JOSEFINA GONZÁLVEZ CLIMENT

El medio para mover los corazones tiene como raíz la emoción, por brotes las palabras, la música son sus flores y el significado es el fruto.

La poesía es una de las expresiones que ha llegado hasta nosotros desde el fondo de los tiempos. Todas las civilizaciones de la Antigüedad cultivaron este arte. Así tenemos, por ejemplo, en Sumeria, el poema de Gilgamesh, que por la importancia de su mensaje fue transfundiéndose en civilizaciones sucesivas y nos llega procedente de una recopilación hecha con texto sumerio, babilónico, asirio e hitita.

También es destacable en Babilonia el llamado Enuma Elish, traducido como El poema de la Creación, que nos relata la aparición del universo desde un tiempo en el que nada existía.

En la India, la monumental obra denominada El Mahabharata, que consta de doscientos veinte mil versos recogidos en dieciocho libros. Este gran poema épico es probablemente el más extenso del mundo, e incluye un bosquejo del Ramâyana y el Bhagavad-Gîta o Canto del Señor, con las sublimes enseñanzas que Krishna otorga a su discípulo, el príncipe Arjuna.

Tradiciones chinas nos relatan que su poesía se originó con el emperador Shu de Yu y fue posteriormente recopilada por el sabio Confucio. Del denominado Libro de la poesía decían que nada lo superaba en mantener las normas correctas de éxito y fracaso en el gobierno, en mover el cielo y la tierra y en apelar a los espíritus de los dioses. Los reyes antiguos lo usaban para «perpetuar los lazos, perfeccionar la reverencia, profundizar relaciones humanas, embellecer la instrucción rural y mejorar las costumbres sociales».

Este hecho de relatar de forma poética los acontecimientos más relevantes en la historia de los pueblos, como homenaje a sus héroes o como forma de transmisión de conocimientos y enseñanzas atemporales para las generaciones posteriores, se llevó a cabo también en Occidente. En Grecia la poesía fue la primera forma literaria, en Bretaña nos encontramos con los bardos celtas, y posteriormente van a ser los trovadores quienes recuperen la labor de mantener vivas las tradiciones o relatar las hazañas logradas.

La poesía ha ejercido a través del tiempo la función de guardar un mensaje aparentemente centrado en determinados momentos de la historia, aunque su contenido supera la mayor parte de las veces los condicionantes temporales y ofrece elementos valiosos si sabemos interpretarlos y los adaptamos a nuestro momento actual.

Todos estos pueblos coinciden en decirnos que sus grandes obras fueron debidas a un «soplo inspirador» al que daban origen divino. Dicha inspiración se concibe como un contacto, una comunicación con una Inteligencia que nos utiliza para ejecutar aquello que no seríamos capaces de hacer por nosotros mismos. Probablemente por ello, muchas de las obras pertenecientes a estas civilizaciones están precedidas por una invocación a alguno de sus dioses, según la naturaleza del trabajo a emprender, y los autores se disponían a convertirse en intérpretes por los que debía pasar la voluntad de estos seres superiores. Para convertirse en ese canal adecuado, el hombre debía haber purificado antes su personalidad, pues de lo contrario no podría reproducir con fidelidad aquello que se le transmitía, perderían nitidez las imágenes, los pensamientos quedarían incompletos y el mensaje desvirtuado.

El mensaje poético

¿Por qué este mensaje se reviste de formas poéticas? Los ritmos y las rimas siempre fueron utilizados con el práctico fin de ayudar a la memoria en el recuerdo de arcaicas enseñanzas, pues no siempre estas fueron reflejadas por escrito. Algunas de estas enseñanzas corrían el riesgo de ir perdiendo, poco a poco, su sentido original, debido a las propias impresiones de aquellos que las recibían, por una modificación o reorganización interior equivocadas. En el empleo práctico del lenguaje prosaico la forma no se conserva, no sobrevive a la comprensión. Algo muy diferente ocurre con un poema, pues está expresamente hecho para ser indefinidamente lo que acaba de ser sin cambiar jamás. Tal vez por esto, los pueblos del pasado escribieron sus hechos en poesía.

La tradición, arropada por las bellas formas del lenguaje poético, ha llegado a nosotros, y el misterio de los dioses, el sacrificio de los héroes y la gloria de los pueblos despiertan de nuevo y reviven cuando nuestros ojos se deslizan línea tras línea buscando en otros tiempos otras formas de entender la vida, e inundarnos de un aire más limpio e inocente.

Este sentimiento, esa varita que parece pulsar algún resorte olvidado en lo más profundo de nuestro pecho y acercarnos a un estado más elevado a través del pensamiento, es poesía.

La verdadera poesía es el Verbo con todos sus elementos maravillosamente unidos entre sí por correspondencias secretas, que hacen vibrar nuestras cuerdas más espirituales. Si un poema no hace nacer en nosotros esa clase de emoción, si solo nos procura sensaciones vagas, no se trata de verdadera poesía.

El poeta

Decía Confucio: buscar la sutileza de las cosas es como intentar apresar el viento o coger una sombra; difícil es encontrar un hombre entre miles que vea con claridad las cosas en su mente, y ya no digamos uno que sea capaz de pasar esa claridad a la boca y a la mano, hablando y escribiendo.

Nos explica un texto taoísta que la poesía implica un talento especial que nada tiene que ver con los libros, ni con los principios de la razón, y sin embargo, que a menos que un poeta haya leído mucho e investigado los principios de la razón detalladamente, no llegará al límite.

Sucede con frecuencia que se le reprochan al poeta las investigaciones y las reflexiones, la meditación de sus medios; pero ¿quién pensaría en reprocharle al músico los años consagrados a estudiar el contrapunto y la orquestación? No podemos esperar que la poesía exija menos preparación. Tampoco podríamos reprochar a un pintor sus estudios de anatomía, de dibujo y perspectiva. Pero, en cuanto a los poetas, parecería que tienen que componer lo mismo que se respira. Esto es un error, ya que el poeta debe dar forma a la expresión inmediata que recibe de la emoción. No podemos esperar que únicamente a través de la sensibilidad se alcancen resultados óptimos, porque la sensibilidad es instantánea, no tiene gran duración y el poeta se ve obligado a solicitar a sus facultades de decisión y coordinación que intervengan, no para dominar a la sensación, sino para hacerle dar todo lo que contiene.

Nos dice Jinarajadasa que el poeta se vale de las emociones, pero las expone en términos de razón.

Ante un bello poema de una cierta extensión, son pocas las posibilidades de que un hombre haya podido improvisar de una vez un discurso provisto de continuos recursos, de una armonía constante y de ideas siempre acertadas y que no muestren señales de debilidad. De todos modos, hace falta para ser poeta algo más que técnica, una virtud especial que no se analiza en actos definibles y en horas de trabajo, una cualidad, una especie de energía individual propia que aparece en él y se le revela a sí mismo en instantes de infinito valor, algo parecido a lo que nos describe Machado cuando nos dice: El alma del poeta se orienta hacia el misterio. Sólo el poeta puede mirar lo que está lejos dentro del alma, en turbio y mago sol envuelto. Esa energía superior actúa solo unos instantes, mediante manifestaciones breves y fortuitas. Esos instantes que pueden llegar a revelarle las profundidades en las que reside lo mejor de sí mismo, no es fácil trasladarlos al lenguaje común que utilizamos para poder expresarlo.

El valor del poeta reside en esa labor que es capaz de realizar al dar forma en un vehículo de expresión a ese hermoso sentimiento, casi fugaz, que ha llegado a invadir todo su ser, y, de este modo, mostrar a otros hombres que pueden llegar a sentirse identificados con su obra, la belleza oculta en el alma de cada ser humano.

Hoy en día las muchas preocupaciones materiales desgraciadamente ocupan el lugar principal en la vida de la mayoría de los hombres. No es que el arte ya no interese, pero ha sido relegado a una posición secundaria, prescindible. El arte gusta, complace a los sentidos, pero ya no es tenido por un alimento esencial para el espíritu, una fuente de inspiración. Hoy las bellas palabras caen en el olvido, dan paso a un lenguaje «cotidiano» dirigido a conseguir un fin práctico y concreto, y las imágenes que se dibujan en nuestras mentes no deslizan emociones elevadas a nuestros corazones, fríos y solitarios.

No queremos decir con esto que no tenga importancia el lenguaje que utilizamos todos los días para desenvolvernos, pero tampoco nos limitemos exclusivamente a él. Descubramos todo un mundo que permanece silencioso a la espera de que nos aventuremos a llegar hasta él.

Yo soy sobre el abismo

el puente que atraviesa;

yo soy la ignota escala

que el cielo une a la tierra.

Yo soy el invisible

anillo que sujeta

el mundo de la forma

al mundo de la idea.

Yo, en fin, soy ese espíritu,

desconocida esencia,

perfume misterioso

de que es vaso el poeta.

G.A. Bécquer

Bibliografía

Teoría poética y estética, Paul Valéry.

Creación artística y creación espiritual, Omraan M. Aïvanhov.

Textos de estética taoísta.

El héroe cotidiano, Delia S. Guzmán.