Hay muchos libros sobre técnicas literarias, antiguos y modernos, escritos con la misma buena técnica que comenta, pero en las obras sublimes esa técnica emana del talento y el entusiasmo del autor. Si la fuente de la palabra surgiera de la técnica, nos encontraríamos ante un esqueleto, le faltaría la vida que solo otorga la genialidad de un alma grande.
Como una Venus de Milo, este mutilado trabajo de teoría literaria es un monumento de la Antigüedad ante el que paladeamos viejas glorias, sintiéndonos orgullosos de pertenecer a la especie humana.
Los escritores se extasían, arquitectos frente a la Gran Pirámide, cuando el autor da forma a las figuras, de pensamiento o dicción, con nobles expresiones y composición elevada, dejando la huella de su talento y su pasión entusiasta. Oteamos desde sus alturas nuestros renqueantes recursos literarios, pero a la vez nos abre la posibilidad de superarnos, de ser mejores.
Escaso favor le hago a los deseos de este desconocido Dionisio-Longino si tras mis comentarios no os apresuráis a la lectura de este tratado. No solo explica la forma en que los poetas consiguen que sus obras sean inmortales, sino que nos lleva al espíritu de sus palabras aupándonos sobre sí mismo. Es difícil separar la grandeza de la poesía antigua de la de este crítico literario que nos hace partícipes de su propia pasión.
Homero, Hesíodo, Platón, Safo, desfilan ante nosotros con el esplendor que nos ofrece las gemas más valiosas talladas por un experto artista y la elocuencia con que un enamorado joyero nos descubre su tesoro; aquí una irisación de extraños matices, allá un jardín de esmeraldas, haciendo de nuestros ojos las puertas del alma que sueñan ser y no las impúdicas doncellas que son la mayor parte de los días.
Con su estilo sublime, sin pomposidades, nos descubre misterios, claves de interpretación, la oratoria de Demóstenes, la heroica imaginación de Esquilo, el atrevimiento de Tucídides, la obra impresionante de Sófocles; nos explica los versos de Safo en cascada ordenada de emociones, nos lleva de la mano en busca de la inmortalidad y, en fin, utiliza el éxtasis de lo real en vez de la persuasión de lo ilusorio para hacernos caer no ya en lo que somos, sino en lo que podemos llegar a ser.
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