COMPROMETIDOS

MIGUEL ÁNGEL PADILLA

No es raro ver en cualquier época del año cómo desde diversas instituciones se promueven campañas, foros y actos de sensibilización en torno a la paz y la concordia de los pueblos.

Todos estos impulsos no solo son loables, sino que se hacen imprescindibles en un mundo globalizado por la economía, pero no tanto por valores universales.

Es alentador ver una cada vez mayor sensibilidad al problema y observar cómo  surgen por todos lados iniciativas y movimientos que tratan de promover la paz, el único marco posible donde el hombre puede desplegar toda la riqueza de su condición humana. Se trata de iniciativas que quieren hallar puentes de comunicación cargados de cordura, que se eleven sobre aquello que nos separa para encontrarse en lo universal y humano que nos une. Y la mayor parte de estas iniciativas llegan a la misma conclusión: que los tratados basados en intereses socioeconómicos, si no tienen un respaldo de verdadera formación y cultura humanista de las sociedades, en la fraternidad y unidad esencial de la humanidad, no funcionan, simplemente posponen los conflictos, mientras crece el resentimiento y el odio. El diálogo no se impone, sino que nace de la calidad humana, alejada de los fundamentalismos, los egoísmos y los miedos.

He reunido, a modo de notas, algunas ideas que me parecen muy interesantes a la hora de hablar de la necesidad de construir en el mundo una paz sostenible, y que resumen, aunque no agotan, muchas de las propuestas que en torno a la paz  plantea la filosofía, en un intento de llevarnos a la raíz del problema.

Si de concordia y diálogo hablamos, es necesario un reconocimiento de la dignidad del “otro”, un verdadero amor, y no solo respeto por la humanidad, reconociendo que más allá de mi postura y mi verdad, y de la verdad del otro y su postura, existe un punto armonizador superior que las contiene a ambas y las trasciende. A ello deberíamos aspirar superando nuestros prejuicios y apegos a costumbres y elementos que, aunque útiles en un momento dado, necesariamente son circunstanciales, epocales y sujetos al cambio.

Se hace imprescindible distinguir lo temporal y secundario de lo atemporal y universal. A veces nos aferramos más a las formas que a los valores profundos.

Para que haya paz, es preciso restaurar la credibilidad en el hombre, en los líderes religiosos y políticos, en las sociedades, en los individuos. Para ello, nada tan preciso como la autenticidad y la coherencia con uno mismo.

Debemos reconocer, de una vez por todas, el poder inductor de ideas, actitudes y comportamientos que tienen los medios masivos de comunicación, a escala planetaria. Si somos capaces de legislar considerando que el ver el tabaco en los escaparates de un estanco promueve su consumo, ¿qué promueve lo que todos los días, en todas las casas de todos los lugares del mundo se ve en televisión?

Necesitamos recordar que el camino hacia la paz y los verdaderos bienes para la humanidad están más vinculados al despertar del propio discernimiento y madurez interior que a la obediencia ciega a unas leyes, sean civiles o religiosas. La bondad y la inteligencia, si no nacen de un manantial interior, no son reales.

Es necesaria la superación en gran parte de ese egoísmo que nos hace mirar para otro lado cuando se trata de perder algunas de nuestras comodidades o prerrogativas en aras del bienestar de todos.

Sin un desarrollo económico sostenible básico, que erradique la pobreza del mundo, los hombres y pueblos que luchan por su supervivencia y no alcanzan un marco digno en el que desarrollarse como personas, no entienden más razones que las de su propia desesperación. Y ese compromiso ha de ser asumido por los dirigentes políticos de forma real y auténtica.

No podemos pretender “diálogo por la paz” con pueblos desesperados solo porque su desesperación pone en peligro nuestro bienestar.

Es peligroso, en la búsqueda de consenso, caer en la comodidad de relativizarlo todo, actitud que no nos lleva a ningún compromiso en la vida. La paz no es una actitud de derrota y abandono, sino de la conquista sostenida de los valores que unen.

Tal vez haya llegado el momento de que valoremos más los bienes que produce para la humanidad la concordia que el petróleo.

Podríamos añadir más y más cosas, las mismas que al hilo de la reflexión se te han ido ocurriendo a ti, lector, pero lo cierto es que es hora de un verdadero compromiso individual con la paz, porque la paz ha de nacer primero, no de los pactos entre los hombres, sino de un pacto íntimo y personal, que se exprese en rectitud, generosidad, sabiduría y amor.