MIGUEL ÁNGEL PADILLA

Una de las características del siglo XX ha sido la de relativizarlo todo. En una búsqueda de liberarse de los estrechos moldes de formas vacías, se ha banalizado todo en un “absoluto relativismo”. El arte no se libró de ello y la Idea de la Belleza perdió su significado hasta el punto de que bello puede serlo todo, dependiendo del cristal con que se mire. Una vez más, los extremos destruyen la posibilidad al hombre de vivir plenamente aquellas oportunidades de realización humana que la vida nos ofrece.

Hay un peligro gravísimo en esta postura, que tiene algo de verdad y parte de falsedad. Y las verdades a medias son muy peligrosas porque se tienden a aceptar sin planteárselas, sin preguntarnos sobre ellas.

¿Todo es relativo? Efectivamente, en un mundo donde no existen elementos absolutos manifestados todo es relativo, pero todo no es “absolutamente relativo”. Hemos de observar que de la misma manera que hay muchas formas de poder caminar, sin embargo caminar es una cosa; de la misma manera que hay muchas formas de poder hablar, el hablar es una cosa; de la misma manera que hay mil maneras en que la vida se expresa , mil matices , la vida es una cosa, tal vez difícil de definir, pero no es cualquier cosa.

Queremos decir con eso que probablemente, el arte y la belleza que ahora estamos tratando de definir siempre tendrán un aspecto relativo, vago, debido a la percepción que el hombre pueda tener, pero esta relatividad, este enfoque, debería formar parte, como los diferentes motivos y colores, de una verdad unificadora

Si aceptáramos que todo absolutamente fuera relativo, algún absoluto habría que contuviera a todos estos relativos y finalmente los uniese.

La percepción que el hombre tiene de la belleza sufre también de este relativismo a ultranza. Sin embargo, podemos entender que el camino que conduce a la belleza, puede recorrerse por diferentes vías hacía ese principio que sería universal y abstracto. Puede haber diferentes desarrollos, que cuanto más se elevan más se unen, como una suerte de pirámide, siento todas las diferentes posturas como puntos de partida válidos pero que tienden a una misma finalidad última.

Así, las relatividades suelen crecer al amparo de la ausencia de finalidades. En la medida en que nos vayamos preguntando y respondiendo por el sentido de las cosas, de la vida, del hombre, se irán aclarando también las relatividades.

Cierto es aquello de que sobre el gusto no hay nada escrito, pero todos sabemos reconocer cuándo una cosa es realmente bella y cuándo es fea. Nos resulta fácil reconocer los extremos al ser bastante evidentes, pero es en el espacio intermedio donde el hombre se debate en relatividades. La diferencia está dentro de su mundo de opiniones, ese mundo, como definió Platón, entre la ignorancia y el conocimiento hacia el que deberíamos dirigirnos. Sin embargo, hacemos un culto de nuestras propias opiniones, de nuestras visiones relativas, en lugar de tratar de hacerlas evolucionar y avanzar hacia un conocimiento cierto.

El hombre que anhela la perfección no se conforma con pequeños fragmentos, ni pequeños visiones de la belleza, sino que desea alcanzar lo bello en su completura y por ello se trasciende y transforma en un crecimiento interno constante.

Capítulo extraído de EL ARTE Y LA BELLEZA
Ed. N.A. ISBN: 84-96369-11-0
Miguel Ángel Padilla


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