Años de una vida dedicada a la medicina y al conocimiento del hombre, son la carta de presentación de su descubridor, Edward Bach. Algunos datos a propósito de su vida pueden darnos pie a, quizás, entender mejor su obra.
Nació en Moseley el 24 de septiembre de 1886. Muy cerca de la enfermedad desde niño, él mismo tuvo una infancia enfermiza y veía enfermar a los obreros de la fundición de latón de su familia. Pronto despertó en él una vocación de “curador”, y entre la teología y la medicina, se decide por esta última. Estudia en Birmingham y Londres. Trabaja en el Hospital del Colegio Universitario como director del departamento de accidentes, en el que comienza a desvelar su labor como investigador, trabajando con distintas cepas bacterianas como sustancias de inoculación (el concepto de vacuna como lo conocemos hoy no existía; sin embargo, la idea estaba ya lista para ser “atrapada”).
En 1914 obtiene en Cambridge el diploma en Salud Pública. Fue rechazado del servicio activo cuando estalló la Primera Guerra Mundial, pues su salud no era muy buena; aun así, trabajó intensamente encargándose de 400 camas en el hospital de la universidad y como asistente clínico en bacteriología. Esta sobrecarga le hizo derrumbarse y es operado de un tumor en el bazo con un pronóstico de vida de tres meses. Se retiró al campo y, en contacto con la naturaleza, la suya propia comienza a informarlo. Sana y obtiene un empleo en el Homepatic Hospital, en donde conoce el “Organon” de Samuel Hahnemann y continúa su labor de investigación y estudio, haciendo conjeturas sobre la toxemia intestinal, a lo que dio nombre y que llegó a identificarse con el concepto de psora de Hahnemann.
Empiezan a tomar cuerpo algunos de sus axiomas: si se enferma naturalmente, también tendría que sanarse con naturalidad. Bach decía sufrir aplicando aquellos remedios que realmente se mostraron eficaces en la curación de enfermedades relacionadas con la toxemia intestinal, pero cuyo empleo era doloroso. En lo sucesivo, sustituye los inyectables y prepara sus “vacunas” en forma de nosodias homeopáticas, que distribuye en siete grupos según su acción fermentadora en azúcar: Proteus, disentería, Morgan, faecalis alcaligenes, Coli mutabile, Gaertner y n.º7. Se llegan a tratar con éxito cientos de pacientes.
Bach comenzó a trabajar sobre los denominados síntomas anímicos de los pacientes, hasta llegar a asignar a cada grupo de bacterias (nosodias) una actitud de personalidad determinada.
Entre 1920 y 1928 desarrolló una actividad frenética: abrió un laboratorio en Crescent Park, un consultorio en Harley Street y un local de consulta para menesterosos en Nottingham Place; participa en congresos homeopáticos y publica en colaboración con homeópatas.
Las siete nosodias solo pueden curar los fenómenos comprendidos dentro del concepto de psora, pero no otras enfermedades crónicas. Bach intenta encontrar remedio para estas, que sobre todo, sean “más limpias”, ya que supone que muchos enfermos crónicos “sienten” inconscientemente aversión contra medicinas que se obtienen precisamente a base de sustancias producidas por la enfermedad misma.
En la búsqueda, Bach, que había incrementado sus visitas y estancias en la campiña inglesa para estabilizar su propia salud, encuentra plantas con similares frecuencias vibratorias que las nosodias, pero no logra resolver el problema de la polaridad (preparados homeopáticos, positivo, nosodias activas del intestino, negativo). Postula un nuevo método de potenciación que excluya la polaridad.
La observación intensiva de los componentes psíquicos de los procesos patológicos hace suponer a Bach que las personas, de acuerdo a su pertenencia a uno de los tipos de personalidad psíquica, tendrán un mismo o semejante modo de reaccionar ante los fenómenos patológicos.
En la cúspide de su carrera, decide quemar sus trabajos científicos, vender el consultorio londinense y su laboratorio y abandonar la logia masónica a la que pertenecía para dedicarse por completo en la comarca rural de Sotwell, en Gales, al estudio de los diferentes tipos de personalidad humana y a la búsqueda de sus plantas curativas específicas.
Descubre el método de preparación solar, en el que queda resuelto el problema de la polaridad, a la vez que se desarrolla en él tal sensibilidad que capta la vibración de cada flor sin necesidad de estudiarlas en el laboratorio. Se acompaña de un grupo de colaboradores con los que va descubriendo todos los remedios hasta completar el sistema de treinta y ocho que hoy conocemos. En 1932, publicó su libro “Cúrate tú mismo”, que originalmente Bach quiso titular “Salgamos al sol”. El colegio médico lo amenazó con excluirlo del registro médico si seguía ocupando a profanos como colaboradores suyos, pero Bach se aferra con éxito a su actitud. La noche de su cincuenta cumpleaños pronunció su primera conferencia en Wallingford, donde dio a conocer de modo público su terapia.
Murió mientras dormía de una parada cardíaca, el 27 de noviembre de 1936, después de hacer su legado a la humanidad y dejar concluido y cerrado su sistema terapéutico. Dicho sistema está constituido por 38 remedios, todos flores salvo uno, que se dividen en siete grupos según atiendan a la calidad vibratoria de la emoción o el sentimiento que armonizan. Siguiendo al propio Bach: el primer grupo es el de los “Remedios para aquellos que sienten temor”; el segundo grupo: “Remedios para aquellos que sufren de incertidumbre”; el tercer grupo: “Remedios para quienes no sienten interés por la presente circunstancia”; el cuarto grupo: “Remedios para la soledad”; el quinto grupo: “Remedios para hipersensibles a influencias e ideas”; el sexto grupo: “Remedios para el abatimiento o la desesperación” y el séptimo y último grupo: “Remedios para aquellos que se preocupan por el bienestar de los demás”.
Para empezar a abordar los principios que dan vida y por los que toda su terapia encuentra razón de ser, primeramente, y como al comienzo de este escrito se comentaba, resaltaremos la idea de “simplicidad” en el sentido que Bach la usó. En su momento, Bach escribió para sus colegas homeópatas: “No os abstengáis de usar el método por su simplicidad, pues cuanto más avancen vuestras investigaciones, tanto más se os abrirá la simplicidad de toda creación”. Quizás en este comentario esté la respuesta a por qué Bach, en la cumbre de su carrera como médico, investigador y científico, renuncia a todas las recompensas lógicas tras el esfuerzo y todo refuerzo social, llegando muy al contrario, a encontrar una fuerte oposición al llevar al terreno de la práctica sus convicciones. Amén del dilema que se plantea o las razones que tuviera Bach para abandonar todo lo que podía proyectarlo socialmente, y dedicarse a una investigación igual de rigurosa pero con otra óptica, nos acercamos a esa otra forma de mirar su trabajo y encontramos algunos comentarios recogidos en su libro: “Nada más lejos de los propósitos de este libro que el sugerir que el arte de curar es innecesario”. En ningún momento Bach plantea la terapéutica floral como contraria o que torne inadecuada la práctica de la medicina tradicional en todas sus ramas; postula la necesidad de una terapéutica ajustada a nuevas concepciones naturales y holísticas cuya función sea la de convertirse en agente catalizador del despertar de las fuerzas internas en cada persona para que esta logre su cura. Hace suya una máxima milenaria de medicina natural: “la medicina cura, la naturaleza sana”. Los terapeutas tienen que replantearse su misión en nuevos términos y señala dos grandes metas: “ayudar al paciente a conocerse a sí mismo” y “administrar remedios tales que ayuden al cuerpo físico a recuperar fuerzas y asistir a la mente para que recupere la calma, ampliando su perspectiva y apoyando su lucha por la perfección, que traerá paz y armonía de toda la personalidad”.
Mostrándose coherente con estas ideas, nos desvela los pilares de su pensamiento:
“La enfermedad es un signo que revela afectos en la persona que son la raíz de su sufrimiento. La enfermedad del cuerpo en sí misma no es nada más que el resultado de la falta de armonía entre el alma y la mente. Es solo un síntoma de la causa, y como la misma causa se manifiesta en forma diferente en cada individuo, lo que se debe buscar es eliminar la causa, y las secuelas, cualesquiera que sean, desaparecerán automáticamente”.
Tras estos comentarios, Bach revela ideas que implican conocimientos profundos que nada tienen de simples y que continuaremos viendo.
«En la verdadera curación no se debe pensar en la enfermedad; solo se debe tener en cuenta el estado mental”.
M.ª DEL MAR DE LA OLIVA
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