Cuando hablar de virtudes ha dejado de ser anacrónico para convertirse en una realidad y una necesidad que va ganando cada vez más voluntades de hombres y mujeres, queremos dedicar unas palabras especiales al valor. Es cierto que, en general, el valor escasea y, en todo caso, se ve peligrosamente suplantado por la agresividad, la fantochada, el cinismo y el insulto, todo ello amparado por el número –la pandilla, la sociedad, lo que se lleva, lo que dicta la moda– y por la propia inseguridad que ostentan los débiles y tímidos, que también carecen de valor.
Falta el valor personal e individual, ese que nace en lo profundo del ser humano y se expresa con la máxima serenidad.
Falta el valor de las convicciones arraigadas en el alma, que confieren seguridad en uno mismo, sin que por ello falte el respeto hacia los demás. El hombre valeroso no se apoya en las debilidades ajenas ni en el beneplácito de las mayorías; en todo caso, su propia conciencia es para él la mayoría, y busca –con esa fuerza– ayudar a los que lo necesitan.
Y, sobre todo, falta el más señalado de los valores, que es el enfrentarse a sí mismo para conocerse mejor, para distinguir virtudes y defectos, potenciar las unas y extirpar los otros. Falta el valor de estar a solas consigo mismo, de echar abajo las falsas máscaras y de aceptarse tal y como se es para, a partir de allí, elaborar un sistema de vida, una acción positiva que conduzca a lo que cada uno sueña de bueno para sí y para el mundo.
Con este criterio, el valor resulta ser una cualidad esencial del filósofo, del buscador de la sabiduría, del que necesita de esa especial potencia espiritual para abrir caminos por dentro y por fuera. ¿Cómo lanzarse a descubrir el mundo y sus leyes sin valor? ¿Cómo superar las pruebas que nos depara la existencia sin valor? ¿Cómo conquistarse a sí mismo sin valor? Así, el filósofo aplica el valor consigo mismo, y cuando consigue transformarlo en una virtud bien asentada, lo demuestra en cuantas circunstancias le presente la vida, ya sean individuales o en relación con los demás seres humanos.
Este es el reto que lanzamos a través de la filosofía natural, la del hombre de siempre, la del hombre de hoy: desarrollar el valor de ser y de saber. Sólo para valientes.
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Profundizar en nuestro Ser con el único objetivo de confesar sinceramente nuestras fortalezas y debilidades es un acto de elevada conciencia y especialmente y como bien dices, aceptar, aceptarnos con nuestros defectos y virtudes para partiendo de allí mejorar como personas -evolucionar-. Actuar en este mundo como verdaderamente somos –desnudos, sin máscaras- es un acto de valentía y valor espiritual, nada fácil y que requiere evolución y fortaleza espiritual. Vivimos en un eterno carnaval, cambiándonos de careta según el son que nos tocan.