LA TELEBASURA

LOURDES MARTOS

Que los medios de comunicación tienen una gran influencia en nuestra sociedad es indudable; por eso, es importante no restar relevancia al papel que la televisión ejerce hoy en las vidas de millones de personas en todo el mundo. Ella nos plantea qué “debemos” comprar o cómo “debemos” pensar. Así, el marketing y la política, entre otros, están presentes en esta caja que de tonta no tiene nada. Todos aquellos que no siguen el camino marcado por ella, no van a la moda, pues la televisión marca tendencias en todos los sentidos: lo que sale en televisión es lo que se lleva, y lo que no, está pasado de moda. Así, nos vemos sorprendidos, de pronto, desarrollando una serie de hábitos aprendidos artificialmente, y que muchos otros también repiten, sin pensamientos propios, sin personalidad.

Con los años, la televisión ha ido degenerando en un circo mediático donde “todo vale” para mantener las audiencias, siendo la violencia y el sexo algunos de los recursos más empleados. Poco a poco, han ido quedando aparcados la mayoría de los programas que nos hacían pensar o nos divertían de forma sana, planteándonos algún tipo de reto, y los que quedan no los ve casi nadie, por lo que no resultan rentables. Es como si nos hubiésemos acostumbrado, tristemente, a vivir entre las miserias humanas (entre los testimonios de personas que cuentan sus intimidades o “la vida en directo” de un grupo de desconocidos que viven rodeados de cámaras), es triste que nos hayamos acostumbrado a ellos y nos parezca “lo normal”.

En todo esto hay algo que me preocupa más, y es que en los últimos tiempos preferimos que nuestros hijos se queden en casa viendo la televisión, porque así están “controlados” y más “seguros”. Hay que preguntarse qué pasa por la mente de los más pequeños de la casa cuando se sientan ante la televisión. Ellos buscan diversión, ocio, y lo encuentran a través de programas con violentas tramas o con imágenes subidas de tono a deshoras… y si desde tan pequeños empiezan a asimilar esas actitudes y hábitos, con el tiempo y de forma natural, tratarán de reproducirlos, creyendo que así es como tienen que hacer las cosas. No habrá ningún problema siempre que los padres controlen qué ven sus hijos, haciéndoles ver que la televisión es mayoritariamente ficción, que esa no es la vida real, ya que la televisión no puede nunca sustituir a los padres. Aun así, muchos la siguen tomando como referencia. Dejar que los niños se acostumbren a esto es dejarlos indefensos frente al materialismo, la violencia o la superficialidad. ¿Dónde habrán quedado todos esos valores que muchos programas reflejaban en el pasado?

Los espectadores tenemos derecho a elegir y exigir programas de calidad, donde no queden resquicios de vulgaridad o morbo. Todas esas series o programas del pasado, que hoy parecen anticuadas, sí sabían promover y conmover, conseguían llegar al espectador de una forma más sincera y directa, tratando de fomentar buenos sentimientos, humildad, educación, valentía, amistad… valores que parecen en desuso.

Si los niños de hoy dejan de ver el mundo como un comunidad de personas que deben respetarse y ayudarse mutuamente, ¿qué clase de hombres y mujeres serán en el futuro? Da miedo pensarlo. ¿No sería mejor un mundo donde el amor, la cortesía o el honor dirigieran nuestros actos y los de aquellos que están a nuestro alrededor? Así sí sería fácil convivir y avanzar, y para que esto llegue a todo el mundo hay que practicar con el ejemplo.

En definitiva, necesitamos una televisión plural, y eso significa que todos puedan elegir qué ver y no adaptarse a lo que hay (como sucede ahora), con programas, series o películas que nos inspiren algo, que permitan que los niños no dejen de serlo antes de lo debido, preservando su inocencia y fantasía, y los mayores, que podamos ver una televisión inteligente y digna, con programas que nos diviertan y nos lleguen de alguna manera: que nos motiven y nos hagan reflexionar… No estoy en contra de la televisión como medio de ocio o de entretenimiento, que entretenga, sí, pero que también eduque.