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LA LUNA MEDIADORALa astrología siempre consideró a los astros como seres vivos y estudió las relaciones que estos mantenían con todas las demás entidades vivientes. Para la astrología, como para la tradición esotérica, el universo es un gran ser vivo, donde todo está interrelacionado, aunque manifestado en diferentes niveles de evolución.

Si tuviéramos que definir la astrología de una manera certera y sintética, lo haríamos como la ciencia que estudia las relaciones que enlazan el macrocosmos y el microcosmos.

¿Qué papel juega en este proceso la Luna, nuestra «madre», según el esoterismo? Físicamente hemos constatado su influjo en nuestro cuerpo, en nuestro humor o ánimo, en nuestro cerebro, en nuestros líquidos corporales y en la menstruación, que sigue la rítmica lunar.

La Luna marca el flujo y reflujo de la vida y la muerte, de la manifestación objetiva y la desaparición subjetiva.

La Luna siempre fue calificada como Madre-Mediadora-Escalón o Puente entre la Tierra y el Cielo, entre los dioses y los hombres. Así nos lo relatan mitos, símbolos y religiones, asociándola con la materia primordial, las Vírgenes Madres, dioses del amor, de la fertilidad, de la sabiduría…

La Luna nos marca con sus ciclos el ritmo y expresión de la vida, sometida al flujo y reflujo de la existencia, proceso de ida y vuelta hacia las Fuentes de la Vida, que vemos en pequeño en el ciclo de las lunaciones perfectamente reflejado. El ciclo lunar es un tiempo ritmado que dura aproximadamente 28 días. Cada fase abarca una semana, y las cuatro fases conforman el mes lunar. Son entre 12 y 13 lunaciones al año, con lo que a lo largo de este ciclo anual, la luna nueva de cada mes –conjunción con el Sol–, se encuentra en un signo distinto, recorriéndolos todos mes a mes.

El papel esencial de la Luna en astrología depende de su particular relación con el Sol y con la Tierra. El Sol y la Luna, en sus movimientos, manifiestan el mutuo juego de sus dos polaridades, masculina y femenina. La Luna no hace más que reflejar lo que es capaz de asimilar del Sol.

En el individuo, el Sol es el «punto de emanación» de la energía, nuestra vitalidad de base, el «tono» espiritual del ser, que se mantiene durante toda la vida. Por el contrario, la Luna simboliza el aspecto de la energía que la psique y el cuerpo son capaces de manifestar conscientemente.

La Luna mide los altibajos en la circulación de las energías y coordina las actividades de la vida orgánica a un nivel psicológico y químico; la Luna corresponde a la circulación de la sangre y la linfa. El segundo nivel es el de los sistemas nerviosos simpático y parasimpático y de la respiración. El tercer nivel donde actúa es el sistema nervioso cerebro-espinal, que sirve al ego para poder expresar su voluntad y su conciencia.

La Luna es, pues, el símbolo de toda la biosfera, de todas las operaciones orgánicas de la vida, de todo lo que ocurre dentro de los límites de su «órbita alrededor de la Tierra». Todas las energías deben pasar por este espacio antes de alcanzarnos. Los antiguos filósofos-astrólogos daban una importancia particular a la «esfera sublunar», considerada más bien un campo de energía etérica, concebida como la matriz o seno desde el cual tienen lugar todos los procesos de la vida. Las relaciones siempre cambiantes entre Tierra-Luna-Sol producen las mareas de energía, las corrientes rítmicas que la astrología mide por los ciclos de la lunación.

La posición de la Luna muestra el estado siempre cambiante de tensión o densidad del campo sublunar bajo el impacto de las radiaciones solares. Este estado afecta a su vez al equilibrio de energías y presiones que actúan en el seno de la biosfera terrestre. Lo que los antiguos llamaban «esfera sublunar» es lo que hoy se ha convertido en la biosfera. Todos tenemos nuestras raíces dentro de esta biosfera, aunque el ritmo de nuestros campos electromagnéticos individuales difiera ligeramente de unos a otros y también del ritmo global de la biosfera terrestre. Sobre esta base planetaria común, cada uno de nosotros puede evolucionar individualmente y añadir así nuevas posibilidades a esta base común.

Puesto que la biosfera es la «esfera sublunar», la Luna-Madre cósmica, es el símbolo de todo lo que ocurre a nivel de la vida. Simboliza nuestro poder de adaptación a todas las condiciones donde actúa esa vida. Pero es el poder del Sol lo que empuja a actuar, el que da la nota o tono fundamental de la vida, y el que puede así regenerarla o transfigurarla.

Las fases de la Luna marcarían ciclos de transformación, y por lo tanto, crisis periódicas que exigen un cambio, un avance en lo individual y colectivo, en lo interior y exterior. Veamos este proceso a través del ciclo de las lunaciones o fases lunares. Cuando se viven las fases lunares con una actitud positiva, esta nos aportará un poco más de iluminación o alguna revelación. Si la actitud es negativa, aparecerán conflictos o dilemas. Se produce el fracaso cuando no se despega definitivamente del pasado o se construyen con poca viveza o tímidamente las estructuras que deben acoger la semilla solar. La Luna, junto con Saturno, son los responsables de la elaboración de estructuras concretas.

La luna nueva inicia el terreno representando la necesidad, el instinto. La luna llena abre el terreno de la identidad espiritual y de la inmortalidad, lo que llevaría a la realización, a la conciencia iluminada.

El hemiciclo creciente se ocupa de construir las estructuras orgánicas, actividad emanada del espíritu. El hemiciclo menguante tiene una significación creadora, individual, consciente y controlada por el hombre. El ciclo creciente trae crisis en la acción. El ciclo menguante trae crisis de conciencia. En síntesis, la Luna distribuye el potencial solar a través de agentes orgánicos y psicológicos que ella misma construye.

La astrología esotérica, basándose en el principio de correspondencias, relacionó la Luna con la mente, ya que objetiviza las efusiones del espíritu. Por ello se identificó la investigación intelectual como un proceso lunar. Las fases de la Luna marcarían el incremento gradual en la percepción intelectual. La actividad creadora del Sol espiritual se convierte, al llegar la luna llena, en un concepto claro en la mente del hombre, el cual constituye a su vez el cerebro de nuestro planeta.

La mente es una imagen del espíritu en el hombre, y la Luna, su símbolo celeste. Intermediaria entre el espíritu y la naturaleza físico-instintiva del hombre, permite que se establezca contacto con el sol interior, el espíritu creador. Tal identificación se da solo a través de la Iniciación, una transferencia directa de energía solar desde el iniciador al iniciado.

La liberación solar ocurre en la luna nueva –conjunción Sol-Luna–. En la fase creciente se desarrolla dentro de la matriz lunar de la mente, y en la luna llena deberá ocurrir la revelación. Las fases decrecientes se relacionarían con la entrega o transmisión a la sociedad para ayudarla a evolucionar, iluminando la oscuridad del entorno.

La Luna administra a los órganos terrestres las ideas y el potencial solar de la manera en que puedan recibirla, a través de una corriente intermitente, oscilatoria y alternativa. Cargados en lo más profundo de sus estructuras vitales por medio del proceso oscilatorio representado en el ciclo de las lunaciones, las criaturas terrestres somos alimentadas con el poder solar.

La Luna es un medio para alcanzar un fin. Es mediatriz, madre y musa. Es la servidora de la Tierra y el Sol, y sirve a la necesidad orgánica y psíquica de las criaturas terrestres. Si el hombre pudiera identificarse a voluntad y de forma inmediata con el espíritu, no habría necesidad de que la Luna sirviera de mediatriz, de constructora de estructuras orgánicas o intelectuales transitorias.

La vida, de una forma o de otra, nos empuja, sugiere, inspira y enseña cuál es la senda, el sentido de la existencia, la finalidad a alcanzar. Recoger, cuidar, desarrollar y compartir sus semillas es la lección a aprender.

Si afrontamos las tormentas con entendimiento, valor y fe, podremos pasar de la oscuridad del instinto inconsciente hasta la luz de la inteligencia consciente, desde la posesividad del egoísmo hasta la generosidad del amor, desde la ceguera del orgullo y de la guerra hasta la lucidez de la cooperación y de la paz.

El camino de la luna llena es el camino consciente, la vía del Tao, y todos debemos recorrerlo. Ella ilumina nuestro sendero y nos tiende su mano generosa para acercarnos un poco más al Sol, a la conciencia de nuestra inmortalidad.

Tal como decía un viejo texto egipcio: «De Isis a Osiris. De la oscuridad a la luz. De la muerte a la inmortalidad». Es la Danza de la Vida, ciclo tras ciclo, en una espiral ascendente y fecunda hacia Dios.

Lunaciones

Luna nueva al primer cuarto:

Esta fase marca la impulsividad y espontaneidad de comportamientos y acciones nuevos. Es la semilla sembrada que busca abrirse paso a la luz. Si no se tiene una actitud positiva, hay lucha entre lo nuevo y lo viejo que no quiere morir, se produce una falta de equilibrio en la personalidad, confusión de valores, y si no se decide correctamente, surgen complejos, desviaciones psicológicas, producto de esa lucha interna que, al no ser aceptada por la inteligencia, solo genera confusión, dolor, enfermedad.

Primer cuarto a luna llena:

Rechazo del pasado. Construcción de estructuras y facultades nuevas capaces de llevar la nueva semilla de la luna nueva hasta la Iluminación y plenitud de la luna llena. Se deben remontar los obstáculos y enfrentar lo «antiguo» que trata de impedir los nuevos acontecimientos.

Si se falla, aparece una perturbación física o psicológica, que no es más que el producto de la derrota interior de la luz aplastada por la fuerza de la oscuridad. De ser así, el resultado de esta contienda no es avance, sino alejamiento de la vida.

Luna llena al último cuarto:

O se rompen las relaciones viejas produciéndose una separación total del pasado, o se llega en las relaciones a la culminación. La semilla se hace imagen concreta y se comparte con los demás para transformarlos. Ahora es el hombre, servidor de la vida, quien siembra en la sociedad la luz conquistada.

Cuando se enfrenta mal esta fase, cristaliza o desintegra las estructuras orgánicas, con lo que nos cerramos ante la corriente de la vida, que nos impulsa hacia adelante, y acabamos desintegrados por nuestra incapacidad de renovación.

Último cuarto a luna nueva:

Capacidad de ser semilla y formar semillas. Capacidad de organizar grupos consagrados al mejoramiento de la sociedad. Es el tiempo de siembra, de sacrificio. Cuando la actitud es negativa, se producen crisis de conciencia y psicológicas, y pueden aparecer agudos conflictos a nivel ideológico y rupturas dentro de la personalidad que pueden generar graves conflictos mentales.

 

LOLI VILLEGAS