El héroe por excelencia de la tradición grecolatina: Heracles

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Es hijo de Zeus (inmortal) y de Alcmena (mortal). Otra vez representa el fruto del espíritu hendiendo con su impulso la materia –de forma análoga al origen del cosmos–. Zeus anuncia que ha engendrado a Hércules ante el consejo de los dioses olímpicos. Pero Hera, su esposa celeste, símbolo de la Ley, decide que solo podrá estar entre los inmortales si supera todas las pruebas que le envíe. Recorreremos el mito de Hércules atendiendo a algunas de sus claves simbólicas y éticas.

Píndaro nos narra que, al terminar su adolescencia, tras todas las peripecias de sus primeros años, Radamantis, uno de los jueces del Hades, le plantea la que podemos llamar su primera gran prueba, la prueba de la elección: puede optar por una vida de placer y deseo o volcar esa imparable energía que lo desborda en trabajar por la virtud y el bien de la Humanidad. La elección no es fácil. Es la encrucijada que se bifurca ante nosotros día tras día. Heracles –gloria de Hera– elige el estrecho y escarpado sendero de la conquista de la virtud y comienza una serie de doce pruebas –en una clave, el paso del Sol por las doce constelaciones del Zodíaco– que le prepara Hera para lograr su inmortalidad consciente.

Las tres primeras pruebas: enfrentar nuestros defectos

El León de Nemea

En la primera prueba, Heracles debe acabar con un descomunal león que asola la región de Nemea. Pero la bestia lo rehúye, pues su guarida tiene dos salidas. Nuestro héroe bloquea una de ellas y lo fuerza a la lucha.

Ninguna de sus armas hace mella sobre la bestia y, en una acción desesperada, agarra las fauces y logra ahogarlo con sus propias manos. Vencer al león es vencer la propia violencia del orgullo. Contra el león, que no es más que la sombra del héroe, no caben ayudas, sino que cada uno debe recurrir a lo mejor de sí mismo. Sin humildad no se puede empezar a recorrer el camino de la conquista de la virtud.

La hidra de Lerma

Heracles tiene que luchar contra la hidra de Lerma en su húmeda caverna, serpiente monstruosa de siete o nueve cabezas, según diferentes versiones. El aliento de este ser es letal y debe aproximarse conteniendo su respiración. La hidra lo acomete con sus múltiples cabezas y el héroe se enzarza en medio de ellas. Pero, cada vez que logra cortar una, de la misma vuelven a brotar otras dos con renovada furia. Al límite de la situación, coge una antorcha y quema los cortes que realiza.

Se trata de limpiar con fuego, de purificarnos realmente de aquellos rencores, rencillas y vanidades que, tras efímeras victorias, vuelven a surgir bajo nuevas formas con renovada fuerza, y que son verdaderos obstáculos en el camino del que quiere conquistarse a sí mismo.

Las aves del lago Estínfalo

En la tercera prueba se enfrenta a las aves del lago Estínfalo. Estas se ocultan en un frondoso bosque, en la ribera del lago, tras perpetrar todas sus tropelías durante el día. Heracles se adentra en la espesura, pero dirigiendo su arco no consigue apuntar a presa alguna, pues se confunden totalmente con el ramaje. El héroe solicita ayuda a Atenea –la diosa de la sabiduría y de la guerra inteligente–. Es la mente superior que discierne y que se mantiene serena y con perspectiva ante cualquier dificultad. Esta le entrega unos címbalos de bronce. Heracles sube a un promontorio y hace sonar las agudas notas del instrumento metálico. Ante ese sonido, las aves salen de su escondite y se tornan blanco fácil para los dardos de Heracles.

A veces, tenemos que enfrentar defectos que no vemos como tales. Están adheridos, agazapados, como las aves en nuestro bosque personal. Así, lo que pensamos que es nuestro temperamento, por ejemplo, visto desde fuera puede ser un mal genio insoportable para los que han de convivir con nosotros. La capacidad de reflexión profunda hace vibrar la nota que nos despierta a la visión de todo aquello con lo que nos identificamos y que no nos pertenece realmente.

Si miramos en conjunto estas tres primeras pruebas del héroe, vemos que las tres tratan de cortar sin piedad todos aquellos defectos que nos limitan, empezando por el orgullo, siguiendo con rencores y envidias y acabando por aquello que pueden parecer virtudes pero son por igual limitaciones.

Las siguientes tres pruebas: desarrollar las virtudes

Las tres pruebas siguientes también tienen lugar en el Peloponeso, en el terreno cercano del individuo, en nuestro propio interior, pero ahora no se trata de matar, sino de apresar; ahora ya no hablaremos de defectos y limitaciones, sino de virtudes que requieren de la misma determinación de conquista.

El jabalí de Erimanto

En la cuarta prueba, Heracles debe apresar al jabalí de Erimanto, prueba no solo de astucia, sino también de desarrollar la virtud de la resistencia.

La cierva Cerinia

En la quinta prueba, debe capturar a la bella cierva de astas doradas que habita en las montañas Cerinas, consagrada a la diosa de la pureza salvaje, Artemisa. Nadie podía herirla para no despertar la ira de la diosa. Se transforma en una dura prueba de constancia y perseverancia, pues tras largos días persiguiendo los fugaces rastros del veloz animal, no consigue avistarla nunca.

Son los sueños que siempre se nos escapan, esas altas metas que perseguimos y que tanto nos cuestan, pero que, como esta cierva, dejan una huella aquí, una rama quebrada allá, para mantener nuestra esperanza. La caza sigue durante casi un año, pero, finalmente, cuando vadea un río crecido, logra trabar sus dos patas delanteras por sus pezuñas con una flecha, no derramando así una gota de su sangre.

El toro de Creta

El héroe tenía que domesticar el toro que Poseidón entregó al rey Minos de Creta. En una clave, la cólera, que reencaminada hacia la conquista de uno mismo, se convierte en una gran arma.

El siguiente ciclo de tres pruebas: la lucha por la Humanidad

Una vez completada esa instrucción individual en la primera mitad del ciclo, Heracles ha madurado y se encuentra preparado para enfrentar las tres pruebas siguientes, que nos narran las relaciones hombre-sociedad. Heracles se va a alejar de su tierra natal y va a encontrarse con soberanos en cuyos reinos se plantean problemas que incumben a colectivos y pueblos enteros. Parece ser que el desarrollo de lo humano tiene una primera parte de trabajo individual –acabar con defectos y desarrollar virtudes–, pero el desarrollo humano, inevitablemente, pasa por luchar por el desarrollo de la Humanidad, trascendiendo así el propio progreso individual. Nunca hubo héroe que se apartara de los problemas sociales. Se trata de revivir esa memoria colectiva de aquella mítica “Edad de Oro”, donde no hay injusticias ni penurias, que es el corazón de mitos tan importantes como “La saga del rey Arturo”. Según los mitos, forma parte del destino de la Humanidad no solo el poder lograr la perfección en lo individual, sino también en lo colectivo.

Los establos del rey Augias

Su séptima prueba le lleva a la región de Elea. El rey Augias gozaba de la posesión de unos rebaños magníficos, pero la suciedad se había acumulado en los mismos desde hacía treinta años. Por si fuera poco, se le pide al héroe no solo que los limpie, sino que debe realizar la prueba antes de que se ponga el Padre Sol en el horizonte. Ante la dificultad, Heracles idea un plan. Solicitando el permiso previo a los respectivos genios tutelares, desvía y une en un mismo caudal los ríos Alfeo y Peneo, haciendo que sus aguas irrumpan en el establo y se lleven hasta el mar aquel montón de inmundicia.

Esta prueba nos habla de la necesaria renovación periódica para poder avanzar en la vida. Es muy difícil avanzar en el camino hacia uno mismo si no vamos dejando atrás todo aquello que ya no nos sirve, dolores del pasado, situaciones que no acabamos de resolver y traban nuestros pies. Por algo la serpiente, un animal que periódicamente se desliza entre dos piedras para dejar su vieja piel atrás, es un símbolo de sabiduría.

Las yeguas del rey Diomedes

Para su octava prueba, Heracles es enviado hacia el norte. Diomedes, rey de los tracios, tras una inicial hospitalidad hacia los viajeros que llegan a sus tierras, lo que hace finalmente es asesinarlos y entregarlos a unas yeguas que se habían convertido en devoradoras de carne humana. La imagen de un animal naturalmente noble y solar como es el caballo cometiendo ese horrible acto nos habla de una grave transgresión. Heracles se da cuenta de la situación y su tarea es restituir la justicia, el orden natural. Heracles enfrenta a Diomedes en una llanura. Tras vencerlo en la batalla, hace que este rey cruel sufra la injusticia que había realizado sobre tantos hombres, saciando con él a sus yeguas.

Con ello, las yeguas recuperan su manso comportamiento. Esa es la fuerza de las imágenes míticas. Pasados miles de años, su mensaje sigue siendo actual. Como Heracles, hay que permanecer siempre atentos para, astutamente, no dejarnos engañar por los Diomedes que corren por el mundo. Es importante que deudas y compromisos innecesarios o injustos no nos aparten de nuestros sueños del alma. También hay que saber ver el Diomedes que llevamos con nosotros y estar atentos a refrenar esa crueldad que causa dolor, consciente o inconscientemente. Un ejemplo claro lo encontramos en las punzantes críticas injustas. Como el rey, no sabemos el daño que hacen hasta que no las sentimos en nuestras propias carnes.

El cinturón de Hipólita

Para la novena prueba, Heracles reúne una expedición, poniéndose al mando de la misma, y se dirige hacía la región de las costas del mar Negro, al territorio inhóspito de los escitas. Allí tienen su reino las legendarias amazonas, hijas de Ares, unas invencibles guerreras cuya sociedad estaba constituida solo por mujeres. Diestras en el manejo del labris, o hacha de doble filo, y en el arco, su espíritu belicoso hace que sean una constante amenaza para las ciudades de la Hélade. La prueba que se le encarga a Heracles consiste en conseguir el mismísimo cinturón de su reina, Hipólita. El cinturón que porta es, desde tiempos inmemoriales, un símbolo de unión y poder para todo su pueblo.

Heracles, en lugar de presentar una batalla frontal, lo que hace es recibir cortésmente a la comitiva de la reina. Lo que parecía imposible se produce: Hipólita se rinde ante los halagos y admiraciones que le brinda el héroe. La indómita reina le corresponde regalándole, a su petición, el famoso cinturón. Ante esta fácil victoria, la diosa Hera no se resigna y, disfrazada de amazona, hace correr el rumor de que Heracles quiere secuestrar a la reina. De esta manera, las instiga a entrar en batalla. Toman las armas y se lanzan al combate, pero sin la unión, que ya no les proporciona su reina. Debilitadas con la pérdida de su simbólico cinturón, su ataque es desordenado y son vencidas por Heracles.

La lección, aquí, es claramente estratégica: tratar de tener astucia y flexibilidad a la hora de resolver los obstáculos. Cuando encontramos una pared vertical delante de nosotros, hay que ver si en lugar de intentar derribarla se puede sortear de algún modo. En un ejemplo diario, ¡cuántas veces podríamos evitar un enfrentamiento si buscáramos el lado amable del otro! La diplomacia es la mejor de las estrategias: lograr lo que se quiere sin herir a los que nos rodean.

El último ciclo de pruebas: la conquista final de la inmortalidad

Las tres últimas grandes pruebas de Heracles significan viajes a lugares remotos, fuera del tiempo y del espacio conocidos. Se trata de pruebas con un carácter marcadamente iniciático; son las últimas y más duras del camino. Superando a Heracles individuo, se canalizan elementos civilizadores y fuerzas que atañen a la evolución de la Humanidad en conjunto.

El héroe, en este punto del camino, ha superado grandes pruebas y se ha ido preparando mágicamente para este ciclo final con las armas de todas las virtudes conquistadas: humildad, pureza, prudencia, perseverancia, templanza, fortaleza o valor, capacidad de renovación o entusiasmo, justicia y diplomacia.

El descenso a los infiernos

En su décima prueba debe descender a ese misterioso mundo del Hades, el reino bajo tierra de los muertos. Allí ha de capturar a aquel que guarda sus puertas fieramente, un perro feroz, un terrible ser dotado de tres cabezas. El mito nos relata que Heracles lo hace bajo el amparo, de nuevo, de la diosa Atenea y teniendo como guía al mismo Hermes. Se trata de encarar, en una clave, ese lado oscuro que subyace de forma más profunda en el ser humano. Se trata de enfrentar esos miedos  más profundos y lograr una verdadera transformación.

De nuevo, nuestro héroe ha de luchar con sus manos desnudas y solo contra la bestia; ningún ser mortal o inmortal puede hacerlo por él. Vence y lleva a Cerbero, amarrándolo por su cola, hasta la luz del día. Vencer al que custodia esa frontera del Hades y controla su paso da la idea, simbólicamente, del dominio y el poder para entrar y salir libremente de esa región de lo invisible. Esta victoria es, en una clave, una victoria sobre la muerte.

A nuestra escala, todos nosotros tenemos ese Hades particular, regiones que preferimos no visitar, verdades que, cuando aparecen en una conversación, desviamos casi mecánicamente, por el dolor que nos producen. Porque sabemos que mejor que estén de momento bien enterradas, como hace Heracles en su camino de preparación. La idea es, precisamente, ir cogiendo fuerzas. Primero hemos de liquidar a unos cuantos leones e hidras, hemos de dar nuestro esfuerzo y crecer en muchas pruebas cotidianas para enfrentar y sacar a la luz nuestro Cerbero.

Los bueyes de Gerión

Heracles, tras ese segundo nacimiento en vida tras su ascenso desde el Hades, enfrenta su siguiente destino. Se trata de la captura de los bueyes de Gerión. En esta prueba el héroe se dirige hacia el occidente, hacia el último confín del mar conocido. Allí ha de encontrar la isla de Eritia. Una vez allí, Heracles lucha contra el gigante Gerión, un ser con tres cuerpos unidos por la cintura, pero uno tras otro caen bajo su poderosa maza. Tras su victoria, sube a los bueyes en la mágica copa que le había dejado el dios Helios para llegar hasta la isla a través del océano, y se dispone a realizar el regreso.

El viaje de vuelta a Grecia le llevará a las tierras de Hispania, Marsilia, Liguria y también por los territorios de los pueblos etruscos en Italia. Tenemos ante nosotros un viaje de duración considerable en que la verdadera prueba es la custodia de los bueyes durante ese tan largo recorrido. El guerrero, en esta ocasión, no solo lucha; también vela por lo conseguido y lo protege. Ahora el regreso exige responsabilidad, dedicación, hasta que, finalmente, Heracles ofrende esos bueyes en Grecia en el sagrado altar de Hera. Vencer es importante; para ello se precisa de perseverancia, como cuando se enfrentó con la cierva Cerina, pero ¡qué difícil es transformar los éxitos iniciales en una verdadera victoria! Vencido Gerión, ¡qué largo trecho hay que recorrer para consumar todavía la prueba!

Las manzanas del Jardín de las Hespérides

Heracles, ahora, se enfrenta a su última prueba, la que cierra un ciclo completo. Penetramos ahora en una dimensión más allá de lo estrictamente personal, donde todo se magnifica por la entidad y simbolismo de los seres que va a ir encontrando en este viaje, que va a hablar de claves de la propia evolución colectiva de la Humanidad. Heracles debe conseguir traer a Grecia unas manzanas de oro. ¿Cuántas? Pues, de nuevo, en esta última parte aparece ese número tres. Tres eran las cabezas de Cerbero, tres, los cuerpos de Gerión, y son ahora también tres las manzanas de las ninfas de las Hespérides. El tres es símbolo de lo elevado. El acceso al tres es la conquista de ese hombre interno que late en potencia en nosotros.

Las manzanas son el fruto de un preciado árbol, pero Heracles, en esta ocasión, no sabe qué dirección tomar. Diversas fuentes nos hablan, por un lado, de un largo viaje en el que se dirige a los territorios hiperbóreos, o sea, más allá del norte conocido. Otros sitúan su destino en la región de Atlas. Mas el árbol crecería en un lugar fuera de las coordenadas convencionales, en el mismo jardín de Hera, custodiadas por un formidable guardián, un enorme dragón alado llamado Ladón. Este permanece enroscado al tronco y nunca duerme.

En el camino hacia el jardín de Hera encontrará al gran titán Prometeo, encadenado y víctima del suplicio al que le somete el águila del padre Zeus, que devora día tras día sus entrañas. ¿La causa de tal sufrimiento? Haber dado el fuego de los dioses, la chispa de la conciencia, a los efímeros humanos. Heracles, conmovido ante el dolor y sacrificio del titán, aplasta a aquella ave y libera a Prometeo. Una profunda clave nos hablaría del justo relevo que un día la Humanidad, simbolizada en Heracles, debería ofrecer al piadoso titán, que un día nos regaló la semilla de toda ciencia, arte y mística.

Prometeo, agradecido, lo dirige a quien finalmente le puede ayudar en su búsqueda: el otro titán, Atlas, que sostiene sobre sus hombros el peso del mundo. Finalmente, Heracles vence al dragón, y los tres frutos áureos son la prueba final ante su madre Hera. Pero cuenta el mito que Atenea se encarga de recogerlas y de restituirlas de nuevo a aquel jardín. El héroe nos ha señalado el camino hacia la inmortalidad. Ahora las manzanas vuelven a estar en su lugar original para ser tomadas por el siguiente héroe que se atreva a recorrer dicho sendero. Heracles no nos puede salvar, ningún dios nos puede salvar de nosotros mismos. Su ejemplo nos muestra el camino que hemos de seguir por nuestra propia voluntad. Esta es una gran enseñanza.

Es así como Hera, esa dama del compromiso, cumple la palabra empeñada y admite a Heracles como nuevo dios por legítimo derecho, por cumplir con sus trabajos. Ha aceptado las pruebas y se ha unido a lo más profundo de su alma de forma indisoluble. Hera también entrega a Heracles, en su ascenso al Olimpo, la mano de su hija Hebe, la bella de las sandalias doradas, aquella que por su pureza escancia la ambrosía en los banquetes de los dioses. Hebe es la eterna juventud. Heracles, finalmente, ha conquistado la inmortalidad consciente.

Heracles como modelo humano

Podemos trasladar el mito a cada uno de nuestros corazones y sentir que somos inmortales, que hay una juventud de alma que no se afecta por el paso de los años si mantenemos encendido nuestro fuego, si tenemos a Hebe a nuestro lado. No apagar ese fuego es no apagar nuestros sueños.

En cada uno de nosotros existe esa región escarpada y fuera de todo lugar físico, un recóndito valle donde crece un árbol. Todos tenemos esas manzanas doradas esperando su caballero. Todos tenemos un héroe dentro y un olivo a mano al cual arrancarle una rama para construir con ella nuestra propia maza. Un arma mágica modelada con la propia voluntad. Existe un espíritu de victoria, una actitud heroica, que no depende de las circunstancias. Lo importante no son los avatares que la vida nos ponga delante, sino cómo nosotros afrontamos esas dificultades, no dando nunca la espalda a nuestro más profundo deber humano: luchar hacia fuera y, sobre todo, hacia dentro de nosotros mismos, transformando el plomo de los defectos en el oro de las virtudes.

Los mitos heroicos siempre acompañarán a la Humanidad, porque recrean en lenguaje simbólico nuestros propios paisajes internos, nuestro sino. Todos los seres humanos poseemos una fuerza que nos hace buscar los eternos ideales y nuestra propia perfección. Los personajes de cómic como un “Supermán”, las sagas cinematográficas como “La guerra de las galaxias”, las novelas policíacas o las obras literarias fantásticas como “El señor de los anillos” son solo una versión moderna de los antiguos héroes mitológicos.

El valor trascendente de los mitos

Mientras haya seres humanos, habrá mitos. Los mitos no constituyen un lenguaje opuesto a la razón, sino complementario. Todas las mitologías, tanto modernas como tradicionales, logran sacarnos del tiempo monótono e intrascendente de lo cotidiano y nos llevan al tiempo y al espacio de las realidades trascendentes. El misterio de la creación, el destino, la naturaleza humana, constituyen sus temas centrales. Los mitos no son irracionales, son pararracionales; no están por debajo de la razón, están más allá de la razón.

Todos los creadores saben que la inspiración es un misterio. Por mucho que se haya trabajado, a veces viene y a veces no. ¿Puede haber una imagen más bella que la de las musas griegas hablando al oído a los artistas?

¿Alguien puede explicar por qué una persona muere en un determinado momento y no en otro? ¿Hay alguna imagen más certera que la de la vieja parca Átropos –la inflexible– con sus tijeras, con su ovillo de hilo y con su libro registrando el destino de los mortales, esperando el momento adecuado para ejecutar el corte? El momento exacto de la muerte es un misterio que se nos escapa.

¿Por qué nos enamoramos de una persona y no de otra? Se nos escapa. ¿Puede haber una imagen más bella que Cupido lanzando flechas de oro, plata o bronce? A esta dimensión de la realidad, que escapa a nuestra razón y a las explicaciones lineales de la vida, se refieren los mitos.

Necesitamos conocer nuestro origen y nuestro destino. Necesitamos conocer cuál es nuestro papel en este inmenso universo del que formamos parte, en nuestro planeta, en nuestras sociedades, en nuestro entorno. Por eso hacemos ciencia, y por eso hacemos arte, y por eso levantamos templos, y por eso nos entusiasman los mitos, porque nos llevan a esa dimensión de lo primordial, de lo esencial que tanto necesitamos.

Cuando los antiguos mitos decían con una gran profundidad y belleza que los seres humanos estamos hechos de barro y de una gota de la sangre de los dioses, no mentían. Expresaban en lenguaje simbólico una gran verdad. Una parte del ser humano es temporal y se alimenta de lo temporal, y una parte del ser humano es atemporal y se alimenta de lo atemporal. Los mitos no son mentiras, son verdades que nos hablan de la dimensión atemporal del hombre y, al mismo tiempo, nos llevan a ella. En la medida en que despertemos a nuestro héroe interior, pasaremos de habitar el tiempo a rozar la eternidad.

Bibliografía

Lo sagrado y lo profano. M. Elíade. Ed Paidós, 2005.

Magia, religión y ciencia para el tercer milenio II. J. Á. Livraga. Ed. NA, 1996.

Mitología general. F. Guirand. Ed. Labor, 1971.

Diccionario de símbolos. J. Chevalier. A. Gheerbrant. Ed. Herder, 2003.

esmeralda

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  • este material es excelente para trabajarlo con niños y llevarlo a la realidad, en nuestra escuela Acrópolis Armenia lo hemos realizado

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esmeralda

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