Índice

Introducción

A medida que la ciencia avanza en sus descubrimientos o redescubrimientos, se hace más notable el papel del cerebro en sus relaciones con las facultades mentales y con ese tiempo-espacio llamado conciencia, que sigue siendo un maravilloso enigma a descifrar.

En primer lugar, queremos destacar las diferencias que vamos a establecer en este trabajo entre estos tres conceptos, cerebro, mente y conciencia, aunque habitualmente, y por desconocimiento o comodidad, se suelen emplear como sinónimos.

El cerebro es el soporte físico a través del cual se objetivan las funciones de la mente, y se expresan, según los casos, diferentes grados y profundidades de conciencia.

La mente es la capacidad de pensar, razonar, ordenar ideas, crear relaciones entre ellas, concebir cosas, ver con y más allá de los sentimientos.

La conciencia es el amplio campo de acción en el que se mueve la mente, aunque también intervienen las impresiones y percepciones físicas, las emociones, las intuiciones, el mundo de la imaginación y las experiencias metafísicas. Es todo un universo que se apoya en la materia, pero se amplía hasta planos inconcebibles.

Los tres conceptos van unidos tanto como lo está la materia a la idea y al espíritu, o en otras palabras, la materia a la energía y al alma, relacionándose en diferentes grados de sutileza y amplitud de acción.

Aproximación al cerebro

El cerebro es el órgano más complejo del cuerpo humano. Tiene unos treinta billones de células llamadas «neuronas», y cada neurona es como una computadora en miniatura, aunque mucho más perfecta que cualquiera de las que conocemos en la actualidad.

Considerando la cantidad de conexiones que se produce entre las neuronas, obtendríamos, en capacidad, todos los textos contenidos de todas las bibliotecas que hay actualmente en el mundo.

La capacidad de cómputo del cerebro, tomando la sinapsis como un código binario de información, sería del orden de los 100 millones de megabits.

El cerebro se convierte en el receptáculo de la mente, entendiendo que la mente puede percibir tanto el cuerpo al que pertenece como el mundo circundante en el que se manifiesta.

Sin embargo, y pese a su gran capacidad, el cerebro es nada más que un órgano material, perfecto en su estructura y función, pero reducido en comparación a otros aspectos del hombre, se llamen como se prefiera: energía o alma, porque ningún científico puede dejar de reconocer que el solo funcionamiento de las neuronas es insuficiente para explicar las posibilidades de expansión que tiene el ser humano.

Como dijera alguien:

… ¡Gracias, Señor, por mi cerebro!… Entre todos los científicos del mundo no han podido hacer ni siquiera uno de mis cabellos…

Algo sobre la mente

Es curioso encontrarnos habitualmente con definiciones tales como que la mente es la potencia intelectual del alma.

De este modo, el potencial intelectual se relaciona más con el alma que con el cerebro.

No se trata, pues, de buscar una mayor cantidad de circunvalaciones ni de centros cerebrales, sino una mayor amplitud en el alma.

También se relaciona la mente con otras facultades superiores, como el propósito y la voluntad. Así entendido, si dependiera del órgano cerebral, todos los seres humanos tendríamos la misma claridad de propósitos y la misma voluntad para realizarlos. Pero, sin embargo, no es así.

Cuando la mente se une a la voluntad, supera su apoyo físico cerebral, y se eleva hacia mayores opciones en múltiples ámbitos.

Mente es también conocimiento, y sobre todo, capacidad de conocimiento. Es lo que la ciencia actual investiga en el terreno del aprendizaje.

En el cerebro están las bases, pero es la mente la que abre puertas hacia los conocimientos, y un paso más adelante, haciendo uso de la inteligencia, convierte los conocimientos en sabiduría, en experiencia vital.

Aproximación a la conciencia

Mucho más extensa que la mente, se dice que la conciencia es una propiedad del espíritu humano.

Es la que permite un conocimiento reflexivo de nosotros mismos, de nuestras aptitudes y posibilidades. Descubre cambios interiores y descubre el mundo exterior dándole cabida en la propia e íntima subjetividad.

Si la mente es una potencia del alma, la conciencia es el alma misma, a falta de mejores términos para explicar la semejanza que hay entre el ser humano y el universo. La conciencia hace que el hombre sea y se sienta parte del universo.

Relaciones entre cerebro, mente y conciencia

Hay un sinfín de relaciones importantes a señalar porque estamos ante una tríada inseparable.

Tal vez las más interesantes a nivel científico deban apoyarse en el cerebro, porque este órgano tan específico de los humanos, aunque compartido en parte con el reino animal, nos ofrece en la actualidad explicaciones que no se habrían soñado siquiera hace un siglo.

El cerebro: un mundo infinito

Estructuralmente, el cerebro consta de tres partes: neo-corteza, sistema límbico, tronco cerebral y cerebelo.

Tronco cerebral y cerebelo: aquí se sitúa la conciencia del cuerpo.

Sistema límbico: es la memoria afectiva del alma. Busca la repetición del placer y evita el dolor. A partir de este sistema surge la conciencia discursiva, con la capacidad de distinción del bien y del mal, de lo correcto y lo erróneo.

Neo-corteza: tiene cuatro aspectos en relación con las posibilidades de expresión de las facultades superiores de la mente y de la conciencia-alma.

a)  Los lóbulos frontales del cerebro están relacionados con el sueño profundo. Curiosamente, también se relacionan con la atención, que está a medias entre la observación y la memoria.

La atención se basa en el vacío creado en el sueño profundo. De manera que en dicho sentido, solo podemos memorizar y observar eventos que suceden en el rango que va de los 2 a los 3 Hertz. El sueño y la atención están conectados.

b) El hemisferio derecho del cerebro está relacionado con los sueños, en los cuales las ondas cerebrales tienen frecuencias que van de los 4 a los 7 Hertz.

c) El cerebro occipital está relacionado con la reflexión  y con los ciclos de ondas cerebrales que van de los 8 a los 16 Hertz, las ondas alpha. Estas se producen cuando nos encontramos en un estado de reflexión profunda. La reflexión adquiere dos direcciones: cambiar palabras y números por imágenes mentales, o bien cambiar imágenes y situaciones por palabras y números. Esta es la única función humana que nos distingue claramente de los animales. Las ondas alpha de 12 Hertz se producen también en gente que tiene experiencias superiores de conciencia cósmica, Nirvana, Satori, Iluminación, etc., como veremos más adelante.

d) El hemisferio izquierdo está relacionado con los sentidos, con ondas     cerebrales que se mueven entre los 16 y los 32 Hertz.

El cambio del hemisferio izquierdo al hemisferio derecho crea la ciencia y la experiencia, mientras que el cambio en sentido contrario crea la visión, la revelación y la creatividad.

La meta es abarcar los cuatro lados.

Todo esto nos da una somera idea de la riqueza de posibilidades que ofrece el cerebro, y de las sutiles pero altamente significativas diferencias que encierra el cerebro humano en relación con el de los animales. Hay aspectos tan específicos que marcan la diferencia, y aun marcan la antigüedad del ser humano y la información que arrastra desde hace millones de años, aunque en continua transformación.

Konrad Lorenz, Premio Nobel en Fisiología y Medicina, afirma que el cerebro humano (telencéfalo) se ha desarrollado gracias a la tradición acumulada de la cultura, y sin ella, no tendría ninguna de las funciones que conocemos actualmente. ¿Qué factor desempeña la cultura, el conocimiento propiamente humano, para modificar el cerebro?

Cerebro, percepción y aprendizaje

El cerebro trabaja sobre la base de la recepción y el procesamiento de los datos que le envían las neuronas sensitivas, situadas en todo el cuerpo. Pero las que tienen mayor importancia para establecer el contacto con el medio ambiente son las que están situadas en los órganos de los sentidos.

Los estímulos, tanto externos como internos, son captados por medio de varias clases de receptores que pueden ser de tipo químico-receptor, foto-receptor, termo-receptor o mecánico-receptor.

Los receptores transforman los estímulos recibidos en señales energéticas.

A su vez, estas señales pueden ser muy variables en cuanto a potencia, intensidad y frecuencia, ya que dependen de la clase de receptores que las han captado.

El nivel de energía que las células sensitivas transmiten a las neuronas sensitivas a las cuales están asociadas, también es variable. Pero, aunque la energía sea muy débil, está comprobado que su percepción a nivel consciente se amplifica por medio de distintos mecanismos.

Por ejemplo, el ojo humano es capaz de percibir hasta un solo fotón, el cual, al ser amplificado, puede ser captado por la conciencia. En el caso contrario, si la intensidad sobrepasa la capacidad de las células o de las neuronas sensitivas, sin dañarlas, estas la transmiten al cerebro en el nivel máximo en el que pueden captar y transmitir. De modo que la intensidad recibida no rebasa nunca los límites aceptables de las neuronas cerebrales.

Estos y otros datos más indicarían la variabilidad de las percepciones, aunque los cerebros físicos sean básicamente igual en todos los cuerpos. Pero varía la acción de las neuronas, varía el campo de percepción, y muchas de estas variaciones son producidas ya no por los órganos de los sentidos, sino por la mente y por la conciencia

Aprendizaje adquirido sobre bases innatas

Según Jean Piaget, que dedicó su vida al estudio de las estructuras cognoscitivas del niño, existen formas innatas de conocimiento, sobre todo, en el campo de la percepción. Por ejemplo, algunos circuitos interneuronales espinales que ya están acabados en el momento del nacimiento, y que son imprescindibles en el campo de la locomoción para andar o nadar, solo necesitan de un medio adecuado para desarrollarse, pero no se forman con el ejercicio. De lo cual podríamos concluir que nadie puede desarrollar con ejercicio aquello que no tiene.

Esto es algo que, filosóficamente, ya sabíamos desde la época de Sócrates, cuya madre era partera, y afirmaba que, a pesar de sus habilidades en el oficio, nunca había podido ayudar a dar a luz a una mujer que no estuviese embarazada.

Neuronas-espejo

En una región del cerebro, llamada Área de Broca, responsable del lenguaje, se encuentran unas neuronas llamadas espejo, que son las causantes de que los humanos tendamos a imitar lo que nos rodea. Imitando aprendemos.

Estas neuronas, además de reconocer e imitar las acciones de los demás, también las interpretan. Así, nos permiten deducir o intuir las intenciones de los otros y explicarían asimismo cosas tan extrañas como la risa y el llanto contagiosos.

Además, estas neuronas nos permiten leer la mente del otro e identificarnos con él, emocionarnos con él, sentir la misma emoción que el otro. Una empatía psicológica que tiene un asiento en el cerebro y una manifestación en el alma…

Expectativas e imaginación

Según el profesor Pascual-Leone, nuestro cerebro está codificado para generar expectativas y detectar lo inesperado.

La expectativa es no solo una esperanza, sino una posibilidad razonable de realizar o conseguir algo, de que algo suceda. La expectativa da cabida a todo lo inesperado, que ya no lo es tanto.

El cerebro puede generar dos o dos mil expectativas o versiones de las cosas, y por eso casi ningún hecho nos sorprendería.

Según el mismo autor, el cerebro es perfectamente capaz de distinguir entre la información procedente de los sentidos y la información que llega desde la propia imaginación. Cuando imaginamos, se activa un sistema visual muy particular, pero al mismo tiempo se desactiva la entrada de datos auditivos, táctiles y visuales del ojo, inhibiéndose las áreas correspondientes del cerebro. Cuando estas áreas no están inhibidas es cuando vemos físicamente.

De modo que el cerebro está adaptado a diferentes formas de ver…

Dice el profesor Giacomo Rizzolatti, tras experimentar sobre estas neuronas en la Universidad de Parma:

«La visión es la que proporciona el vínculo para comprender a los demás».

“Cuando se observa una acción hecha por otra persona, se codifica en términos visuales, y hay que hacerlo en términos motores. Antes no estaba claro cómo se transfería la información visual en movimiento. Otra cuestión muy importante es la comprensión. No solo se entiende a otra persona de forma superficial, sino que se puede comprender hasta lo que piensa. El sistema de espejo hace precisamente eso, te pone en el lugar del otro. La base de nuestro comportamiento social es que exista la capacidad de tener empatía e imaginar lo que el otro está pensando.

Estas neuronas se activan incluso cuando no ves la acción, cuando hay una representación mental. Su puesta en marcha corresponde con las ideas. La parte más importante de las neuronas espejo es que es un sistema que resuena. El ser humano está concebido para estar en contacto, para reaccionar ante los otros. Yo creo que cuando la gente dice que no es feliz y que no sabe la razón es porque no tiene contacto social”.

Esta relación de las neuronas-espejo y la imaginación motriz explica fenómenos tan curiosos como el entrenamiento imaginativo, con estados sumamente elevados de concentración, que permiten practicar sin ningún tipo de movimientos físicos.

Estas prácticas son habituales en los pianistas y en los deportistas cualificados.

En todos ellos, la visualización previa es un entrenamiento imprescindible.

Los estudios demuestran que los procesos en la corteza motora son los mismos, tanto si uno practica física como mentalmente.

La conciencia

Neurociencias, ciencias de la complejidad y filosofía

Necesitamos de estos tres elementos para llegar a una aproximación válida de la conciencia.

La hipótesis puramente científica se apoya en la evidencia de la neurociencia y expone que la conciencia emerge coincidiendo con el nivel más elevado de la función cerebral.

Para fundamentar esta idea se establecen dos requisitos necesarios.

El primero de ellos es el concepto del cerebro como un órgano especializado para operar con información, y que en esto consisten las actividades mentales, incluida la conciencia.

El segundo requisito para fundamentar la emergencia de la conciencia –muy interesante– consiste en reconocer que los niveles de organización cerebral están constituidos de manera piramidal: la cantidad de sus componentes es mayor en los niveles inferiores, en tanto que la integración de la información es cada vez mayor en los niveles superiores.

Además, la pirámide neuropsicológica permite una doble vía de movimiento. Por una parte, hay una cascada ascendente por la cual los órdenes nerviosos inferiores influyen en los superiores como un enriquecimiento funcional, y por otra parte, hay una descenso desde los estratos superiores, creando entre ambas corrientes una síntesis que desemboca en el sentir y el percatarse propios de la conciencia.

La información fluye horizontalmente en cada nivel, pero también lo hace verticalmente en ambos sentidos.

No sería necesario que todos los módulos del cerebro se activaran durante el procesamiento consciente, pero sí que estuvieran disponibles mientras algunos de ellos se van activando y produciendo operaciones conscientes.

Para respaldar esta idea, se toma como ejemplo el sistema visual: una escena que vemos conscientemente surge de la coordinación de unos 40 módulos del cerebro que, por separado, operan de forma inconsciente. Una vez que surge esta función de alta jerarquía, que suponemos correlacionada con la conciencia, esta podría ejercer una causalidad descendente y modificar la operación de los órdenes más básicos, lo cual explicaría, entre otras cosas, la conducta voluntaria.

La de la conciencia puede ser una función similar a una bandada de pájaros, o a un enjambre funcional, que enlaza diversos módulos cerebrales de manera cinemática, hipercompleja, coherente y sincrónica. Esta hipótesis se justifica con datos neuroanatómicos, neurofisiológicos y de las ciencias de la complejidad.

La conciencia como estado cuántico altamente coherente

Es sabido que los seres vivos emitimos luz, biofotones, constituyendo de este modo un campo biofotónico que es holográfico, altamente coherente, es decir, armónico y equilibrado, y que sirve de base de comunicación a todos los niveles.

Todas las partes del organismo están instantáneamente conectadas por relaciones de fase de dicho campo.

Este holograma tridimensional, donde lo pequeño reproduce lo grande infinidad de veces sin alterarse, es precisamente el fundamento de la coherencia, que es una suma de consecuencias lógicas, que es cohesión.

De modo que el campo biofotónico está directamente unido a la materia biológica, aunque la radiación biofotónica parece tener su origen en un campo virtual, no mensurable, llamado vacío cuántico.

La base física de la conciencia es, pues, como un estado cuántico altamente coherente, donde todas las partes actúan al unísono. En el ser humano, comparado con otros modelos mecánicos de materia-energía, se advierte un considerable aumento del nivel energético cuando existe un estado coherente interno, y todo ello repercute en la captación de información y en su desarrollo como ser evolutivo dentro del universo.

La cuestión está en transformar los niveles incoherentes en coherentes, es decir, en adquirir conciencia. Se trata de un trabajo íntimo, en el que el amor como cohesión juega un papel fundamental para coordinar todos los demás elementos.

Onda-partícula, mente-cuerpo

La dualidad partícula-onda ha sido motivo de debate acerca de la luz.

Podemos afirmar, sin embargo, que la luz tiene un doble comportamiento, y lo hace como partícula o como onda.

Con el mismo criterio, mente y cuerpo, o conciencia y materia, son el reflejo de esa misma dualidad onda-partícula.

La mente representa el aspecto onda o el aspecto energético, y la conciencia está ligada a la coherencia de onda.

En cambio, el cuerpo se origina en el aspecto material o corpuscular.

El pensamiento no es más que un determinado tipo de vibración. Dependiendo de la longitud del pensamiento emitido, al observador se le mostrará un aspecto u otro de la realidad. A mayor conciencia, mayor captación de la realidad.

Esta afirmación se ha podido comprobar en personas inmersas en estados elevados de conciencia, o con conciencia ampliada; en esos momentos se captan matices más ricos de la realidad sensorial y aun se puede trascender el espacio-tiempo, transformándose en visible lo que es invisible a los ojos ordinarios, creándose un puente entre lo denso y lo sutil, entre lo material y lo espiritual.

Conciencia y luz

Por su amplio espectro de acción, por sus características físicas similares a las de la luz, por el hecho de que muchas teorías filosóficas y místicas han relacionado la conciencia con el Fuego iluminador, no podemos menos que establecer la correlación entre la conciencia y la luz.

Dice el Prof. Antonio Fernández de Molina que desde Aristóteles a Descartes, llegando a los neurobiólogos modernos que se han ocupado del tema, se ha concebido una conciencia primaria y una conciencia de orden superior, hasta plantear la reciente teoría de la resonancia córtico-talámica para la conciencia del Prof. Llinás.

La teoría de Llinás se basa en las propiedades intrínsecas eléctricas de las neuronas, que les permiten oscilar a distintas frecuencias.

De esta oscilación, y de la interconectividad neuronal, resultan los lazos dinámicos tálamo-corticales. La conciencia, en lo físico, sería el resultado final de la integración de la actividad a 40 Herzios llevada por los lazos resonantes tálamo-corticales. Esta misma resonancia, a nivel de luz, ofrece múltiples paralelos con diversos planos de la Naturaleza y del organismo humano como emisor y receptor de luz.

La influencia de la luz en nuestra vida

La luz solar ha sido el elemento rector de la vida y de las actividades humanas antes de que se inventara la luz eléctrica, los relojes despertadores y otros artificios que modifican nuestros ritmos de vida, sin mencionar las modificaciones que también se han creado a nivel de cultivos vegetales y cría de animales para el consumo.

Sin embargo, los animales conservan la posibilidad de percibir por adelantado los cambios estacionales nada más que por la variación en las horas diarias de luz. Las migraciones, apareamientos, hibernación y las diversas conductas que preservan su vida dependen de ello.

Los seres humanos también estamos influidos por la luz.

La luz determina nuestros ciclos de sueño y vigilia, influye en la duración del sueño, en el umbral del dolor, el grado de atención, los hábitos alimentarios, el estado de ánimo y otras actividades.

La luz produce también los denominados síndromes estacionales.

Un síndrome es un conjunto de síntomas. El síndrome afectivo estacional está caracterizado por varios síntomas típicos, y veces algunos no típicos, causados por la desorganización de los ritmos biológicos. Estos síntomas se presentan hacia el inicio del invierno y suelen desaparecer al comienzo de la primavera.

Diversos estudios demuestran que, a pesar de que vivimos en sitios cerrados y aparentemente alejados de la influencia de la luz, nuestros cuerpos siguen respondiendo al entorno exterior y a la variación de las estaciones. Por ejemplo, se sabe que el crecimiento de los niños se ve afectado por las estaciones; la altura y el peso se incrementan en primavera y verano.

Buena parte de estos síntomas se debe al déficit de luz y a la superproducción de melatonina durante las horas diurnas en el invierno y en los lugares oscuros. La melatonina, segregada por la glándula pineal, es la que induce el sueño cuando naturalmente cae la noche. Pero el exceso de melatonina por la falta de luz conduciría, asimismo, a trastornos como la depresión invernal.

Los especialistas en fototerapia o terapia de la luz indican que esta mala iluminación puede provocar fatiga, depresión, problemas en la piel, déficit en el sistema inmune y, por supuesto, trastornos del sueño.

Estados elevados de conciencia

Para seguir una línea de desarrollo que vaya del hombre animal al hombre humano se necesita un claro entendimiento y una transformación tanto del cerebro como de la mente, un proceso conocido por diversas religiones y sistemas iniciáticos como “renacimiento espiritual”.

Este renacimiento incluye la base material cerebral y aspira a la cúspide de la conciencia, sin tener que abandonar ni una ni otra posibilidad de experiencia, sino integrando ambas en un holograma coherente.

Sin embargo, por lo visto es la conciencia la que modifica paulatinamente la calidad de los receptores cerebrales y no al revés.

Comencemos por el cerebro.

Es evidente que toda sensación, por elevada que sea, ha de tener un soporte somático cerebral, y es también, en parte, el resultado de la activación de alguna zona especial del cerebro.

La localización cerebral de la visión binaria o dualista del mundo, según distintos autores, está en el lóbulo parietal del hemisferio dominante. Se trata de bloquearlo para dar acceso a lo sagrado. El acceso a las experiencias místicas estaría ligado, pues, a la actividad del hemisferio no dominante (que tal vez podría llegar a convertirse en dominante…).

Entiéndase que todas estas localizaciones son válidas para personas diestras; en las zurdas es al revés.

¿Cuáles son las estructuras cerebrales responsables de estos fenómenos?

El hipocampo, y la amígdala cerebral especialmente, localizados ambos en las profundidades del lóbulo temporal y probablemente en la corteza interna de este lóbulo.

Todo cuanto sea percepción o imaginación integral u holística del mundo se encuentra en la conjunción del lóbulo parietal con el temporal, es decir, en la región parietal inferior, la misma que ocuparía la que nos da la visión binaria en el hemisferio dominante.

Las zonas cerebrales en las que se sustentan estas experiencias suelen estar normalmente inhibidas, pero cuando se activan, otorgan la posibilidad de entrar en un mundo espiritual profundo, de facilitar el encuentro con seres espirituales o de unirse a la Divinidad.

Existen estructuras cerebrales que parecen estar inhibidas por otras filogenéticamente más modernas. Pero cuando se utilizan determinadas técnicas de reflexión, meditación y concentración, las más modernas fallan, activándose en cambio las más antiguas, que son las que producen estos fenómenos intuitivos.

¿Se trata de un retroceso, o tal vez un adormecimiento de algunos centros cerebrales, a la espera de nuevos tiempos, como en el caso de la glándula pineal?

En todos los períodos históricos se han recogido experiencias vividas por místicos, sabios iniciados, santos, profetas… Estas experiencias, que pudieron parecer hasta hace poco meras exageraciones o simples perturbaciones mentales, coinciden con las comprobaciones científicas que en el presente describen estados indefinibles e inefables de conciencia, intuitivos, místicos, sagrados.

No son efectos de la epilepsia, como se creía, o de las drogas, como también se propuso, sino que pueden ser producidas, además de la meditación y la reflexión, por otras actividades intuitivo-estético-místicas, tales como la danza, el canto y la oración.

La concentración y la liberación que producen el canto, la danza, la música en general, conducen a un éxtasis místico a quienes pueden llegar a tales situaciones tras largos ejercicios de concentración mental para dominar sus artes respectivas.

Véase, por otra parte, la relación que existe entre la oración y la meditación con la fisiología cerebral, ya que se ha descubierto el gran efecto terapéutico que provocan.

A este tipo de experiencias, se les ha dado innumerables denominaciones, como Satori, Samadhi, Nirvana, Luminosidad (Bardo Todhol), Despertar (budismo), Tao Absoluto, Espíritu Divino (Plotino), Luz que sobrepasa el Entendimiento (san Pablo), Llama Viva (san Juan de la Cruz), Éxtasis (santa Teresa); en síntesis, estados elevados y ampliados de conciencia.

Todas estas y más denominaciones se refieren a lo mismo: una actividad del cerebro, en parte, genera esa sensación infinita de unión con la Naturaleza, con lo sagrado y  con la Energía Cósmica.

Aunque según las diferentes tradiciones, estos estados se pueden alcanzar por diferentes vías, siempre van acompañados de un sentido elevado de liberación, de alegría inefable y de paz. Se trata de una experiencia de unión entre el sujeto y el Objeto Divino. Esta unión mística se considera el estado supremo de esta experiencia cuya máxima aspiración es la superación de todo tipo de dualismo y de la cárcel del tiempo.

Según algunos autores, la conciencia mística o elevada tiene varios aspectos importantes.

En primer lugar, lo misterioso, lo que aparentemente está oculto pero puede desvelarse.

En segundo lugar, lo majestuoso, una cierta omnipotencia, que da como resultado la “aniquilación” de la personalidad del sujeto permitiéndole estados más elevados de conciencia. No hay una aniquilación de la personalidad en el sentido estricto, sino una posibilidad de prescindir de ella hasta el punto de centrar la atención en otros  niveles de la conciencia.

El tercer aspecto es una carga de energía (energía se relaciona en griego con la ira o cólera), que en lo místico se traduce como fuego amoroso. Lejos del amor que tortura psicológicamente, este otro fuego, similar al que los antiguos orientales llamaron Fohat, es un impulso de expansión y unión que todo lo abarca y todo lo comprende.

En estos estados es característico observar la disolución del sentido egoísta del yo, aunque sin pérdida de las facultades sensoriales ordinarias. Al contrario, se abre una visión integral, de unidad de y con todas las cosas.

Es posible que el yo que conocemos, el que analiza el mundo exterior y lo descompone en pequeñas partes, nada tenga que ver con este otro yo que se sumerge en la eternidad, para fundirse con ella en la experiencia sagrada, mística o intuitiva.

¿Qué es la conciencia, pues?

Un misterio, una presencia invisible pero omnipotente, una energía que está en todas partes y en ninguna. Es el vacío cuántico del cual desconocemos mucho más de lo que vemos y del cual todo procede.

Es un acercamiento al Espacio Primordial, al Tiempo Eterno, una ventana abierta a la intuición, un medio para recibir y procesar información, un campo de fuerza, un sello que se imprime en el cerebro.

Valga la impronta para concebir la majestad del sello. Que la materia sea el testigo del espíritu, y el cerebro de la conciencia.

Dr. Antonio Alzina Forteza

 

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