En 1506 Luca Paccioli di Borgo completa un tratado fundamental para artistas y filósofos, La divina proporción, donde se compendian conocimientos del arte y las proporciones que Pitágoras había traído de Egipto y los artistas del último Renacimiento como Durero, Rafael, Piero della Francesca y Leonardo da Vinci retoman como parte fundamental para el desarrollo armónico del individuo.

Posteriormente decae su interés, hasta que en 1850 el alemán Zeysing vuelve sobre el tema, y poco después Matila Ghyka, en sus dos obras más importantes, Estética de las proporciones en la naturaleza y en el arte y El número de oro, ritmos y ritos.

¿Qué es esta proporción áurea? Es un canon armónico que se repite en la Naturaleza, en la arquitectura, en el arte y, por supuesto, en el cuerpo humano.

Consiste en dividir una recta en dos partes desiguales, de modo tal que la razón entre la menor y la mayor sea igual a la razón entre la mayor y la longitud total de la recta. Platón afirma en el Timeo: “es imposible combinar dos cosas sin una tercera, es preciso que exista entre ellas un vínculo que las una. No hay mejor vínculo que el que hace de sí mismo y de las cosas que une un todo único y armónico; tal es la naturaleza de las proporciones”.

Todos podemos constatar esto simplemente con una regla y un compás. Dado un segmento AB, se traza un perpendicular sobre B, obteniendo BY. El segmento BD se obtiene dividiendo AB por dos. Se une A con D. Haciendo centro de compás en A se realiza el arco EC, y se obtiene una recta dividida en dos partes desiguales pero armónicas, llamada divina proporción o proporción áurea (fig. 1)

Esta proporción áurea se encuentra en toda la Naturaleza, desde las simples flores silvestres a la distancia entre los planetas, pasando, por supuesto, por la figura humana, y produce una impresión de armonía lineal, de equilibrio en la desigualdad, más satisfactoria que cualquier otra combinación. El esquema de la figura 1 puede repetirse tantas veces como se quiera dentro de la misma obra, ya sea la figura humana, un cuadro o una catedral (fig. 2).

En las esculturas antiguas y en los hombres y mujeres perfectamente proporcionados, el ombligo divide su altura total, según la proporción áurea, situando la parte menor desde la cabeza al ombligo y la mayor desde este a los talones. Pero si esta proporción se invierte, situando la menor hacia abajo, también se cumple desde los talones a la punta del dedo medio con el brazo extendido hacia abajo, y desde este punto hasta la cabeza. Esto es acorde a los cánones estudiados por Durero y Leonardo; Zeysing realizó medidas a miles de cuerpos humanos y encontró que este canon ideal parece ser la expresión de una ley para los cuerpos sanamente desarrollados (fig. 3).

Esta proporción áurea se encuentra también en el rostro. Si trazamos una recta desde la raíz del cabello a la parte inferior del mentón, la base de la nariz es el punto de oro, que divide la cara en dos partes desiguales pero armónicas. También se puede aplicar desde la base del mentón a la base de la nariz; entonces el punto de oro se encuentra en la comisura de los labios.

Las tres falanges del dedo medio o anular dan tres términos consecutivos de proporción áurea; en el dedo pulgar se vuelve a repetir esta proporción áurea en las personas perfectamente proporcionadas.

Es sorprendente constatar que los seres humanos también tenemos esta divina proporción, como la llamó Luca Paccioli, y que esa misteriosa Inteligencia que ideó nuestros cuerpos sobre la base del programa genético de la Naturaleza, lo hizo a conciencia, y con sabiduría y belleza.

IRENE MELFI