EN BUSCA DE LA INTIMIDAD

 

GABRIEL PAREDES Y JAVIER SAURA

Si soledad es la ausencia de los otros del mundo, el silencio es la ausencia de ruido exterior y de las cosas del mundo.

El silencio nos da INTIMIDAD, y esta, la posibilidad de vida interior.

La intimidad se nutre de la soledad y se nutre del silencio, que no es sino otra forma de soledad. Si alguien quiere alcanzar su propia intimidad, lo primero que debe aprender es a amar la soledad y el silencio.

¡Soledad hacia fuera y silencio hacia adentro!

Soledad no es abandono

Quienes huyen del silencio y de la soledad, con frecuencia confunden estos con el abandono, y por ello lo asocian al dolor y a la tristeza.

¿Por qué el abandono? El abandono se puede deber a dos causas:

* Cuando nos abandonan. Es el producido por el abandono del otro, es decir, cuando el otro nos deja, sobre todo ese “otro” del cual esperábamos algo más; entonces sentimos mucho dolor.

* Cuando nos abandonamos. Hay otra fuente del abandono, la cual proviene del abandono de uno mismo y esa es peor, más grave y más dolorosa que la anterior. La gente suele abandonarse ante dos cosas: ante los placeres y ante los dolores. Ambas formas las podemos encontrar en todas las etapas de la vida.

La soledad es buscada, el abandono siempre depende de otro, o es causado por otro y otros.

La soledad es producto de una decisión personal, libre, que surge desde nuestra conciencia. El abandono es una reacción irreflexiva ante una presión exterior.

El que se abandona a sí mismo se pierde inexorablemente, pierde la capacidad de cultivarse a sí mismo, cultivar su conducta (moral) y, por ello, pierde la capacidad de cultivar su vida; es básicamente una persona amoral y sin capacidad espiritual, pues no la ejercita.

Con frecuencia, es más fácil sucumbir ante el placer que ante el dolor. Por ello el placer es más peligroso; ambos causan lo mismo: la pérdida de la conciencia, la pérdida del juicio y, por lo tanto, la pérdida de la condición humana.

La intimidad crece en la soledad y en el silencio

El estar con uno mismo exige estar –aunque sea por momentos– lejos del otro; este ejercicio enriquece poderosamente, permite que germinen y florezcan las virtudes humanas, y nos permite –posteriormente– relacionarnos con el otro de forma más clara, más intensamente; manejar –en definitiva– mejor las distancias, las cercanías y lejanías, sanas, voluntarias, conscientes… con el otro.

Observamos que el mundo entero, tal como lo hemos construido con nuestra cultura materialista, está diseñado para sacarnos de nuestra intimidad. Por otro lado, nos enseñan a temer el silencio. Vivimos en una sociedad de grandes mercados y de fabricación en cadena a los cuales lo que les interesa es que la gente tenga mentalidad de “masa”. ¡Sin intimidad es imposible “ser uno mismo”!

Como señalaron todos los grandes hombres de la humanidad, la clave de todo está dentro del propio ser humano. Dice el filósofo Jorge Á. Livraga que “un hombre nuevo y mejor es la posibilidad de un mundo nuevo y mejor”.

La clave del mejoramiento de nuestra capacidad de reflexión y de relacionarnos con los demás empieza por no temer ni a la soledad ni al silencio; en definitiva: a reconocer y emplear nuestra intimidad.

Esta es una muy vieja enseñanza. “Busca el silencio para ti” (Ani, escriba real del Imperio Antiguo. Egipto, 2500 a.C.).

La palabra intimidad proviene de la raíz latina “inti”, que significa ‘interior’, y de “mus”, que expone su carácter superlativo. Por ello, intimidad sería aquello que está muy adentro, lo que vive y se guarda muy dentro de uno mismo, aquel lugar donde ocurren los hechos esenciales de nuestra identidad, de nuestro “yo”.

En la propia intimidad están todas las claves del ser interior y de la existencia. La intimidad es una esfera invisible que engloba los propios pensamientos y sentimientos; esa es la clave: la intimidad contiene lo propio, y no lo de los otros.

Intimidad es lo contrario de alienación

Intimidad es, en cierto modo, todo lo que puede y debe permanecer fuera del alcance del otro, y por ello es lo opuesto a toda “alienación”.

Alienar o enajenar es “pasar a otro la propiedad o derecho sobre uno mismo, poniéndolo a uno fuera de sí, privándole del juicio propio”, es decir: permitir el avance del otro sobre nuestros propios territorios interiores. Pero quien ha identificado plenamente su propia intimidad, la resguarda y la vive adecuadamente, está a salvo de cualquier forma de alienación, de toda invasión.

¿Por qué es buena la intimidad?

La intimidad nos permite “conectarnos” con nosotros mismos: en ella moran nuestras más poderosas fuerzas, que vienen de nuestras verdaderas inspiraciones, que dan sentido y orden a las motivaciones. Es la morada y origen de todas nuestras virtudes y de nuestra identidad, y en ella mora nuestra alma inmortal. Allí y solo allí, en el centro de la soledad y del silencio, está nuestro “yo soy yo”, único, excepcional y poderoso, pero conectado con los “yos” de los demás a través del espíritu que atraviesa la vida una o universo.

La doble naturaleza de la intimidad

La intimidad tiene una doble estructura, pues proviene de dos mundos: uno es el de la naturaleza objetiva o mundo material y de sensaciones, y el otro es el mundo de los fines, arquetipos, o de nuestro espíritu, entendiendo estos dos mundos complementarios como lo manifestado y el origen de la manifestación, idea y sustancia que, sumados, dan origen a toda la vida.

* La intimidad que proviene de la Naturaleza es la que tenemos todos desde el nacimiento, de la cual nadie carece; no tenemos méritos personales al tenerla. Está en relación con lo que la psicología llama “temperamento”, los elementos heredados que traemos al nacer.

* La intimidad que proviene de nuestro ser espiritual es construida, o al menos, cultivada, y no todos la poseen; tan solo la poseen los que la han descubierto y han luchado por ella y, una vez conquistada, la conservan y la cultivan día a día. Es el “carácter” de la psicología: el trabajo personal que cada cual hace con su temperamento.

Pues sí, hay que construir nuestro mundo interior, y para ello es necesario empezar construyendo nuestra propia intimidad.

La intimidad natural, aquella que da cuenta de nuestro mundo psíquico común y cotidiano, existe desde el primer aliento de vida y se va a mundos más sutiles cuando expiramos, porque no se la pierde ni siquiera con la muerte, cuando el robot de carne se detiene.

La intimidad espiritual no aparece si no va de la mano de la recta razón y de la voluntad, es decir: debemos lograrla y dedicar nuestras fuerzas (conciencia y voluntad) a construirla.

Importancia de la introspección o autoobservación

La introspección (observación interna de los pensamientos, sentimientos o actos) conduce a la intimidad y, por otro lado, la introspección es posible tan solo en la intimidad. ¿Por qué es importante la introspección? Sencillamente porque aprender de uno mismo nos conduce al saber, es decir, a la sabiduría.

Aprender de lo externo a uno mismo, si no se han comprendido antes las propias claves que mueven nuestra personalidad –aquellas que nos permiten decodificar el entorno, la propia vida, el destino que nos ha tocado vivir, entendiendo la propia circunstancia como lo que es, es decir, un libro escrito para nosotros–, conduce tan solo a la erudición. Esa es la diferencia entre sabiduría y conocimiento.

* Saber es siempre saber de lo esencial, de lo íntimo de mí mismo y del mundo. El saber modifica mi comportamiento, porque es un “conocimiento práctico” que aplico a mi vida. Como señala la filósofa española Delia Steinberg, “sé lo que puedo hacer”.

* Conocer es siempre conocer las “cosas” del mundo. Es teórico: me indica cómo funcionan las cosas, pero no lo que son ni, lo que es más importante, hacia dónde se dirigen. Son datos, pero no hay mejoramiento en mi comportamiento, en mi vida diaria.

Lo fundamental es lo que vives, no lo que conoces. Dice al respecto el filósofo Jorge Livraga que “lo importante no es saber muchas cosas, sino vivir algunas”.

Si el individuo pierde su cohesión interna, pierde también fuerza la pareja; luego, la pierde la familia, después la sociedad y el Estado; todo se disolvería ante el más leve intento de relación, ante el más leve intento de cercanía. La necesidad-fuerza de convivencia social, si no está canalizada por el cultivo de la propia intimidad, se volverá alienante, maligna, invasiva, destructiva, ¡caprichosa!

La intimidad nos hace fuertes

Una pareja, una familia, una sociedad fuerte pueden únicamente construirse sobre personas fuertes, y fuerte, básicamente, es alguien que ha descubierto, construye y mantiene bien su propia intimidad.

El fuerte es una persona con determinación, y lo es porque tiene motivos para hacer las cosas; y esos motivos, los verdaderos motivos (motores) moran adentro, son parte de nuestro “ser interior”. Pero hay otros “motivos” que parecen vivir también allí, en la intimidad, pero es falso: “parece que viven” pero son solo impactos ocasionales, ¡pero muy seguidos, por lo que dan sensación de continuidad!: son las pasiones, deseos, ilusiones…, todos ellos, fruto del avance del otro sobre los propios terrenos, todos fruto de la satisfacción fantasmagórica de los deseos propios –y más frecuentemente, ajenos–, ya que una persona sin intimidad es fácilmente manipulable.

Si los grandes valores, las virtudes o poderes latentes moran siempre en lo más íntimo de nuestro ser, las pasiones y deseos siempre están en la superficie de nuestra esfera. Es el “yo soy yo” frente al “yo deseo esto o aquello”.

Así pues, nunca renuncies a tu propia intimidad. Ten siempre metas propias, y si no las tienes, búscalas dentro de ti; ten siempre energías propias; no pidas ni esperes que alguien te haga feliz; sé feliz porque en ti está la felicidad, porque eres un ser único, exclusivo y poderoso, y porque es tu deber serlo, no solo por ti, también por los demás, ¡sé feliz por ti mismo! La verdadera felicidad viene de tener las ideas correctas para las acciones y es completamente independiente del fruto de las acciones; la verdadera felicidad viene del tenerse o poseerse a sí mismo, viene desde la intimidad.

El primer paso y el más importante es aprender a diferenciar el espacio interior del espacio exterior de la esfera de nuestro mundo personal. Diferenciar entre nuestra intimidad y nuestra vida social.

¿Cómo podemos hacerlo? Platón decía que el mejor de los guardianes (de nuestra intimidad y la de los otros) es la razón asociada a la armonía.

Nuestro mundo exterior lo construimos desde el mundo interior, y no al contrario: son las sensaciones que nos llegan desde afuera las que traducimos, o no, en experiencias en nuestro interior; y dichas experiencias, mejores o peores, son las que emplearemos en nuestras relaciones sociales.

La intimidad es un espacio que exige respeto propio y ajeno, y jamás debemos renunciar a ello; debemos marcar, delimitar, separar muy bien los espacios interiores de los espacios exteriores, objetiva y subjetivamente; de no hacerlo, perderemos, entre otras cosas, la capacidad de interacción con el otro. No hay virtud en el ser humano que no respeta su propia intimidad ni la de los demás.

La intimidad surge cuando aparece la noción de unidad

Siguiendo al filósofo Plotino (s. III), para llegar al conocimiento de uno mismo hay que empezar por lo que él llama “organización”, sacar nuestras ideas más nobles y llevarlas a la vida diaria organizándola, es decir, poniendo en ella belleza, bondad, verdad y armonía (que en lo colectivo se expresan como arte, religión, ciencia y política, los pilares de la civilización); y hay que trabajar con estos cuatro elementos a la vez para que haya una unidad, base de nuestra identidad. Una vez lograda esa unidad básica, vendría el segundo paso, lo que Plotino llama “contemplación”, o la perfecta posesión de uno mismo, que no es un estado pasivo, sino de total concentración de ideas y de esfuerzos en el yo unificado, nuestro yo espiritual, el cual está unido al Yo de todo lo existente.

Las personas que no viven adecuadamente su intimidad piensan, sienten, dicen y hacen cosas contradictorias, pero las que han descubierto y construido su propia intimidad piensan, sienten, dicen y hacen cosas coherentes. Dicha identidad es fruto de la perfecta armonía interior: cuando la Idea-Unidad se afirma en nuestra intimidad, la persona se unifica.

* Los atributos de una intimidad cultivada y fortalecida:

– Equilibrio entre la “vida interna” y la “vida externa”.

– Equilibrio entre pensamiento y palabra, sentimiento y acto.

– Perfecta armonía interior.

– Buen razonamiento, discernimiento.

– Determinación.

* ¿Cómo se construye y se mantiene la propia intimidad?

– Mediante lecturas muy selectas, pocas y muy reflexionadas, sobre todo de los clásicos.

– Por la concentración y la meditación.

– Escuchando música armónica y melódica, y si es cantada, que sus letras no elogien lo bajo ni lo grotesco.

– Cultivo de las conversaciones, evitando las críticas y las groserías.

– Por la admiración y el cultivo de la belleza, rechazando las chapuzas, lo feo y grotesco.

– Cultivar el amor y el respeto hacia todos los seres, empezando por uno mismo.

– Practicar la bondad.

– Observar la naturaleza y las cosas que suceden en nuestro mundo, extrayendo alguna enseñanza. No ser superficiales.

– Búsqueda y respeto a la verdad. No caer en la injusticia ni permitirla, en la medida de nuestras posibilidades.

– En una palabra: ser filósofo.

* Ser filósofo.

Filosofía es la práctica de las virtudes. ¿Y por qué “virtudes”? Vir significa ‘fuego’, que en la naturaleza es el fuego dador de vida, pero en nosotros es el fuego interior, y sin intimidad, se extingue. Vir también equivale a Sophos (saber), es la luz que nos permite “ver” las cosas, la vida, las personas y el mundo; verlas como son en realidad, en su esencia. Todo ser humano es siempre un filósofo, y cuando reconoce y cultiva esa condición, transita la vida como un individuo íntegro, logrando un desarrollo global de su naturaleza íntima.