HIPATIA

Cuando la mirada escrutadora del filósofo se dirige hasta el fondo del tiempo, no deja de descubrir grandes columnas que van conformando el edificio de la Historia. Son columnas humanas que sustentaron los momentos más gloriosos de la Humanidad.

No deja de ser útil evocar a los grandes personajes de la Historia, pues ellos, pertenecientes a un pasado más o menos lejano, son ejemplos para nuestro presente y nuestro futuro.

No podemos negar que la actualidad en que vivimos está caracterizada por la decadencia de valores morales y constituye lo que se ha dado en llamar una nueva Edad Media. Y, en medio de este caos de confusión general, el filósofo siente añoranza de aquellos que siguieron los pasos de una forma de vida diferente, tan diferente que solo con el hecho de mencionarlo nuestra alma respira pureza y nuestro corazón palpita al unísono con el universo.

Cuando la belleza, la generosidad y la sabiduría llegan a reunirse en un mismo ser, aparecen personajes como Hipatia, a quien la Providencia eligió para esa otra forma de vida.

Hipatia, que fue embajadora del saber y guardiana de la tradición, iluminó a la Humanidad con su luz, una luz tan poderosa que hizo falta que el destino se vistiera de negro para extinguirla. Hipatia fue la última estrella que brilló en Alejandría.

Contexto histórico: el neoplatonismo

En Alejandría, metrópoli intelectual del mundo, ciudad sobre la que Alejandro Magno pondría el lema de broche de oro entre Oriente y Occidente, aparece un enigmático personaje llamado Amonio Saccas.

Con el tiempo, debido a su grandeza moral y a sus extraordinarias cualidades, a Amonio, que de profesión era cargador y transportador de bultos en el puerto de Alejandría, se le llamó el teodidacto o «enseñado por Dios». Este nombre fue sugerido por el oráculo de Amón, el dios egipcio. Amonio significa «elegido de Amón». Él representaba la unión de diversas corrientes de la filosofía griega, predominando la neoplatónica.

Amonio Saccas enseñó que la doctrina secreta de la religión de la sabiduría estaba enteramente contenida en los libros de Thoth (Hermes), de los que tanto Pitágoras como Platón derivaron gran parte de sus conocimientos y filosofías; y que las enseñanzas de dichos libros son idénticas a las de los sabios del remoto Oriente.

Lleno de elevada intuición espiritual y gran sabiduría, fue encomendado para fundar la escuela de filaleteos o amantes de la verdad, junto con Plotino que, cuando oyó hablar de un extraño maestro en Alejandría, fue a buscarlo; se interesó por saber quién era Amonio, y cuando lo vio, lo reconoció como su maestro.

Juntos dieron a conocer el ideal de la teosofía, que persigue la confraternidad humana, incluyendo todas las religiones, todas las filosofías, todas las razas. Por decisión de Amonio, en el momento indicado astrológicamente con los mejores augurios, ascendió Plotino al estrado del aula magna, teniendo a su derecha al gran Amonio Saccas y a su izquierda a Orígenes y a Herenio, en presencia de la más destacada concurrencia de discípulos, filósofos y estudiantes habituales de la antigua biblioteca. Pronunció Plotino su discurso bautizando la nueva escuela con el nombre de Escuela Neoplatónica de Alejandría.

Dijo: “Amigos todos: el que de entre vosotros consulta a los astros sabe que inauguramos una era bajo el signo zodiacal de Piscis. Son, pues, estos, momentos de trascendental responsabilidad para nosotros, los llamados a revitalizar este «broche de oro entre Oriente y Occidente», Alejandría.

(…) Platón es, a nuestro entender, el más completo filósofo de la Historia, el que resume todas las verdades de las escuelas del pasado y nos ofrece en sus Diálogos, de tan profunda enseñanza, el puente trascendental del traspaso intercíclico (…) Interpretando la voluntad suprema y la de todos los aquí congregados adoptaremos por lema de esta renacida escuela el nombre de Platón y su sabiduría. (…) Demos palabra de que nunca consideraremos la divisa como imposición, ya que aquí, en fraternal y concorde abrazo, se reunirán los representantes y sustentadores de toda posible filosofía, de toda religión, de toda raza y creencia, de toda tradición, de toda clase social, porque nada hermana tanto como la superior cultura que sustentamos. (…) Abramos de par en par las puertas de esta biblioteca de tan noble tradición, para que otras invisibles puertas se abran a los auténticos idealistas y logremos así que, en contacto con la Divinidad que nos asiste, podamos cumplir nuestra misión en el mundo naciente”.

Al finalizar su discurso, Plotino citó esas simples palabras que justificaban la divisa de la nueva escuela: en la Academia de Platón se repitieron siempre estas palabras de su túmulo conmemorativo, existente en los mismos jardines donde diera él sus enseñanzas: los dos grandes seres, Asclepio y Platón, deben su existencia a Apolo. Uno para curar los cuerpos; otro, para curar las almas…

Y las anchas puertas de la biblioteca y de la escuela neoplatónica se abrieron, acto seguido, a todos los anhelosos de sabiduría del mundo.

Así pues, Plotino, Herenio y Orígenes serían en adelante los tres primeros discípulos de Amonio, formando una tríada juramentada, dispuesta a transmitir al mundo el mandato de los astros vigentes.

Pero no fueron los únicos; la chispa de la filosofía ecléctica se fue propagando y encendió los corazones de aquellos que anhelaban la sabiduría y la verdad. Entre tantos otros, habría que destacar a Plutarco, jefe de la escuela neoplatónica de Atenas, a Porfirio, biógrafo de Plotino, a Jámblico, discípulo de este, y cómo no, también a una gran discípula de esta tradición filosófica: Hipatia, la última matemática de Alejandría.

Esta escuela era llamada también ecléctica porque aquí se transmitían todo tipo de enseñanzas de Oriente y Occidente. En Alejandría se dieron cita pensadores y estudiantes de todo el orbe para ampliar sus conocimientos en sus aulas y en su famosa biblioteca, que llegó a tener 700.000 volúmenes. Aquí se reunían los más grandes tesoros del saber para deleite de aquellos que aspiraban a un crecimiento intelectual y espiritual.

Este tipo de vida cultural resplandecía en la paz y la fraternidad hasta que la oscuridad cubrió la civilización de los países antiguos. Esa oscuridad se cernió gracias al pensamiento cristiano, que tomó posiciones antagónicas frente a la cultura secular, a la que identificó con el paganismo, que los cristianos se habían propuesto eliminar.

En el año 337, el Imperio romano se tambaleaba. Los cristianos eran una minoría, pero importante. La Iglesia se había convertido en un Estado dentro del Estado, gracias a su organización y jerarquía. A la muerte del emperador Constancio el imperio queda repartido entre sus tres hijos (Constantino II, Constancio y Constante) y dos de sus sobrinos. Surge la envidia y la ambición y, de entre sus sobrinos, solo Juliano queda vivo gracias a su corta edad.

Juliano fue educado con enseñanzas filosóficas de Homero y Platón, por lo que sentía más simpatía por la religión pagana que por la cristiana. A los veinticuatro años fue a defender las Galias y, a su regreso, las tropas galas lo proclamaron emperador. Durante su reinado mandó reconstruir templos paganos, y el cristianismo y el mitraísmo tuvieron igual pujanza sin distinción alguna. Pero a la muerte de Juliano, los emperadores que le sucedieron fueron todos cristianos.

Hacia el año 390 el obispo Teófilo destruyó una sección de la Biblioteca de Alejandría y, en general, se pregonaba la ignorancia como una virtud. Cuando el cristianismo se convirtió en la religión del pueblo, esta actitud se agudizó.

Así acabó la filosofía griega en Alejandría y pereció la ciencia que tanto se esforzaron los Ptolomeos en promover. La biblioteca hija, la del Serapeo, fue dispersada. No hubo libertad para el pensamiento del hombre, todo el mundo debía pensar como la autoridad eclesiástica. En el 529 Justiniano prohibió la enseñanza de la filosofía e hizo cerrar todas las escuelas de la ciudad, confiscando el ingente patrimonio de la escuela platónica.

El emperador Juliano (331-363) había intentado resucitar la religión y la filosofía paganas en Roma, pero el último gran filósofo de Atenas fue Proclo (411-485), que elaboró la síntesis final del neoplatonismo imprimiéndole la forma en la que se incorporó al cristianismo y al islam en la Edad Media. Proclo constituyó el eslabón entre Platón y Aristóteles y, en parte, creó y fomentó el misticismo medieval.

Hipatia: embajadora del saber y guardiana de la tradición

El emperador Teodosio tenía a su lado a los cristianos ortodoxos, numerosos, ricos y fuertes ya en aquellos días, que sabían influenciar hábilmente en sus decisiones y en las de sus generales. De este modo, lograron que Teodosio ordenara la destrucción de los templos paganos en todo el Imperio romano y proclamó solo una religión estatal: la cristiana.

Este emperador, creyendo hacer un gran servicio a la causa cristiana, no reparó en cometer las locuras y barbaridades de suprimir y dispersar las cátedras alejandrinas, donde se enseñaban los más selectos conocimientos de la época. También fue él el que prohibió los juegos olímpicos.

Y así, en medio de todas estas injusticias, caos, fanatismo y persecuciones, nacería en Alejandría, en el año 350 de la era cristiana, una pequeña flor, una flor de loto que daría un poco más de luz y vida a los pensamientos filosóficos de la época. Se llamaría Hipatia.

Sus primeras enseñanzas las recibió de su padre, el matemático Theón, que era un profundo comentador de Euclides y Ptolomeo. Hipatia sucederá a su padre en la jefatura de la escuela neoplatónica de Alejandría. Tuvo una cuidadosa educación; estudió matemáticas, astronomía y geometría y fue introducida, ya desde pequeña, en los Diálogos de Platón y los juegos numéricos de Pitágoras.

Así, cuidadosa y delicadamente educada, pasó Hipatia la infancia y la adolescencia, convirtiéndose en una mujer de extraordinaria belleza, distinción y talento, que la hacían sobresalir de las demás jóvenes de su edad. Sus contemporáneos decían de ella que era sabia como Palas Atenea y bella como Afrodita; solía cubrirse con el manto de los filósofos y dialogaba con los personajes distinguidos de la ciudad. En su conducta siempre se mantenía serena y ecuánime, lo cual hacía que su opinión fuese aceptada y respetada por todos los demás.

Tuvo muchos pretendientes, pero rechazó todas las proposiciones matrimoniales. Sus aficiones preferidas la inclinaron hacia la filosofía como la síntesis de todas las ciencias que a ella tanto agradaban, y se convirtió en una fervorosa discípula del gran Amonio Saccas, fundador del neoplatonismo.

Viajó a Atenas y residió allí durante algún tiempo, donde conoció al que sería su maestro, Plutarco «el Joven», quien enseñaba los oráculos caldeos y los secretos de la teúrgia a un número reducido de discípulos.

Pagana de educación y convicciones, era ampliamente tolerante, sin modificar por ello su propia forma de pensar, caso peculiar que destaca en los verdaderos sabios. En Alejandría dedicará su corta vida a la enseñanza de la filosofía con tal pasión que atrajo a un gran número de oyentes; entre ellos Orestes, gobernador de la ciudad, quien le pedía a menudo consejo; y también Sinesio, que fue obispo de Tolemaida, quien en sus cartas se refería a ella como «hermana mía», «madre mía», «maestra y bienhechora».

Advertido el obispo Cirilo de que Hipatia ayudaba eficazmente con sus acertados consejos a Orestes, sintió celos de ella, y deseando acabar con la influencia y el prestigio creciente de la joven filósofa, propagó por la ciudad que ella estaba en contra de los cristianos.

La Alejandría de la época de Hipatia, bajo dominio romano desde hacía ya tiempo, era una ciudad que sufría graves tensiones. La creciente Iglesia cristiana estaba consolidando su poder e intentando extirpar la influencia y la cultura paganas. Hipatia estaba en el epicentro de estas poderosas fuerzas sociales. Cirilo la despreciaba porque era un símbolo de cultura y de ciencia que la Iglesia identificaba con el paganismo. Su odio hacia ella se veía incrementado debido a los grandes conocimientos de Hipatia, ya que al conocer los grandes secretos de la teúrgia sus enseñanzas eran un gravísimo obstáculo para la creencia popular en los milagros, cuya causa podía explicar sin ningún problema la insigne maestra.

A pesar del grave riesgo personal que ello suponía, continuó enseñando, porque ella no se sentía enemiga de Cirilo ni de los cristianos, sino mensajera de la luz y del saber.

Llegó a escribir un Comentario sobre Diofanto, que era un matemático y filósofo de Alejandría de finales del siglo III y principios del IV. También escribió un canon astronómico y un comentario sobre las teorías cónicas de Apolonio de Pérgamo, otro matemático griego del siglo III. Pero hoy, ya no podemos admirar sus obras, pues se perdieron en el incendio de la Biblioteca de Alejandría, donde se conservaban.

Cirilo, haciendo uso de su poder, decidió acabar con ella, ya que era la única manera de detener aquel movimiento. La filosofía y el fanatismo no podían convivir juntos y, reconociéndolo Cirilo, convenció al populacho de que Hipatia era el principal estorbo entre el poder político y la religión.

Hipatia dejó de brillar con luz propia en el 415 d.C. cuando un día, al salir de su casa, cayó en manos de una turba fanática de feligreses de Cirilo. La arrancaron del carruaje donde viajaba, rompieron sus vestidos y, armados con conchas marinas la desollaron arrancándole la carne de los huesos. Sus restos fueron quemados, sus obras destruidas y su nombre olvidado.

Cirilo (al que más tarde hicieron santo), nunca tuvo que dar cuentas de este horroroso crimen. La suerte de Hipatia sirvió de aviso a los que intentaron cultivar los conocimientos profanos.

Epílogo

Hipatia fue la última estrella que brilló en Alejandría, pero nos legó su ejemplo de una vida entregada a una causa noble.

Ella supo mantener viva la llama de la sabiduría, impulsando a los hombres y mujeres de su época a conocer el sentido profundo de sus vidas. Aunque los vientos soplaron en contra, ella se mantuvo firme en su puesto, cumpliendo con la sagrada misión que le fue encomendada; y así supo transmitir esa tradición que, inspirada desde el fondo de los tiempos y por lo más alto, van recogiendo los filósofos, aquellos que reconocen a Dios en los más pequeños detalles y aquellos que, indagando en esos pequeños detalles, van descubriendo poco a poco las respuestas a las grandes preguntas, aquellas que nos llevan a conocer la raíz última de toda forma de vida.

Hipatia dejó una huella de fuego en cada uno de los corazones que palpitan con la fuerza del destino; y esa huella se imprimió con el calor del entusiasmo para avivar la llama de la filosofía.

 

SUSANA VICENT

ANTONIA DE LA TORRE