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¿Se mueve la Tierra?

A menudo vengo aquí, me asomo y contemplo a los poetas que, con sus odas, tratan de atrapar la luna ignorando totalmente lo que dicen. Contemplo a los artistas tratando de hacer surgir, en el lienzo o de la dura piedra, la verdad que encierra la materia y el espíritu dormido en ella. A los pensadores y a los científicos en busca de la piedra filosofal: corren como hormigas en pos de una idea, pasan sus noches en duermevela, calculan hasta en sueños, miran las estrellas, excavan las profundidades de la tierra, inventan globos o sondas marinas, queriendo ver siempre… ¡un poco más allá!

Antes venía cada cuanto, pero sus infructuosas búsquedas y algaradas han ido logrando que me desperece apenas cada último cuarto de siglo para echar una mirada sobre la Tierra. Algunos dicen de mí que soy como el espíritu de los avances; para otros, soy el aliento del idealista ¡Bah!.., y tantas otras cosas que no atinan a describir bien ni ellos mismos. Para algunos soy como un ángel guardián, como el ojo que siempre vela en la noche observando la evolución de los hombres, pero entrando ya en estos terrenos mistéricos habré de callar…, que piensen lo que se les antoje, porque como alguien dijo hace ya cien años viendo la vida con ojos de pequeño príncipe, “lo esencial es invisible a los ojos”. Yo, como alma del planeta, como Espíritu Regente de la Tierra no diré mas sobre mí; los que saben ya me conocen.

Todos los seres que habitan sobre mi piel creen saber suficientemente lo que es esta vieja cáscara que se llama Tierra; todos opinan, pero pocos conocen; muchos observan, pero pocos ven.

Hace ya un siglo que vine a ver a los mortales correr en pos del saber. Andaban inmersos en cosas extrañas, pero alguno de sus relatos me atrapó…

Parece ser que algún autor reparó en que no siempre me he estado quieta. Algunos geólogos se dieron cuenta de que la flora y la fauna fosilizadas halladas en los polos a veces respondían a climas tropicales, y que bajo los hielos, en el Ártico, se hallaban preciosos corales extintos desde hace muchos milenios, propios tan solo de mares cálidos. Comenzaron a balbucear que aquello no tenía lógica, que era imposible que los polos cambiaran habitualmente de un lugar a otro.

¡Pobres humanos!, siempre he dejado huellas que delatan que las cosas no son tan casuales como parecen. Como espíritu algo travieso, siempre he dejado caer de mis bolsillos algunas perlas capciosas para azuzar el espíritu de los buscadores inquietos, pero algunas veces pasan desapercibidas durante siglos; ¡he de estar alerta!, tal vez me estoy haciendo vieja sin saberlo.

Bajo los hielos de la Antártida hollaron los hombres hasta hallar tierras de franjas diversas. Aprendieron a leer en cada franja de distintos colores como en los anillos de los árboles. Hallaron pruebas de la antigua existencia de un cálido mar, de hojas y tallos fosilizados, de antiguos helechos y floras tropicales. Antaño, de entre los pasados 6000 a 15.000 años, hubo allí una tierra cálida, emergida y libre de hielos, y las tierras coloreadas eran testigos.

A comienzos del siglo pasado los científicos dieron los primeros pasos para desvelar mi misterio, y poco a poco fueron descubriendo cómo se muda la faz del planeta. Cuando el hombre se convierte en buscador, ante la agudeza de una ciencia pujante, difícilmente puedo guardar mis secretos por mucho tiempo… Pero los sedimentos, posados en capas como hojas del libro de la Tierra, me delatan.

En las islas del Ártico, como Spitzbergen y la Isla del Oso, en la parte norte de Siberia, que hoy tan solo disfrutan de luz la mitad del año, se hallaron restos de helechos, de cipreses, avellanos, robles, plátanos, de lirios acuáticos posados sobre plácidas corrientes de agua, y hasta de un Ichtiosaurus, propios de un clima de zonas más cálidas donde hoy predominan los hielos y la soledad.

También en Ellesmere, la fría isla cercana a Groenlandia, se hallaron corales y restos de los primeros anfibios, en zonas cubiertas antiguamente por lagos, cuyas márgenes estaban plagadas de juncos, abedules, álamos, pinos y abetos. Enormes reptiles fósiles aparecieron a lo largo del río Dvina de Rusia, dentro del círculo polar, y restos de animales ya extintos se hallaron intactos bajo los hielos, atrapados en el lodo de antiguos ríos, como el célebre mamut de Beresovka, en Siberia, y murieron de súbito, masticando aún hierbas y arbustos propios de un clima más cálido que varió en cuestión de segundos.

Se hallaron pruebas de desiertos fósiles en mitad de Inglaterra, de mares situados en donde hay actualmente grandes desiertos, como el Sahara, y las evidencias de que el mar Mediterráneo, crisol de pueblos y civilizaciones, fue en su día una fosa reseca a 3000 m bajo el nivel del mar, hasta que este, saltando la barrera entonces cerrada del estrecho de Gibraltar, lo anegó con ímpetu en una catarata cien veces mayor que las actualmente conocidas, hace ya más de 5 millones de años.

Ya veis, he sufrido terribles enfriamientos que han cubierto mi corteza de paralizantes hielos, y febriles convulsiones internas de magnitudes terribles. He cambiado mucho, el tiempo y los embates del clima han dejado sus marcas en mi piel. Las estaciones me combaten con fiereza, tanto como yo las he alterado…

Cuando Wegener se atrevió a afirmar que los continentes tal vez pudieran desplazarse sobre un fondo de materiales menos viscosos, y por tanto, más plásticos y fluidos, que constituyen el “manto”, aparecieron múltiples voces discrepantes. ¿Cómo podrían desplazarse los continentes si los fondos marinos, lejos de ser llanuras, se encuentran plagados de montañas?

Pero si los continentes se habían desplazado años atrás, no solo debían encajar en cuanto a su forma, lo que viendo un mapa se apreciaba a primera vista, sino en las plataformas continentales hundidas cientos de metros bajo el mar, en su flora y fauna fósiles, y en los componentes químicos y minerales de sus rocas y estratos a uno y otro lado del mar. Y acertaron: las pruebas estaban aún presentes sobre la demudada y maltrecha piel del planeta, y los geólogos hallaron en zonas bien distantes rocas similares y pudieron interpretar mi atormentada vida.

Las pistas que dejé eran firmes, y pronto pudieron reconstruir mi pasado. Hace más de 200 millones de años los diversos continentes se agrupaban formando una única masa, a la que vosotros llamáis “Pangea”, que pronto comenzó a fragmentarse. Se desgajó de mí hacia el norte una parte llamada Laurasia, y hacia el sur, Gondwana. Pronto dieron retoños ellas mismas y se fueron conformando los continentes que ahora conocéis.

Sí, Wegener tenía razón, mi corteza se desplaza poco a poco, a razón de unos centímetros por año. Aún no he aprendido a frenar los efectos de mi propia rotación. Yo también debo cumplir las leyes de la danza cósmica: todo fluye, todo se transforma y renueva, en un eterno ritmo de vida.

La ciencia continuó sus avances, y los geólogos se adentraron también en el mar. Hess comprobó en 1960 cómo ciertos sedimentos del fondo marino se desplazaban con el tiempo alejándose de las dorsales. Allí, en el fondo de las grandes cadenas montañosas, las dorsales oceánicas, vieron las suturas abiertas de la Tierra, y el magma que, procedente de su interior, surgía a veces virulento. Allí, en las profundidades abisales, se descubrió que calladamente se producía más corteza y surgía pujante del fondo ígneo. Esta nueva corteza empujaba los fondos marinos que se expandían lejos de la dorsal.

Al parecer, comenzaban a advertir mis movimientos; ¿comenzarían también a considerarme como algo más que una mera corteza reseca? No solo se admitía por fin que la corteza de la Tierra se movía, sino que descubrieron otro de mis más ocultos secretos.

Al observar el magnetismo de las rocas en expansión del fondo marino, los geólogos comprobaron que el magma que surgía en el fondo del mar se solidificaba rápidamente, y sus componentes se orientaban según el polo magnético vigente. Esta orientación de las rocas permitía descubrir la dirección en la que se hallaba el polo norte cuando se formaron, pero pronto hallaron con sorpresa que periódicamente había ido variando. Esto permitía afirmar, por un lado, que el fondo del mar se había movido, pero si unas veces el polo se hallaba próximo a Groenlandia, otras en el ecuador o en la Patagonia, tenía que haber otra explicación. Si el polo al que se orientaban las rocas ígneas estaba en otro lugar cuando se formaron, ¿qué había ocurrido?

Para unos, esta seguirá siendo una prueba del posible vuelco del eje de la Tierra. Para otros, en cambio, si rocas de la misma antigüedad en puntos muy diversos del planeta marcaban la existencia del polo en lugares dispersos y diferentes al actual, era una prueba evidente –si el polo debía ser único– de que los continentes se habían desplazado relativamente con el tiempo.

Se esbozaron planos que a modo de un puzle mostraron cómo debían situarse los continentes para que los restos de antiguos polos magnéticos coincidieran. Y se descubrió el viaje que desde tiempo inmemorial han realizado los continentes, como si cabalgaran a grupas de un tramo de corteza rígida al que los científicos llamaron “placa”.

En el fondo del mar se producía corteza, pero ¿habría otro lugar por donde se destruía, por donde desaparecía? Pronto se hallaron zonas en que unas placas se alejaban de otras, y otras en que, al chocar, una de ellas se sumergía bajo la más compacta incrustándose en las profundidades del manto.

Actualmente los científicos ya conocen que mi piel es como una pelota de cuero cosida, siendo las placas como cáscaras que se empujan. Cuando se enfrentan mis hijos, los continentes, con la lanza en la mano y protegidos con sus pesados escudos, en sus terribles choques uno de ellos inclina la cerviz sumiso, o se repliega sobre sí mismo. Atlas se eleva hacia el cielo sosteniendo la bóveda del mundo, Europa y Asia se enfrentan dando lugar a los Urales, se encastra la India contra el resto del continente asiático como un toro furioso, y lo desgarra y levanta dando lugar al techo del mundo…

Las altivas placas que se enfrentan dispuestas a vencer en sus choques producen la terca elevación de las montañas. Las placas sumisas o que son vencidas se hunden en los fondos magmáticos del manto, dando lugar en sus empujes y fricciones a seísmos profundos y fracturas superficiales por las que accede el magma al exterior, dejando tras de sí cadenas montañosas a lo largo de la costa, o un rastro de emergidas islas volcánicas que son puertas abiertas hacia el fondo de las entrañas de la Tierra.

Volcanes y seísmos se hallan ocultamente enlazados. Las fracturas que se provocan con el choque de las placas crean grietas y fisuras por donde ascienden raudos la lava y los gases, son puertas a los submundos que escondo.

Gea, vuestra madre, es el gran misterio que espera dormido a que lo descubráis.

Cada vez que surge del fondo de mí un volcán, no lo temáis, él trae la dicha de la renovación. Los nuevos aportes darán lugar a rocas nuevas, jóvenes y pujantes. Los sedimentos posados en el fondo de los mares por los ríos, se internalizarán poco a poco y se rejuvenecerán. Los seísmos disipan y alivian las tensiones que cruzan mi interior, redistribuyen energías y las recombinan.

Mi evolución como planeta es silenciosa, pero imparable. Los mecanismos ocultos que permiten mi renovación son necesarios, y es la forma en la que afronto una respuesta ante el entorno. Detrás de una aparente mecanicidad, hay algo natural, simple y profundo.

Debo confesar que siempre hay una carta que escondo, un secreto que retengo, un enigma que siempre ha de quedar más allá de las comunes aspiraciones, para que el ser humano crezca al ir en pos de lo desconocido.

Conozco a los humanos desde que despertaron, pero desde que creen haber tomado uso de razón los observo cada vez con mayor cautela. Para algunos científicos soy tan solo un hermoso mecanismo natural; para otros, comienzo a ser no tan solo un planeta, sino algo más que apenas atisban y a lo que llaman “Gea”, la madre Tierra.

Tal vez sea esta una apreciación subjetiva del hombre, que pretende que los mecanismos naturales que hacen perdurar la vida pudieran tener una conciencia oculta que los animase. Tal vez sea esta una necesidad interna que nos evita ver tan solo mecanismos que son demasiado perfectos como para ser considerados como meros efectos fisicoquímicos…

Pero sea como fuere, la ciencia, a pesar de sopesar tan solo mecanismos y reacciones naturales, nos predispone cada vez más a ver a través de su ventana el mundo, con la ilusión del descubridor, con la capacidad de asombro intacta, con la reverente humildad de quien sabe que siempre hay un velo más que descorrer, un enigma más que comprender, porque la vida, siendo bella, es tan solo parte de algo más inabarcable, que me limitaré a llamar como se suele hacer…, la Naturaleza.

La perfección con que la vida construye sus mecanismos de defensa y de subsistencia delatan siempre, ante los ojos despiertos, algo invisible que la alienta, se llame como se llame…

RAMÓN SANCHIS

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