En los inicios del siglo XXI, la Humanidad se encuentra ante un desafío muy especial: reorganizar de una manera constructiva la convivencia de todos, en un planeta que parece cada vez más limitado. Conflictos, latentes unos y abiertos otros, abandonan rápidamente su carácter regional o nacional para convertirse en amenazas a nivel global. Ejemplos de ello son los tópicos acerca de la temida «lucha de las civilizaciones» o los conflictos de intereses que se muestran en las políticas energéticas y relativas al clima, motivadas la mayoría de las veces por cuestiones económicas.
También el individuo se ve afectado en gran medida por las consecuencias de la tan mentada globalización. Bien como consumidor en el supermercado o como ingeniero empleado en el extranjero, nunca como ahora se había dado el caso de tener que relacionarse tantas personas con otras de diferente cultura, color de piel o religión. Y no todos están debidamente preparados para ello.
Los modernos medios técnicos, teléfonos móviles o Internet han causado además una aceleración en el desarrollo de la vida cotidiana, que rebasa la medida asumible por el ser humano. Es tanta la abundancia de medios de comunicación y la multiplicación de los contactos que el individuo se siente cada vez más desbordado e incluso más solo en medio de la muchedumbre que le rodea. A ello se suman presiones económicas y temporales debidas a la insaciable codicia de las empresas en busca de mayores rendimientos (mediante, por ejemplo, el traslado de fábricas y puestos de trabajo al extranjero) o como resultante del propio ánimo consumista o de búsqueda de sensaciones («estrés del tiempo libre»).
Las relaciones familiares y de amistad, cada vez más inestables, hacen que, finalmente, se pierdan los necesarios espacios de tranquilidad y seguridad, y las consecuencias generalizadas son el miedo y una gran inseguridad. Sea en el puesto de trabajo o en el tráfico, el «otro» es considerado cada vez más como una amenaza y, según el carácter de cada persona, las reacciones van desde la huida y el aislamiento hasta el dogmatismo y una abierta agresividad.
Por todo ello, se resiente el trato constructivo con los demás, y pronto incluso la misma capacidad para relacionarnos. El prójimo ya no supone una posibilidad de enriquecimiento para la propia vida, sino que se degrada al estatus de una interfaz robótica para el indispensable intercambio de datos. Los mismos valores y esquemas de conducta que antaño eran vinculantes han perdido fuerza, debido a la progresiva pérdida de autoridad, sea religiosa, familiar o de cualquier otro tipo, lo que agrava aún más la generalizada pérdida de orientación.
La búsqueda de líneas directrices. Los modales, las buenas maneras, la cortesía
Moritz Freiherr Knigge[1] constata un malestar recurrente y generalizado en las tendencias actuales. Más de doscientos años atrás, Adolph Freiherr Knigge (1752–1796), un antepasado suyo, escribió un libro titulado Acerca de la comunicación humana (“Über den Umgang mit Menschen“), que, si bien se prestaba a malas interpretaciones –por su simple carácter de libro de normas de conducta–, al menos sirvió en Alemania como obra de referencia para contestarse a la pregunta: ¿cómo he de tratar a los demás?
Este tema es muy antiguo, probablemente tanto como la Humanidad. El estudio comparativo y filosófico de las fuentes de la sabiduría occidental y oriental nos proporciona acceso a una gran cantidad de valiosas fuentes, como por ejemplo los libros de sabiduría egipcios, escritos por faraones, visires y sabios en forma de consejos dirigidos a sus sucesores, o las descripciones de Confucio acerca de la esencia del hombre noble, el «hombre Ju», por solo mencionar dos de los más conocidos.
Knigge se ha conectado con la obra de su predecesor y se ha tomado la molestia de aportar líneas directrices de conducta, claras y sin embargo flexibles, para un sinnúmero de situaciones típicas actuales en las relaciones humanas; ofrece indicaciones para moverse en un mundo caótico, advirtiendo de las consecuencias de una nueva moral pública, que designa con el término de «lo políticamente correcto».
Este autocontrol por parte de la sociedad, hoy en día tan de moda, lleva a una incapacitación del individuo y a una visión muy limitada, donde todo es blanco o negro, sin la posibilidad de una sensata ponderación. Frente a esto, Knigge enfatiza en la necesaria conjunción de libertad y responsabilidad, así como en el papel de la conciencia. Rechaza también, de paso, aquellos modos de comportamiento que tratan de justificarse tras la fuerza de las circunstancias o de las necesidades personales, insaciables por la tan manida “realización personal”. La humilde meta de Knigge es lograr una “sabiduría de vida”, que naturalmente se entronca con una serie de virtudes. Él mismo demuestra su sabiduría o sensatez al recalcar que hay que considerar la diversidad humana como un enriquecimiento y un desafío interesante para la convivencia.
La mencionada preocupación acerca de la situación de las interacciones humanas y de la comunicación afecta a tantos que ya hay una activa demanda de guías acerca del tema del comportamiento humano correcto. Así, no es de extrañar que recientemente haya aparecido en Alemania, además del de Knigge, un libro con el sencillo título de “Manieren” (“Buenos modales”), que está haciendo furor. Lo ha escrito el Dr. Asfa-Wossen Asserate, miembro de la familia de la antigua casa imperial de Haile Selassie. Con extraordinaria perspicacia y erudición, muestra el africano Asserate lo que se entiende por maneras de comportamiento civilizadas europeas, o mejor dicho, lo que se entendía antaño por tales. En su condición de aristócrata, en el mejor sentido de la palabra, se muestra Asserate por ello mucho más como espejo divertido del lector que como estricto maestro.
Los modales son el signo visible del trato entre personas, especialmente donde aquellos faltan. Aun así, solo pueden ser expresión de una disposición interna más amplia, ya que solamente como técnica aprendida, estarían condenados de antemano al fracaso. Podría considerarse esta disposición interna como la virtud de la cortesía. Y normas de cortesía las encontramos históricamente ya en Cicerón.
El completo desarrollo y esplendor lo vivió la cortesía, sin embargo, en la Edad Media, a través de la convivencia decorosa y respetuosa en la corte y, más tarde, se extendió su utilización a círculos más amplios de la población. En los últimos siglos han ido cambiando las formas en que se hacía más hincapié en uno u otro detalle, pero el concepto de la cortesía ha sido siempre universalmente apreciado. Así lo encontramos, por ejemplo, como virtud esencial en el bushido, el código de honor de los guerreros japoneses. Allí, se destaca especialmente la consideración y compasión por los sentimientos de los demás.
El filósofo Jorge Ángel Livraga Rizzi reavivó en sus escritos el ideal de la cortesía, con la idea de extenderla no solamente a los humanos sino a todos los seres. Un concepto tan amplio refleja una profunda comprensión filosófica de la Naturaleza y un gran respeto ante la divinidad de todos los seres y manifestaciones. Transmite con ello esa trabazón con lo espiritual, que otorga a la cortesía una indudable legitimidad.
Sin embargo, hoy, el concepto de la cortesía parece que no está de moda, especialmente en las sociedades occidentales, en las que el “dogma de la igualdad” en cierto modo ha desprovisto a la cortesía de su originario campo de actividad. Porque la cortesía implica al mismo tiempo reconocer respetuosamente las diferencias, y superarlas armoniosamente mediante el acto de la cortesía. Hay una anécdota del rey español Alfonso XIII que ilustra a la perfección en qué consiste la verdadera cortesía. Se cuenta que un ciudadano de condición humilde fue invitado a un banquete a la corte en Madrid por los servicios que había prestado. Delante de él había un recipiente con agua para lavarse las manos; pero dado que él desconocía esa función, bebió del mismo. El rey lo advirtió, así como el resto de los comensales, que mostraron una burlona desaprobación en sus rostros. Al ver esto, el rey Alfonso bebió asimismo del cuenco con agua, por lo que los demás, tras un momento de duda, siguieron su ejemplo. Esto demuestra que la verdadera cortesía puede, en ocasiones, ir en contra de toda etiqueta si con ello se puede evitar a un ser humano una humillación.
El respeto como concepto clave
En la búsqueda de ese común denominador que, trascendiendo lo cultural, pueda dar una orientación para la convivencia humana, surge un concepto moderno que posee la ventaja de su relativamente poco uso. Se trata de la palabra “Wert-schätzung”, que en lengua alemana es compuesta y contiene los sustantivos “Wert” (“valor”) y “Schatz” (“tesoro”), y da por ello a esta propiedad un carácter elevado y prominente. El respeto, como reconocimiento, estimación o apreciación del valor o mérito de alguien, está por ello íntimamente unido al concepto de la dignidad humana. Le da vida a esta elevada idea mediante la puesta en práctica. La inalienable dignidad del ser humano es, por otra parte, un concepto tan importante y universal que ha sido incluido en un lugar prominente no solo en la Constitución alemana, sino también en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU (artículo 1.º).
Este respeto es fundamental para cualquier relación humana. Donde escasea o falta, las personas se encierran en sí mismas y solo conduce a bloqueos, que obstaculizan o incluso impiden la comunicación y el trabajo en equipo. Precisamente en un ambiente caótico e inseguro, los seres humanos están muy sensibilizados al grado de estima y aprecio que se les muestra, a si se les valora o no. Perciben instintivamente, más allá de toda apariencia exterior, si se encuentran en “terreno amigo” o “enemigo”.
Mostrar respeto, aprecio hacia el semejante es indicio de un especial acto de voluntad, que es independiente de cualquier circunstancia material externa. Sucede de manera voluntaria y consciente. En síntesis: se trata de una virtud y, como tal, según afirma Aristóteles, puede ser adquirida y practicada, en principio, por cualquiera.
El camino hacia la adquisición de esta virtud, como tantas otras veces, va de lo interno a lo externo. Barbara Mettler-v. Meiborn[2] muestra que el respeto se ha de fundamentar en primer lugar en el propio yo antes de poder expresarse frente al prójimo y, finalmente, extenderse a la naturaleza entera y ser experimentado de una manera global. Impresionada por la catástrofe del tsunami en Asia, en el año 2004, Mettler-v. Meiborn ha extendido conscientemente su concepto del respeto más allá del aspecto de las relaciones meramente interpersonales. El aprecio o estima se convierte con ello en un respeto omniabarcante, frente a una unidad que engloba todo lo existente.
La concepción filosófica, el conocimiento espiritual de la unidad de todo lo existente, vienen desde muy antiguo y han sido transmitidos por muchas civilizaciones. Le da una nueva y más amplia dimensión al aprecio que mostramos hacia una determinada persona en una situación concreta. Como consecuencia final de ello, el respeto se convierte así en una forma de reverencia hacia lo divino, en un acto sagrado.
Aprender a valorar, aprender a valorarse uno mismo
Las vías para un sentimiento de autoestima sano o mermado se establecen desde la más temprana infancia. La educación tiene aquí una influencia decisiva. De nuestros padres aprendemos que hay un marco seguro, dentro del cual podemos desarrollar nuestras disposiciones de manera adecuada, o bien que tenemos que restringirlas para ajustarnos a las exigencias o pretensiones de ellos o de terceros. Por miedo a no poder satisfacer de esta forma necesidades vitales, algunas personas asumen por ello un falso yo, una máscara que más adelante les frena en su vida y les lleva a crisis.
Ser estimados positivamente en la niñez significa, por el contrario, tener la seguridad de que “se nos deja ser como somos”. Más adelante, ya podremos insistir en el aspecto de una maduración de la personalidad en el sentido de “sé tú mismo”. Se trata de descubrir y vivir nuestras propias disposiciones más internas, nuestro Dharma. La psicosíntesis, según Roberto Assagioli[3], propone para ello cinco pasos, que parten del reconocimiento, pasan por la comprensión y la aceptación hacia un equilibrio coordinado (entre fortalezas y flaquezas) y llegan hasta una verdadera síntesis. Assagioli propone para ello el yo superior, la chispa divina en el ser humano, una fuerza de voluntad que es capaz de guiar los procesos psíquicos en la dirección correcta.
El paso decisivo es la aceptación. Solo si soy capaz de aceptarme a mí mismo con todas mis características, incluso las indeseadas, y valorarme positivamente, estoy en disposición de transmitir esta misma actitud a los demás. En pocas palabras: quien se aprecia a sí mismo podrá apreciar a los demás y será también apreciado por ellos.
El respeto, como aprecio por uno mismo, tiene una trascendencia absolutamente fundamental. No solamente quita el veneno de la “mala conciencia”, tan extendido, y los fundamentos mismos de su obra destructora, sino que además permite que el ser humano se considere como ser en evolución, parte de un todo maravilloso y divino.
Por ello vale la pena cultivar periódicamente el aprecio o estima hacia uno mismo. Ello se consigue si, justamente en este mundo nuestro, tan agitado, nos concedemos un tiempo para nuestra propia tranquilidad interna y externa. Se recomienda para ello la práctica de la meditación, la observación interna, pequeños rituales personales, reflexionar, realizar una revisión o examen de lo que ha sido el día, etc., y hacerlo preferentemente en lugares adecuados, que en lo posible ofrezcan pocas posibilidades de distracción. Es importante en estas prácticas lograr un cierto distanciamiento respecto de los propios pensamientos y emociones. Así, podemos cerrar capítulos del pasado y obtener fuerza para crear cosas nuevas.
El encuentro respetuoso con los demás
Como cualquier otra virtud, el respeto vive por su aplicación práctica. Ha de ser expresada, participada, hecha visible. Así, el respeto o aprecio está íntimamente ligado con la comunicación, en cualquiera de sus formas.
El proceso de la comunicación, complejo y lleno de arenas movedizas, tiene mucho que ver no solamente con el contenido del mensaje que se transmite, sino también con las circunstancias accesorias de la transmisión. En primer lugar, influye la actitud de la persona con la que se habla, que se muestra de manera inmediata y muchas veces inconsciente. El receptor del mensaje “decide” frecuentemente de manera instintiva y rapidísima si se encuentra frente a un amigo o un enemigo, y rige su propio comportamiento de comunicación en consonancia.
Antes de poder comunicarnos con respeto y aprecio, debemos, por lo tanto, examinar nuestra actitud. Tenemos que dirigir nuestra mirada hacia lo interior y preguntarnos: ¿puedo dejar a mi interlocutor tal como está o le niego el derecho a ser como es? ¿Le puedo tratar con respeto o le rechazo porque es joven o viejo, rico o pobre, hombre o mujer, paisano o extranjero, de la misma opinión que yo o que discrepa? ¿Según qué escala de valores o normas me rijo?, ¿según qué prejuicios, apreciaciones, emociones me dejo llevar? Tal diálogo interior puede llevar a una purificación y también ayuda a fortalecer la propia autenticidad, sin la cual no es posible ninguna comunicación tendente a la autoestima y al aprecio.
Hasta qué punto es importante una postura interna hacia el respeto lo muestra, por otra parte, también la psicoterapia. El sistema de la terapia de diálogo no dirigido, según Carl Rogers, se basa en este principio del encuentro respetuoso entre los seres humanos. Por ello, ¡no infravaloremos el poder de nuestros pensamientos y emociones! Son decisivos para el resultado de nuestros encuentros con los demás. Si dirigimos nuestra atención hacia lo negativo, entonces parecerá cada vez más y más grande; sin embargo, si consideramos lo positivo, entonces será esto lo que predomine para nosotros. Nosotros tenemos la libertad de la elección.
Aspectos importantes de una comunicación respetuosa
El elemento básico de cualquier interacción y comunicación humana se encuentra al comienzo: se trata del saludo. El saludo varía según el momento, el lugar y la cultura en que se desarrolla. Puede consistir en ceremonias que duran horas o en un movimiento corporal apenas perceptible, quizá solo en un par de letras al comienzo de un mensaje de correo electrónico o del teléfono móvil. Pero, en cualquier caso, el saludo es indispensable.
El saludo, cada vez que se realiza, es un puente entre personas que se encuentran. Da a entender que al menos se ha percibido al otro y que se respeta su existencia. Según el tipo, puede expresar el aprecio en distintos grados, hasta llegar al amor. Proporciona así la base para la mutua aceptación y seguridad, sobre la que se pueden desarrollar de manera positiva todos los demás encuentros entre seres humanos.
Quizás hoy pueda sonar extraño, pero antiguamente era común que a un adversario en el campo de batalla se le mostrara antes del combate un gesto de cortesía como señal de respeto. No saludarle hubiera significado no considerarle siquiera digno de enemistad y excluirle de la mínima unidad concebible, que es la de dos antagonistas que dependen uno del otro.
La comunicación verbal, como continuación del saludo, se constituye en sí misma como un puente afectivo entre personas. Por ello siempre es positivo practicarla, aunque sea breve, en forma de conversaciones cortas, en cualquier situación que se brinde, como por ejemplo en el supermercado o en el ascensor comunitario. Conversar facilita la participación social si se hace con amabilidad y discreción y mejora la convivencia de todos.
No obstante, las palabras también pueden ser utilizadas como armas. Debemos ser conscientes de eso al utilizar nuestra lengua si queremos comunicarnos con respeto. Indudablemente, es un arte encontrar los temas, las palabras y las expresiones adecuadas según la situación y el interlocutor. Para evitar, de entrada, perturbaciones en la comunicación, es útil, además de la práctica y la experiencia, el antes mencionado y necesario contacto con nuestro mundo interior.
Un diálogo positivo requiere, entre otras cosas, una buena dosis de humor, cuestiones interesantes y sinceramente planteadas, la participación de todos en la conversación, la capacidad de dejar puntos abiertos o sin concluir y la generosidad de no tener en cuenta, o incluso pasar por alto los fallos cometidos por los demás. Allí donde el respeto se muestra francamente en forma de elogio o reconocimiento, gana en valor si se concreta el asunto y si se fundamentan las razones. Debe tenerse como norma el no ofender a nadie ni infravalorarlo o menospreciarlo. Las palabras deberían transmitir siempre la verdad, el respeto y la consideración hacia los demás. El chismorreo y cotilleo sobre personas presentes o ausentes deben ser, en lo posible, erradicados.
Una de las capacidades más enigmáticas del ser humano –íntimamente relacionada con el habla– es la mirada, que, como una puerta abierta al alma, puede crear la comunicación aun sin palabras. Mirar a alguien es ya una forma de valoración. Evitar la mirada produce en el otro generalmente desconfianza. Pero también la mirada hay que saber ejercerla de manera correcta, para evitar causar algún prejuicio o suspicacia.
Quizás el elemento más importante de una comunicación respetuosa consista en saber escuchar. Los seres humanos tienen la necesidad de ser mirados y escuchados. Este hecho lo utilizaba ya Sócrates en sus diálogos. Quien es capaz de escuchar al otro, interesándose por lo que dice y de manera tolerante, puede conseguir verdaderos milagros. Si se le brinda a una persona un marco adecuado para expresarse, puede lograrse de manera mágica una verdadera «autocuración». Saber escuchar es, por lo tanto, una manera directa de expresar aprecio y respeto por los demás.
Si bien la actitud interna es lo fundamental para practicar el respeto, hay que mencionar, para una comprensión más completa del tema, que existen una serie de técnicas o modos de comportamiento –mejor dicho, incluso, determinados rituales– que pueden ayudar a la concienciación del respeto. Valga como ejemplo el ritual de dar pequeños regalos, una de las mejores muestras de aprecio y cariño hacia los demás.
El respeto como virtud filosófica
Como hemos mencionado al principio, el respeto puede y debe alcanzar a todos los seres y a todas las manifestaciones. Muchos de los consejos e indicaciones dados pueden aplicarse también con relación a un trato respetuoso con la naturaleza. Así, al igual que con los seres humanos, podemos relacionarnos con la naturaleza y con sus seres visibles e invisibles, hablándole, saludándole, mostrándole respeto y consideración, dándole las gracias, ofreciéndole regalos, y, en caso de haberla herido, pidiéndole indulgencia.
La Naturaleza se distingue del ser humano en que es mucho más sabia, generosa y paciente con nosotros. Su «cortesía» consiste en que nos muestra el camino recto cada vez que cometemos errores, recurriendo incluso, si es preciso, al dolor como una llamada de atención
En resumen: el verdadero respeto tiende puentes por encima de las diferencias y los conflictos, ya sean sociales, religiosos, políticos, culturales o de cualquier otro tipo.
El reconocimiento de que todo lo manifestado es expresión de un principio divino es la raíz profunda de una imperturbable y omniabarcante virtud: el respeto hacia todo lo creado. Solo podremos desarrollarla si partimos de un sistema ético que no conozca el virus de la separatividad.
Por todo ello, la virtud del respeto requiere, para su desenvolvimiento, de una visión espiritual y filosófica del mundo, de una nueva filosofía a la manera clásica.
Bibliografía
Assagioli, Roberto. Psicosíntesis: ser transpersonal. Edición en español. Gaia Ediciones, 1996.
Asserate, Asfa-Wossen. Manieren («Buenos modales»). Editorial dtv, 2005.
Knigge, Moritz Freiherr. Spielregeln – Wie wir miteinander umgehen sollten. («Las reglas de juego, cómo deberíamos tratarnos los unos a los otros»). Ed. Gustav Lübbe Verlag, 2006.
Mettler-v.Meibom, Barbara. Wertschätzung – Wege zum Frieden mit der inneren und äußeren Natur (“El respeto: caminos hacia la paz mediante el mundo interno y externo”). Ed. Kösel-Verlag, 2006.
Nitobe, Inazo. Bushido – Die sieben Tugenden des Samurai («El bushido: las siete virtudes del samurái»). Ed. Piper Verlag, 2006.
Patzke Salgado, Anna. Höflichkeit im geschichtlichen Kontext – von der Antike bis zur Neuzeit («La cortesía en el contexto histórico: desde la Antigüedad hasta el mundo moderno»). Ed. GRIN-Verlag, 2005.
Notas:
[1] Ver: Las reglas de juego, cómo deberíamos tratarnos los unos a los otros (“Spielregeln – Wie wir miteinander umgehen sollten“). Paperback Taschenbuch guter Zustand – Erscheinungsjahr. 2006
[2] El respeto: caminos hacia la paz con el mundo interno y externo (Kösel, 2006).
[3] Ver: Psicosíntesis: ser transpersonal. Edición en español. Gaia Ediciones, 1996.
Traducción de ROLANDO SIERRA
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