La alquimia

Autor: Antonia Cotignola

publicado el 13-12-2020

Por las fuentes históricas de que disponemos, sabemos que la alquimia se practicó intensamente en Europa entre los siglos XIII y XVII. Sin embargo, la variedad de las fuentes y el lenguaje simbólico-mítico de las mismas dificultan el análisis de la alquimia occidental como fenómeno histórico. Por lo general, los textos antiguos hacen referencia a Egipto como patria del “arte regio”. La tradición helenística y posterior alude al dios Thot (Hermes Trimegisto en la tradición alquímica medieval), quien habría enseñado esta magna ciencia a los hombres de un pasado mítico.

Comprender lo que era la alquimia en Egipto resulta difícil, pues los egipcios no revelaban a los profanos los Misterios enseñados en los templos. En la época tardía, en la que el fin de Egipto era evidente, los sacerdotes parecen haber destruido deliberadamente todo tipo de conocimiento operativo de magia práctica, en la cual incluían la alquimia como una de sus ramas. Los vestigios de la alquimia egipcia original se hallan, probablemente, dispersos en fragmentos de viejos mitos (como el mito de Osiris, en el cual el dios es encerrado en un sarcófago sellado con plomo por su hermano Seth), o en el enigmático lenguaje simbólico de colores de las pinturas murales preservadas en los recintos funerarios.

AlquimistasEn Grecia, los pitagóricos y Platón recopilaron el viejo sistema de “correspondencias” entre los principios universales (Números) y los diferentes planos de la Naturaleza. Los alquimistas medievales consideraron El Timeo de Platón como uno de los principales textos alquímicos, y utilizaron extensamente los dioses griegos en las representaciones simbólicas de “La Gran Obra”.

En la época helenística aparece el llamado Corpus Hermeticum, atribuido al dios Thot, que incluye conocidos textos como el Pymander, Asclepios y la Tabla Esmeraldina.

Con la caída del Imperio romano, la tradición alquímica toma refugio en el cercano Oriente. Los árabes traducen numerosos tratados filosóficos y científicos griegos, incluyendo algunos que versaban sobre alquimia.

El alquimista árabe más conocido fue Jabir Ibn Hayyan (721-815 d.C.), quien fundó una escuela a la cual se atribuyen cientos de tratados sobre alquimia. El nombre de Jabir llegó a ser tan respetado que, por ejemplo, un famoso alquimista italiano del siglo XIII utilizó el nombre “Geber”, una forma latina de Jabir, como seudónimo. Geber fue el autor de la Summa Perfectionis, un texto alquímico altamente respetado.

Cuando el Occidente europeo recomenzó sus contactos comerciales con el cercano Oriente, los textos alquímicos comenzaron a circular nuevamente en Occidente. No solo Bizancio y tal vez incluso Sicilia, sino también la España árabe, sirvieron de puerta de acceso a las viejas tradiciones, que permitieron nuevamente a la sangre del conocimiento circular por las arterias del viejo continente, dormido en su Edad Media. Otras tradiciones indican que cuando Oriente restableció rutas comerciales con Occidente en la Baja Edad Media, los europeos tuvieron acceso a fuentes de sabiduría en China, donde la alquimia había sido practicada durante milenios y preservada por una rama de lo que históricamente conocemos como taoísmo.

La tabla esmeraldina

Según Helena Blavatsky, el único texto original entre los llamados “textos herméticos” fue la célebre Tabla Esmeraldina, atribuida a Hermes Trimegisto. Resulta difícil atribuir este tratado a un autor o periodo específico, debido a que solo poseemos traducciones latinas y árabes del mismo, y las únicas referencias que tenemos concernientes a Hermes Trimegisto son viejas leyendas, la mayor parte de carácter simbólico. En un artículo titulado “La alquimia en el siglo XIX”, Blavatsky explica la dificultad de querer atribuir este tratado a un solo autor:

“¿No nos dice Avicena que la Tabla Esmeraldina, el tratado alquímico más antiguo, fue encontrado sobre el cuerpo de Hermes, enterrado desde hace siglos en Hebron, por Sarah, esposa de Abraham? Pero ‘Hermes’ nunca fue el nombre de un hombre, sino un título genérico, de modo análogo al uso del término ‘neoplatónico’ en tiempos antiguos, o ‘teósofo’ hoy en día. ¿Qué es lo que realmente se sabe sobre Hermes Trimegisto, el tres veces grande? Menos de lo que sabemos sobre Abraham, su esposa Sarah y su concubina Agar, que san Pablo declara ser una alegoría. En tiempos de Platón, Hermes fue identificado con el ‘Thot’ de los egipcios. Sin embargo, la palabra ‘thot’ no solo quiere decir ‘inteligencia’, sino también una asamblea o una escuela”.

En realidad, Thot-Hermes es simplemente la personificación de una Voz (o enseñanza sagrada) de la casta sacerdotal en Egipto; la voz del gran hierofante. Y si este es el caso, ¿podemos decir en qué época prehistórica comenzó a florecer esta jerarquía de Padres Iniciados en la tierra de Chemi?

Blavatsky también menciona que Diocleciano mandó destruir en Egipto todos los “libros que trataban de la fabricación del oro” y que, desde el acto de vandalismo cometido por este emperador, la llave de los sacerdotes de Thot-Hermes quedó profundamente enterrada en las criptas iniciáticas del antiguo Oriente. Al haberse perdido la tradición alquímica original en Occidente, Europa necesitó beber de las fuentes de Oriente. Siguiendo a Blavatsky, todo lo concerniente a alquimia en Europa, hasta el siglo XIX, ha debido ser importado de China, siendo luego transformado en “escritura hermética”.

En casi todos los textos alquímicos encontramos al menos dos claves posibles de interpretación de los símbolos y alegorías. La primera se refiere a la transmutación de los metales, de un estado inferior, caótico, a otro más estable y noble. La segunda clave se refiere a la transmutación de elementos “caóticos” o animales en el ser humano en otros más elevados. El predominio de los elementos nobles sobre los instintivos transmutaría al individuo en un “hombre de oro” (véase Platón, en La República, al referirse a la leyenda de los metales).

Todos los tratados alquímicos, sean expresados en forma literaria o gráfica, utilizan símbolos y alegorías. Por ello, como en todo sistema simbólico, existirán diferentes claves de interpretación para facilitar el entendimiento en distintos niveles. Para los neófitos la simple determinación de las fuentes correctas será una ardua tarea. Según Helena Blavatsky, “como existen más escritos falsos que verdaderos en Europa, el mismo Hermes se hallaría perdido”.

La obra alquímica

El alquimista realiza su obra por medio de tres agentes: el “Lapis philosophorum” (piedra filosofal), el “Alkahest” o disolvente universal, y el “Elixir vital” (elixir de vida).

El elixir de vida renueva el cuerpo físico y prolonga la vida humana. Blavatsky distingue el pequeño del gran elixir. El que se utiliza en el plano físico tiene que ver con la transmutación de los metales y la restauración de la juventud. El “Gran Elixir”, de carácter simbólico, otorga el más grande don: inmortalidad consciente en el espíritu, Nirvana a través de todos los ciclos, precedente al Paranirvana, o la unión absoluta con la Única Esencia.

El Alkahest permitía disolver todas las cosas, para remover toda impureza. Era el agente implícito en el aforismo alquímico “solve et coaga”. En un sentido místico, era el Ser Supremo, la unión que quita todas las impurezas y restablece los elementos a su esencia original.

La piedra filosofal permitía la transmutación de los metales impuros en oro. “Místicamente, sin embargo, la piedra filosofal simboliza la transmutación de la naturaleza inferior del hombre en lo más alto y divino” (Glosario Teosófico, Blavatsky).

Según Stanislas Klossowski de Rola, “la búsqueda de la materia primordial debe ser el primer trabajo del discípulo” (Alchemy: The Secret Art). La sustancia primordial es materia en un estado no diferenciado: “Prakriti” en sánscrito. No es materia en un estado caótico, como el plomo o la mayoría de los materiales que nos rodean. La materia primordial es informe, pero puede asumir cualquier forma que se le dé.

Los cuatro elementos proceden de la materia primordial, por medio de su primera diferenciación, el éter, que llena todo el espacio. Los siete metales y toda forma de materia en el mundo corpóreo proceden de los cuatro elementos.

El concepto alquímico de los cuatro elementos puede ser relacionado con el concepto hindú de la escuela Sankhya de “bhutas” y “tanmatras”, donde cada elemento del mundo material tiene su complemento en el mundo cognoscitivo del sujeto.

Los cuatro elementos se representan a través de numerosos símbolos típicos en los textos o imágenes alquímicos. Titus Burckhardt explica que “según la tradición hermética, el orden natural de los elementos se representa por una cruz cuyo punto central corresponde a la quintaesencia, o por círculos concéntricos, en cuyo caso la Tierra es el punto medio, y el Fuego el círculo más externo. También se puede representar por los elementos constitutivos del “Sello de Salomón”, que se representa por la intersección de dos triángulos equiláteros. El triángulo con el vértice hacia arriba corresponde al Fuego y el triángulo con el vértice hacia abajo, al Agua. El triángulo representando al Fuego, junto al lado horizontal del otro triángulo, representa el elemento Aire, mientras que el mismo símbolo, girado y mirando hacia abajo, simboliza el elemento Tierra. El sello completo de Salomón simboliza la síntesis de todos los elementos y, por ello, la unión de todos los opuestos” (Alchemy, 66-69).

En el esquema cosmológico, los metales proceden de los cuatro elementos. Existen siete metales o planetas “terrestres”, como se suelen llamar, debido al hecho de que cada uno representa una cristalización corpórea de la energía emanada de los siete planetas astrológicos. Los metales “nacen” por medio de un proceso evolutivo, “madurando” cada uno de ellos en el seno de la Tierra, bajo la influencia de su planeta correspondiente. Sus signos son los mismos que los signos de los planetas: el oro corresponde al Sol, la plata a la Luna, el mercurio al planeta Mercurio, el cobre a Venus, el hierro a Marte, el estaño a Júpiter y el plomo a Saturno.

El proceso de transmutación de los elementos se da en sucesivas etapas, de las cuales se mencionan tres, siete, doce, y aun veintiuna, en los textos alquímicos. La obra comienza, como ya se ha mencionado, con la preparación de la materia prima, o la preparación del mercurio con el azufre y la sal, como se halla representada a veces en el “atanor” (la vasija-horno en la cual se prepara el elixir). Así como el oro y la plata representan la cristalización estática del Sol y la Luna, el azufre y el mercurio son las manifestaciones activas o dinámicas de las dos fuerzas opuestas.

Platón nos enseñó que existen hombres de oro, plata, bronce y hierro. También se refirió a la posibilidad de aleaciones o mezclas de metales en las almas, y a la transmutación a través de un proceso iniciático-pedagógico. En él estriba la importancia de esta vieja magna ciencia.

 

Bibliografía

H. P. Blavatsky. Collected Writings. Vol. 11: Alchemy in the Nineteenth Century. Wheaton, I, 11. The Theosophical Publishing House, 1973.

Titus Burckhardt. Alchemy Baltimore. Penguin Books, Inc., 1971.

Stanislas Klossowski De Rola. Alchemy: The Secret Art. New York. Avon Books, 1973.

Platón. The Republic. Trans. Francis MacDonald Cornford. New York. Oxford University Press, 1941.

 

ANTONIA COTIGNOLA DE PAOLA

Créditos de las imágenes: Archaeodontosaurus

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Un comentario

  1. Javier Acuña D. dice:

    Excelente trabajo de Coty. Breve pero muy acertado en el tema Alquímico, destacando los elementos fundamentales del proceso.
    Solo puedo aportar al respecto, que los tratadistas también mencionan que el Alkahest o Disolvente Universal, es capaz de derruir las capas o miasmas envolventes que aprisionan al hombre y la mujer que cayeron al abismo del Caos. Desde esa sima y ayudado por esa “Agua Celeste” o “Rocío Cocido” (como le llaman también al Alkahest, debe el ser humano hacer el camino de regreso al Origen.
    Un abrazo para ella, desde Chile, con mis mejores recuerdos.
    Javier Acuña

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