de autoeficacia. Es la opinión o conciencia que uno tiene sobre su capacidad o incapacidad para realizar con éxito alguna tarea o proyecto. No depende tanto de si la tarea es fácil o difícil, sino de nuestra confianza en poder alcanzar la meta, y forma uno de los aspectos más importantes en la motivación o desmotivación. Es el «yo puedo» o el «yo no puedo».

¿Qué es la identidad?

Desde la adolescencia, todo hombre y toda mujer descubre su propia existencia. Y surge la necesidad de satisfacer las viejas preguntas que se ha hecho la Humanidad desde los albores de los tiempos. ¿Quién soy yo? ¿Qué soy? ¿De dónde vengo? ¿Adónde voy? ¿Cuál es mi papel en la vida? ¿Qué sentido tiene mi existencia?

Ya Sócrates nos recordaba el viejo precepto del frontispicio del templo de Delfos en Grecia: Conócete a ti mismo y conocerás el universo.

Precisamente la identidad es la compleja respuesta a la eterna pregunta humana «¿Quién soy?».

Anita E. Woolfolk indica que la identidad se refiere a la organización de la conducta, habilidades, creencias e historia del individuo en una imagen consistente de sí mismo. Esto implica elecciones y decisiones deliberadas con respecto a la vocación y a una «filosofía de vida”.

Diane E. Papalia y Sally W. Olds explican que la búsqueda de identidad es una búsqueda de toda la vida, la cual se enfoca durante la adolescencia y puede repetirse de vez en cuando durante la edad adulta. Erikson enfatiza que este esfuerzo por encontrar un sentido de sí mismo y del mundo es un proceso sano y vital que contribuye a la fuerza del ego del adulto. Los conflictos que involucran el proceso sirven para estimular el crecimiento y el desarrollo.

Así, para alcanzar un buen nivel de autoestima, debemos antes que nada descubrir nuestra identidad. La primera pregunta que debemos contestarnos con franqueza es: ¿quién soy yo?, ¿qué soy?, y más importante y decisivo aún, ¿qué quiero ser?

La identidad como arquetipo reivindicativo o como un «llegar a ser»

En 1968, los psicólogos Robert Rosenthal y Leonore Jacobson demostraron que las expectativas que los profesores tienen de sus estudiantes –aunque estos desconozcan dichas expectativas–, son determinantes en la mayoría de los casos para el logro de las metas y aspiraciones de estos, en lo que se llamó el «Efecto Pigmalión». Redescubrieron lo que ya enseñaba la filosofía tradicional: en el proceso de llegar a ser, son más importantes nuestras expectativas respecto al futuro que el recuerdo de nuestro pasado.

Como señala Branden, la identidad, autosistema o autoestima crea un conjunto de expectativas acerca de lo que es posible o apropiado para nosotros. Estas expectativas tienden a generar acciones que se convierten en realidades. Y las realidades confirman y refuerzan las creencias originales. La autoestima –alta o baja– tiende a generar las profecías que se cumplen por sí mismas.

Tales expectativas pueden existir en la mente como visiones del subconsciente sobre nuestro futuro. El psicólogo educacional Paul Torrance, al analizar la evidencia científica acumulada, afirma que nuestras asunciones implícitas acerca del futuro afectan decisivamente a la motivación. «De hecho, la imagen del futuro de una persona puede pronosticar mejor lo que consiga del futuro que sus actuaciones del pasado”.

Por eso creemos que una buena autoestima es precisamente una de las resultantes directas del proceso, ya no solo de búsqueda de una identidad, sino, una vez encontrada, de afirmación de dicha identidad del individuo.

Problemas básicos de baja autoestima

Los problemas de baja autoestima más serios surgen de la adopción de una falsa identidad, de una afirmación exterior por oposición a la afirmación interior.

Veamos algunos de estos problemas.

Afirmación centrada en nosotros mismos. Un factor que podría jugar un papel en el deterioro temporal de la autoestima es un bajo nivel de autoconsciencia o autovaloración, debido a la inquietud infundada respecto de la opinión o aprecio hacia sí mismo por parte de los demás. Tendemos a vernos a nosotros mismos o a sentir respecto de nosotros mismos según como pensamos que nos ven o nos estiman los demás (aclaramos que habrá situaciones en las que la opinión o valoración externa sea relevante, tal como puede ser la que de nuestra eficacia pueda hacer nuestro jefe).

Se busca entonces afanosamente agradar a los demás, a fin de mejorar la imagen o estima que de nosotros tienen. En casos extremos, es causa del llamado «vampirismo emocional».

Comparación social. Desde niños, y ya adultos, evaluamos nuestras capacidades, al menos en parte, por comparación con las de los demás. En algunos casos puede ser necesario y hasta positivo, si lo hacemos buscando un referente externo para comprendernos mejor a nosotros mismos y para evaluar las cosas que estamos haciendo. Pero si lo hacemos con el propósito de valorarnos por comparación con los demás, sentirnos bien si los demás parecen peores que nosotros, o sentirnos mal si los demás parecen mejores que nosotros, se constituye en una afirmación negativa centrada fuera de nosotros mismos. En casos extremos, nos lleva a denigrar regularmente a las personas que conviven con nosotros.

Desvaloración aprendida. Cuando un trabajo no nos sale bien, podemos atribuirlo a la falta de esfuerzo, a la falta de capacidad, o a ambas (también podemos echarle la culpa a algo o alguien externo). Cuando se atribuye el fracaso a la falta de esfuerzo, suele tener poca influencia en los sentimientos que uno tiene sobre su propia eficacia. Sin embargo, cuando lo atribuimos a falta de capacidad, probablemente el resultado sea una desmotivación. Además, este tipo de valoración persistente puede llevarnos a enfrentar situaciones semejantes cada vez con menos motivación y más pesimismo, fracasando incluso en situaciones relativamente fáciles (profecías autorrealizables).

Represión. Es una regulación interna que genera estados de angustia, usualmente por no venir de una decisión consciente sino del acatamiento de una imposición externa o internalizada. Por ejemplo, cuando dejamos de decir lo que sentimos por temor al rechazo o enojo ajeno.

¿Cómo desarrollar la afirmación interior y la identidad del individuo?

¿Cómo desarrollar una autoestima elevada y eficaz? Nathaniel Branden expone seis componentes básicos para lograrlo: vivir conscientemente; conocerse y aceptarse a sí mismo, como punto de partida, para poder cambiar; asumir la propia responsabilidad frente a la vida y al destino; la autoafirmación; vivir con un propósito en la vida; y vivir una vida íntegra.

De ahí la importancia de aportar herramientas de autoconocimiento, desarrollo de la conciencia y cultivo personal, a fin de descubrir la verdadera identidad y trabajar en la afirmación interior.

A través del rescate de las enseñanzas milenarias de Oriente y Occidente y de los clásicos, todos podemos desarrollar un enfoque natural y desconflictuado para promover nuestro potencial interno, conociéndonos a nosotros mismos gracias al descubrimiento de los componentes de la personalidad.

CARLOS A. CHIARI