JULIÁN BESTEIRO

Objetos artísticos

El objeto de joyería más valioso para los celtas era el torques. Se trata de un collar rígido que nobles, guerreros, druidas y otros personajes sobresalientes de la sociedad llevaban alrededor del cuello. Los torques se realizaban en una gran variedad de materiales y tamaños. Algunos consistían en un tubo hueco, y su ligereza y flexibilidad permitía que pudieran ser abiertos y retirados del cuello. Otros, en cambio, estaban hechos de gruesas varillas de oro retorcidas, o de hilos de plata, y eran grandes, pesados y tan aparatosamente decorados que quedaban reservados para ritos ceremoniales. En este sentido podemos destacar un torques depositado en el Museo de Lugo de 1812 gramos de peso.

Pero el objeto de joyería más popular entre los celtas fue la fíbula, que llevaban tanto hombres como mujeres, y que era a la vez un medio práctico de sujetar la ropa y un talismán mágico. El valor de estas fíbulas dependía de su decoración, que en ocasiones incluía incrustaciones de esmaltes y piedras preciosas.

Los celtas produjeron además gran variedad de objetos ornamentales de oro, como brazaletes, pendientes o arracadas, pulseras y aros para los tobillos. El artista celta también elaboraba otras piezas profusamente decoradas, como cierres, hebillas, amuletos, aros para cinturón y otros objetos relacionados con la vestimenta y la joyería, como peines y espejos.

Los espejos estaban grabados en su cara posterior con delicados y complejos dibujos curvilíneos casi simétricos.

Los celtas dedicaban gran parte de su tiempo y esfuerzos a decorar sus armas y armaduras, hacia las que mostraban una actitud casi reverencial. En la mitología celta, algunas armas extraordinarias poseían cualidades mágicas y estaban dotadas de una personalidad propia: espadas capaces de cortar en dos la cima de una montaña, escudos que daban la voz de alarma si sus dueños estaban en peligro, etc. Los jefes celtas debían estar muy familiarizados con estas leyendas, y muchos de ellos ponían nombres a sus propias armas. La espada, además, era un título de honor, y generalmente tenía un nombre que solo era conocido por su dueño.

Los arqueólogos han descubierto dos clases diferentes de armas y armaduras celtas. En primer lugar, aquellas piezas creadas para el campo de batalla; en segundo lugar, las pensadas especialmente para usos rituales, como ofrecimientos a los dioses, o para ser enterradas junto a los individuos de alto rango. Las primeras aparecen siempre golpeadas y mostrando las cicatrices del combate, mientras que estas otras se presentan relativamente intactas.

El arma principal del celta era la pesada espada de hoja larga. El gran tamaño de la hoja hacía necesaria una empuñadura proporcionalmente grande, y en ella concentraban los artistas todo su afán decorativo, que incluía muchas veces incrustaciones de materiales preciosos, como marfil o ámbar, o estaba coloreada por medio de esmalte. También las vainas están decoradas.

Los escudos celtas suelen ser largos y planos, aunque también se han encontrado ejemplares circulares. Solían estar realizados en bronce, algunos cubiertos con láminas doradas. Los artesanos decoraban el anverso de los escudos ceremoniales con dibujos muy elaborados. En ocasiones destacan sobre el fondo plano del escudo adornos de cristal o esmalte. En muchos casos solo ha llegado hasta nosotros el medallón central, lo que sugiere que el resto del escudo estaba hecho de materiales perecederos (madera, cuero).

El empleo de materiales caros y complicada decoración era todavía más común en la fabricación de cascos. Muchos constaban, además de la parte superior semiesférica, de protecciones laterales móviles para los pómulos, otra protección para la nuca y en lo más alto del casco, una pieza en la que se sujetaba un penacho o cresta. Esta cresta tenía a veces forma de jabalí, símbolo de poder y fortaleza en la sociedad celta. Los dibujos geométricos a base de curvas solían cubrir la superficie de toda la pieza, que en algunos casos había sido recubierta con láminas de oro y tachonada con trozos de coral o cristal coloreado. Otros cascos tenían sobria decoración, pero formas más complejas, tales como los apuntados, tan comunes en la Galia durante el siglo V a.C., o el casco de bronce con dos cuernos iguales perteneciente al siglo I a.C. Los cuernos simbolizan la agresividad y la virilidad, lo que los convertía en el complemento ideal del atuendo guerrero.

Los celtas gustaban de exhibir la maestría de su arte en los objetos de uso más diverso, que aparecen decorados con asombrosa creatividad: alfileres, vasos, monedas, jarros, cubos, arreos, piezas de carro y, sobre todo, calderos son algunos utensilios ordinarios cuya belleza se resalta por medio de cabezas estilizadas y máscaras, delicadas representaciones zoomórficas y dibujos a base de líneas curvas.

Posteriormente, en la Irlanda e Inglaterra cristiana cobran una importancia especial los objetos destinados al ritual cristiano: cruces, cálices, patenas, relicarios, báculos, campanas, etc.

Significado de las joyas

Los temas recurrentes de la mitología celta nos proporcionan valiosa información sobre las preocupaciones de su civilización. En todos los mitos destaca el interés por la belleza y todas sus formas de expresión física. Cuando los guerreros van a entrar en combate, se hace mención a sus vestimentas de colores atractivos, a sus joyas refulgentes y a su pelo encrespado, que son símbolos del rango del héroe. Las heroínas, a su vez, muestran su estatus en la escala social mediante la complejidad del peinado, resaltando con ricas joyas la blancura de su piel. La vistosidad del arte celta refleja una sociedad que concedía gran importancia a la ostentación de la riqueza personal. Los escritores grecolatinos nos han transmitido la idea de unos celtas vanidosos e infantiles, con gran amor por el oro y la exhibición de su riqueza, pero los hermosos objetos metalarios de los celtas no solo tenían el significado de prestigio u ornato, sino también una significación mucho más profunda. Prueba de ello es que una gran parte de los artículos que han llegado hasta nosotros no han sido encontrados en los enterramientos, sino en depósitos votivos ofrecidos a las divinidades, fundamentalmente en lagos, ríos, pantanos, pozos, manantiales y arroyos, sin olvidar los múltiples saqueos de templos realizados por los romanos de los que se hacen eco los escritores clásicos.

Aunque se han ofrecido a las divinidades muchos tipos de objetos, destacan por su número e importancia los torques, armas (ofensivas y defensivas) y monedas. Nos fijaremos en particular en el torques, elemento que cobra tanta importancia en el mundo celta que llega a ser considerado el símbolo de dicha civilización.

En ocasiones se ha llegado a decir que el torques es un ornamento masculino, pero existen multitud de pruebas que demuestran que también era llevado por mujeres.

Entre ellas, las citas de escritores grecolatinos: “la reina Boudicea llevaba un torques de oro” (Dión Casio); los relatos galeses: “la joven llevaba un torques de oro en el que había piedras preciosas y rubíes” (Mabinogion); los descubrimientos arqueológicos, principalmente enterramientos femeninos, como el ya célebre de la princesa de Vix; y los ornamentos plásticos, como los del caldero de Grundestrup (cuya fabricación por artistas celtas es muy discutible, pero cuyas imágenes son una representación del universo mítico celta). En él todas las divinidades femeninas y algunas masculinas portan el torques.

Pero lo que es indudable es que la utilización de este torques se ha encontrado principalmente en tumbas masculinas, aunque no puestos en el cuello sino, en la mayor parte de los casos, colocados sobre sus vientres o en sus manos.

Poco a poco, coincidiendo con la cultura claramente celta de La Tène, empieza a decaer el empleo del torques masculino –es posible que fueran sustituidos por las armas, ya que en este momento aumenta la cantidad de ellas que aparecen en los enterramientos masculinos–, y a aumentar el empleo femenino del torques, hasta hacerse mayoritario.

La masiva cantidad de torques encontrados en tumbas femeninas de algunos cementerios de La Tène en el siglo III a. C. lleva a los arqueólogos a afirmar que aproximadamente la mitad de las mujeres llevaba torques al menos desde la adolescencia.

Entre los siglos II y I a.C., el torques se convierte en un símbolo guerrero; desaparece paulatinamente de las tumbas femeninas y aumenta en las masculinas. Este significado guerrero es recogido en el Imperio romano, y en el siglo I d.C., quizá por la presencia masiva de soldados de origen celta en las legiones romanas, se convierte en una condecoración para los cuadros más bajos de la legión (de centurión para abajo). Estos torques romanos son significativamente más pequeños que los usados por los celtas, dado que los romanos no los cuelgan al cuello, sino que los colocan suspendidos de los hombros, como podemos observar en estelas funerarias que representan al difunto con sus condecoraciones militares. Esta condecoración puede concederse también a una legión entera, que recibe entonces el nombre de “torquata”, e incluso “bistorquata”, como se puede constatar en el nombre de las legiones romanas que aparecen en la columna Trajana.

En la Céltica insular, el torques es un distintivo del poder, y los relatos nos lo muestran en los cuellos de reyes, príncipes, princesas y diferentes nobles. También aquí aparece la idea de que es el rey quien otorga a un noble el honor de portar el torques. En esta línea, es curioso el relato de la vida de san Brandán, en que el último rey residente en Tara, Dermont Mac Cerbheoil, “vio en sueños a dos ángeles que le desposeyeron del torques que llevaba al cuello y se lo entregaron a un extranjero”; cuando el rey conoció a san Brandán, reconoció al extranjero de su sueño. Este relato parece aludir a una transmisión de poderes: el poder de comunicación con los dioses pasa del rey al santo cristiano.

También en los relatos galeses encontramos la relación de los druidas con el torques, como muestran estos versos de Myrddin (Merlín): “en la batalla de Arderyd yo llevaba un torques de oro”.

Todos estos ejemplos y muchos más nos llevan a afirmar que el torques es un elemento mágico y sagrado.

En primer lugar, por su forma: tiene la forma del arco iris, que en todos los pueblos ha sido considerado el camino de comunicación entre los hombres y los dioses. Desde un punto de vista físico, el torques es un toroide circular que provoca en su interior un campo magnético nulo (recordemos la importancia que tiene en el campo de la magia estar libre de campos magnéticos externos).

El torques es un atributo de la divinidad: se lo entrega como ofrenda y aparece además en múltiples imágenes que nos han quedado de las divinidades celtas, tanto en piedra (estela de Reims) como en bronce (ídolo de Bouray); algunas divinidades celtas, como Cernunnos o Rosmerta, no aparecen nunca sin un torques; en el caldero de Grundestrup, por ejemplo, Cernunnos lleva un torques en el cuello y otro en la mano. También se han encontrado torques de bronce y de oro colocados al pie de estatuas de piedra de divinidades, y algunos surcos y restos encontrados en el cuello de otras estatuas permiten suponer que originalmente llevaban un torques de metal.

Era también un elemento de protección. Esto hace que su uso se extienda al estamento guerrero. Los escritores y la estatuaria grecolatina nos presentan a los guerreros celtas luchando desnudos y portando un torques en el cuello, pero no hay que olvidar el carácter mágico de la desnudez en el mundo celta. Curiosamente, el empleo masivo del torques por parte de los guerreros se produce en un momento en que las guerras celtas dejan de ser de conquista y se convierten en guerras de supervivencia frente a un enemigo que hace peligrar su cultura y su religión. Adquiere en ese momento la guerra un cierto carácter sagrado.

Los torques son un símbolo de poder, por lo que son atributos de reyes y druidas, pero no hay que olvidar que son los dioses los que otorgan este poder.

Hasta aquí hemos hecho un breve recorrido por distintos elementos de la orfebrería celta, pero es indudable que detrás de la aparente finalidad ornamental de todos estos objetos se esconde la vida cotidiana de un pueblo que trataba de llenar cada elemento que le rodeaba de símbolos que le recordasen y le permitiesen comunicarse con sus antepasados y sus dioses.

Todavía hoy, cuando observamos en las vitrinas de los museos un torques, quedamos maravillados por su perfección y nos preguntamos cómo eran capaces de realizarlo. Sin duda le dedicaban mucho tiempo más del que podamos imaginar, y probablemente los artesanos dedicados a esta labor no lo hacían con una finalidad lucrativa, sino conscientes del valor del objeto que creaban. A su vez, los que portaban estos objetos no los llevaban con un fin exclusivamente decorativo o de diferenciación de grupo social, sino como elementos de protección mucho más sutiles.

Son tantas las incógnitas de este pueblo que llevar a cabo este pequeño trabajo de investigación ha significado para nosotros abrir nuevos interrogantes sobre los celtas.