CUERPO Y ALMA

COLOMA

Sabemos que los componentes psíquicos –en sentido amplio–, el ámbito mental y emocional repercuten en lo somático, pero también lo modelan. El presente trabajo pretende desarrollar esta afirmación. Todos los datos incluidos son reales. Están sacados de la práctica clínica, con la suficiente alteración para soslayar la posible aridez y salvaguardar la privacidad.

Uno de los primeros en abordar la vinculación de los procesos psíquicos y somáticos en el ser humano ha sido Wilhelm Reich, conocido por sus estudios sobre el análisis del carácter. Reich ha mantenido la opinión de que la historia de las vicisitudes humanas en relación consigo mismo, con los demás, así como con el mundo y la vida en general, resuenan y conforman nuestro cuerpo.

A este autor debemos el concepto de coraza caracterial. El carácter, según Reich, se constituye como si se tratara de una armadura defensiva, como si fuera un blindaje protector ante las vivencias, vínculos y vicisitudes varias de la existencia. Ahora bien, sabemos que no todas las corazas son iguales y que las hay con un mayor o menor grado de ductilidad, de maleabilidad; por tanto, tal armadura o blindaje puede organizarse de modo más o menos poroso y permeable, de forma que permita franquear el paso a todos aquellos elementos que intervienen en la relación del hombre con la vida, o bien puede establecerse de manera rígida y opresiva afectando a la flexibilidad psicofísica del sujeto; así, lo que se construyó para preservarse llega a convertirse en una prisión…

Con Reich entramos de lleno en la consideración del carácter como defensa, un tema que ya había sido apuntado por Freud y que otros profesionales retomarán desde sus diversas perspectivas. En este sentido, el carácter humano operaría como un filtro defensivo global entre el interior y el exterior, el “dentro” y el “fuera”; y actúa no solo en lo psicológico, determinando modalidades de pensamientos, sentimientos y actos, sino también en lo somático: el carácter se inscribe en el cuerpo y modela el cuerpo.

Los aportes de Reich fueron continuados por una serie de discípulos suyos que sistematizaron lo que conocemos hoy día como bioenergética psicológica o psicoanalítica, que estudia la relación entre los niveles mentales, emocionales y corporales de un individuo según el flujo energético. Dicho de otro modo, desde este contexto, el carácter humano funcionaría como una adaptación defensiva ante las diferentes circunstancias vitales, cristalizando determinadas formas de percepción, sensación, sentimiento y pensamiento; y esta adaptación, a su vez, canaliza de una forma determinada la bioenergía.

Reich y sus seguidores, entre los que está Alexander Lowen, creador de la citada bioenergética psicoanalista, diferenciaron variadas estructuras de carácter atendiendo a su correlato somático. Así, nos hablan del carácter rígido, esquizoide, etc.

El concepto de energía puede entenderse de modo unitario, ya sea que nos refiramos a los niveles mentales, emocionales o somáticos donde esta actúe. Por eso, en bioenergética es común referirse a la energía como “un todo”. Una mala canalización energética provoca bloqueos en su discurrir, impidiendo un adecuado proceso de pensamiento, una adecuada movilidad emocional, y afectando de una forma u otra al cuerpo. Es más, cada uno de estos planos tiene su correlato en lo corporal; y, a su vez, cada bloque, entendido como interrupción en el libre fluir dinámico energético, puede “leerse” en la morfología del cuerpo. Estos bloqueos forman tensiones y contracciones musculares que pueden provocar dolores o deformaciones de la postura; y a la larga, cronificándose, llegar a provocar descompensaciones de una zona del cuerpo respecto a otra, afectando al organismo en su conjunto e, incluso, incidiendo en algunas funciones del mismo.

Ejemplos

Una persona va en un coche al lado del conductor. Contempla cómo este acelera en la autovía aprovechando lo que considera un momento oportuno, mas sin percatarse de que se está acercando rápidamente hacia un gran camión que les precede. Y mientras su compañero va frenando, él tensa sus músculos y se reclina rígido sobre el asiento, solidarizándose simbólicamente con la maniobra; como si con el hecho de contraerse, mágicamente pudiera ayudar a su vecino a ralentizar la marcha del vehículo. Más adelante, ya no es capaz de “quitar ojo” a los coches, calibrando con la mirada y con sus músculos la distancia prudencial de seguridad. No es de extrañar que con tanta “ayuda”, al final del viaje nuestro sujeto tenga la mandíbula rígida como el granito, tensos los brazos y dolor de cuello y muslos, y que además esté casi más cansado que si hubiera conducido él mismo durante todo el trayecto. Pues bien, de idéntico modo operan muchas personas ante su vida, sumando las respuestas corporales que tienen que ver con la tensión provocada por los diversos acontecimientos vitales y los sentimientos, ideas, etc., relacionados con los mismos; de manera que su cuerpo acusa el cansancio debido a la sobrecarga de ansiedad, como si hubiera estado arduamente descargando cajas en un muelle, aunque, en realidad, no se haya movido de una habitación.

Veamos otro caso: aquí tenemos a un sujeto que tiende habitualmente a cargarse de excesivas responsabilidades, sintiendo además que cada una de ellas le abruma como si se tratara de un pesado fardo que llevara a sus espaldas, aunque a primera vista parece sobrellevar sus preocupaciones con estoica resignación. Por su parte, su vecino, un ser que no podría calificarse precisamente como optimista, considera que las cosas nunca le van demasiado bien y que su vida, en conjunto, es muy dura; opina que continuamente tiene que afrontar innumerables dificultades sin apenas momentos de respiro, con algún que otro acontecimiento grato para variar. Piensa que “todo son problemas e inconvenientes”, y que, en resumen, no es muy cómoda, por lo menos para él, la existencia en este “valle de lágrimas”. Un poco más allá tenemos a un tercer individuo del que sabemos que ha sufrido recientemente una dolorosa pérdida familiar.

Contemplemos ahora la postura de los tres: se muestran cabizbajos, la nuca contraída, caídos los brazos, los hombros en tensión, rígidos y dispuestos hacia delante como si soportaran sobre sus espaldas el peso de sus penalidades y desgracias. Una investigación más atenta posiblemente nos informaría de que tal postura se ha hecho crónica, se ha “fijado” hasta constituir un modo permanente de expresión somática en, al menos, los dos primeros sujetos. “Complejo de Atlas”, ha denominado algún bioenergetista divulgador a tal expresión corporal, en recuerdo del mítico gigante que se paseaba por las leyendas griegas cargando con la bola del mundo. Si se pudiera efectuar una lectura corporal, encontraríamos unas buenas contracciones musculares proporcionadas por su dura carga.

Los tres individuos anteriormente descritos pueden sufrir calambres, dolores de cabeza o de espalda derivados de su actitud corporal, reflejo a su vez de la interna. También los hay que llevan el peso de sus inconvenientes en un hombro, con lo cual la cabeza tiende a recostarse sobre el otro y, a la vez que proporciona una visión “ladeada” del mundo, descompensa todo el eje del cuerpo.

Otra persona, por el contrario, camina erguida, con los hombros hacia atrás, expandidos los músculos pectorales, y el vientre, redondeado y tenso, dirigido hacia delante: esta es la primera zona de su cuerpo que se enfrenta a los acontecimientos y, seguramente, corresponde a un modo psicológico de minimizar las supuestas tensiones cotidianas, que de esta forma se amortiguan cuando llegan a su pecho. Otro individuo, en cambio, recibe sus circunstancias ofreciendo su tórax como si fuera un escudo muy al estilo de Supermán encarando malhechores. Cada una de estas personas ha acomodado sus músculos conforme a la manera de relacionarse con su entorno, de modo que su actitud corporal corresponde a su forma de ser. Asimismo, si pudiéramos hacer una buena lectura bioenergética en sus cuerpos, nos encontraríamos con que el primero muestra un bloqueo en la zona superior del tronco, mientras que el segundo lo presenta a la altura del plexo solar. Uno y otro, quizás, puedan referir sendos “nudos” en cada una de esas zonas a la hora de somatizar su angustia.

El cuerpo puede dividirse simbólicamente en los mismos planos con que abordamos el espacio imaginario a la hora de interpretar un sueño, un ensueño, una fantasía o, incluso, una obra de arte plástica o un test proyectivo gráfico en una página en blanco; planos que están demarcados por el entrecruzamiento de dos ejes también simbólicos: el eje vertical y el eje horizontal.

Así nos encontramos con la polaridad “arriba-abajo” para el primero, asociada con lo superior y lo inferior, lo intelectual y lo corporal, el espíritu y la materia, respectivamente; y con la polaridad “izquierda-derecha” para el segundo, asociada a su vez con el pasado y el futuro, lo regresivo y lo progresivo, lo pasivo y lo activo, respectivamente. Asimismo, hay un “lugar central” simbólico definido por el punto de unión de ambos ejes, que en el cuerpo suele corresponderse simbólicamente con el centro energético, el lugar donde se sitúa el equilibrio de fuerzas y donde se acentúa el nudo de los diversos rasgos dinámicos que contemplar.

En un tipo de carácter poco afianzado en la realidad, correspondiente a una persona de la que diríamos que suele “andar por las nubes” y “no tiene los pies en la tierra”, seguramente tal centro está “descentrado” y se sitúa en la mitad superior del organismo. En algunos casos, incluso, puede verse físicamente una gran diferencia entre ambas mitades corporales, dando la impresión de pertenecer a dos personas distintas. Mucho más formada, mucho más “trabajada”, mucho más “vivida” una que otra.

En personas muy intelectuales, el hecho de “trabajar con la cabeza” parece expresarse a menudo en unos rasgos físicos que muestran las huellas del tiempo transcurrido, de las emociones experimentadas y de las vivencias habidas, que su rostro, casi esculpido, puede comunicar a través de los mil gestos grabados en él (ese ceño, el rictus, las arrugas de la frente, etc.), frente a la tersura casi infantil de aquellas otras zonas corporales que parecieran corresponderse simbólicamente con los aspectos de la personalidad que no se ejercen, que tienen un débil o escaso funcionamiento.

Y tal se puede observar en un ingeniero (hombre muy definido, por cierto, frente a sus emociones, sus afectos y su mundo visceral en general): frente a una amplia cabeza cana de cabellos rebeldes donde cada mechón sigue su propio camino, ceño fruncido entre hosco y preocupado, mirada rápida, móvil, brillante y aguda, nariz de sabueso en activo, mandíbula firme, apretados los labios en un permanente rictus de tensa determinación, los hombros y el pecho abiertos, como si “plantara cara al mundo”; destaca con una especie de corte imaginario todo aquello situado “más abajo del estómago” por su contrastante pequeñez y escaso desarrollo muscular. Dos mitades diferentes de un mismo ser. Así, todo lo que no es el busto, la “zona noble” de la casa del hombre, parece constreñido, enjuto, plegado, sin descansar siquiera en las columnas de las dos piernas apoyadas en los dedos de los pies, dando la impresión de que el propietario suele andar “de puntillas” sobre el suelo físico y sobre la vida en general, como si no quisiera implicarse, estar dentro del mundo, participar plenamente como ser vital y sensible, meterse a fondo en las cosas; como si evitara experimentar y actuar dejando su huella en los niveles más materiales.

Muchos de estos tipos de morfología, de los que se ha dicho también que parecen “no estar del todo manifestados” (modo de descripción que igualmente se utiliza en bioenergética, aunque su cuño corresponde a Laing), o que parecen estar “colgados”, sin raíces, etc., son caracteres esquizoides y se relacionan con formas psicológicas de funcionamiento que se basan, sobre todo, en la utilización de mecanismos de defensa del tipo de los disociativos. Por ello, los sujetos de estas características tienen grandes dificultades de contacto con la realidad en general, tanto la externa como la interna, como si no contactaran, no se vincularan a fondo con las cosas, no participaran realmente de la vida. Se trata de personas que tienen grandes conflictos en las relaciones humanas, así como en la percepción y atención de los sentimientos y, como origen y resultado de tal dinámica, problemas de integración del psiquismo.

De otro grupo de personas podría decirse que parecen autómatas. Sus gestos no son suaves; de movimientos bruscos, caminan envarados; son aquellos de los que se dice que “se han tragado el palo de una escoba”, dan incluso la sensación de crujir al andar, como si a sus articulaciones les faltara lubricante. Otros, tienen todos los músculos en tensión, como si todo el cuerpo fuera un escudo, como si pretendieran cerrar todos los poros de su cuerpo para que nada se filtre entre el exterior y el interior, para que nada entre ni salga a través de ellos. Suelen tener las nalgas firmemente cerradas e, incluso, pueden estar afectados de problemas en lo que respecta a la buena marcha de la motilidad intestinal, además de los muslos contraídos y la garganta también cerrada. Tal descripción se corresponde a lo que en bioenergética se denomina el carácter rígido, y son personas en las que priman los mecanismos de la serie de control.

La expresión corporal puede emplearse a modo de compensación de otros aspectos de la personalidad entendidos como carenciales. Al menos, así se comportaba una mujer de corta talla que aprendió a mantenerse en cualquier momento muy estirada físicamente, como una forma de sacar el máximo partido de todo su tamaño, bastante reducido, por cierto, lo que la hacía parecer muy envarada. A tal disposición, unió la de su cabeza, situada rígidamente sobre el cuello y los hombros, también tensos como pedestales de mármol; pétreo el rostro de sonrisa retadora, que más parecía enseñar los dientes como el lobo en una mueca disuasoria que hacer un gesto de amabilidad hacia su prójimo; y todo acompañado de una mirada condescendiente, dirigida de arriba abajo, igual que si midiera metro y medio más y su vista se alzara obligatoriamente sobre el cuero cabelludo de la mayoría de sus semejantes.

Algunos años más tarde, cuando la persona de nuestro ejemplo ya se aceptaba bastante mejor a sí misma (un observador entrenado diría que sus defensas “se habían reblandecido”), cambió bastante de imagen: el aspecto general de su cuerpo se hizo más dúctil y flexible, su mirada menos violenta, más directa y más franca; en general, los rasgos de su rostro se habían suavizado haciéndola parecer más joven. La coraza se había roto cuando perdió su función.

Hay un ejercicio de bioenergética que demuestra cómo la estabilidad psicológica está relacionada con la expresión corporal. Si de improviso empujáramos bruscamente a los sujetos de los ejemplos descritos, seguramente perderían con más facilidad el equilibrio que si lo hacemos con alguien firmemente asentado en el suelo…, que es una de las mejores formas, por otra parte, de poder crecer, de acceder a los niveles superiores, de situarnos en el camino de nuestro desarrollo humano. Asentarse, enraizarse, es el punto de partida, el requisito previo para elevarse hacia el cielo con seguridad, como hace el árbol hundiendo sus raíces en la tierra mientras allá en lo alto sus hojas se cimbrean bailando con el viento. Pero el asentamiento debe combinarse con la flexibilidad; así, nuestras rodillas no deben estar rígidas, nuestras piernas tienen que admitir la flexión para que podamos ser fuertes como el roble y, sin perder nuestro centro, nos permitamos bailar al son de las tempestades, como hacen los juncos, sin perder el puesto, evitando que el vendaval de la vida nos arrastre con su furia.

Finalicemos este apartado con su último ejemplo: una persona que se queja de fuertes dolores de vértebras cervicales, además de frecuentes dolores de cabeza, parece decir con su postura habitual que está dispuesta a correr en la vida en pos de todas sus oportunidades, adelantando al andar cabeza y tronco, como si pretendiera emplear la frente a modo de ariete casi, en una arremetida ante las circunstancias, precipitándose ante los acontecimientos como si quisiera llegar más pronto a los mismos, ganando tiempo al tiempo…, actitud que le proporciona una inevitable inclinación de espalda, dejando atrás su parte trasera. Mas en ocasiones se retira simbólicamente de algunos eventos que le preocupan echando atrás la cabeza sin dejar por ello de mantenerla “bien alta” porque él no es de los que se dejan doblar por los inconvenientes. Claro que todo ello no puede hacerse sin estirar anormalmente los músculos del cuello. El resultado son fuertes tensiones musculares. Si representáramos estilizadamente su perfil, semejaría una línea quebrada. Lo interesante en este caso es que, acudiendo a unas sesiones de masaje, esta persona sentía angustia conforme se trabajaban las zonas afectadas y acudían a su mente emociones y pensamientos.

Y es que las vicisitudes de nuestra historia están guardadas también en la memoria del cuerpo. Así como la toma de conciencia del alma, cuando es profunda, modifica la expresión corporal, el trabajo con los bloqueos somáticos repercute anímicamente, provocando vivencias relacionadas con el conflicto.

Esto mismo puede observarse al trabajar ciertas zonas del plexo solar, de la garganta, de la boca y los músculos oculares, siendo entonces frecuente que aparezca angustia, sensación de desvalimiento y, a veces, llanto, como un correlato emocional del reblandecimiento de la tensión muscular.

Prestar atención al mensaje de nuestro cuerpo como portador de nuestro mundo psíquico es un modo de concienciar y, por tanto, de desarrollar nuestras posibilidades a favor de nuestro equilibrio, nuestra evolución y nuestro desarrollo como seres humanos.

Bibliografía y material utilizado

Ejemplos de casuística clínica personal.

Bioenergética. Alexander Lowen. Ed. Vesperia. México.

La depresión y el cuerpo. Ed. Alianza. México.