Forzoso es reconocer que resulta una osadía tratar de hablar sobre lugares mágicos en España, ya que desde Barcelona a Cádiz, de Finisterre a Gata, apenas quedan unos palmos que no puedan ser considerados mágicos. La osadía es aún más patente al hablar sobre el tema en Andalucía, donde la magia empieza en el aire, el ambiente, ese «no se qué» que embalsama el corazón.

Tal vez sean de utilidad unas consideraciones previas que ajusten el tema, de por sí tan amplio que requeriría un extensísimo tratado y un más cualificado tratadista.

La primera consideración es que España, y concretamente el triángulo Sevilla-Cádiz-Huelva, es el punto de confluencia de la mayoría de las corrientes telúricas que circulan por Europa. Como las corrientes son expansivas, cuando emergen a una altura perceptible sensorialmente van determinando puntos que se pueden considerar mágicos per se. Curiosamente, y en contra de la opinión que solemos tener de nosotros mismos, estos lugares siempre los encontramos ya descubiertos en tiempos pretéritos por otros hombres de cuya cultura y formación nos formulamos serias du-das. Cuántos templos, ermitas, santuarios se erigen sobre sitios aparentemente inocuos y, con motivo de unas obras, resultan estar so-bre asentamientos anteriores de cementerios, cuevas o lugares de culto de civilizaciones milenarias.

Como ejemplo, el aún por construir parque de Miraflores en Sevilla está so-bre una alque-ría árabe, que a su vez se asentó sobre un emplazamiento romano, que a su vez se instaló sobre un habitáculo posiblemente ibérico, y las puntas de flecha y otros objetos hallados en estratos inferiores revelan que desde tiempos prehistóricos tales lugares gozaban de la predilección de aquellos habitantes. Y los actuales pobladores recuerdan que en las avenidas de los ríos que circundan Sevilla se anegaban todas las zonas de los alrededores excepto los puntos donde aparecen tales restos arqueo-lógicos, siempre sobre cotas salvas de inclemencias. No eran tan tontos los primitivos. Además tales cotas responden no sólo a una inclinación utilitaria sino a una necesidad de comunicar y conectar con las co-rrientes mencionadas, ya que las mismas pueden ser positivas o ne-gativas para el ser hu-mano que con su in-dustria y observación las reconduce para mejorar su hábitat. ¿Qué es un menhir, sino una pétrea aguja de acupuntura que alivie la tensión o recargue la energía del punto donde se enclava? Más importante aún: ¿cómo sabían aquellos incultos y salvajes antepasados nuestros el punto exacto donde aplicar tal terapia?

La segunda consideración tiende más a formular una cuestión que sirva de hilo conductor por si surge una divergencia o aparente contradicción al tratar algún tema en concreto. La cuestión es: los lugares mágicos per se siempre se muestran a un observador medianamente atento. Esto los diferencia netamente de aquellos otros lugares (muchos, por desgracia) que se pretenden mágicos, y que sólo responden a la inventiva de algún grupo de presión, movido por intereses muchas veces (casi todas) inconfesables. Como quiera que siempre se deriva en algún hecho religioso, la manipulación está servida, jugando tanto con lo divino como con lo humano ciertos personajes de dudosos escrúpulos. Personalmente esta situación me plantea una seria duda, ya que aún no he logrado aclarar si revela hasta qué grado puede calibrar un traficante de angustias su influencia o hasta qué punto puede bajar la estupidez humana, siempre dispuesta a asumir lo que le pongan por delante, con tal de eludir su responsabilidad como persona, frente a sí misma.

En el fondo, el hombre sigue asombrándose aún ante una tormenta, un volcán, un terremoto y ante todo aquello que amenace la seguridad de su «corralito», en el que pretende estar seguro y a salvo de las «furias de la Naturaleza», que por supuesto se desatan para atormentarle e infligirle los más severos castigos. ¡Qué importante es el ser humano, que tiene todo un Universo creado sólo para fastidiarle! De ahí deriva el hecho (más propio de un estudio de antropología social que de unos comentarios sobre lugares mágicos) de la búsqueda incansable de mediadores frente a todos los males, lo que ha conformado una lista de «especialistas clínicos celestiales»que serían la envidia de cualquier hospital que quisiera contar con semejante cuadro de facultativos.

Hay un curiosísimo librito, editado en Madrid hacia 1892, escrito por el presbítero Pedro de la Torre y del Pozo, titulado La Medicina del Cielo o La salud para los enfermos y remedio en las necesidades espirituales y temporales, en el que se recogen todos y cada uno de tales remedios. Por supuesto que la citada obra tiene todas las bendiciones eclesiásticas, todas las recomendaciones de la censura y el fabuloso nihil obstat, que le certifica su «veracidad». Aunque sólo sea a modo anecdótico, no resisto la tentación de recoger algunas «especialidades» que por ser de uso popular han dado ocasión a la creación de «lugares mágicos». Por ejemplo, la visión no tiene problemas recurriendo a Santa Lucía (iglesia de Santa Catalina), la garganta será fluída con la intercesión de San Blas (convento de Santa Inés), los traumatismos óseos son bien tratados por San Serapio, excepto los dientes, que se acogen especialmente a Santa Apolonia, y los pechos se deben poner bajo la protección de Santa Águeda (con permiso del novio, supongo), y si se tiene la precaución de encender una vela especialmente bendecida al efecto, los partos pueden prescindir de la oxitoxina, perfectamente sustituída por San Ramón Nonnato. El cáncer se extiende porque no se recurre a tiempo a Santa Aldegundis. La inflamación del bazo (explenitis) la curará San Palemón, pero sólo el bazo, ya que el hígado está confiado a Santa Engracia. La tripa suelta, si llega a la disentería, tendrá el perfecto astrigente en San Bernardino de Siena (¿será por el color?) El ácido úrico traidor tiene sus días contados pues nada puede contra San Gregorio, abogado de los gotosos.

¿Y las enfermedades vergonzosas (no nominentur, según el Padre Torre) producto de la vida licenciosa? Como Dios tiene infinita paciencia y misericordia con el pecador, ¡pues las protege el Santo Job! Y no nos encerremos en los problemas somáticos. Si la niña debe casarse, no hay feúcha que no coloque San Antonio, y si hay que desplazarse, no hay problema por lejos que sea, que San Cristóbal realiza a la perfección la operación salida y retorno, independientemente de las condiciones atmosféricas, ya que si truena Santa Bárbara ayudará. Si el desplazamiento no es sólo para la boda de la niña y se quiere hacer algún negocio entretanto, San Nicolás lo llevará a buen término. No nos preocupemos de las urgencias, ya que para casos de emergencia San Expedito no tiene precio. Y si el asunto es imposible, no uno sino dos abogados hay: Santa Rita, con el defecto de que da una alegría pero se cobra una pena, y San Judas Tadeo. Este último es tan eficaz y seguro que hasta se anuncia en los medios de comunicación.

¿Dónde están los problemas? No te preocupes de lo que ocurra tras el tránsito de este mundo al otro, que también hay compañías de seguros para ese viaje sin retorno: algo tan sencillo como llevar el Santo Escapulario, o prevenir lo irremediable molestándose un poco durante los nueve primeros viernes de mes. Si los males son generales, se organiza una rogativa y punto. Si a pesar de todo no es eficaz el remedio, pues se castiga al santo desobediente bien bajándolo a un pozo, volviéndolo de cara a la pared o cerrando su hornacina. Si, como es más probable, la gracia se obtiene, pues se ofrece un exvoto, que además de patentizar el agradecimiento, nos están llenando España de auténticos museos de arte popular, lo cual no es mala cosa. Y si queremos una prueba de ello remitámonos a Briviesca, en Burgos, a la Iglesia de Santa Casilda, tal vez el más claro ejemplo de lo dicho. Y no se puede argüir que los exvotos cuestan dinero y la crisis no perdona, pues por un poco de perejil, no faltará ni salud ni trabajo de la mano de San Pancracio. Los restos que pudieran caer al suelo de una ofrenda tan pobre se pueden recoger barriéndolos con una de las escobitas de San Martín de Porres, que aun siendo negro hace milagros.

No quiero pasar por alto un tema de importancia capital: la reliquia. Y considero que tiene importancia, pues hasta catedrales se han levantado para albergar tales objetos y presentarlos a la devoción popular de forma digna. Para no divagar demasiado, en la Docta Casa tenemos una magnífica obra de orfebrería que reproduce el sepulcro de los Reyes Magos, y de todos es sabido que la maravillosa Catedral de Colonia se erigió para ofrecer al mundo un monumento de veneración digno de los cadáveres «auténticos» que le fueron entregados en custodia a la bella ciudad alemana. Personalmente, y por la institución en la que me desenvuelvo, el Ateneo, confieso públicamente mi creencia a pies juntillas en el espíritu que animó a los Tres Monarcas, y seguiré luchando por ser un instrumento eficaz para que la ilusión y la alegría lleguen a todos los niños del mundo, incluidos los que ya viven la tercera infancia, siquiera una vez al año. La Catedral de Colonia es arte puro, el juguete es vida pura. Perdónenme la rudeza, pero me quedo con el juguete.

Y como el apartado de las reliquias puede herir ciertas sensibilidades, es preferible pasar de puntillas sobre él o como mucho preguntándonos cuántos carros harían falta para transportar todos los Lignum Crucis esparcidos por nuestra geografía, entre iglesias y conventos, o espinas de la corona del Maestro de Nazareth. O bien qué espacio sería preciso para otorgar el ganado descanso a tantísimos trozos de huesos, muelas, corazones, etc., etc. como se veneran en todas partes. Y finalmente, cuánto desnudo aliviarían los centenares de metros de telas de hábitos usados o prendas tocadas aquí y allá por la imagen de este o aquel santo. Gloria Fuertes tiene unos sabrosísimos versos referidos al mundo de las reliquias (y su comercio) en su poema El Guía de la Abadía, que con su permiso les reproduzco:

Seguramente ya me habréis acusado varias veces de irreverente, iconoclasta y ateo. Pido disculpas por haber dado esa impresión, pero me sigue pareciendo más irreverente utilizar símbolos venerables y memorias respetables en tonterías supersticiosas que asumir la enseñanza que tales personajes puedan aportarnos para desarrollar nuestras responsabilidades. Tal vez en el fondo de mi corazón haya un oculto sentimiento de venganza por la cantidad de veces que me han dicho cosas peores por hablar del centro de Venus (garganta), centro de Marte (cabeza) o región de Júpiter (plexo solar). Sigo prefiriendo los símbolos de la subconsciencia que intermediarios impuestos a la fuerza con amenazas y condenaciones eternas por parte de un Dios concebible (y por tanto no eterno) y cuyo único objetivo es destruirme por mi mal comportamiento. Lo siento, pero mi Dios es mucho más benéfico, incluso más «humano», y además no es concebible. Me va tan bien con él que no renuncio a su presencia.

Así pues, y previstas las directrices del tema, debemos plantearnos directamente qué o cómo son los lugares mágicos despojándolos, en lo posible, de lo que tienen sobre sí de tradición popular, folclore, superstición y, por qué no, de superchería en muchos casos. Hemos dejado sentado que el lugar mágico per se generalmente ya ha sido descubierto y sobre él se ha establecido un hecho de índole religiosa, y que las sucesivas corrientes humanas la han absorbido, asimilándolo al tipo de creencia al uso. Como ejemplo, todas las fiestas agrícolas romanas han sido cristianizadas. Las hogueras de San Juan son el trasunto cristiano de la celebración de los cambios estacionales, las Vírgenes Negras (iconos representativos de la Madre Naturaleza) tienen advocaciones cristianas, las procesiones ya tuvieron su antecedente «pagano» en los paseos triunfales de los dioses y diosas regentes de los hechos político-guerreros. Y las romerías tienen bastante que ver con las cosechas y los cultos dionisíacos, que ayer fueron lugares acotados y hoy se han convertido en ermitas, con la correspondiente sustitución del «patrono». Aquí se da perfecto cumplimiento al aforismo que dice: «Si no puedes vencerle alíate con él». ¿Quién no reconoce que la marisma y delta del Guadalquivir es un santuario telúrico, y que la romería de la rocina es una continuación de los cultos dedicados a Astarté, Diosa lunar de la belleza, la fertilidad y el amor, de origen fenicio y que después será Isthar y/o Afrodita? Virgen que se aparece a un pastor y que fue ocultada para preservarla de la devastación de la morisma; mula que cae fulminada en el sitio exacto en que la Virgen de turno exige la erección de una capilla; sacerdote incrédulo que tiene dificultades hasta que acepta «el hecho». En fin, que los lugares mágicos han de adaptarse por fuerza a la nueva corriente religiosa, a petición de un pueblo que no quiere perder sus prodigios, ya que muchas veces es el único privilegio gratuito que poseen. Y las autoridades del momento, naturalmente, han de acceder a la petición de los administrados por aquello del voto y la sumisión. La eterna lucha entre la fe popular y la fe oficial, alentada por los corifeos de la cosa pública que no renuncian jamás a las migajas de poder que les pueda proporcionar el poseer el misterio.

Los lugares que por acumulación se han pretendido convertir en mágicos también se detectan solos, ya que teniendo origen falso, caen por su propio peso y el tiempo es implacable con ellos. Duran lo que duran sus creadores, o terminan una vez conseguido el objetivo que los originó, que no siempre es confesable. Ahí tendríamos que meter todo el cúmulo de lugares de apariciones surgidos a raíz del declive político del régimen anterior del General Franco y que, ante el supuesto abandono de la Iglesia Católica, decidió por su cuenta crear centros de religiosidad integrista, con los que amedrentar y mantener viva la llama de la condenación eterna a quienes no comulgaban ya con ciertas premisas trasnochadas. En ese cajón de sastre hay que incluir el Palmar de Troya, Garabandal, El Mimbral, El Tardón, Benalup, Umbe, etc. En todos hay una característica común: se sirven milagros a la carta, según las exigencias de los comensales del momento. El final es siempre el mismo: dinero, sexo, protagonismo y sobre todo opresión. Aquí es donde tienen su verdadero coto cerrado los corifeos ya mencionados. Y lo peor de todo es que se creen alguien, sólo porque unos crédulos ignorantes no quieren molestarse en ver y se conforman sólo con mirar. En este terreno no hay quien tire de la manta porque realmente no hay ni manta de la que tirar.

En los números siguientes haremos un repaso por las provincias de Andalucía y nos ampararemos en el socorrido recurso del orden alfabético para que nadie pueda darse por ofendido, suponiendo unas preferencias que no existen. Trataremos de repasar los lugares mágicos, haciendo salvedad de los que entendemos que lo son per se y los montajes absurdos que hay en nuestra bendita tierra (como en todas partes), incluso si se trata de fenómenos parapsicológicos estrictos o simplemente fenómenos extraños sin mas fundamento que el no poder explicarlos por lógica ordinaria.