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Era de extracción humilde, pero su relevancia como médico fue tan grande que se le reconoce como el más famoso de su época, contando entre sus pacientes y amistades a los reyes de Aragón, Sicilia, Francia y Nápoles y los papas Bonifacio VIII, Benedicto XI y Clemente V. Monarcas tan conocidos como Pedro el Grande, Alfonso el Liberal y Jaime II de Aragón, Federico II de Sicilia, Roberto de Nápoles y Felipe el Hermoso de Francia, lo requerían no solo como médico, sino también como asesor político y personal.
En su ciudad natal aprendió el árabe, lo que le dio acceso al estudio directo de sabios musulmanes, como es el caso del Maestro Avicena.
Del orientalista Ramón Martí aprendió el hebreo, lo que le abrió amplias posibilidades en los estudios bíblicos, rabínicos y talmúdicos. Estudió Medicina en Montpellier, París y Nápoles. Fue profesor de Medicina en la Universidad de Montpellier, donde escribió algunas de sus obras más famosas, como son Las Parábolas.
Su saber médico es catalogado como galenismo arabizado, sin considerársele oficialmente innovador, lo que contrasta con su enorme fama profesional arropada por un misticismo extraordinario. Sus disputas teológicas con los dominicos constituyeron un gran escándalo y se salvó de la Inquisición gracias a sus grandes relaciones con los monarcas europeos y pontífices de la época, que gozaban dándole su protección y amistad.
Nos parece particularmente destacable su relación con el no menos famoso Raimundo Lulio, del que según todos los indicios fue maestro en Alquimia, saliendo Lulio a su encuentro en Génova en otoño de 1308. Como Arnaldo se había ausentado de Génova, se encontraron finalmente en Marsella.
Entre su obras se conservan más de sesenta catalogadas en médicas y químicas, prescindiendo de las teológicas. Por mencionar algunos ejemplos: ¿Cómo se debe proceder para obtener la piedra filosofal?, y un Tratado de los sueños, donde pretende demostrar que estos contienen advertencias que nos vienen de Dios por intermedio de las constelaciones celestes.
Otra obra de extremo interés es la Introducción a la astrología para los médicos, donde expresa parte de sus profundos conocimientos de las relaciones entre astronomía, astrología y medicina; y condena a los poco versados en astrología que administran los medicamentos sin tener en cuenta la conjunción de los astros… Sin comentarios.
En el Novem Lumen trata de la descomposición de los metales y de la piedra filosofal.
En los Sigilla menciona doce sellos que, fabricados bajo determinadas influencias astronómicas, tienen la propiedad de preservar cuerpo y alma de los malos influjos. Estos talismanes de fabricación especial tenían la fama de contar entre su virtudes la de poner en fuga a los demonios, preservar de las tempestades, del rayo, de la peste, de las enfermedades de los ojos, reumatismos, cefaleas, etc. El oro y la plata de cada sello debían fundirse en el momento en que el Sol entraba en el signo zodiacal correspondiente.
Y así podríamos mencionar decenas de obras y opúsculos interesantísimos, desde su mismo título a múltiples detalles significativos, lo que sobra para mostrarnos a su autor a la altura de los más grandes maestros alquimistas y sabios en la Magna Ciencia desde que se apagaron los Grandes Fuegos de los Misterios egipcios hasta nuestros días.
Pasamos a continuación a destacar y comentar algunas de las Parábolas de Meditación, más conocidas entre los médicos con el título de «reglas generales o cánones generales de curación de las enfermedades».
El Señor del Cielo creó la medicina y el varón prudente no la desdeñará. Todo don perfecto y donación óptima proceden de arriba, del Padre de las Luces.
Además, la medicina es buena porque se ordena a buen fin y se refiere a buen sujeto, es decir, al cuerpo humano.
Quien aprende para lucrarse y no para saber es parido imperfecto, porque es parido para fin imperfecto. El fin perfecto de cualquier facultad es el conocimiento del Criador. En tanto que el lucro, principalmente de las cosas mundanas, impide el Conocimiento supremo del Criador y se compara a las espinas.
La ciencia en general, y con mayor motivo la ciencia médica, debe ser amada desinteresadamente. El hombre de ciencia estudia y trabaja por el noble placer de aprender y compartir lo aprendido. Si lo hiciera sólo por ganar dinero y honores se convertiría en un despreciable charlatán.
El que a muchas cosas se aplica o dedica, menor atención pone en cada una. Nuestro entendimiento es potencia simple y no puede aprender muchas cosas a la vez. Así pues, si atiende demasiado a las cuestiones temporales, aprenderá imperfectamente las cuestiones del alma, llegando a ser no solo un inútil para ellas, sino también nocivo.
Los frutos del alma son las buenas obras y los buenos pensamientos. En el mismo espíritu de la parábola anterior, Arnaldo de Vilanova se revela fiel discípulo de Hipócrates y de los grandes Maestros de la medicina.
Quien anhela en la práctica médica conseguir ventajas terrenales es, como médico, un ser inútil, y en la mayoría de los casos, perjudicial. El científico, el médico, en definitiva el hombre estudioso, no puede malgastar su vida en los placeres. Nuestra energía vital es una cantidad limitada; si se gasta en un sentido no puede utilizarse en otro sentido diferente.
Además, como diría más tarde Ramón y Cajal: «Para llevar a cabo un trabajo serio, tenemos que polarizar nuestra energía nerviosa en una determinada dirección; cuando nos distraemos, esta polarización desaparece y tenemos que producirla de nuevo cada vez que queremos volver a trabajar. Por eso, y salvo en casos verdaderamente excepcionales, el hombre divertido, alegre y placentero no puede ser científicamente eficaz».
El apetito ordenado hierve en favor del culto de Dios o en bien del prójimo, en tanto que el apetito desordenado tiende a aquellas cosas que normalmente son contra Dios y el prójimo. Luego la mente que tiene tal apetito es lacerada por él e impide la obra recta.
Igual que en el caso anterior, podemos precisar que si el médico. en el momento en que tiene que actuar. tiene su espíritu distraído por diversos placeres, no puede concentrar su inteligencia en el problema que está obligado a resolver y lo enfrentará mal, hecho que en ocasiones puede ser gravísimo al depender de ello la vida de un ser humano.
Por mente entiende el Maestro Arnaldo las potencias interiores y exteriores. Por todas las cosas que dan la dirección de la obra, entiende las señales tomadas de las cosas naturales, no naturales y contranaturales, principalmente los pronósticos. Así, la mente informada de las cosas y causas de la enfermedad, nos mostrará claramente su curación. Dícese que así lo aprendió Arnaldo de Vilanova del Maestro Avicena.
Y así, el que conoce todas estas señales curará racionalmente, al partir primero de ellas, y después pondrá la técnica y la cura. También en esta parábola se encierra el sentido común de la medicina hipocrática. Para ayudar a la naturaleza en la tarea de curar a los enfermos es necesario saber cómo es y cómo funciona el cuerpo humano, qué es la enfermedad y qué especies morbosas existen, cuáles son las causas de las enfermedades y cuál es el valor de los diferentes medicamentos y otros remedios que podemos utilizar en el combate de las mismas. Solo conociendo todo esto se podrá asistir eficazmente a los enfermos. Es por ello por lo que el médico lo que necesita es amar desinteresadamente a los enfermos y estudiar y amar la medicina.
Desde el punto de vista médico todo lo que no sea esto será secundario y muchas veces sin valor y despreciable.
Ya desde la época del famoso médico romano Galeno se mencionaba la importancia de la forma, el origen, lugar, tiempo, patria y nombre como propiedades individuales. Pues al ignorar la causa necesaria de algún efecto, se ignora el efecto mismo.
La propia naturaleza de cualquier individuo es causa necesaria para determinar el régimen o tratamiento que debe seguir. Aquí se hace resaltar el carácter primordial que para el médico tiene lo peculiar, característico, individual de cada enfermo. Es lo que siempre se expresó diciendo que asistimos a enfermos y no enfermedades.
El médico debe ser eficaz, no hablador. Las enfermedades se curan con el régimen y con los remedios, no con los discursos. Sin embargo, Arnaldo de Vilanova ha sido, tal vez, el primero en resaltar el efecto moral –curativo en muchos casos– del médico sobre los enfermos. Y este efecto se logra de muchas formas: una de las más eficaces es lo que el médico habla con el enfermo a propósito de las dolencias de este y de sus remedios.
Lo que Arnaldo de Vilanova combate es el charlatanismo, este hablar constante de los médicos en alabanza propia y en exaltación de su talento y de sus aciertos clínicos; esos discursos que lanzan algunos médicos no para sugestionar a los enfermos y predisponerlos anímicamente a la curación, sino para alucinarlos y deslumbrarlos, para que acudan con su dinero a aumentar la fastuosidad y opulencia con que viven estos doctores, que mientras están delante del paciente hablan sin ton ni son, fuera de propósito y no cuidan curar la enfermedad.
Según las doctrinas antiguas, la enfermedad era producida por la falta de armonía, por el desequilibrio humoral con predominio de uno de los cuatro humores –sangre, flema, bilis roja (o cólera) y bilis negra o atrabilis (melancolía)–. Este desequilibrio era curado por las fuerzas naturales. El médico no hacía otra cosa que ayudar a la naturaleza, evitando lo nocivo y administrando cosas útiles.
No cabe duda alguna de que este modo de pensar, que se remonta como mínimo a los tiempos de los Asclepíades, ha sido muy conveniente, hasta el punto de que algunos científicos modernos de reconocida notoriedad han afirmado que la Humanidad ha seguido adelante gracias a la prudencia y a las buenas costumbres en el uso del saber y del sentido común de los médicos hipocráticos.
La obra de la curación está constituida por dos obras: por la conservación de las cosas naturales y por la remoción (destrucción) de las cosas contra natura. Es decir, evitando lo nocivo y usando las cosas que ayudan y conservan lo natural y corrompen lo contranatural.
En tanto que no conozcamos a fondo las enfermedades, sus especies y las causas de las mismas, será una ciega y peligrosa temeridad querer tratarlas con remedios enérgicos y eficaces, lo prudente será recurrir a los remedios más suaves. Asimismo decían personajes como Galeno y Avicena: «Médico, es imposible que cures la enfermedad sino después que la conocieres. No podrás hacer recta curación por los similares ni por los contrarios, si no conoces la enfermedad y su causa».
La fidelidad del médico está en que haga al paciente lo que está obligado a hacerle según su sabiduría y su fe que nacen de Dios. Su sabiduría, además, debe precaver no dañar cuando intenta socorrer.
En síntesis, de estas palabras elegidas con dificultad, entre las de contenido moral y ciencia médica en general, sin entrar en las técnicas particulares, podemos decir que según el Maestro médico, filósofo, astrólogo y alquimista Arnaldo de Vilanova, el médico primero ha de conocer lo que se debe conocer y después atender con cuanta rapidez pueda según la característica del enfermo.
En nuestro eterno constatar las experiencias y las verdades de las vidas de otros durante nuestra propia vida, que en parte dedicamos a la investigación, da placer al alma reencontrarse en uno de estos seres que, bogando en la tormenta de su tiempo, supo responder tanto a la llamada de los que sufren como al reto de penetrar en los Misterios de la Naturaleza.
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Pues va a ser que no, que no era ni catalán ni valenciano, por mucho que venga un alemán a decirlo. Lo que ocurre es que en aquel entonces eso de las fronteras eran un poco caóticas, en plena cruzada de aquellos reyes cristianos de pequeños reinos en expansión (que no eran España). Y va a ser que el rey de la Casa Aragón,Jaime I,conde de los condados catalanes su bisabuelo Ramón Berenguer IV, acababa de ganar el territorio valenciano, y como premio a todos los que le habían apoyado en esa conquista (caballeros, nobles, comerciantes, y plebeyos), se repartieron las tierras conquistadas y se buscaron nombres más cristianos para ellas, como había ocurrido en las tierras aragonesas. Y he aquí que un emigrado de Villanueva de San Martín (hoy Villanueva de Jiloca), acaba siendo todo un personaje... Pero eso es lo que ocurría entonces con las gentes decididas y con suerte. Vamos, como eso que dicen del "sueño americano" pero en tierras retomadas a los pobladores musulmanes.