Así como el no recordar algo o no conocerlo no significa que no exista, el que en determinadas civilizaciones o épocas todavía no hayamos encontrado restos tecnológicos no implica que no tuviesen ciencia, siendo que cuanto más nos remontamos hacia atrás, mayor es la dificultad para encontrar vestigios. Si consideramos que el hombre tiene una antigüedad de siete millones de años, tal como afirman los antropólogos actuales, estamos ante una empresa muy difícil. Si queremos acotar un poco más el campo y hablamos de lo que sería el Homo sapiens, estaríamos hablando de 200.000 años de historia, de los cuales la historia conocida abarcaría, siendo generosos, unos 10.000 años, es decir, que no sabemos qué estuvo haciendo el hombre durante al menos 190.000 años. Y todo lo que vemos en nuestro mundo es fruto, fundamentalmente, de avances científicos llevados a cabo en los últimos ciento cincuenta años. Así que la posibilidad de desarrollo científico en civilizaciones del pasado no la podemos descartar. Tiempo para que se diese hubo de sobra.
Por tanto, hay que ser cautos al hablar de lo que otras civilizaciones de la Antigüedad pudieron conocer respecto a la ciencia, sin dejar de mencionar que existen algunos indicios en distintas civilizaciones y épocas que permiten entrever que tal vez sí hubo ciencia desarrollada tal como nosotros lo entendemos. Si vemos, por ejemplo, las pirámides de la meseta de Gizeh, tenemos que suponer que existió tecnología en Egipto para poder construirlas. Si nos vamos a la India, vamos a ver que hay distintas menciones a los vimanas, dentro de los Vedas, los Puranas, el Mahabharata, incluso hay un tratado de máquinas militares que se escribió en el siglo XI, el Samarangana Sutradhara, en donde se describen estos aviones voladores, hechos de metal y que tenían fuel a base de mercurio. Es decir, ideas que pueden ser como las de Leonardo, anticipo de lo que serán nuevos descubrimientos o que también pueden estar hablando de descubrimientos hechos en la Antigüedad.
Una de las cosas que en el último siglo hemos comprendido es que la historia es cíclica, es decir, no se trata de una historia lineal, como se podía pensar en los siglos XVIII y XIX, con la Ilustración, una historia de progreso continuo, sino que las civilizaciones aparecen, nacen, crecen y mueren y descubrimientos propios de una época se olvidan con la caída de esa civilización hasta que otra civilización vuelve a redescubrirlos.
La palabra ciencia es de origen latino, scientia, y significa saber, conocimiento, de manera similar a la palabra griega sophos, cuya traducción es sabiduría, conocimiento. Griegos y romanos tuvieron mentalidades distintas. Los griegos tenían una mentalidad más abstracta, más racional, de ahí que sophos, la sabiduría, se entienda como un conocimiento amplio y un tanto de elucubración mental, mientras que scientia, la ciencia, adquiere un aspecto empírico, material, propio de los romanos que, entre otras cosas, se destacaron como constructores de obras públicas y que tenían una visión más pragmática de la vida.
Si analizamos los hechos conocidos de la ciencia en la Antigüedad, podemos destacar algunos rasgos sobresalientes de distintas civilizaciones.
Así, por ejemplo, de Egipto nos sorprende su grado de avance en medicina, que influyó posteriormente en la tradición médica griega y romana, y que está recogido en textos como el papiro de Ebers, el papiro de Kahun, el papiro de Berlín y el papiro Smith. Los egipcios tenían Casas de la Vida donde los médicos estudiaban distintas especialidades; había oftalmólogos, dentistas, traumatólogos, cirujanos. Sus métodos de observación y diagnóstico eran refinados y tenían una técnica médica muy desarrollada; hacían trepanaciones y operaciones de cirugía importantes. Conocían la causa y sintomatología de muchas enfermedades, entre ellas, de tipo digestivo y ginecológico; tenían medicamentos anticonceptivos, laxantes, y un gran abanico de farmacopea vegetal y mineral, algunos de cuyos remedios todavía están en uso. Tenemos que recordar que Hipócrates, el llamado padre de la medicina para Occidente, estudió en Egipto, donde adquirió parte de su saber.
La civilización que se desarrolló en Mesopotamia tuvo como característica más destacada la observación del cielo y los registros astronómicos detallados. Fue un conjunto de pueblos muy metódicos, expertos en clasificarlo todo. Esto queda reflejado en las tablillas de escritura cuneiforme que se han encontrado. Nos han quedado diccionarios del acádico al sumerio, del sumerio al eblaíta, con listas de palabras y sus definiciones; quedan listados de problemas matemáticos que se hacían en los colegios, tablas de multiplicar, etcétera. Sumerios y babilónicos fueron muy buenos astrónomos y confeccionaron un registro de planetas y estrellas, de sus diferentes posiciones y sus movimientos durante milenios, observados desde lo alto de los zigurats. Se trata de una astronomía de posición, tratada aritméticamente, de manera que eran capaces de establecer cuándo iban a aparecer los eclipses solares y lunares, y dónde iban a estar los planetas situados en cada momento. Posteriormente se llamará «caldeos» a los astrólogos de la Edad Media, consultados por papas y reyes, en recuerdo de esa sabiduría de la civilización mesopotámica.
Además, toda la civilización mesopotámica atesoró grandes conocimientos matemáticos. Numeraban las matemáticas en base sexagesimal, es decir, en base 60.
Nosotros estamos acostumbrados a utilizar un sistema decimal, y el sistema sexagesimal nos puede parecer extraño; sin embargo, ha llegado hasta la actualidad. Nuestra medida del tiempo, los minutos, los segundos y los grados de los ángulos, es herencia suya.
Los hindúes fueron también grandes matemáticos, capaces de medir cifras que incluso para nosotros son enormes. En sus cronologías nos hablan de millones de años, y para poder trabajar con semejantes cantidades tenían un sistema de numeración decimal posicional, basado en el empleo de nueve cifras y en la existencia del cero, sistema que es el que nosotros, a través de los árabes, hemos recogido. Los romanos, cuando escribían un diez escribían una X, para el once añadían un palito, para el doce añadían otro, y así se iban agregando las cifras, lo que hacía que los números grandes fuesen muy largos; por ejemplo, el 683 era DCLXXXIII. Si tuviésemos que multiplicar 1327 por 1743 en números romanos, el resultado sería extremadamente largo, lo cual hacía del cálculo una ardua tarea. Sin embargo, los hindúes utilizaban una numeración posicional, donde el 2 es un dos, pero si lleva otra cifra a la derecha, por ejemplo, un cero, se convierte en un veinte; ese mismo dos puede ser un doscientos, es decir, que cada número tiene un valor en sí y tiene un valor referente a la posición que ocupa.
Si nos referimos a los chinos, vemos que fueron una civilización tecnológica. Tuvieron muchos conocimientos, pero no se preocuparon de explicar las leyes que regían esos descubrimientos sino que los aplicaron. No formularon ni una sola ley física. De los chinos nos ha llegado la imprenta de tipos móviles, el papel, la pólvora, la brújula, los relojes, la tecnología del hierro y del acero, el timón o la correa de transmisión.
También tenían amplios conocimientos de astronomía y matemáticas; descubrieron las manchas solares y el valor de p. Fue una civilización de cuyos inventos Occidente se benefició muchísimo.
ISABEL PÉREZ ARELLANO
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