CATHERINE GUILLERME

¿Dependemos de nuestro rostro, o este depende de lo que somos?

¿Los músculos del rostro, la piel, la mirada, pueden acaso traducir lo que somos interiormente?

¿Es posible explicar los cambios y transformaciones del rostro?

¿Sí? Entonces hay que comprender que el rostro está no solamente sometido al tiempo y a las circunstancias, sino sobre todo a nuestro modo de pensar.

La morfopsicología, otra mirada

La morfopsicología es una disciplina que permite comprender las leyes que rigen las relaciones entre las formas y la vida psíquica. Las formas del rostro son la materialización del movimiento hecho visible a nuestros ojos. Nada es estático, todo es dinámico. No se trata de medir los diámetros, los ángulos y las superficies: no se trata de antropometría.

El arte de descubrir lo esencial

La morfopsicología es el arte de descubrir lo esencial expresado a través de los rasgos del rostro, siendo esa parte esencial aquello más profundo del ser, lo que llevamos en el corazón, pero también todas las potencialidades que tal vez ignoramos. Constituye un método de aproximación a la personalidad humana: permite descubrir la auténtica vida del ser, su destino interior que le hace ser lo que es, más allá de las convenciones sociales y de la educación recibida. Sin ningún juicio, el retrato morfopsicológico nos lleva a apreciar más bien las cualidades y los defectos bajo un ángulo dinámico.

Complejidad y sutilidad del ser

En toda época se produjeron acercamientos entre las formas y la psicología. Los antiguos griegos conocían ya las relaciones existentes entre lo visible y lo invisible. En aquella época, los tipos morfológicos permitían a los médicos griegos establecer un diagnóstico más completo. Desde entonces, naturalmente, los estudios se han precisado, pasando por la fisionomía o la caracterología, hasta llegar a la morfopsicología, siendo esta una ciencia completa que se interesa por la vitalidad, la sensibilidad y la inteligencia del sujeto.

El ser humano no se concibe como un rompecabezas, como lo hacen la mayoría de las descripciones morfológicas o los estudios superficiales del individuo. Esta disciplina permite comprender el ser en toda su complejidad, porque su característica esencial reside en las interacciones de los diferentes movimientos que le habitan. Es la integración de los contrarios la que crea toda la originalidad del ser.

No podemos reducir una persona a un solo tipo psicológico, porque esto se convertiría en una salida típica de “horóscopo morfológico”. Se han publicado muchas obras en ese sentido, ofreciendo nada más que un estudio de rasgos aislados, sin tener en cuenta el conjunto del rostro; estudio ciertamente fácil, pero que no permite verdaderamente reconocerse. Ninguno de nosotros está inventariado en un léxico, puesto que eso sería desnaturalizar la vida en todos los sentidos, comparar el ser humano a una máquina artificial, sin posibilidad de evolución y crecimiento. El ser no es yin o yang, inspirar o espirar: es más bien una síntesis compleja entre sus diferentes componentes.

Nuestro rostro es el lugar de encuentro privilegiado entre lo innato y lo adquirido y nuestro modo de pensar, y es en su forma el resultado de estas interacciones.

Las bases de la morfopsicología

Para comprender el funcionamiento de esta disciplina, debemos conocer las leyes fundamentales en las que se basa.

El marco: es la construcción ósea, el conjunto óseo del rostro, que representa nuestra reserva vital.

Los receptores: ojos, nariz, boca; son los que intercambian la información entre la persona y su entorno.

El modelado: son los tejidos y demás componentes que rodean los huesos de nuestro rostro; es nuestra manera de presentarnos a los demás.

Los tres niveles corresponden a los tres planos: físico, psicológico y mental.

Para captar la evolución del rostro es necesario aportar un breve atisbo de la ley fundamental de dilatación/contracción.

Esta ley la volvemos a encontrar en lo cotidiano: es la apertura/cierre, el optimismo/pesimismo, la inspiración/espiración. Es un proceso natural y vital, lo que conforma su universalidad y nos permite aplicarlo en todo organismo viviente.

Dilatación/contracción

La ley de dilatación y contracción se denomina, respectivamente, instinto de expansión y de conservación. Cuando todo va bien, estamos de buen humor, nos abrimos, y se produce una distensión de todos nuestros mecanismos; estamos en expansión. Por el contrario, si nada sucede como quisiéramos, nos enquistamos, nos “retractamos”, retrocedemos, nos protegemos; es la ley de la conservación. Como puede constatarse, todos estamos sujetos a ambas leyes con sus predominios, y lo que resulta interesante es localizar nuestras “zonas” de dilatación y de retraimiento (abombadas o hundidas) en nuestro propio rostro.

La dilatación

Es creciente y se encuentra en su apogeo en el niño, signo de una expansión fácil y de amplios intercambios con el entorno. Se reconoce la dilatación por un conjunto óseo espeso, cuyos envoltorios son grandes y carnosos, con un modelado redondeado (que recuerda el del bebé). Es el rostro acogedor, que respira optimismo; no se resiste a su entorno y se deja penetrar por todas las impresiones exteriores.

La retracción

Es conservación, protección, mas no puede ser considerada como opuesta a la dilatación.

Se trata de un movimiento de expansión en un medio selecto, es decir, escogido. Se manifiesta en un rostro estrecho, con ojos, nariz y boca muy finos y un modelado algo irregular, compuesto de huecos y de salientes (protuberancias). Para expandirse necesita condiciones privilegiadas. Posee mucha finura y sensibilidad, difíciles de percibir a través de una actitud fría y distante.

Es evidente que el estudio requiere de otros aspectos para poder afinar el retrato. Porque, efectivamente, poseemos sus componentes, y como hemos indicado anteriormente, el hecho de observar dónde se manifiesta la dilatación y la retracción en los planos de nuestro rostro indica dónde se es más optimista y abierto, o bien más sensible y defensivo. De la interacción de estos dos elementos complementarios resulta nuestro carácter, y por consiguiente, nuestro rostro.

Aún nos faltan detalles para completar nuestro retrato, pero hemos querido con estas pocas líneas hacer una simple aproximación, con el objeto de hacer apreciar las relaciones evidentes entre forma y carácter, así como la complejidad que nos impide catalogar o estereotipar el ser.

Podríamos abordar muchos otros aspectos, como la evolución en el tiempo, las arrugas, la cirugía estética, etc.

Aprendamos a ser veraces, sencillos, auténticos, y nuestro rostro reflejará la belleza natural.

Catherine Guillerme es fundadora del Instituto de Morfopsicología de Canadá

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