UNIVERSOS PARALELOS

RAYSAN

Los estados que hoy conocemos como materia y antimateria son la expresión de la intrínseca dualidad que subyace en la sustancia material y, por ende, en todo el universo. Se da en los fenómenos eléctricos y en el magnetismo, con sus cargas de uno y otro signo, se da en la división en sexos de los diversos reinos de los seres vivos, y en la gestación de la vida, y más allá del sexo, en la diferencia entre los roles masculinos y femeninos.

Utilicemos una analogía para explicarnos… ¿Qué ocurre en las leyes del sueño? En el sueño podemos elegir entre dos cosas contradictorias e instantáneamente ocurren, puedo volar o quedarme inmóvil. El hombre siempre puede elegir entre algo y su contrario, porque todo el universo se estructura por los llamados pares de opuestos. ¿No seremos nosotros a nuestra vez producto de una mente que nos sueña?

Al igual que somos libres de elegir en el mundo de los sueños una acción o su opuesta, en todo mundo dual debemos existir nosotros y nuestro contrario para que tal vez la Mente cósmica elija en su juego qué camino debe trazar.

Todo nuestro entorno manifestado es dual. Por ello, tal vez a la fuerza debiera serlo el universo que aún nos es desconocido. Veamos, pues, los puntos aportados por la ciencia actual que nos puedan indicar la fiabilidad o no de este tipo de afirmación…

La dualidad del universo exigiría, en teoría, la existencia de «la materia» y su contrario, «la antimateria», que al reunirse se aniquilarían, provocándose una fuerte explosión, y por lo tanto, se transformarían en energía. De igual modo, en un proceso inverso, la energía podría transformarse y dar lugar a pares formados por una partícula y su antipartícula.

Fue Dirac quien, tomando esta idea, la desarrolló y supuso la existencia de un antielectrón que, teniendo igual masa que un electrón, tuviera una carga eléctrica contraria, es decir, positiva. Esta partícula, llamada «positrón», fue descubierta dos años después.

De un modo más definitivo, a principios de 1996 en un laboratorio de partículas de Ginebra, el CERN, se logró producir antimateria, llegándose a fabricar el «antihidrógeno», el cual sobrevivió un breve lapso de tiempo antes de aniquilarse. Este antiátomo se componía de partículas simétricas a las del átomo de hidrógeno, es decir, de un antiprotón y de un antielectrón. Este mundo simétrico ya no estaba tan solo en las fórmulas matemáticas, y daba paso a poder percibir un universo hasta ahora invisible.

La física actual presupone la existencia de un universo paralelo al nuestro no conformado por materia sino por antimateria. Los astrónomos han especulado sobre la posible existencia en el universo de regiones –tan extensas como las galaxias, según L. Oster– en las que los núcleos de los átomos, en lugar de estar formados por protones (con carga eléctrica positiva) y por neutrones (sin carga), estuvieran conformados por antiprotones (con carga eléctricamente negativa) y por antineutrones (sin carga). Los átomos tendrían allí sus núcleos, no rodeados de nubes de electrones (con carga eléctrica negativa) sino de positrones (con carga eléctrica positiva).

De existir estas galaxias simétricas, con sus cargas de igual magnitud pero de signo contrario, llamadas antigalaxias, no deberían tener relación con las galaxias tal como las conocemos, ya que de entrar en contacto con ellas se anularían en conjunto, produciéndose una gran explosión y transformándose nuevamente en calor y energía, principalmente de tipo lumínica.

Ello plantea ciertos enigmas… O bien, al crearse el universo se creó la misma cantidad de materia que de antimateria, para que hubiera un equilibrio global de cargas pero poniéndose ciertos impedimentos para evitar su contacto, o bien, según otra postura, se creó materia en mayor cantidad que antimateria.

Actualmente, analizando la velocidad de las diversas galaxias y el rumbo de su movimiento, dado que se alejan siempre de nosotros, se ha confirmado que el universo está en expansión. Se interpreta también que esta expansión viene dándose desde la explosión inicial, o big-bang, y se realiza contra la fuerza cohesionante de su propia masa, que tiende a acercarse por la acción de la fuerza de gravedad. Pero algún día, si la fuerza cohesiva fuera superior a la repulsiva, la expansión del universo se detendría y comenzaría entonces un proceso de contracción. Pero dicho proceso de contracción depende de la cantidad de materia que exista en él, para que la atracción gravitatoria sea superior y logre detener la expansión.

Por ello, dado que la cantidad actual de materia no sobrepasa el 1% de la cantidad necesaria para que dicha contracción pudiera comenzar a darse, los científicos creen actualmente que hay mucha más materia en el universo de la que ha podido detectarse, y que, por tanto, falta materia por descubrir. Es el misterio de la «masa perdida», o la «materia oscura». ¿Dónde está? ¿Tal vez haya otro tipo de materia, de tipo más sutil, como nos dicen las tradiciones antiguas, hoy aún no detectada por la ciencia, o que fuera incluso de un tipo aún desconocido?

Hay científicos que interpretan que esta materia oscura está junto a nosotros en el espacio que creíamos «vacío», pero es de tipo invisible e indetectable por nuestra tecnología presente, por lo cual se le llama materia virtual. Otra causa de que no podamos captarla es que dicha materia oscura esté junto a nuestro universo, pero en lo que llamamos otro universo paralelo, al que solo podríamos acceder, según ciertos modelos teóricos, por pequeñas puertas microscópicas o «agujeros de gusano» que conectan ambos mundos, del tamaño apenas de una partícula. Sería como llegar inmediatamente a la habitación contigua por una fisura de la pared, en vez de utilizar el camino aparentemente lógico de salir al pasillo y franquear la puerta de al lado. Pero esta red tupida de conexiones a la que los físicos llaman agujeros de gusano es aún un misterio teórico para nosotros.

Nos movemos en un espacio con tres dimensiones (largo, ancho y alto), al que debemos añadir una cuarta dimensión que es el tiempo, totalmente solidaria con el espacio en que nos movemos. Pero dimensiones puede haber muchas más. Así el álgebra trabaja a nivel teórico con espacios de muchas dimensiones o hiperespacios, con ecuaciones similares a las que se definen para un espacio de tres dimensiones, salvo por el número de incógnitas que se manejan, y aunque no podamos imaginarlos siquiera.

De momento, los hiperespacios tienen una realidad teórica, pero nada impide que puedan tener una realidad mayor. Tal como Einstein explicaba, el universo sería limitado pero infinito, como un viejo neumático de goma en forma de ocho; en su cara superior podría hallarse caminando una hormiga, sin hallarle fin, y en la cara inferior, en una supuesta dimensión paralela, otra hormiga, desconociendo la existencia de la anterior, vagaría toda su vida sin hallar fin a la superficie de goma ni hallar a nadie en su camino.

También los agujeros negros, debido a su poderosa atracción gravitatoria, son cuerpos estelares capaces de engullir la materia densa de sus proximidades, llegando a una densidad tal que un metro cúbico puede pesar millones de toneladas. Pero, aunque su poder de atracción es inmenso, tal que se pensó que ni la luz podría escapar de ellos por necesitarse velocidades superiores a la misma, con el paso del tiempo se ha comprobado que emiten ciertas radiaciones. Dado que una partícula caída hacia su centro debería liberar una antipartícula en sentido opuesto, y la imposibilidad de que haya una pérdida total de la materia que llega a ellos, pues debe mantenerse la propia transformación de la materia mas no su disolución, uno de los enigmas que plantean dichos cuerpos es el de que la materia que entra en ellos nada nos indica que debe desaparecer. Por ello, ¿puede resurgir en otros puntos del universo, o en otros universos paralelos?

Sea como fuere, parece lógico que existan otros universos paralelos, plenos de vida, de materia y energía, aunque esas formas de vida sean muy diferentes a las nuestras. Viajar a través de esos micropuentes tal vez nos llevaría a encontrar atajos, más rápidos que la velocidad de la luz, que podrían explicarnos cómo se transmiten información ciertas partículas materiales que parecen transgredirla. ¿Podríamos pasar a otros universos físicos o también a otras dimensiones?

Sabemos hoy en día que lo físico tiene sus leyes, y sabemos que la mente, aunque es una realidad que convive extraña y solidariamente con lo físico, tiene también sus propias leyes. Mientras en una hora podemos caminar una distancia de 4 ó 5 kilómetros, con la mente apenas necesitamos unos segundos para salvar esa distancia. En cambio, no podemos alimentar la mente con alimentos físicos, sino con la lectura, sanas conversaciones, motivaciones, etcétera. Del mismo modo, ¿no serán las dimensiones realidades próximas que debemos aprender a reconocer?

Para aquellos telépatas utilizados en los modernos submarinos para poder enviar mensajes a su base cuando transitan bajo los grandes hielos polares, ¿no es una realidad el uso de ciertas capacidades de transmisión y recepción mental que para el resto de los mortales están aún en el futuro? Para aquellos seres –quitando de en medio a los farsantes– que pueden reproducir las conversaciones que se están dando a grandes distancias, o para aquellos otros que pueden leer libros confinados en remotas bibliotecas, y tantos otros casos que englobamos despreciativamente bajo el rótulo de lo paranormal, ¿no son realidades esos otros mundos que parecen estar en este guardados como en una caja china?

Seguramente hay otros mundos, pero están en este. Y de ser así, entonces, ¿no serán las dimensiones otras realidades próximas, delimitadas con fronteras sutiles, y tal vez unidas tan extraña y solidariamente como el tiempo al espacio físico? Siendo realidades diferentes, ¿acaso no aprendimos alguna vez a reconocer y enlazar un sentimiento a nuestro corazón, o un pensamiento a nuestro cerebro? ¿Acaso no es esa la evolución por la que pugnan también los animales cuando miran nuestro rostro con devoción y extrañeza? Si hay otros universos, de seguro, la respuesta está en el viento, y se llama evolución.