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Para las civilizaciones clásicas, el ser humano y el cosmos son realidades análogas regidas por las mismas leyes. La noción de cosmos es la de un todo ordenado y unitario; así, la casa, el templo, la ciudad, el ser humano, son también un cosmos.
El orden de un cosmos es la expresión concreta de su inteligencia. Así, el estudio de la Naturaleza no es solo la observación de una realidad material, sino especialmente la de sus formas, proporciones, ritmos y armonías, que expresan su inteligencia.
Cuando el arte se sustenta en esta inteligencia natural, se le llama arte sagrado, que no es lo mismo que arte religioso. En su libro Principios y métodos del arte sagrado, Titus Burckhardt afirma: “El arte sagrado se funda, entonces, en una ciencia de las formas o, mejor dicho, en el simbolismo inherente a las formas. Por esta razón, el simbolismo tradicional jamás está desprovisto de belleza: según la visión espiritual del mundo, la belleza de algo es la transparencia de sus envolturas existenciales; el arte auténtico es bello porque es verdadero”.
El arte sagrado recrea el cosmos expresando a través de las formas las leyes de la inteligencia, que por ello pasan a ser símbolos. El símbolo es el contenido de la forma, y la forma es el soporte de un símbolo o realidad trascendente.
Para esta perspectiva, el espacio y el tiempo no son homogéneos, sino heterogéneos, es decir, poseen cualidades que les diferencian; por ellos la geografía, por ejemplo, se concibe como un tejido de lugares con diferentes cualidades. De ahí la importancia de saber escoger el lugar adecuado para cada cosa. La elección de los lugares donde se construyeron las más importantes ciudades no se debe al azar, sino que obedece a un mito fundacional. Así, por ejemplo, Cuzco, Delfos, Tenochtitlán y Roma, entre otros, son todos lugares sagrados donde se cumplen ciertas condiciones que justifican la construcción de la ciudad como Centro del Mundo. Para la geografía sagrada, el centro del mundo no corresponde a una medida sino a una calidad, que justifica que en ese centro puede ser construido un Imago Mundi, es decir, un cosmos.
La sabiduría china también tiene su geografía y arquitectura sagrada en el feng shui, que desde tiempos remotos ha sido una guía práctica para escoger los lugares adecuados para construir una ciudad, un templo, una casa, una tumba.
El feng shui se fundamenta en la ciencia de la orientación, y se resuelve en el arte de modificar conscientemente ciertos elementos del paisaje con el objeto de potenciar las cualidades positivas y neutralizar las negativas provenientes de los aspectos caóticos de la naturaleza.
Fundamentado en la sabiduría china, el feng shui parte de los principios yin y yang como opuestos complementarios, que, cuando están armonizados, producen el Tai Chi o armonía.
El espacio arquitectónico es el cosmos por excelencia. Si la arquitectura solo considera las características materiales y funcionales, puede crear un espacio para habitar, pero nunca para vivir. El espacio arquitectónico es un espacio humano, una creación cultural que se transforma en arte sagrado cuando integra las leyes del cosmos, es decir, cuando considera las diferentes dimensiones en las que se desarrolla el ser humano. El feng shui puede ser de mucha utilidad para el diseño arquitectónico y la decoración cuando se toma como una ciencia y un arte y no como una superstición, que es su forma más vulgar.
La doctrina del feng shui está inmersa en la sabiduría china; por ello, para acercarse al mundo de la también llamada geomancia china o arte de la localización o geografía sagrada china, es imprescindible introducirse en las características básicas del pensamiento chino y su cosmovisión.
Con el objeto de profundizar en los elementos básicos del feng shui, ofrecemos a continuación un estudio de los trigramas basándonos en párrafos del Shuo Kua, de acuerdo a la traducción de Richard Wilhem. Se expone el párrafo y luego se hace el comentario pertinente.
Los santos sabios de los tiempos antiguos hicieron el Libro de las Mutaciones de este modo: ellos quisieron escrutar los órdenes de la ley interior y del destino.
Establecieron por lo tanto el TAO (sentido) del Cielo y lo denominaron: lo oscuro y lo luminoso.
Establecieron por lo tanto el TAO (sentido) de la Tierra y lo denominaron: lo blando y lo firme.
Establecieron por lo tanto el TAO (sentido, sendero) del hombre y lo denominaron: el amor y la justicia.
Uno de los aspectos esenciales en el pensamiento chino, como en general en los clásicos, es la noción de investigar el orden natural. El ser humano busca comprender el orden y el destino para alcanzar su propio deber y estar así en armonía con el cielo, con la tierra y consigo mismo. En el TA HIO, (la Gran Enseñanza), Confucio explica que dicha enseñanza consiste en desarrollar el principio luminoso que hemos recibido del Cielo, y en renovar constantemente a los hombres hasta llevarles a alcanzar la perfección que es el supremo Bien.
Esta búsqueda de la armonía, de la unión del Cielo y la Tierra, es el objetivo esencial del feng shui, como de muchas otras artes y ciencias chinas.
En los trigramas, el puesto inferior es el de la tierra, el superior el del cielo y el central es el hombre. Encontramos aquí la idea fundamental del ser humano como intermediario entre el cielo y la tierra.
En el cielo, lo oscuro es yin y lo claro yang.
En la tierra, lo blando es yin y lo firme es yang.
En el hombre, el amor es yin y la justicia es yang.
Aprender a distinguir el yin-yang en los diferentes planos es un primer paso de mucha importancia en el feng shui y es muy recomendable.
En general, las artes chinas y japonesas, en su sentido clásico, son una vía, un sendero, un camino (TAO o DO) y no un fin en sí. A esta vía es a la que los japoneses llaman DO, como vemos en la artes marciales (Karate-DO, Lai-DO, Kyu-DO, Ju-DO, etc). Un poeta, un ceramista, un pintor, un esgrimista, un luchador, no practican su arte por el arte en sí mismo, sino como una vía. Con el correr del tiempo, la idea original se fue desgastando, se olvidó la vía y la práctica pasó a ser un fin en sí mismo.
Con el feng shui ha sucedido algo similar. En un sentido clásico, la vía consistía en encontrar el justo medio que permite actuar de acuerdo al orden natural. Esa es la idea de salud en todos sus planos; pero en su decadencia, el feng shui ha llegado incluso a ser una superstición, donde se busca atraer “la buena suerte” en vez de buscar el sentido de la vida.
Cielo y tierra determinan la dirección. La montaña y el lago mantienen la unión de sus fuerzas. El trueno y el viento se excitan mutuamente. El agua y el fuego no se combaten entre sí. Así se sitúan entreveradamente los ocho signos. La cuenta de lo que sucede y se desvanece se basa en el movimiento hacia delante. El saber de lo venidero se basa en el movimiento retrógrado.
En este párrafo aparecen los trigramas clasificados por pares de opuestos, que es la forma en la cual se relacionan entre sí.
También se muestra otro aspecto fundamental, que en una primera vista resulta complejo para la mentalidad moderna. Aparecen los trigramas como elementos dinámicos, es decir, no totalmente diferentes unos de otros, sino entreverados, y solo en conjunto forman una unidad. Cada uno de ellos es un momento de mutación, no algo definitivo, sino un momento de un proceso cíclico.
La idea de lo que “sucede y se desvanece” refuerza el concepto de mutación. Las cosas que suceden no son per se; simplemente suceden y se desvanecen, tanto en el orden del cielo como en el de la tierra y en el del ser humano.
En el cielo, las estaciones se suceden armónicamente y van marcando el ritmo de las siembras y cosechas, de flujos y reflujos, de los sonidos y silencios, del crecimiento y envejecimiento.
En la tierra, las formas aparecen y se desvanecen como las huellas en la arena, las olas del mar o el flujo de un río; mientras dura el orden, las formas están; luego, se desvanecen.
En el hombre, las emociones y los pensamientos aparecen y luego se desvanecen, llegan y se van. No hay mal que dure cien años, dice el refrán, ni hay un hombre que pueda bañarse dos veces en un mismo río, decía Heráclito, porque ni el río es nunca más el mismo ni tampoco el hombre.
Este sentido de transitoriedad para nuestra cultura supone algo terrible, pero para el pensamiento tradicional chino es la esencia misma del cambio y la mutación. Las cosas son transitorias porque cambian constantemente, no por cambiar, sino porque tienen un sentido, un Tao. Comprender que las cosas suceden y se desvanecen es comprender el movimiento hacia delante.
Para comprender el sentido del Li (la armonía) y el Chi (la vitalidad), dos componentes fundamentales del feng shui, hay que hacerlo en este sentido de transitoriedad. No se llega a la armonía como a una estación, sino que hay que mantenerla.
El porvenir se comprende gracias al movimiento retrógrado. Una vez que se conoce el sentido del cambio se puede regresar y ver hacia dónde se dirigen las cosas. Si un jardinero conoce bien la transformación que tiene una determinada semilla y sabe en cuánto tiempo va a ser un árbol, cuál será el color de sus flores y la forma de sus frutos, al regresar y ver nuevamente una semilla similar podrá saber qué es lo que depara el porvenir. Cuando un médico conoce el desarrollo de una enfermedad y sus consecuencias, puede luego, al hacer un diagnóstico, prever lo que sucederá a su paciente.
Conocer el movimiento hacia delante y el movimiento retrógrado es conocer el sentido del cambio y la mutación, y es saber hacia dónde se va y de dónde se viene.
Un paisaje no es una suma de componentes, sino una interacción entre dichos componentes para formar una unidad funcional. Por eso en la pintura china, más que pintar objetos, se pintan las fuerzas que son sus causas: el movimiento de las olas, la fuerza de la montaña, la inmovilidad de la roca, etc. Una pintura de un paisaje llega a ser una verdadera obra de arte cuando sus partes no aparecen yuxtapuestas, sino integralmente relacionadas entre sí, conformando una unidad diferente a la suma de sus partes.
Esta unidad, formada por la interacción de elementos diversos, es otro de los aspectos relevantes del feng shui. Analizar un espacio es desmenuzarlo en sus componentes, pero para comprenderlo hay que unificarlo en sus interacciones.
La experiencia del ser humano en el espacio natural o arquitectónico no es con sus partes, sino con el todo, que como sistema forma una unidad funcional.
Dios se manifiesta al surgir en el signo de lo Suscitativo. Hace que todo sea pleno en el signo de lo Suave. Deja que las criaturas se perciban mutuamente con la mirada en el signo de lo Adherente. Hace que mutuamente se sirvan en el signo de lo Receptivo. Da alegría en el signo de lo Sereno. Lucha en el signo de lo Creativo. Se afana en el signo de lo Abismal. Los lleva a la consumación en el signo del Aquietamiento.
En un lenguaje simbólico, este párrafo nos habla de la dinámica natural de desarrollo.
La cosmología como imagen otorga un orden del mundo fundamental para actuar coherentemente en él. Este orden es natural y armonioso. La búsqueda del feng shui consiste en diseñar, construir y adecuar espacios para que sean armoniosamente naturales.
El orden en el cual aparecen los signos ya no es en parejas complementarias, sino en forma de secuencia. Esta secuencia es la del Rey Wen, llamada también la del Cielo Posterior, y coincide con la de las Estaciones; por eso comienza en DSCHEN, la primavera, el Este.
La secuencia de los 8 Trigramas del Shuo Kua muestra el ciclo de mutación o desarrollo que constituye el orden natural, el orden del Cielo que se expresa en la receptividad de la Tierra y del cual participa el ser humano.
También encontramos en esta secuencia otro componente muy importante de la arquitectura, que en muchos casos no se toma debidamente en cuenta: el tiempo y su secuencia. Generalmente, al diseñar un espacio arquitectónico, el tiempo se considera en forma tangencial. Se olvida que el ser humano desarrolla su vida no solo en el espacio, sino también en el tiempo.
A través de imágenes, el Shuo Kua muestra los diferentes momentos de mutación. Si prestamos atención a los cambios, podremos percibir el ritmo del orden natural y percatarnos de la fuerza del cambio y la mutación, que también opera en los espacios arquitectónicos.
Un buen ejemplo del desarrollo de los ciclos del tiempo en la tierra, y cuyo criterio puede ser aplicado a otros ámbitos del diseño arquitectónico es el paisajismo. Al diseñar un parque o un jardín se tiene muy claro que se está trabajando con seres vivos que están sometidos al ciclo de mutación, por lo que el mismo espacio cambia según la hora del día o la estación del año; pero muchas veces se olvida que el espacio arquitectónico, sea este una casa, una ciudad o un barrio, es también un espacio vivo y, por ende, también está sujeto al ciclo de la mutación, de acuerdo al ritmo del cielo, a las características de la tierra y al ritmo de vida de quienes viven allí.
El feng shui, como otras artes sagradas, puede transformarse no solo en un muy buen apoyo para el diseño arquitectónico en general, sino también en una vía, un camino de ayuda para diseñar nuestra andadura como seres humanos, para encontrar en él la ley del Tao, la vitalidad del CHI y el orden de LI.
La técnica milenaria del feng shui reconoce cinco elementos que se relacionan de determinada forma con el entorno: madera, fuego, tierra, metal y agua. Son las piezas esenciales que constituyen todo lo que existe sobre la Tierra, incluidos los seres humanos, que también responden a una combinación de estos cinco elementos. Por eso, las personas pueden sentirse especialmente cómodas cuando todos ellos están presentes en los hogares o sitios de trabajo.
Lo que busca la práctica del feng shui es encontrar el Chi, el pulso de la Tierra, para canalizar la energía vital del universo.
Cuando se trata de elegir un terreno, se deben analizar los alrededores. En ellos se pueden percibir signos y augurios, por ejemplo observando el tamaño y el color de las hojas de los árboles, o la salud de los animales, o la riqueza de la tierra.
Si la hierba es verde, el Chi es bueno y saludable. Los puntos marrones, amarillos o pelados dan a entender que el Chi se aleja de la superficie. Es preciso buscar zonas de color verde intenso, donde la vegetación es espesa y floreciente; allí se debe edificar. En cambio, se deben evitar las tierras donde hay plantas enfermas, de escaso crecimiento o donde no nacen flores.
– Rincones internos: las plantas ayudan a evitar el estancamiento y generan el movimiento de la energía. Para ello hay que utilizar plantas relacionadas con la energía Chi del fuego (energía yang), que son las que tienen hojas largas con puntas, como la Dracaena marginata (especie de palmerita).
– Columnas: colocar plantas frondosas delante de columnas para aplacar el Chi negativo. Las plantas de hojas redondeadas y follaje espeso son las más efectivas para este caso.
– Pasillos largos: coloque plantas frondosas a ambos lados del pasillo para aplacar el Chi de desplazamiento rápido (es mejor ponerlas alternadas, haciendo zigzag).
– Cuartos de baño: aquí las plantas ayudan a tener la energía Chi en movimiento. Las altas aumentan la energía madera y ayudan a drenar el exceso de energía agua, en especial si se encuentran al sur de la habitación.
– Dormitorios: las plantas aportan una energía natural y saludable. Las más yin colaboran en la creación de una atmósfera tranquila en estos espacios. No poner demasiadas, o sacarlas cuando se vaya a dormir, ya que absorben oxígeno. Por la noche se pueden dejar frutas.
– Cocinas: las plantas aportan un Chi natural allí donde se preparan comidas y se almacenan alimentos. Las altas aportan energía Chi madera, que armoniza con la energía agua y fuego del frigorífico y de la cocina respectivamente.
El fuerte desarrollo ascendente de sus hojas en punta combina la energía madera y fuego. Son buenas para estimular el Chi en un rincón o debajo de un declive, pero no deben colocarse cerca de donde se toma asiento o se duerme (ejemplo, Dracaena marginata).
De hojas en punta, largas y angostas, que caen en cascada y crean una atmósfera tranquila. Colocarlas al norte. Por ejemplo, el filodendro (Mostera deliciosa), sus grandes hojas crean energía yin aliviante. Colocar en cualquier zona que necesite calma.
Los árboles se consideran yin. Pero si existen muchos, no dejan pasar la luz, que es yang, y entonces se produce un desequilibrio. Lo mejor es un árbol bonito, frondoso y de buen aspecto.
LEONARDO SANTELICES
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