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Las musas eran ninfas relacionadas con ríos y fuentes, espíritus de las aguas. Se les atribuían virtudes proféticas, así como la capacidad de inspirar toda clase de poesía. En un desarrollo ulterior se convirtieron en inspiradoras y protectoras de toda forma de arte y pasaron a presidir toda manifestación de inteligencia.
Era bien conocido el mito según el cual un rol en el gobierno del mundo de Zeus correspondía a las musas. Píndaro, en su célebre Himno a Zeus, hoy lamentablemente perdido, narra que este, consumada la creación del mundo, preguntó a los dioses, sumidos en silenciosa admiración, si faltaba algo para que este fuese perfecto. –Sí, –respondieron–, falta algo: una voz para alabar las grandes obras y la completa creación en palabras y música. Se necesitaba para ello un nuevo espíritu divino, y de ese modo los dioses pidieron a Zeus que creara a las musas.
Hesíodo nos cuenta que Zeus se unió a Mnemosine (Memoria) durante nueve noches, y que, cumplido el tiempo regular, ella dio a luz a la vez, en parto nónclupe, cerca de la cima del nevado Olimpo, a las nueve musas que hoy conocemos.
En la Edad Heroica, las musas eran tres y formaban una trinidad indivisible, como reconocieron los sacerdotes católicos medievales cuando construyeron el templo de la Santísima Trinidad en el lugar donde estaba el santuario abandonado de las musas heliconianas. Los nombres apropiados de las tres personas eran Meditación, Memoria y Canción. El culto de las musas en el Helicón (y presumiblemente también en Pieria) se relacionaba con la maldición y la bendición mágicas.
Skelton, en su Garland of Llaurell, describe a la diosa triple en sus aspectos de Señora del Cielo, la Tierra y el Infierno. Como diosa del Infierno le atañían el nacimiento, la procreación y la muerte. Como diosa de la Tierra le atañían las tres estaciones de la primavera, el verano y el invierno. Vivificaba los árboles y plantas y gobernaba a todas las criaturas vivientes. Como diosa del firmamento era la Luna, en sus tres fases de luna nueva, luna llena y luna menguante. Esto explica por qué de una tríada se pasaba con frecuencia a un grupo de nueve. Pero no se debe olvidar que la diosa triple se relacionaba con la mujer primitiva, creadora y destructora. Como la luna nueva de la primavera era doncella, como la luna llena del verano era mujer, y como la luna vieja del invierno era una bruja.
Hacia el siglo VII a.C. la tríada de musas se amplió, bajo la influencia tracio-macedónica, a tres tríadas, o sea, un grupo de nueve. Esto recuerda a las nueve sacerdotisas orgiásticas de la isla de Sein, en la Bretaña occidental, y a las nueve doncellas de Preiddeu Annwm, que calentaban con su aliento la caldera de Cerridwen. Una musa repetida nueve veces expresaba la universalidad del poder de la diosa mejor que una triple, pero el sacerdocio de Apolo, que regía la literatura clásica de Grecia, no tardó en utilizar el cambio como un medio para debilitar su poder mediante un proceso de división en secciones. Hesíodo dice que bajo el patronazgo de Apolo, se les dieron a las nueve hijas de Zeus los siguientes nombres y funciones:
Calíope: musa de la elocuencia y la poesía épica. Se la representaba coronada de laurel, adornada de guirnaldas, de porte majestuoso. En su mano derecha lleva el estilo y en la izquierda un libro. Alrededor de ella, La Ilíada, La Odisea y La Eneida (en posteriores representaciones romanas), los inmortales poemas de Homero y Virgilio.
Clío: musa de la Historia. Coronada de laurel, sentada o de pie, con un rollo de papel o junto a una caja de libros.
Erato: musa de la poesía lírica. La podemos ver coronada de mirto y de rosas sosteniendo en una mano una lira y en la otra un plectro. A su lado, un pequeño Cupido alado con su arco y su inseparable carcaj.
Euterpe: musa de la música. Coronada de flores y cargada de papeles de música. Cerca de ella una flauta, oboes y otros instrumentos musicales.
Melpómene: musa de la tragedia. De porte rígido, viste con gran riqueza. Figura de hermosa presencia. Coronada de pámpanos y calzada con coturnos. Lleva en una mano una careta trágica o un puñal, y en la otra, cetros y coronas.
Polimnia: musa de la retórica y del arte de escribir. Coronada de perlas y vestida de blanco. De pie y apoyada en actitud pensativa.
Talía: musa de la comedia. Representada con una corona de hiedra, lleva en la mano izquierda una careta cómica y va calzada con borceguíes.
Terpsícore: musa de la danza. Doncella jovencita, alegre y vivaracha. Va coronada de guirnaldas y camina tocando el arpa.
Urania: musa de la astronomía. Coronada de estrellas y vestida de azul.
El número de musas varía entre una, tres, cuatro, cinco, siete, ocho y nueve. A pesar de la reconocida mayoría, siempre se es consciente de que en esencia solo hay una musa. Su unidad, pues, estará corroborada a través de su pluralidad. Porque no es un número indeterminado de muchas musas, sino que forman, como las gracias, un grupo de tres que llega a ampliarse hasta triplicarse.
A las musas se les daban diversos nombres, según los lugares donde se supone que habitaron o nacieron, o las fuentes que les consagraron. Unos las llaman Helicónidas, del monte Helicón. Otros, Parnásides, del monte Parnaso, que es el mismo que el Helicón. Otros, Citeríades, del monte Citerón, que está cerca de Tebas. Piérides, de las nueve hijas de Píero, que por competir con las musas en el canto fueron transformadas en urracas por su atrevimiento. Otros, como Ovidio, las nombran Tespiades o Mnemosínides. Otros las llaman Pegásides o Castalias, de las fuentes Pegaseya y Castalia. Otros las nombran Hipocrénides, de dicha fuente griega. Libértides, de una fuente de Macedonia. Nereidas, de Nereo, Dios del mar. Aonias, de una fuente así llamada cercana a Tebas, etc.
Los que dijeron que las musas eran tres, entendieron por ellas las tres artes sermocinales, que son: gramática, retórica y dialéctica.
Los que dijeron que eran cuatro, entendieron por ellas las tres dichas, y por la cuarta, la sabiduría que de ellas resultaba, declarada por Calíope, la cual era la principal entre todas; porque según Aristarco, a esta atribuían la sabiduría de todas las demás.
Los que dijeron que eran nueve, las refirieron a las ánimas de los orbes celestiales, a saber: Urania, ánima del cielo estrellado o firmamento; Polimnia, de los orbes o cielos de Saturno; Terpsícore, de los orbes de Júpiter; Clío, de los de Marte; Melpómene, de los del Sol; Erato, de los de Venus; Euterpe, de los de Mercurio; Talía, de los de la Luna. Dichos orbes, según opinión de los pitagóricos, causaban ocho tonos, de los cuales resultaba un suave sonido o música, el cual atribuían a la novena musa, llamada Calíope, que quiere decir «buen sonido».
Dicen que los hombres que en su nacimiento tuviesen a la Luna (Talía), por ser de temperamento húmedo, se inclinaban a cosas lascivas y a ser variables y mudables.
Los saturninos (Polimnia), por ser de temperamento frío y seco, tendrían gran memoria de cosas pasadas y se inclinarían a diversos estudios, según los diversos aspectos de los planetas. Por ejemplo, si Mercurio (Euterpe) está bien aspectado, imprime sabiduría y suavidad en el hablar, e ingenio para la ciencia, principalmente para las artes matemáticas. Si Mercurio está aspectado con Júpiter, inclina supuestamente a la filosofía y a la teología. Si Mercurio está bien aspectado con Marte, inclina a la medicina. Con Venus, a estudios de música y poesía. Con la Luna, influye a mercaderes y negociadores, diligentes, astutos y cautelosos. Y así con otros planetas y aspectos, causando diversidad de inclinaciones en los humanos.
Pierio Valeriano entiende por estas nueve musas los nueve instrumentos con que el hombre habla, que son los labios, cuatro dientes principales con que se hace la pronunciación, la lengua, el lugar por donde pasa el aire para la pronunciación y la concavidad de los pulmones en que se engendra la materia de que se hace la voz.
El furor
El furor es una iluminación del alma procedente de los dioses o los demonios; de ahí el dístico de Ovidio: «En nosotros hay un dios y también comunicaciones celestes: este espíritu nos llega de las montañas etéreas». Hay cuatro especies de furores divinos; cada uno procede de su divinidad; de las musas, de Dionysos, de Apolo y de Venus.
El primer furor, procedente de las musas, despierta y templa el espíritu. Como las musas son las almas de las esferas celestes, marcan los distintos grados de atracción hacia los elementos superiores.
El más bajo de estos grados, que representa la esfera de la Luna (Clío), gobierna lo relativo a los vegetales, las plantas, los frutos de los árboles, las raíces y los elementos que provienen de las materias más duras, como piedras y metales, sus aleaciones y suspensiones.
El segundo, que representa a Mercurio (Calíope), gobierna lo relacionado con los animales y compuestos de la mezcla de diferentes bebidas y manjares.
El tercero es la esfera de Venus (Terpsícore); gobierna los polvos sutilísimos, vapores, olores, ungüentos y perfumes.
El cuarto pertenece a la esfera del Sol (Melpómene); gobierna la voz, las palabras, los cantos y los sones armoniosos cuya suave cadencia disipa del alma la discordia que la perturba y eleva el coraje.
El quinto corresponde a Marte (Erato); posee violentas fantasías, pasiones, ideaciones y movimientos del espíritu.
El sexto depende de Júpiter (Euterpe); gobierna las discusiones de la razón, las deliberaciones, las consultas y las absoluciones morales.
El séptimo representa a Saturno (Polimnia); gobierna las inteligencias más secretas y las tranquilas contemplaciones del pensamiento.
El octavo, que representa al cielo estrellado (Urania), concierne a la situación, movimientos, rayos y luz de los cuerpos celestes. También a las imágenes, anillos y demás elementos que se fabrican según la regla de las cosas celestes.
El noveno corresponde al primum mobile, es decir, a la novena esfera o al universo mismo (Talía); gobierna los elementos formales, como los números, las figuras y los caracteres, y concierne a las influencias ocultas de las inteligencias del cielo y los demás misterios.
Según La música de las esferas, obra neoplatónica del siglo XV, y La practica musice de Gauforios, publicada en Milán en 1496, las musas representan y están consagradas a las esferas de sus respectivos estadios.
Más allá del rostro aterrador del tiempo que todo lo consume, las artes nos inician en la armonía permanente del universo, cuyos planos o aspectos están gobernados por los planetas y sus esferas. Además, a cada esfera se le asigna un metal, una nota musical y un modo.
Clío, La musa de la Historia, gobierna el plano de la Luna, que controla las estaciones del tiempo. Nota musical: Proslambanomenos (La). Modo: hipodorio. Metal: la plata.
Calíope, la poesía heroica, está unida a Mercurio, el guía de las almas fuera de la esfera temporal. Nota musical: Hypate hypaton (Si). Modo: hipofrigio. Metal: el azogue.
Terpsícore, musa de la danza y el canto coral, gobierna la esfera de Venus y Cupido. Su nota musical sería Parhypate Hypaton (Do). Modo: hipolidio. Metal: el cobre.
Melpómene, musa de la tragedia, purifica e ilumina con el fuego y la luz del Sol. Nota musical: Lichanos hypaton (Re). Modo: dorio. Metal: el oro.
Erato, la poesía lírica y amorosa, se asienta en el plano de Marte, dios de la guerra. Nota musical: Hypate meson (Mi). Modo: frigio. Metal: hierro.
Euterpe, la musa del arte de la flauta, eleva la mente al plano de Júpiter, donde el alma se dirige al aspecto protector del Señor. Nota musical: Parhypate meson (Fa). Modo: lidio. Metal: estaño.
Polimnia, la musa del canto sacro, celebra el aspecto del Padre en Saturno, esgrimiendo la guadaña que nos libera de este mundo gobernado por las esferas planetarias. Nota musical: Lichanos meson (Sol). Modo: mixolidio. Metal: el plomo.
Y en la esfera de los astros fijos, la musa Urania, la astronomía, nos transporta desde la puerta del Sol a los mismos pies de la transformación suprema del Padre, la luz absoluta. Nota musical: Mese. Modo: hipomixolidio.
Talía preside la Tierra. La primera de las nueve musas, es la inspiradora de la poesía bucólica y la comedia, y como se la representa debajo de la superficie terrestre, oculta, es Talía silenciosa, la musa no escuchada, pues los hombres, ante los terribles rasgos del tiempo, que no pueden comprender, están ciegos y sordos a la inspiración de la poesía de la Naturaleza, y su gloria solo se revela cuando el espíritu ha sido transportado a la cima de la sabiduría.
Esta escala de cuerpos celestes fue presentada por un profesor de música italiano del siglo XV para demostrar que “las musas, los planetas, los modos y las cuerdas se corresponden unos con otros». En realidad, es una idea extremadamente antigua. Ya era conocida por los estoicos, y Cicerón la desarrolló en El sueño de Escipión, donde menciona las esferas por ese orden y dice que sus revoluciones emiten un grato sonido. Pero la esfera terrenal, la novena, «está siempre inmóvil y estacionaria en el centro del universo». «Los hombres sabios, imitando esta armonía en los instrumentos de cuerda y en el canto –afirma Cicerón– han conseguido regresar a las alturas celestiales».
«Ciegos son los pensamientos del hombre –dice Píndaro– cuando busca el camino con ingenios del intelecto sin las musas». Pero si, continuando el sentido del poeta griego, se deja conducir por las musas, es decir, por la voz de la esencia misma de las cosas, entonces las palabras son inspiradas no solamente por lo vivido y por lo experimentado, sino también por el plano divino. Como dice Píndaro, ha montado el carro de la musa y puede llamarla su madre, y llamarse a sí mismo su compañero, acólito o profeta.
El arrebato de las musas –las artes– transporta nuestro espíritu de gloria en gloria, hasta esa cima de gozo en la conciencia donde el ojo del mundo –más allá de la esperanza, más allá del temor– reconoce el universo en su venida, su marcha y su ser.
BIBLIOGRAFÍA:
Las musas, Walter F. Otto.
Teofanía, Walter F. Otto.
La diosa blanca, Robert Graves.
Filosofía oculta, Cornelio Agripa.
Filosofía secreta (II), Juan Pérez de Moya.
Las máscaras de Dios, Joseph Campbell.
Diccionario de mitología clásica, Fernández-Galiano, López Meleno y Falcón Martínez.
Paula Reolid González
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