María Zambrano vivió un período complicado de la Historia de España, un auténtico mundo en crisis, y alcanzó su madurez durante la Guerra Civil española. Allí se manifestó como una pensadora comprometida. En este momento de crisis ella supo, sin embargo, o precisamente por ello, volver su atención a los clásicos y a la vieja sabiduría de los filósofos griegos.
La belleza de su estilo como escritora y su especial sensibilidad para aunar poesía y pensamiento se plasmaron en una filosofía dirigida al hombre.
Sus interminables años de destierro y olvido fueron compensados en sus últimos años con importantes premios, como el Cervantes de la Lengua Española y el Príncipe de Asturias de las Humanidades.
María Zambrano es un punto de referencia en la historia de la filosofía española, en la que podemos contar recientemente con muchos eruditos, pero con pocos filósofos de verdad, no los que conocen lo que dijeron los filósofos anteriores, sino los que buscan respuestas a los enigmas del hombre. Ella fue, además, poeta, uno de esos seres que, con la magia de su verbo, nos arrastran de la oscuridad hacia la luz.
Cronología
María Zambrano nace en Vélez-Málaga en 1904. Se traslada a Madrid a los cuatro años y de allí a Segovia, donde reside hasta 1924. De la biblioteca paterna son sus primeras lecturas de la Generación del 98: Azorín, Baroja, Unamuno, Ganivet, Ramiro de Maeztu. En Madrid cursa estudios de Filosofía y asiste durante los años 1924-27 a las clases de Ortega y Gasset, García Morente, Julián Besteiro y Zubiri, integrándose en los movimientos estudiantiles y colaborando, a partir de 1928, en distintos periódicos. Forma parte de la tertulia de la Revista de Occidente. Participa en las actividades de la Federación Universitaria Española (FUE). Vive muy de cerca los acontecimientos políticos de aquellos años, de cuya vivencia será fruto un primer libro, Horizonte del liberalismo (1930), que propugna una profunda renovación cultural, social y política.
Comienza a perfilar lo que es su nueva filosofía, la lógica del sentir, enunciada como saber del alma, separándose del orteguismo. Su postura política se expresa en críticas al liberalismo y al fascismo, tanto en artículos como en intervenciones públicas. Zambrano analiza el problema de la relación entre el individuo y el Estado, suscitando la necesidad de una nueva teoría del hombre, que comienza a desarrollar en sus escritos de este año y hallará su culminación en los de la guerra civil.
Es nombrada en el año 31 profesora auxiliar de Metafísica en la Universidad Central. En el 32 sustituye a Xavier Zubiri y comienza a colaborar en Revista de Occidente, en Cruz y Raya y en la revista Hora de España. Se casa en septiembre del 36 con Alfonso Rodríguez Aldave, recién nombrado secretario de embajada de España en Santiago de Chile, con quien emprende un primer viaje a La Habana, de donde vuelven al año siguiente, él para incorporarse a filas, ella para colaborar con la República. Durante la guerra imparte un curso en la Universidad de Barcelona, en el que ocupan un lugar destacado el estoicismo, el pitagorismo y Plotino. Retoma la lectura de Heidegger y escribe Antonio Machado y Unamuno, precursores de Heidegger.
Tras el fin de la guerra, María Zambrano sale de España: París, México y La Habana son los primeros hitos del exilio. Publica Pensamiento y poesía en la vida española, y Filosofía y poesía, a lo que seguirá una intensa actividad literaria. En 1942 es nombrada profesora de la Universidad de Río Piedras en Puerto Rico. Progresivamente se va dibujando en ella la necesidad de atender a eso que empieza a denominar razón poética, una razón que diera cuenta de la recepción vital de los acontecimientos y se elaborara por la palabra, una razón siempre naciente.
El pensamiento de Zambrano se ve imantado hacia la consideración de las raíces de la violencia europea y las conexiones entre esta y sus formas de pensamiento, así como las escisiones que en ella se producen entre el sistema (filosófico) y el poema. Siempre con la mirada puesta en los dos polos que Zambrano considera son históricamente los gérmenes de una posible razón mediadora entre la violencia del pensamiento y los anhelos olvidados de la vida: el estoicismo y el pitagorismo, y su continuación, el neoplatonismo, Zambrano perfila su pensamiento sobre la razón poética: “Hace ya años, en la guerra, sentí que no eran nuevos principios, ni una reforma de la razón, como Ortega había postulado en sus últimos cursos, lo que ha de salvarnos, sino algo que sea razón, pero más ancho, algo que se deslice también por los interiores, como una gota de aceite que apacigua y suaviza, una gota de felicidad. Razón poética… es lo que vengo buscando”. En esta razón se dan cita Empédocles, Plotino, y sobre todo Spinoza y Nietzsche.
En 1946 viaja a París, donde se reencuentra con su hermana Araceli, que ha sido torturada por los nazis. En 1948 se separa de su marido y vuelve a La Habana con su hermana, donde habrán de quedarse hasta 1953, fecha en la que viajan a Roma. Por aquel entonces escribirá algunas de sus obras más importantes: El hombre y lo divino, Los sueños y el tiempo y Persona y democracia entre otras. En 1964 abandona Roma y se instala en el Jura francés. Escribe Claros del bosque y empieza De la aurora. El giro hacia la mística ya se ha efectuado.
Mientras tanto, en España poco a poco se empieza a conocer a la escritora. En 1981 se le otorga el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Regresa por fin a Madrid en 1984, después de cuarenta y cinco años de exilio. La actividad intelectual de Zambrano es incansable. En 1988 le es concedido el Premio Cervantes de Literatura. Dado que la falta de visión le impide escribir por sí misma, debe recurrir a algún colaborador dispuesto a ayudarle. Fallece en la capital española el 6 de febrero de 1991. Yace en el cementerio de su pueblo natal, Vélez-Málaga, entre un naranjo y un limonero. En la lápida está inscrita la leyenda del Cantar de los Cantares: “Surge amica mia et veni”.
Cronología adaptada de «La razón en la sombra. Antología del Pensamiento de María Zambrano». Ed. Siruela, Madrid 1993.
JUAN CARLOS DEL RÍO
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