MARGARITA BESTEIRO

La civilización celta aparece en la Historia en torno al siglo VI a.C., y desaparece en el siglo I d.C. a causa de la presión combinada de romanos, germanos y dacios.

En torno a los siglos VI y V a.C., un grupo humano que había desarrollado una cultura muy avanzada en el principio de la Edad de Hierro (cultura de Hallstatt) se transforma en una civilización y comienza un movimiento migratorio de personas, pero sobre todo de ideas, que le lleva a ocupar un área geográfica inmensa, desde Irlanda a Polonia y desde España a Turquía, absorbiendo y «celtizando» a los pueblos de estadios culturales menos avanzados y fundiéndose con los más avanzados, con la creación de nuevas culturas, como en el caso de los celtíberos o de los celto-ligures.

La civilización celta desaparece paulatinamente desde el siglo I (Galia) hasta el XII (Irlanda), pero su cultura permanece subyacente durante siglos en buena parte de Europa, y en oposición a la grecolatina, es responsable del movimiento de vaivén que caracteriza al arte europeo (Edad Media – Renacimiento – Barroco…).

El pueblo celta no es nómada, sino esencialmente agricultor –incluso hay arqueólogos que los consideran como los mejores agricultores del mundo antiguo–, pero es indudable su amor por la movilidad y las migraciones de años e incluso de siglos que protagonizaron por toda Europa. Esta movilidad, unida al hecho de que sus templos sean espesos bosques y de que, al menos en sus primeros tiempos, no representaban a sus dioses, no incentivó el desarrollo de la arquitectura y sus artes afines, la escultura y la pintura. Desarrollaron, en cambio, las artes «transportables», es decir, las auditivas y la orfebrería.

Los celtas sentían un gran amor por la belleza, y en opinión de los escritores grecolatinos, concedían gran importancia a la exhibición de sus riquezas materiales. La habilidad de los orfebres para crear objetos de gran belleza fue considerada como un don casi mágico, pues pensaban que existía efectivamente un vínculo entre la acción creadora y la magia. Por este motivo los orfebres gozaban de ciertas prerrogativas, tales como entierros especiales.

Hablar de la orfebrería celta, como de cualquier otra faceta de su cultura, se convierte en un tema espinoso a causa de lo dilatado de su existencia en el espacio y en el tiempo. No obstante, vamos a tratar de aproximarnos a ese mundo de belleza que constituye la orfebrería celta.

La técnica

Las técnicas de orfebrería celta no difieren con respecto a las utilizadas en otras partes del mundo antiguo; ni tampoco con respecto a las que se desarrollan en la actualidad.

La primera fase del proceso es la fundición del metal para eliminar impurezas y conseguir la homogeneización del material. A continuación se vierte en un recipiente preparado con antelación para darle la forma determinada. En el caso de realizarse piezas huecas, se utiliza la técnica de la cera perdida, que consiste en el moldeo inicial en cera de abeja de un núcleo con la forma deseada, que se recubre de arcilla, obteniéndose de esta forma un molde de fundición en hueco al derretir y eliminar la cera del interior, cuando se vierte el oro fundido que al solidificarse reproduce la forma del núcleo. Los moldes solo se pueden usar una vez, pero pueden fabricarse varios a partir de un único modelo de cera.

Una vez separado del recipiente se procede al martillado y batido para eliminar las rebabas y restos de fundición y conformar la pieza definitiva.

Una vez terminada la pieza se limpiaba el metal por abrasión, generalmente con arena, y se pulía por fricción.

Los celtas fueron hábiles también en todo tipo de aleaciones, no solamente en la clásica de bronce (cobre y estaño), sino que utilizaron también latón (cobre y zinc), tumbaga (cobre y oro), peltre (cinc, plomo y estaño) y electro (oro y plata).

El estilo artístico

A través de los siglos, el arte celta evocó un mundo denso y cambiante en el que nada es lo que parece a primera vista. Un mundo poético y artístico. La estética celta viene caracterizada por un conjunto original de cualidades: facultad de asimilación acompañada de una instintiva potencia de transformación, predilección por las flexibilidades dinámicas y las creaciones híbridas, por el deslizamiento de lo real a lo ideal, pero con un gran rigor subyacente.

El estilo ornamental de la cultura de La Tène siguió siendo la característica dominante de las obras en metal, pero también de las tallas de madera e ilustración de manuscritos en Gran Bretaña e Irlanda quince siglos después. Se trata de un estilo impetuoso, imaginativo, pero también preciso, consistente en motivos florales y símbolos abstractos. Los elementos ornamentales más comunes eran el nudo, las lacerías, los trenzados geométricos, espigados, aspas, triángulos puntillados y el uso de las inconfundibles y enérgicas líneas curvas que dieron a sus figuras un relieve extraordinario y que generan meandros, semicírculos, ondas, esvásticas redondeadas (tetrasqueles), trisqueles, postas encadenadas, ruedas, helicoides, espirales y círculos concéntricos o con un punto central muy resaltado, motivos todos ellos de carácter heliomorfo.

El arte celta es puramente ornamental, sin intención narrativa por parte del artista. En lugar de representaciones de aventuras heroicas como las que encontramos en el antiguo arte griego, los celtas captaban la atención del observador mediante complicados dibujos de líneas entrelazadas. Estos dibujos van desde el simple trenzado de varias líneas hasta las más complejas fantasías inspiradas en la naturaleza. Abundan los dibujos de motivos vegetales conseguidos a base de zarcillos, flores de loto, rosetas, palmetas y guirnaldas. Cuando aparecen formas animales o humanas, las convencionales representaciones naturalistas del arte clásico occidental se dejan a un lado, y en su lugar el artista interpreta la naturaleza a través de una sorprendente estilización de formas. La materia puede difundirse y convertirse en forma. De este modo, una planta se transforma en un rabo, se ondula y desarrolla una cabeza, patas o pezuñas, dando lugar a animales extraordinariamente flexibles que se devoran mutuamente.

Este apogeo de las obras decoradas primero con motivos florales y posteriormente con este estilo plástico que combina temas abstractos, vegetales y lacerías geométricas de gran originalidad, animales fantásticos, mitad monstruos mitad humanos, se corresponde con un mundo mitológico abstruso, fruto de una inspiración arrolladora, de una gran libertad artística y de una depurada técnica.

Los diseños complejos y la proclividad a lo fantástico sustituyen al naturalismo mediterráneo, reflejando las características de su propio temperamento, su atrayente ambigüedad. Se trata de un estilo carente de primitivismo y simplicidad, refinado en pensamiento y técnica. Muy a menudo, en contraste con el arte clásico, el artista evita el uso de la línea recta.

La presencia de la religión en las esferas de lo decorativo se evidencia en la aparición de elementos simbólicos –como la cabeza o la máscara humana, animales sagrados como el jabalí, la serpiente cornuda, el cisne, el caballo, el cuervo, el ciervo, el toro– en los más diversos objetos.

El misterio de los rituales religiosos de los druidas estaba en el fondo del pensamiento celta, y esto también debe de haber contribuido a la tendencia a evitar la representación directa y naturalista de seres humanos y animales.

No obstante, la extensión de la cultura celta en el tiempo y en el espacio dio lugar a modalidades o diferencias artísticas de unas partes a otras.

En la utilización del color: en la zona ibérica (Cantabria, Asturias, Galicia y norte de Portugal), la decoración en distintos colores se obtiene combinando metales de distinto color, tales como plata y oro, y en ocasiones nielando las piezas. En el territorio continental (Galia), es más abundante la utilización de productos preciosos no metálicos, tales como ámbar, coral, hueso, marfil, etc. En el territorio insular (Inglaterra e Irlanda), sobresalen por su importancia los esmaltes, quizá como influencia normanda, y la incrustación de piedras preciosas, puesta fuertemente de relieve por los relatos galeses e irlandeses recogidos en la Edad Media, tales como el Mabinogión y el Ciclo de los Ulaidh.

En la utilización de los motivos ornamentales: podemos decir que en España y Portugal predominan los motivos geométricos y las curvas, mientras que los motivos vegetales y animales quedan reducidos casi exclusivamente a los ornitomorfos y a los jabalíes. La mayor abundancia de motivos florales y vegetales se da en Francia, mientras que Irlanda, Escocia y Gales se convierten en el paraíso de los entrelazados, que pasan a los ornamentos cristianos durante la Edad Media.

Técnicas decorativas empleadas

Repujado: realización de motivos con un cincel desde el reverso del material, de forma que salga en relieve por el anverso.

Embutido: realización de motivos por el anverso del material apoyado sobre un cuerpo ya en relieve. Esta técnica se trabajaba siempre sobre un soporte blando pero consistente, como por ejemplo una mezcla de cera y arcilla.

Puntillado: dibujos repujados formados por puntos y no por líneas.

Estampado: consiste en presionar a golpe de martillo con un punzón metálico sobre la superficie del reverso de una lámina. El dibujo se reproduce en relieve. La estampación puede hacerse también mediante molde, llevando la plancha metálica el dibujo en hueco, y sobre ella se presiona la lámina; por impresión, apoyando el metal sobre una base lisa resistente para que al golpear con el punzón la marca aparezca claramente por el anverso y débilmente por el reverso; repujada, cuando se golpea contra una depresión practicada en una pieza o soporte blando o contra un soporte duro tallado de forma especial, de modo que la imagen aparece por las dos caras de una pieza. La estampación se utiliza muchas veces usando estampillas individuales con diversos motivos que se combinan.

Filigrana: consiste en soldar finos hilos de oro a una lámina o superficie de una pieza formando motivos decorativos. Presenta dos variedades, la denominada «sentada», cuando los hilos se sueldan sobre una base, y «al aire» o «calada», si los hilos se unen entre sí sin base.

Granulado: soldar gránulos o esferitas de oro a una superficie formando motivos diversos. El tamaño de estas esferas es a veces inferior a 0,14 mm. También se puede soldar polvo de oro; de esta forma se consigue un menor tamaño en las esferitas, pero el resultado es de inferior calidad.

Chapado: recubrir el exterior de una pieza con láminas o baño de oro sobre otro metal más pobre.

Esmaltado: revestimiento del metal por aplicación de sustancias vítreas, principalmente silicatos o boratos de sodio, potasio, calcio y plomo junto con óxidos que proporcionan el color. El esmalte se funde y posteriormente vitrifica. La técnica utilizada por los celtas es la llamada «champlevè» (excavado), en la que la lámina de soporte se excava según un diseño previo, llenando con esmaltes policromos los huecos así obtenidos.

Nielado: esmaltado en negro a base de una mezcla de bórax, plomo, azufre y cobre.

Bibliografía:

El oro y la orfebrería prehistórica de Galicia. Ed. Diputación de Lugo.

Historia del Arte. Tomo VII. Artes decorativas. Ed. Carroggio.

Los celtas: artistas y bardos. Ed. Edimat.

Los torques de los dioses y de los hombres. Castro Pérez. Ed. Vía Láctea.

La Guerra de las Galias. César J. Ed. Mediterráneo.

Mabinogion. Anónimo (traducción de M.V. Cirlot). Ed. Siruela.

Geografía (Hispania y Galia). Estrabón. Ed. Planeta de Agostini.

Historia de Roma. Livio T. Ed. Porrúa.

Los celtas (historia del viejo mundo, n.º 15). Marco F. Ed. Historia 16.

Los celtas. Markale J. Ed. Taurus.

Misterios celtas. Sharkey J. Ed. Debate.