CICERONAunque el interés de Cicerón por la filosofía comenzó en su juventud, la mayor parte de sus obras filosóficas las escribió en sus últimos años cuando, marginado de la actividad política y golpeado con dureza por los avatares de la vida, buscó en la reflexión filosófica un consuelo, y en la redacción de sus textos, la oportunidad de seguir aportando lo mejor de sí a su querida Roma. De hecho, aunque su pensamiento no es demasiado original, y él tampoco lo pretende, sí tuvo un mérito muy especial: ser el principal introductor y divulgador de la filosofía griega en Roma. Su carácter ecléctico le llevó a buscar en sus obras lo mejor de las diversas doctrinas, estoicismo, epicureísmo, platonismo…, cuyos postulados respectivos exponía en forma de diálogos entre diversos personajes, buscando siempre los puntos de coincidencia y, cuando esto no era posible, dejaba siempre abierta una cierta duda sobre las discrepancias. Esto era, en definitiva, una posición muy pragmática y, por tanto, muy romana, que por otra parte conducía a una saludable tolerancia y antidogmatismo.

La vida de Cicerón (106-43 a. C.) se desarrolla en el convulso siglo final de la República romana, con sus tremendos conflictos sociales y políticos, que culminarían en tres guerras civiles y, finalmente, en la instauración del Principado (el Imperio) por Augusto. En estos acontecimientos, Cicerón jugó un papel destacado durante algunos años, defendiendo siempre la legalidad republicana y el papel del Senado frente al creciente poder de los caudillos militares. Esta actitud, finalmente, le costaría la vida, siendo asesinado por los partidarios de Marco Antonio, al que se había enfrentado duramente en el Senado desde la muerte de César, en diciembre del 43, tras el acuerdo entre los miembros del segundo triunvirato de concederse mutuamente la cabeza de sus enemigos políticos.

La vida de Marco Tulio Cicerón podríamos dividirla en tres fases: formación, carrera política y, por último, actividad literaria y filosófica. Miembro de una familia provincial del orden ecuestre (caballeros), estudió en Roma con los oradores Antonio y Lucio Craso y con los jurisconsultos de la familia Escévola, miembros del partido aristocrático; su posterior carrera política y judicial estuvo ligada siempre a esta tendencia conservadora.

El propio Cicerón nos cuenta que de niño memorizó las Doce Tablas, especie de constitución de la República establecida por los decenviros a mediados del siglo V a. C., de donde provendría no solo su profundo conocimiento de la tradición romana, sino la apreciación del valor de las leyes por encima de los partidos y los intereses personales.

De esos primeros años data también su descubrimiento de la filosofía, propiciado por los viajes a Roma de figuras destacadas de la Academia platónica, como Filón de Larissa, cuyas lecciones provocaron en el joven Marco Tulio “un maravilloso amor hacia la filosofía”. Después estudió varios años, prácticamente encerrado en casa, con el neopitagórico Diodotes, mientras pasaba la guerra civil entre Mario y Sila (87-82 a. C.). Hay que destacar también las clases recibidas en Roma del gran orador Molón de Rodas. Tras participar exitosamente en algunos pleitos, continuó su formación pasando a Grecia poco después, donde estudió unos seis meses con Antíoco de Ascalón, jefe en aquel momento de la Academia platónica, y con el que “renové mi dedicación a la filosofía, nunca interrumpida, cultivada desde los comienzos de mi adolescencia y siempre en aumento”.

La influencia platónica, por tanto, fue muy fuerte en la formación de Cicerón, pero aun en aquellos meses buscando ampliar al máximo su formación, y en sintonía con ese eclecticismo antes mencionado (que precisamente era una de las características de la Academia en aquellos años), asistió también a clases con Zenón, maestro epicúreo de la época. Su estancia en Atenas se completó con la iniciación en los Misterios de Eleusis. Por último, se dirigió a Rodas, donde volvió a escuchar a Molón y al principal filósofo estoico del momento: Posidonio de Apamea. Concluía así una magnífica y amplia formación con los mejores maestros de las diversas tendencias filosóficas. El profundo conocimiento que adquirió con ellos nos lo mostrará años más tarde en sus escritos, pero en el año 77 Marco Tulio volvió a Roma para dedicarse a la política.

La participación en la vida política romana en aquella época estaba determinada por el llamado “cursus honorum”, la carrera de honores, que en realidad significaba un meritorio proceso de prueba y ascenso a través de todas las magistraturas, desde las más humildes a las de mayor responsabilidad. Tan solo desempeñar correctamente la primera magistratura, cuestor, permitía presentarse a las elecciones para acceder a la segunda, edil, y así sucesivamente hasta el consulado. La carrera de Cicerón estuvo enmarcada entre las sucesivas magistraturas que fue desempeñando y algunos sonados procesos judiciales, como el juicio contra Verres por corrupción y abuso de poder en su gobierno de la provincia de Sicilia, o la defensa del anciano senador C. Rabirio, acusado de alta traición por su implicación en un asesinato cometido treinta y siete años atrás…

Cuestor en el año 76, edil en el 69, pretor en el 66, alcanzó el consulado en el año 63, teniendo que hacer frente durante el mismo a la conspiración de Catilina, frente a la cual actuó con gran rigor y cuyos famosos discursos contra el conspirador constituyen quizá la cumbre de su arte oratoria. Estos fueron sus años de mayor éxito y prosperidad. Inclinado hacia el bando conservador y, por tanto, partidario de Pompeyo, se vio, sin embargo, amenazado por los términos del pacto entre este y César y Craso (primer triunvirato); tuvo que apartarse de la vida pública, exiliándose.

Comienza entonces una última etapa, llena de dificultades materiales y dolorosas pérdidas personales, en la que, apartado de la primera línea de la vida política (aunque en 51 a. C. todavía es nombrado procónsul de Cilicia) y duramente afectado por la muerte de su primera esposa (…) y poco después de su única hija Tulia (año 45), Cicerón se vuelca en la redacción de sus obras sobre oratoria, teoría política y filosofía.

Así, en el 55 redactó un tratado sobre la elocuencia: De Oratore. Y poco después, en 52, dos tratados políticos: De Republica (Sobre el Estado) y De Legibus (Sobre las leyes). Tras la derrota de Pompeyo y tener que someterse a la indulgencia de César y las muertes de esposa e hija, Cicerón busca refugio en la filosofía escribiendo diversos tratados entre los que hay que destacar Tusculanae Disputationes (Las Tusculanas), en las que plantea la utilidad de la filosofía para soportar las dificultades de la vida, una consolación en las desgracias (Boecio se inspirará en ellas cinco siglos después). De natura deorum (Sobre la naturaleza de los dioses), en la que diversos personajes exponen las teorías epicúrea y estoica sobre la divinidad, concluyendo Cicerón, que se declara académico, como más convincente la estoica. Y también los tres tratados cuyos fragmentos presentamos a continuación: De officii (Sobre el deber) inspirado en Panecio; De senectute (Sobre la vejez); y De amicitia (Sobre la amistad).

La influencia de Cicerón en la implantación de la filosofía en Roma fue enorme, prolongándose hasta Boecio y san Agustín a comienzos de la Edad Media y manteniéndose hasta el Renacimiento. Voltaire, a mediados del siglo XVIII, se declaraba admirado por los tratados morales de Cicerón, de los que afirmaba eran los mejores que conocía. Disfruta, pues, lector, tú también, de esta joya de la filosofía clásica.

MIGUEL ARTOLA