LAURA WINCKLER
Sumerios, babilonios, hurritas e hititas conocían este mito, y podemos estimar que la poesía épica primitiva griega lo haya tomado como modelo, pues el personaje de Heracles es semejante a Gilgamesh en varios aspectos. Sus improntas subsistirán hasta el Medioevo europeo, donde le encontraremos bajo el aspecto de san Jorge y el dragón, que recuerda uno de los trabajos del héroe sumerio.
La versión sumeria aparece en la actualidad como más pobre que la versión babilónica, a causa de la pérdida de las tabletas más antiguas. De la epopeya sumeria subsisten tan solo 35.000 versos. A continuación presentaremos la versión de Kramer, intentando encontrar las correspondencias astrológicas del relato.
En efecto, el mito de Gilgamesh es un mito solar; razón por la cual podrá, en un momento determinado, vencer a los escorpiones, símbolos de la consumación de la vida, que deberán cederle el paso. Igualmente, su carácter se confirma por su oposición a la diosa Inanna, de carácter lunar. El pasaje por los doce signos del Zodíaco se refleja en los trabajos de Gilgamesh y, en realidad, en toda su existencia. Esto confirma el «parentesco» entre el mito de Gilgamesh y el de Heracles.
«La epopeya comienza con una breve introducción que hace el elogio de Gilgamesh y de su ciudad: Uruk. Se nos señala igualmente que Gilgamesh, rey de la ciudad, tiene un carácter incontrolable, no soporta a ningún rival y posee un gran apetito sexual. Sus súbditos se quejan a los dioses, pues Gilgamesh actúa como un verdadero tirano, ya que no ha encontrado aún a nadie que lo gobierne en el mundo».
Este primer pasaje corresponde a las características de la Casa I, gobernada por el signo de Aries, que da las señales de la vida y del ser individual. Así, las cualidades de Gilgamesh corresponden a una energía solar impulsiva propia de Aries, acentuada por el aspecto guerrero de Marte, que será pulida y transformada por las experiencias posteriores.
«Los dioses envían sobre la tierra a la gran diosa Madre Aruru para que arregle esta situación. Ella modela con arcilla el cuerpo de Enkidu, que es una suerte de ser brutal cubierto de pelambre y con larga cabellera. Este ser primitivo desconoce la civilización y vive desnudo entre las bestias del campo.
Tiene más de animal que de hombre. Sin embargo, es él quien deberá domar el carácter arrogante de Gilgamesh y disciplinar su espíritu. Para esto, deberá humanizarse. Esta obra le corresponde a una cortesana de Uruk, que despierta el instinto sexual de Enkidu y lo satisface. Enkidu pierde su aspecto de bestia y desarrolla su espíritu. Esta cortesana aclara su inteligencia, le enseña a comer pan, a beber cerveza, a vestirse como una persona civilizada, y entonces los animales salvajes se alejan de él».
Este segundo episodio está en relación con la Casa II, gobernada por el signo de Tauro. En efecto, ella aporta el factor recursos, y corresponde a la energía que el héroe posee en potencia; observar la oposición que se establece al comienzo entre Gilgamesh guerrero, regido por Marte, y Enkidu, su doble regido por Venus (Inanna, Ishtar en Babilonia, diosa del amor y de la civilización), en el signo de Tauro. Las correspondencias astrológicas tradicionales asignan como domicilio de Marte el signo de Aries, y como domicilio de Venus el de Tauro. Hay también una relación con las energías canalizadas en las eras precesionales correspondientes.
«Enkidu, transformado, se prepara para ir a la ciudad de Uruk; Gilgamesh, advertido por sueños proféticos de la llegada de Enkidu, le espera para demostrarle que nadie tiene talla para considerarse su rival. Cuando se encuentran, la conducta tiránica de Gilgamesh desencadena el combate, y el hombre inocente de la campaña y el astuto ciudadano se afrontan como dos titanes. La batalla es indecisa y al cabo de un violento combate, de pronto, la ira de Gilgamesh desaparece y los adversarios se abrazan celebrando la paz. Este combate es el punto de partida de una amistad que será legendaria. Los nuevos amigos, a partir de entonces inseparables, realizaron juntos numerosas hazañas».
Este tercer pasaje nos pone en correlación con la Casa III, gobernada por el signo de Géminis. Es interesante constatar cómo las dos fuerzas contrarias, el polo «yin» y el polo «yang», terminan por reunirse y llegar a un mutuo intercambio de sus virtudes y defectos. Es la casa de los hermanos, en recuerdo de los legendarios Dióscuros, Cástor y Pólux, mortal-inmortal que se reencuentran en el hombre y se reflejan en el Zodíaco. El destino de Gilgamesh, Enkidu, confirmará esta dualidad. Mercurio gobierna esta casa, que es la de la juventud y la de los proyectos e ideas.
Así, gracias al intercambio de las energías primordiales (Marte-Venus, Gilgamesh-Enkidu), la rueda zodiacal podrá adquirir un movimiento y realizar el ciclo cuatro veces de este primer ritmo ternario.
«Enkidu desea abandonar la ciudad. Gilgamesh le confiesa que él desearía llegar al País de los Cedros, aquel que se encuentra en el mundo de los Vivos, para matar al terrible guardián, Kumbaba, y «purgar así el país de todo mal». Enkidu conoce esos bosques y sus grandes peligros y advierte a Gilgamesh, pero este responde que él prefiere adquirir una gloria perenne y «hacerse un hombre» y no prolongar una vida opaca y mediocre. Consulta a los ancianos; se torna propicia la ayuda del dios Sol (Utu, Samash en Babilonia) y hace fundir para los dos, armas de gigante. Una vez que están todos los preparativos terminados, los amigos parten. Al cabo de un largo viaje a través de las siete montañas, llegan al bosque de los cedros, matan a Kumbaba y cortan todos los árboles.
Este episodio corresponde a la Casa IV: la de Cáncer, ligada a la madre, a los ancestros y al origen. La conquista del bosque de cedros, ligado igualmente a Inanna bajo su aspecto lunar, confirma el carácter solar del héroe, que sacrifica su pequeño «yo», «la vida en el bosque», para alcanzar un destino más elevado. El demonio Kumbaba está en relación con las vísceras, con los intestinos, sobre los que se hacía la adivinación. Su muerte puede asimilarse al hecho de conocer el destino, la función de adivinación asignada desde tiempos inmemoriales al aspecto femenino del cosmos. Es el sacrificio de la matriz que dará nacimiento a Gilgamesh como Hombre Solar Consciente.
«Pero la aventura engendra la aventura. Apenas de regreso a Uruk, la diosa Ishtar (diosa del amor y del deseo) se enamora del bello Gilgamesh. Intenta seducirlo, pero Gilgamesh ya no es el joven tiránico de los comienzos. Conoce la naturaleza cambiante de la diosa y rechaza sus proposiciones con desprecio».
Este episodio está en relación con la Casa V, la de Leo, que corresponde a los hijos, así como a la actividad en el mundo concreto. En efecto, nuestros primeros hijos son nuestras acciones. La conducta de Gilgamesh, la elección que deberá hacer frente a la proposición de Ishtar, le hará perder el apoyo de la Venus crepuscular para obtener el de la Venus del alba, dama guerrera cuyo carro está tirado por leones. En este signo se afirma la individualización de Gilgamesh, como la de Heracles por la victoria sobre el león de Nemea; el león vencido en este caso es el de su propio orgullo, reemplazado aquí por la inteligencia y el discernimiento.
«Decepcionada y cruelmente ofendida, Ishtar pide al dios del cielo, Anu, que envíe el toro celeste a Uruk para matar a Gilgamesh y destruir la ciudad. Anu se niega, pero ante las amenazas terribles de Ishtar de liberar a los muertos de los infiernos, termina por aceptar. El toro celeste desciende a la tierra, devasta la ciudad de Uruk y hace una gran matanza de guerreros. Pero Gilgamesh y Enkidu atacan al monstruo y lo matan luego de un durísimo combate. Los dos héroes llegan al máximo de gloria, la ciudad de Uruk resuena con los cantos de sus proezas».
Este episodio corresponde a la Casa VI, en relación con el signo de Virgo, que es el de «valetudo», los medios para afrontar las pruebas, los instrumentos. En cuanto al ciclo, llegamos a la mitad del Zodíaco, al apogeo y al punto de madurez de los héroes que han pasado la prueba venciendo al Toro de Venus, la energía pasional por la energía sublimada de Virgo. Por otra parte, el trabajo en equipo de Gilgamesh y de Enkidu nos confirma el aspecto mercurial de su obra. La primera mitad del ciclo realizada, el Sol habiendo cumplido su primavera y verano, marcharemos hacia el crepúsculo a través de los próximos seis trabajos…
«Una fatalidad inexorable termina cruelmente con esta alegría. Puesto que Enkidu ha participado activamente en el asesinato de Kumbaba y en la muerte del toro celeste, un tribunal divino le condena a muerte. Al cabo de una enfermedad de doce días, Enkidu lanza su último suspiro bajo la mirada sorprendida e impotente de su amigo Gilgamesh. La muerte de su amigo resta valor a sus proezas. Se decide a buscar y encontrar el secreto de la vida eterna».
Este pasaje corresponde claramente a la VII Casa, regida por la Balanza (Libra), que corresponde a las asociaciones, y bajo un aspecto más interno, al momento del juicio y de la diferenciación. Es en este punto en el que la doble energía de los gemelos llega a su mayor distanciamiento: Gilgamesh está vivo; Enkidu está muerto.
Son los hermanos diurno y nocturno, la dualidad sobre los dos platillos de la balanza, en oposición y en complementación. Las preocupaciones de Gilgamesh cambiarán de naturaleza; es la búsqueda de la respuesta sobre el enigma de la muerte la que dirigirá la acción de aquel, quien como el Sol, comienza a envejecer, a marchar hacia la sabiduría…
«Solo un hombre ha alcanzado la inmortalidad, es Utnapishtim: sabio y piadoso; monarca de la antiquísima ciudad de Shurupak. Gilgamesh sabe que él vive en el otro costado del mundo. Comienza el penoso viaje, atravesando montañas y praderas, pasando la prueba del hambre. Lucha sin cesar con los animales que le atacan. Finalmente, atraviesa «el mar primordial», las «aguas de la muerte», guardadas por hombres-escorpiones».
La Casa VIII, ligada al signo de Escorpio, corresponde a la muerte. Aquí esta claramente expresado el simbolismo astrológico y la relación del escorpión con las aguas de la muerte (signo de agua, en oposición con las aguas de vida y creación, ligadas a Cáncer). Es en este portal en el que Gilgamesh perderá todo lo que le resta de mortal. Los Señores de las Tinieblas, los Señores del Mundo Invisible están prestos a recibirlo.
«El altivo monarca de Uruk no es más que un cuerpo descarnado y miserable cuando llega ante la presencia de Utnapishtim; tiene largas cabelleras desaliñadas, su cuerpo sucio y con heridas y va cubierto de pieles de animales. Pregunta a Utnapishtim el secreto de la vida eterna. Como respuesta, Utnapishtim le recita la espantosa historia del Diluvio y cómo él mismo fue salvado gracias a la intervención del dios Ea, dios de sabiduría, que le invitó a construir un barco; la vida eterna él la había recibido como regalo de los dioses. Pero no veía por qué razón los dioses la concederían a Gilgamesh».
Este noveno episodio está en relación con la Casa IX, gobernada por Sagitario, y con el valor tradicional del signo: pruebas, peregrinación, religión, los hitos plantados para facilitar el progreso de la evolución humana. Utnapishtim, como el ancestro, simboliza el Centauro, el Instructor, el Sabio, aquel que lleva a la Humanidad en el barco de la experiencia y que enseña a Gilgamesh que la victoria sobre la muerte resulta de un largo combate, que es imposible arrancar la Vida a la vida… pero que es posible canalizarla a través de un ciclo de experiencias. En este signo, el último del otoño (para el hemisferio norte), el fuego solar ya no se manifiesta a través de la impulsión y el calor de los dos primeros signos de fuego, que son el de Aries y Leo, sino a través de una luz lúcida y fría, la del discernimiento del sabio. Gilgamesh, como discípulo, aprende.
«Cuando se resigna a regresar a Uruk con las manos vacías, Utnapishtim le revela el secreto de la planta de la eterna juventud, la que crece en el fondo del mar. Gilgamesh se sumerge rápidamente en las aguas, recoge la planta y comienza alegremente su camino de retorno».
Este pasaje corresponde a la Casa X, gobernada por Capricornio, la casa del «haber», del destino realizado. En efecto, la llave de la inmortalidad se encuentra en esta planta, ligada a la ambrosía y al néctar de los dioses, que vuelven al alma consciente de su inmortalidad a pesar de lo efímero del cuerpo físico. Así, en su tercer signo de tierra, y accediendo a la última fase de su recorrido, el invierno, el Señor del Cielo, Gilgamesh como el Sol, se prepara para la muerte con la fuerza de la victoria del destino y del deber cumplido.
«Pero los dioses tienen otro designio. Mientras Gilgamesh se baña en una fuente encontrada en el camino, una serpiente que aparece le roba la planta». La Casa Xl, en relación con esta escena y con Acuario, se confirma en el fin del pasaje, que corrobora la idea diciendo que la «serpiente roba la planta, la come delante de Gilgamesh y de inmediato cambia de piel».
En efecto, la Casa XI corresponde a la sabiduría o experiencia acumulada por otros. El animal elegido, la serpiente, es símbolo de sabiduría y representa el estado de conciencia adquirido por el héroe. Este signo de aire, casi al fin del ciclo, es el de la transmisión consciente de la experiencia acumulada.
«Finalmente, regresa a la ciudad de Uruk, y a causa de su contacto con el mundo de los dioses, Gilgamesh muere sin morir, transformándose en juez funerario, célebre por su gran sentido de justicia».
Esta escena, última de la existencia de Gilgamesh, nos pone en relación con la Casa XII y el signo de Piscis. Ella representa las pruebas, las dificultades, el sacrificio final a pasar. Así, nuestro héroe, Gilgamesh, aparece cual un Prometeo, dispuesto a sacrificarse, descender al mundo de los muertos para transmitir su fuerza y conocimiento a los hombres, ayudándolos a transmutar una visión negativa de la vida en un camino de liberación de las dificultades y obstáculos necesarios al alma para su realización.
Como en el mito de la caverna de Platón, el mito de Gilgamesh nos habla de las dos fases del proceso: el camino individual, que lleva al descubrimiento de la luz, del bien y de la sabiduría, que debe luego reflejarse en esta inflexión, retorno a las tinieblas para guiar a la humanidad hasta su derrotero cósmico de realización.
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