Lo esencial es invisible a los ojos (El Principito, Antoine de Saint-Exupéry).

Isabel Guerra sabe pintar «lo esencial», por eso ha sido llamada la pintora de la luz. Con ella, mirar es un ejercicio que es necesario aprender, lo mismo que escuchar… porque lo que se nos muestra es «un no sé qué de eterno».

Eso es lo que esta monja del Císter quiere plasmar en sus obras y por ello nos hemos acercado a mirarlas sosegadamente, sin prisa. Apartados, por un instante, del mundo ruidoso en el que estamos inmersos, las figuras que contemplamos nos devuelven un mensaje atemporal, en comunión con lo trascendente.

Dotada de una inmejorable maestría en el manejo del color, su inspiración ha buceado más allá de nuestro Siglo de Oro, llegando hasta la Grecia clásica para traernos recuerdos, para evocarnos, tal vez, esos hermosos mitos de las jóvenes «artoi», consagradas, en su belleza virginal, al misterio de Artemisa, la Virgen-Luna que busca el abrazo de Apolo, el Amor-Sol.

Isabel Guerra va a buscarlo a través de sus cuadros y él no la defrauda: el sol entra suave y luminoso por los lienzos hasta llegar a las figuras femeninas. Encuentro definitivo con la luz, cantar de los cantares que se hace himno en los pinceles.

La misma habitación, el mismo recinto, la misma ventana, la misma silla o el mismo cántaro, repetidos una y otra vez, ofrecen matices riquísimos cuando la repetición no es rutina, sino originalidad y sugerencia.

La ternura con que nos acerca a los niños, las jóvenes suspendidas en sus lienzos, arrancadas del tiempo, nos recuerdan que hoy, como siempre, podemos seguir viviendo el misterio… del eterno femenino.

 

¿Qué fue al principio, la belleza o la luz?

En el principio existía la belleza. Por medio de ella se hizo todo. Ella era vida y luz para los hombres. En el mundo estaba; y el mundo no percibió su resplandor. Vino a su casa, pero los ojos cansados y enturbiados que habitaban el mundo no la recibieron, porque su irradiación era el relámpago que abría brecha en su cómoda tiniebla.

No hay que inventarse la belleza. Solo nos cabe descubrirla en nosotros y en las cosas. La belleza es la sonrisa de Dios.

 

¿Cómo nació su vocación?

Se tiende siempre a pensar que se descubre la vocación al inicio de una andadura. Yo he llegado a creer que descubres la autenticidad de la vocación cuando esta va siendo más y más probada con el correr del tiempo en sus avatares. Podemos tener afición o gusto, incluso desmedido, por determinadas actividades; pero solo reconocemos que aquello es una vocación –una llamada– cuando nos hace saltar por encima de toda dificultad.

En mi caso, con el tiempo se fue haciendo pasión la necesidad de contar amores y emociones. Pero… ¿cómo? Plasmando gráficamente lo que necesitaba comunicar. Esto era la pintura: comunicar.

Para mí la pintura es ante todo medio de comunicación. Yo no puedo expresarme dando palos de ciego, marcha atrás en el túnel del tiempo, para imaginar al final una torpe escenografía sobre un Jesús de Nazaret, del que ni los propios evangelistas quisieron dejarnos el menor rasgo de su fisonomía. Sí puedo y debo, en cambio, expresar mi actitud ante la vida a la luz de la enseñanza, a la luz de su palabra.

 

¿Es, por tanto, la suya una pintura religiosa?

En mi experiencia personal cuento con innumerables testimonios de personas que dicen encontrar en mi pintura algo que despierta en ellos un profundo sentimiento religioso –que en muchos casos afirman haber tenido totalmente olvidado–, o un encuentro con valores trascendentes que les han invitado a hondas reflexiones.

La gente tiene una tremenda hambre de Dios y no lo sabe o no tiene dónde saciarla. Por eso, seguramente, quienes se me acercan repiten una misma frase: «Gracias, y por favor, siga usted pintando esto que hace».

La vida silenciosa del claustro, ¿puede llegar a resultar monótona al alma libre del artista?

No, no existe la monotonía cuando todo lo llena el silencio creador de la Palabra.

El silencio… Allí quiero sumergir mi vida porque solo desde él se hace posible el encuentro con aquello que está más allá de la apariencia. Sólo desde él se puede mirar con limpieza primera. En su centro, todo recobra su primitiva forma; todo adquiere dimensión atemporal.

 

Desde ese centro, ¿se puede llegar a los demás?

El hombre que despliega para sus semejantes un quehacer que es exteriorización del sentimiento, de la plenitud interior, del anhelo profundo del alma, de su ser enamorado de lo bello –lo sepa o no– ejerce una fuerza creadora que emana de la divinidad. Y, por lo mismo, ofrece a todos la posibilidad del encuentro con lo sagrado, de la experiencia íntima de Dios a través de la «forma».

Cuando el artista proyecta su propio espíritu sobre el tema elegido, hace al que lo contempla olvidarse del tema, para entrar de inmediato en la magia del entorno.

 

¿En qué momento del día se siente particularmente inspirada?

No espero nunca a que me «visite» la inspiración. La pintura me parece una vocación más seria que todo eso. Se es pintor todos los días y todas las horas del día, si se es. Lo otro entra en el campo de la afición, de lo «amateur».

La experiencia me dice que no son las peores realizaciones las de los días en que no «apetece» ponerse a trabajar. Esta idea me recuerda siempre aquel magnífico chiste de Mingote donde aparecía Velázquez, con aspecto aburrido, diciendo: «Hay días en los que a uno no se le ocurre nada», mientras, por azar, pasaban ante sus ojos todos los personajes de las Meninas. Pero él estaba allí, preparado ante su lienzo.

 

¿Qué técnica es la que utiliza?

El medio que empleo preferentemente es el óleo sobre tela; técnica esta que me parece ofrecer el mayor abanico de posibilidades apetecibles. Empleo también la tabla en los tamaños reducidos. Se ha dicho siempre que no hay tabla mala. Bien, lo que sí es cierto es que da unos resultados de bellas características. Es lamentable la dificultad que hoy existe para realizar tablas de gran formato.

 

¿Pinta en varias telas a la vez?

Es muy raro que trabaje en varios temas a la vez. Cuando algo está empezado me absorbe y apremia. No tengo cuadros inacabados o abandonados en el camino.

 

¿Qué caracteriza a la evolución de su pintura?

No me he preocupado nunca de evolucionar por evolucionar. Siempre he preferido dejarme llevar de un sentimiento espontáneo que hiciera de la evolución una línea más armoniosa que quebrada –y ojalá, una línea ascendente–, algo personal y no seguimiento de «experiencias a la moda». Tal vez una característica de mi técnica sea el uso exclusivo de la espátula, y un pincel del 00 para firmar, cosa que me produce grandes molestias y se me olvida con frecuencia.

 

¿Una definición de pintura?

«Pintura es un silencio que canta, con las voces del espectro, el fruto de una contemplación».

Pintura es algo así como decirte qué cosas me emocionan y cómo me emocionan esas cosas, y hasta dónde me emocionan esas cosas. Cuanto mayor la emoción, menor la dificultad en ponderarlas; buscadas a veces, cotidianas, permanentes otras, pero siempre vividas, escrutadas con necesidad de apresarlas para siempre en el momento en que las vivo… Es el mensaje de un alma. A esto debe aspirar una pintura si quiere llegar a llamarse obra de arte.

 

¿Una obra de arte surge «de la nada»?

A la gozosa primavera le hace falta sequedad de muchos veranos que agosten todo lo superfluo. Es preciso que el sol queme mucho para que el otoño luzca las galas de sus oros.

 

A ISABEL GUERRA, PINTORA DE LA LUZ

¡Dime, hermana!
¿Cómo se pinta el azul,
que luce tras la ventana?

¿Cómo pintar la mañana
y los tonos de su brillo?

¿Cómo pintar lo querido
si no es el corazón
el que dicta la palabra?

¡Dime, hermana!
¿Cómo poner en el verso
la amplitud del sentimiento
si la brisa juguetea
y se nos lleva al momento
cuanto al alma se le alcanza?

Si fuiste en busca del Sol,
¿pudiste anclar una estrella
que nos condujera a Dios?

Si así fuera, ten por cierto
que mi afán la estrecharía,
¡y quién sabe si al hacerlo
se trenzarían en sueños
tu vivencia con la mía!

Para entonces te aseguro
que la Luz nos uniría…

M.ª Teresa Cubas

Mi invitación se dirige a ti en esta tarde, amigo, no para que seas espectador, ni siquiera para que seas espectador amable de mis pinturas. Me siento mucho más audaz en mi deseo. Sí, porque es mucho más que un pasatiempo lo que quiero ofrecerte en cada una de mis telas. Es mi ser mismo enamorado de su entorno –ese entorno del que tú mismo formas parte trascendente– hecho acto de amor. Y amor a ti en concreto que se actualiza con la mirada de tu alma, si tú, como yo te pido, se la otorgas en esa acogida que es búsqueda de Aquello que está más allá de la apariencia: el espíritu.

Isabel Guerra en exposición

En el otoño del año 2000, la Lonja del Ayuntamiento de Zaragoza fue testigo de una gran exposición retrospectiva de la obra de Isabel Guerra. Por sus salas pasaron cientos de personas llegadas de todas partes de España, para admirar personalmente unos cuadros previamente contemplados por televisión o en periódicos y revistas.

La Galería Sokoa de Madrid prepara para el próximo mes de enero de 2004 una nueva exposición que estará abierta al público, en horarios de mañana de 11 a 14 y de tarde 17:30 a 21:30 (Claudio Coello 25, tel. 91-575-72-39).

Pintora de la luz

Isabel Guerra nació en Madrid, el 30 de abril de 1947.

«… A los seis años entré en el colegio. No fui una colegiala feliz. Mis gustos distaban mucho de la forma de ser de las niñas de entonces. Yo pasaba de recitar a Rubén Darío a jugar, siempre con chicos, al fútbol y a increíbles historias de americanos o espadachines. Pero jamás supe qué podía hacerse con una muñeca. Sobre todo, mi principal ocupación eran los lápices y los papeles. Cuando aún no sabía escribir, simulaba hacerlo; y sin saber lo que era el dibujo, rellenaba cuartillas sin parar…

Los doce años fueron fecha clave en mi vida. De todos los regalos posibles propuestos, elegí una caja de óleos –no sabía lo que era esta pintura–; cuando tuve en mis manos la caja, la impresión, el sentimiento interior fue tan intenso que no he podido olvidarlo. Algo me estaba gritando que aquella caja encerraba el destino de todo mi existencia…».

El 12 de noviembre de 1970 ingresa en el Monasterio Cisterciense de Santa Lucía, en Zaragoza. Un paso trascendente que no supone ruptura alguna con el mundo de la pintura, sino que bajo el lema de «ORA ET LABORA» convierte su laborar en un continuar pintando.

Ella misma nos dice que fue a través de un libro de arte sobre Velázquez como este se convirtió en el maestro a quien poder acudir a todas horas. Más tarde iría descubriendo a los otros grandes, y muy especialmente a los impresionistas.

María Teresa Cubas