J. E. F. MARTÍNEZ
Determinados sonidos pueden provocar cambios en el metabolismo y la biosíntesis de los diversos procesos enzimáticos. Recientes investigaciones sobre musicoterapia confirman antiguos conocimientos sobre la influencia de la música en general, y de determinados instrumentos musicales para conseguir ciertos efectos en el cuerpo y en el alma humana.
C. Fregtman dice: «El sonido ejerce un impacto en nuestro organismo, y ciertamente se producen cambios químicos-eléctricos muy delicados. Sabemos que los dispositivos sustancio-energéticos del sistema nervioso encefálico de un individuo se relacionan con las combinaciones de elementos químicos productores de reacciones circuitales que alimentan una porción de la actividad cerebral y –en sentido inverso– recogen señales de respuesta y control muscular. Sabemos también que el sonido puede acelerar o retardar el movimiento de estas complejas sustancias» (1). Es decir, la música facilita la digestión, la respiración y la circulación sanguínea, mejora el rendimiento del corazón, provoca relajación muscular, y las más recientes investigaciones han descubierto que determinados sonidos pueden provocar cambios en el metabolismo y la biosíntesis de los diversos procesos enzimáticos, incluidos el ADN y ARN.
Que la música influye en el organismo y el comportamiento humano nadie lo pone ya en duda.
Todos sabemos que la música en la sala de espera del médico o del dentista produce un efecto tranquilizante; que el hilo musical en fábricas u oficinas donde se realizan trabajos mecánicos aumenta el rendimiento y disminuye la fatiga de los empleados; que el heavy metal aumenta los instintos agresivos, o que la música disco aumenta los jugos gástricos por la excitación nerviosa producida, lo que induce a consumir bebidas; o las últimas técnicas en musicoterapia, donde es la música la que se encarga de curar ciertas enfermedades.
No solamente influye la música en el hombre, sino también en los animales. Marciano, Estrabón, Plutarco y Clemente de Alejandría se extienden en consideraciones acerca del poder hipnótico que la música ejerce en la mayoría de ellos y en los vegetales.
Se ha comprobado por la física la influencia de los sonidos (vibraciones) sobre la materia «inerte», como puede ser la rotura de una copa veneciana que se quiebra a distancia por una vibración intensa al unísono perfecto con su diapasón sonoro; o esas notas enérgicas salidas de las cuerdas de un violín y que, mantenidas constantemente, pueden derribar un muro, cual se derrumba un puente de hierro cuando sus soportes se destemplan bajo el paso rítmico y uniformado de un ejército (recordemos el relato bíblico de las murallas de Jericó, derribadas al son de trompetas y cantos entonados rítmicamente).
En la Antigüedad se sabía y se utilizaba este tipo de poder que tenía el sonido y la música especial. Ahora bien, no toda la música produce los mismos efectos, sino que cada vibración tiene unas consecuencias, y así por ejemplo: Pseudo-Plutarco (2) dice que «la música es un arte visiblemente útil, particularmente en los peligros de la guerra. En estos, unos emplearon flautas, como los lacedemonios, entre quienes se tocaba con la flauta el aire llamado canto de castor, cuando avanzaban dispuestos a atacar a los enemigos. Otros hacían la marcha contra los adversarios al son de la lira; así se cuenta que los cretenses emplearon mucho tiempo esta práctica. Otros aun, y hasta nuestros días, mantienen el uso de las trompetas. Los argivos tocaban la flauta en la lucha de atletas de las fiestas llamadas entre ellos juegos Estenios…».
A este poder que tiene la música sobre los oyentes, los griegos le llamaron ethos. Las escalas musicales difieren esencialmente unas de otras, y quienes las escuchan son afectados de distinta manera por ellas.
Según Aristóteles, la música actuaba de distintas maneras sobre el ser humano, pudiendo:
a) Provocar un aumento de la actividad y llevar al hombre a realizar acciones heroicas, impulsivas o voluntariosas. Este poder de la música se reconocía como ethos praktikon (ethos práctico).
b) Estimular e intensificar la fuerza espiritual del hombre, desarrollando su firmeza moral. Este poder se llamaba ethos ethikon (ethos ético). El dórico, modo helenístico por excelencia, era empleado en melodías de carácter viril, grave y majestuoso, en los peanes a Apolo y en el género citarístico.
c) Las melodías que poseían un ethos threnodes (de threnos, canto plañidero) podían debilitar e, incluso, corroer el equilibrio moral. El modo lidio se consideraba apropiado para la música trágica y dolorosa, y era empleado en los cantos fúnebres.
d) Finalmente, una última posibilidad de la música era la de provocar un éxtasis momentáneo, reservado al ethos enthousiastikon. Este era el ethos propio de los ritos a Dionisos y conveniente a la música religiosa que debía acercar al hombre a la divinidad (3).
Muchos teóricos y músicos griegos vieron en la música no solo un poder de acción sobre el alma, sino, como ya hemos dicho, sobre la materia. Es conocida la imagen de Orfeo encantando a la naturaleza en pleno con el poder de su música, de Anfión construyendo milagrosamente los muros de Tebas con la música de su lira, que le fue entregada por Hermes; de Medea cediendo al influjo de un canto mágico mientras perseguía a Jasón, según cuenta Píndaro; de Platón hablando de los cantos que hacen someter a leones, serpientes y otros animales…
Muchos autores del siglo pasado no lograron entender cómo era posible que los tetracordios pudiesen provocar reacciones emocionales tan variadas, por la simple razón de poseer el semitono en distinto lugar. Si no fuese por las autorizadas citas de Platón, Aristóteles y otros teóricos, se hubieran reído del concepto de ethos, como lo hicieron en su momento muchos críticos griegos (4).
Pero la musicología fue demostrando que había que tener en cuenta otros elementos, además del arreglo de tonos y semitonos característicos de los modos, como es el ritmo, la velocidad, el género y la altura absoluta.
Según Tolomeo, «una misma melodía posee un efecto activo y vivificante en el registro agudo, y otro depresivo en el grave», y aclara además que los registros medios cercanos al dórico provocan emociones estables, los agudos próximos al mixolidido, sensaciones agitadas, y los graves, cerca del hipodórico, debilitan y relajan el alma (5).
Pero no solamente en Grecia conocían el poder mágico que tenían los sonidos; los emperadores de China se vieron obligados a crear una Oficina Gubernamental de Pesas y Medidas, encargada de buscar la altura correcta de los lü (6) y reglamentar la música empleada en las ceremonias, ya que para los teóricos chinos de la Antigüedad, la música no era un símbolo abstracto. Determinadas alturas representaban situaciones mágicas. Por eso no veían en el sonido una melodía en potencia sino un poder en acción. Cada nota tenía un valor intrínseco, independiente de su relación con otros sonidos. Por esta razón cada lü del sistema musical chino estaba asociado a distintos elementos, estaciones o emociones.
También en la India hallamos múltiples leyendas sobre el poder de la música. Cuentan que el emperador Akbar había ordenado cantar el raga (7) Dipaka al cantante Nayuk-Gopal. Este raga tenía el poder de quemar vivo a quien lo ejecutara. Para eludir las consecuencias del mismo, Gopal se introdujo en un río, pero el efecto del raga fue tan poderoso que no pudo escapar a su destino.
Los ragas nagavardi y punagatodi eran considerados como los más adecuados para atraer a las serpientes. Krishna era capaz de encantar a toda la naturaleza con su flauta, como lo haría en Grecia Orfeo y Apolo con la lira.
Mario Roso de Luna (8) nos cuenta que esta influencia de la música puede afectar en algunos casos tanto a animales como a los hombres indistintamente: «El aria suiza Le ranz de vaches, toque montañés que se emplea para reunir los rebaños dispersos por la tempestad, ejercía tal influencia en los reclutas suizos, excitándoles de modo tan irresistible al llanto desesperado, a la deserción y al suicidio por la nostalgia del ausente país natal, que hubo necesidad de prohibirla severamente en el ejército francés, para evitar verdaderas epidemias de psicopatía colectiva”. Análoga cosa ocurre con la gaita gallega, la dulzaina pastoril valenciana, la guitarra andaluza, etc.
Es más o menos conocido por todos que David, según la Biblia, tocaba la cítara en presencia del rey Saúl para calmar sus crisis de melancolía; que Pitágoras curaba a sus discípulos enfermos cantando; Homero cuenta cómo Ulises calma sus heridas sangrantes a través de cantos; que Asclepíades, hace veinte siglos, para aliviarse de la ciática tocaba una trompeta, y su prolongado sonido hacía vibrar las fibras nerviosas, produciendo la cesación del dolor; o que Teofrasto, sucesor y continuador de Aristóteles en el escuela peripatética, escribió que «los músicos-médicos aplican la música contra el desmayo, la angustia, desarreglos en el sueño, dolor de caderas, ciática, molestias del estómago, dolor de cabeza, mordedura de víboras…».
¿Cómo explicar estas curaciones? No olvidemos que numerosas enfermedades son efecto de una perturbación del sistema nervioso, en particular del simpático, y que este «desarreglo» es debido, probablemente, a una alteración en la vibración de estos nervios. También en los antiguos templos de China, la India y el Tíbet, la práctica de la música con fines terapéuticos era una ciencia altamente desarrollada, basada en la convicción de que las vibraciones producidas por los tonos musicales son semejantes a aquellas que crean verdaderamente el mundo físico, y que emanan de fuerzas espirituales.
Por otro lado, estos médico-sacerdotes sabían que cada instrumento musical tenía un efecto determinado sobre el cuerpo humano, y aun sobre cada órgano en particular, de forma que las flautas (como también lo afirma Demóstenes) estaban especialmente prescritas para curar enfermedades del hígado, las campanas para el pulmón, los tambores para el riñón, etc. Así, grupos de monjes soplaban en sus instrumentos de viento y tocaban en tambores un sonido determinado, semanas enteras, sin interrupción alguna, para hacer vibrar este o aquel nervio, hasta que al final, a través de ese sonido constante, el sistema nervioso se tranquilizaba o volvía a su estado de armonía y el enfermo sanaba.
Asimismo, cultivaron los egipcios el arte musical y conocieron los secretos de la armonía y su influencia en el ánimo, por lo que en las casas de salud de los templos se empleaba la música para la curación de ciertas enfermedades.
Todo esto ha conducido a que investigadores actuales como el Dr. Dower digan que el la y el si bemol son eficaces contra la tuberculosis, y el do sostenido y el mi contra el cáncer.
Dejando atrás la Antigüedad nos trasladamos a las más actuales técnicas en musicoterapia y, dentro de ella, su innovadora modalidad «activa» (la pasiva es cuando el paciente escucha música), es decir, cuando el paciente toca él mismo determinados instrumentos, especialmente tambores, xilófonos o flautas, con lo que se facilita una descarga de sentimientos reprimidos sin necesidad de razonar el problema.
Notas:
1. El tao de la música, pág. 88
2. Obras morales y de costumbre, pág. 391
3. Música tribal, oriental y de las antiguas culturas del Mediterráneo, pág. 115
4. Aunque otros, como el P. Ulloa en su Música universal (1717), nos da un precioso tratado acerca de las modalidades del ethos en sus relaciones fisiológicas con el hígado, órgano de lo psíquico.
5. Tolomeo, Harmoniques 2:7:58, citado en Sachs (1943:249).
6. Esta palabra significa principio, origen, ley, medida, regla, etc. Por extensión, los chinos dieron el nombre de lü a los tubos que permiten escuchar los doce sonidos de la escala.
7. Son modos musicales en número de ocho y cada uno de ellos tiene varios modos menores que, a su vez, tienen varias armonías.
8. Wagner, mitólogo y ocultista, pág. 52
Para saber más:
* Wagner, mitólogo y ocultista. Mario Roso de Luna. Ed. Eyras. Madrid, 1987.
* El chamanismo. Mircea Eliade. Ed. F.C.E. México, 1976.
* Diccionario de símbolos. J. Chevalier. Ed. Herder. Barcelona, 1988.
* Los instrumentos musicales en el mundo. F. Tranchefort. Ed. Alianza. Madrid, 1985.
* La pipa sagrada. Alce Negro. J. E. Brown. Ed. Taurus. 1980.
* El tao de la música. C. Fregtman. Ed. Estaciones. Buenos Aires, 1985.
* La música tribal, oriental y de las antiguas culturas mediterráneas, Ana M.ª Locatelli de Pérgamo. Ed. Ricordi, Buenos Aires, 1980.
* Obras morales y de costumbres. Seudo-Plutarco. Ed. Akal. Barcelona, 1987.
* Cómo practicar la curación por el espíritu. J. Des Vignes Rouges. Ed. Cosmos. Buenos Aires, 1955.
* El teatro mistérico en Grecia, Jorge Á. Livraga. Ed. NA. Valencia, 1987.
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