DENIS O’DONOHUE
El concepto de la Tierra como un organismo viviente es común en las creencias de muchas culturas a lo largo de la Historia, desde los antiguos griegos o los indios de la Antigüedad hasta los indígenas del continente americano, e incluso muchas otras tribus repartidas por todo el mundo actual.
Introducción
La hipótesis de Gaia es la primera expresión científica moderna de esta profunda y antigua creencia de que la Tierra está viva. La teoría fue formulada por un científico británico, James Lovelock, y la microbióloga americana Lynn Margulis, y postula que el clima de la Tierra y el ambiente de la superficie están controlados de una manera autorregulatoria por los animales, plantas y microorganismos que la habitan. Estos procesos, increíblemente complicados y flexibles, son los que facilitan la presencia de vida en nuestro planeta. Esta teoría pone el énfasis en la interrelación e interdependencia de todo fenómeno, así como en la participación de todas las formas de vida en el proceso cíclico de la Naturaleza.
La teoría Gaia
La hipótesis de Gaia sugiere que el medio ambiente de la Tierra en su totalidad, incluyendo la atmósfera, los océanos y las masas continentales, a través del control activo de las múltiples formas de vida (desde los animales y las plantas hasta la más simple y primitiva bacteria unicelular), presenta un comportamiento de autorregulación característico de «algo» viviente, y que los componentes principales del sistema de apoyo de vida de la Tierra se han mantenido en un equilibrio perfecto por eones, posiblemente hasta el momento de la intervención de la civilización moderna.
La «sabiduría» científica convencional afirma que la Tierra es simplemente materia inanimada (roca, suelo, agua, elementos químicos orgánicos e inorgánicos y gases), que gira a través del espacio de acuerdo a leyes matemáticas, sin ninguna relación con la vida o con nosotros mismos. De acuerdo a esta teoría, la Tierra manifestaba las condiciones favorables para permitir la creación y evolución de la vida, la cual se ha ido adaptando a medida que las condiciones han cambiado en el transcurso del tiempo.
La teoría Gaia, en cambio, se enfrenta a este postulado y considera que las múltiples formas de vida no solamente influyen colectivamente en su medio ambiente para obtener de él condiciones más favorables para su existencia, sino que la vida misma actúa de tal manera que verdaderamente es ella quien regula y controla su medio ambiente. En otras palabras, las condiciones actuales de la Tierra no surgieron porque la vida permitió pasivamente que se dieran, ni porque contribuyó moderadamente a que se desarrollaran, sino que realmente provocó el que ocurrieran. La vida es el catalizador, el ingrediente mágico que hace de la Tierra un planeta maravillosamente diferente de los demás planetas del sistema solar.
La inspiración original de James Lovelock para la teoría Gaia se originó de su trabajo para la NASA en el proyecto Viking, en el cual se envió una sonda a Marte para investigar, entre otras cosas, la posibilidad de la existencia de vida en dicho planeta. El problema con el cual se enfrentó Lovelock fue cómo alguien podía determinar la presencia de vida en un planeta. Sus colegas habían creado elaboradas pruebas químicas para detectar la presencia de aminoácidos, los cuales forman los bloques constructores de vida en la Tierra. Para Lovelock este enfoque era inadecuado por numerosas razones, entre las cuales estaba el hecho de que pruebas similares podían realizarse en varios lugares remotos de la Tierra, arrojando la conclusión de que no existía vida en el planeta. Otra razón fue la perspectiva geocéntrica de que los bloques constructores de vida en otro planeta, los cuales posiblemente tendrían que evolucionar por millones de años, fueran los mismos que se encontraban en la Tierra.
Lovelock argumentó que si realmente existiera alguna forma de vida en Marte, esta sería fácilmente detectada desde su atmósfera, puesto que esta es la parte menos compleja y más accesible de un planeta al realizar un estudio a distancia. El análisis realizado en Marte con la ayuda de un telescopio especial de espectro reveló que la atmósfera marciana se encontraba virtualmente un estado de equilibrio, y estaba constituida en su totalidad de dióxido de carbono. Tomando este razonamiento desde otra perspectiva, Lovelock formuló eventualmente dos preguntas: ¿cómo podría alguien afirmar que existía vida en la Tierra si esta persona se encontrara en Marte?, y ¿qué es exactamente la «vida»?
El análisis de la Tierra desde la perspectiva de Marte produce algunas curiosas anomalías. La atmósfera terrestre contiene una mezcla de gases (oxidantes, reductores y neutros) altamente reactivos, que, sin embargo, se encuentran en un estado de equilibrio dinámico. Específicamente, los gases oxidantes como el oxígeno y el dióxido de carbono deberían reaccionar al contacto con gases reductores tales como el metano, el amoníaco y el hidrógeno, para producir componentes más estables. Las atmósferas de Marte y Venus contienen solamente gases oxidantes y neutros, mientras que las de Júpiter y Saturno se componen solo de gases reductores. Otro factor peculiar es que la distancia entre los puntos extremos de la escala de temperaturas de la Tierra, comparada con la de otros planetas, es notablemente menor, y que su temperatura promedio no concuerda con aquella supuesta para un planeta entre Venus y Marte.
Del estudio de la causa de estas y otras anomalías, y con la ayuda de la microbióloga Lynn Margulis, surgió la hipótesis de que la forma en la cual se comporta el medio ambiente de la Tierra puede dar la pauta para considerar al planeta en términos de una entidad viviente. Esta idea es común en muchas culturas antiguas y contemporáneas. Sin embargo, el concepto de «presencia vital» o de «vida» es la parte más controvertida de la teoría de Gaia; en sí, esta teoría se encuentra plenamente enlazada a dicho concepto, el cual ha sido, aun para la ciencia, muy difícil de definir. Según el Diccionario Webster, la «vida» es definida como «aquella propiedad de las plantas y los animales (que los diferencia de la materia inorgánica y culmina en su muerte), que les permite alimentarse, obtener energía, crecer, etc.». La ambigüedad de esta definición encubre las dificultades que ocasiona el definir verdaderamente lo que es la «vida». De hecho, incluso los científicos no logran ponerse de acuerdo acerca de si los virus están vivos o no.
No obstante, en muchas circunstancias la suposición de que algo pueda ser considerado como un sistema viviente depende del punto de vista desde el cual se lo observa. Tomemos la perspectiva de una célula del hígado de nuestro cuerpo. Como parte de dicho cuerpo, las células son también parte de un sistema constituido por una compleja variedad de otros tipos de células vivas, las cuales poseen funciones particulares y actúan al mismo tiempo como un todo (en órganos, tejidos, corriente sanguínea, etc.), de una manera autorreguladora que permite mantener las condiciones favorables para la continuación de la existencia de nuestro cuerpo.
Nuestro cuerpo posee complejos mecanismos para mantener una temperatura interna constante, tales como eliminar el exceso de calor por medio del sudor en un ambiente cálido o conservar el calor por medio del tiritar del cuerpo en un ambiente frío. También posee mecanismos que se ajustan al contacto con agentes externos, por ejemplo, la intrusión de una enfermedad o la falta de alimentación. Quizás no sea obvio que la célula del hígado forme parte de un organismo viviente mayor. En realidad, un cierto número de células del hígado (o de otros tipos), pueden morir antes de afectar al organismo entero, aunque existen límites. Estos límites no pueden sobrepasarse sin que ocurra un daño permanente en el área afectada, o incluso se pueda ocasionar la muerte misma del cuerpo, terminando posiblemente con la vida de todas las células. Desde esta perspectiva, la teoría de que la Tierra pueda considerarse como una entidad viviente no parece, en lo más mínimo, inverosímil, aun para la mente científica, como pudo haberlo sido cuando fue introducida por primera vez.
La teoría de Gaia apunta hacia un horizonte fructífero de empatía y complementación en la investigación científica de los últimos decenios sobre la relación de la vida en nuestro planeta y la de sus criaturas sensibles y racionales. Puede ser que en el futuro se perfilen posibilidades verdaderamente insospechadas y fértiles.
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