WALT DISNEYDentro del atanor del siglo XX, convulsivo y caótico, descubrimos un destello de belleza, como el claro mirar de la estrella del alba, pugnando por sobrevivir, confundida en su masa de metal, ígnea y candente: oro puro en medio de sombras y escoria. Es el arte de Walt Disney. Arte que destaca en medio de «otros» que se precipitan en la irracionalidad, en lo vulgar y en lo soez. Arte que defiende, como espada llameante que combate las sombras, los únicos ideales que pueden vertebrar el alma humana: el bien, la verdad, la belleza y la justicia.

La misión del arte es, a través de la belleza, cambiar el mundo, dignificándolo. El arte que no «cristaliza» la belleza, que no eleva el alma, que no la torna más buena, amable y comprensiva, el arte que no vierte sobre el alma un rocío de belleza y misterio, haciéndola temblar de gozo, estremecida, tiene de arte solo el nombre, o en el mejor de los casos, la apariencia.

El don de Walt Disney fue educar a través de la belleza. Los niños quedan encantados –esta es la magia de Disney– y su alma aprende naturalmente verdades imperecederas, verdades que son como estrellas en nuestro firmamento moral. Para las almas sensibles, a quienes largos años de largas sendas han adherido el polvo de mil caminos, el efecto de sus obras es de renovación, de retorno, no a la infancia, sino a lo puro, a lo no contaminado, al recinto secreto de las ansias imposibles y de los sueños intactos. Y para quienes han tenido la maravillosa oportunidad de estudiar las llamadas «ciencias herméticas», las obras de Disney son una expresión originalísima y fiel de sus conocimientos milenarios.

Walt Disney expone con singular maestría, y lo que es mejor ¡llega a dar vida en nuestra imaginación!, enseñanzas sobre la naturaleza del alma humana, sobre el fuego mental que hace de una marioneta de madera un alma consciente, y por lo tanto responsable; enseñanzas sobre la vida de los elementos: Tierra, Agua, Aire y Fuego, y los espíritus que los rigen; sobre el poder combinado de sonidos, ritmos e imágenes; sobre los arquetipos –en el sentido platónico– y las evocaciones que permiten atraer su benévolo poder; enseñanzas sobre la cárcel del tiempo y las armas mágicas que permiten ir más allá de ella; enseñanzas sobre la arquitectura matemática de la vida, sobre el poder de los números, sobre el origen de la vida y el origen de la conciencia, sobre el despertar y el sueño de la naturaleza, sobre el amor como la incansable gravedad de las almas y de los cuerpos; y sobre los reyes, los verdaderos reyes, educados por magos y bendecidos por el cielo. Todo se ordena, todo se armoniza, la vida interior halla un cauce natural, lo más elevado y cierto dentro de nosotros dice un sí y otorga su natural aprobación cuando, como ocurre con todo arte verdadero, nos deleitamos con las obras de Walt Disney.

Quien haya leído y amado la obra maestra de Mathila Gyka (1881- 1965), Geometry of Art and Life, y luego visto los diez minutos en que Disney expone la quintaesencia de este libro, dentro de su documental El pato Donald en el País de las Matemáticas, debe descubrirse ante el genio creador. Aquí se percibe muy bien el metal del que está hecho Disney: ha leído y entendido el libro –tarea que no es nada fácil–, ha penetrado en sus ideas fundamentales, ha eliminado todo lo accesorio, y le ha dado una forma maestra, bella, fácil de entender, divertida, llena en sus detalles de significados profundos.

Queremos llamar la atención sobre algunos elementos de filosofía secreta presentes en sus obras. Por ejemplo: Pinocho es una alegoría del hombre de madera que se convierte en lo que Platón llamó «hombre de metal». Es decir, el paso de aquellos que son como marionetas, sin conciencia real y sin motor propio en aquellos en que su conciencia es fuego que impulsa e ilumina. El mismo nombre Gepetto, el «padre» carpintero (1) que fabrica a Pinocho, recuerda al Japeto de la mitología griega, padre de Prometeo, que entregó el fuego mental a los hijos de la tierra, humanizándolos, divinizándolos.

La diosa y estrella a quien se invoca es, sin duda, Venus, tan vinculada, en todas las civilizaciones antiguas, a la conciencia de la humanidad. Recordemos, por ejemplo, las tradiciones aztecas y mayas al respecto, o las de los Manasaputras, «los Padres de la Mente», en la India. La dádiva de Venus, como un aporte electroespiritual en la economía del cosmos, es quien, dicen estas tradiciones, habría dado a la Humanidad la capacidad de idear, imaginar y crear, la capacidad por tanto de plasmar los sueños, de razonar estableciendo comparaciones y hallando un sentido a las mismas, origen, por lo tanto, del lenguaje.

Es este «fuego mental» el que habría creado una separación abisal entre los simios y los hombres. Esta enseñanza le debió de parecer a Walt Disney tan definitiva para entender la naturaleza-raíz del ser humano, que la incluyó, en alegoría a veces y otras de un modo más abierto, en varias de sus obras. Por ejemplo, en El libro de la selva, en la famosa escena en que danzan el niño Mowgly y el simio Louie, este quiere saber el secreto del «fuego», le implora le revele aquello que le permitirá ser más que rey de los simios, el más humilde de los seres humanos. Las tradiciones esotéricas hindúes afirman que los simios (más estrictamente hablando, los monos antropoides), son, por no haber conquistado el fuego mental propio del alma humana, como un loto que cierra sus pétalos, es decir, que su evolución ha llegado a un tope, no pudiendo ir más allá, a la espera de un nuevo ciclo evolutivo. Este es el drama de Louie, y así le suplica por «the man`s red fire». Esta escena se desarrolla en medio de una danza, símbolo siempre, en la India, de evolución (2).

En La bella durmiente, las tres hadas, Flora, Fauna y Primavera, significan, en una clave, las tres parcas de la religión griega, que tejen el destino de las almas. Pero son también las tres gracias, porque cada una de ellas otorga una bendición.

Recordemos a las tres gracias, siempre juntas en sus espiraladas danzas, Aglae, Eufrosine y Talía, Alegría, Belleza y Entusiasmo, bendiciendo a los hijos del Cielo. La palabra «hada» viene del latín «fatum», «destino», y esta de Hathor, el nombre de la diosa del amor, en su faz benévola, y del karma (3), en su faz más benévola aún. Las 7 Hathor, representadas por siete vacas –Hathor es el fértil espacio que nutre almas y cuerpos, la gran «Vaca Cósmica»–, aparecen en casi todos los templos egipcios y eran las que protegían el nacimiento de los niños. Representan los Siete Poderes que rigen el cosmos manifestado.

Maléfica, otra hada, es el poder del tiempo y también otorga su don, que es el de las limitaciones y dificultades que permitan llevar a la actividad las virtudes latentes en el alma humana. Evidentemente, nunca es invitada ni agasajada, pero siempre está presente, como la imagen de la muerte en los banquetes medievales, o como el sarcófago de Osiris en los egipcios. El curso del tiempo es la imagen de una muerte siempre presente, porque, como decía Séneca, comenzamos a morir desde el momento que nacemos. Al representar Maléfica el tiempo, porta sus atributos, que son los de Saturno: el color negro como vestimenta y el color verde como alma y como llama; pues tal y como se expresa en los antiguos tratados de magia, el color esotérico de Saturno es el verde.

El cuervo como mensajero, el anillo de negro ónice –que es la piedra de Saturno– y la mirada de un amarillo pálido, el brillo y color que exhibe el planeta Saturno en el cielo. Saturno es el Krura Lochana, el «Ojo Maléfico», y el color de su mirada fue símbolo de enfermedad desde los tiempos más remotos. La misma raíz de la palabra «amarillo» proviene del latín «amaro», que significa «amargo, triste, enfermizo».

La rueca con que es herida Aurora, la aurora, es también símbolo del tiempo y su giro incesante; y la edad de dieciséis años en que la princesa Aurora es herida por la aguja de la rueca y sumida en sueño es el número y la edad de la diosa Hathor, tal y como explica Horapollo en su Hieroglífica.

Las dificultades que debe superar el príncipe Felipe son las de la Iniciación, donde uno se enfrenta a las Pruebas del tiempo. De hecho, Maléfica le indica que le permitirá salir de la cárcel en que se halla, para desposarse, ya anciano, con La bella durmiente (4). Ella permanece siempre joven, pues se halla sumida en un sueño parecido a la muerte, y también porque Aurora (uno de los nombres de la estrella «del alba», Venus) representa el alma inmortal, la Amada Eterna, y aun las mismas sendas del tiempo permitirán el reencuentro del alma con su divina inspiración, con la fuente de su luz y bondad. Pero el príncipe, el caballero, el candidato a la Iniciación, aspira a más y es entonces, por la pureza de sus anhelos, bendecido por las tres hadas, que simbolizan el alma de la Naturaleza. Ellas le otorgan las armas mágicas, el Escudo de la Virtud y la Espada de la Verdad, y con ellas podrá vencer a los poderes del tiempo, que han sido desafiados.

Es así como los sabios han descrito la Iniciación: como una aceleración del tiempo psicológico; la conquista, por la voluntad, el amor y la inteligencia, de aquellos tesoros que el tiempo reserva a los seres humanos al término de ciclos y más ciclos sin fin. Para el investigador desprejuiciado, la relación de Walt Disney con la filosofía secreta es evidente. Una de sus primeras obras fue La diosa de la primavera en que se representa (de un modo humorístico, claro), la escena principal de los Misterios de Eleusis, el descenso de Perséfone a los infiernos y su mística unión con Hades, el rey de la Muerte y de los Iniciados.

Perséfone es el alma de la Naturaleza –la diosa de la primavera– y es también el alma humana. El nombre romano del Hades griego es Plutón, precisamente el nombre del perro amigo inseparable de Mickey, Pluto. En la película, Pluto hace de rey de los infiernos. Pero lo admirable es que Pluto es un perro, el animal símbolo de Anubis, guía de los muertos e Iniciados en los caminos de lo invisible. Es decir, hace del dios Anubis el rey de las profundidades, tal y como entendieron los gnósticos egipcios. Anubis aparece también representado en el dintel de la puerta de entrada a la Montaña Prohibida, la morada de Maléfica, en La bella durmiente. No en vano Anubis fue llamado –véase Los Misterios de Isis y Osiris, de Plutarco–, el Señor del Tiempo, es decir, el Señor de la Iniciación. Anubis era el Guardián de la Montaña de Occidente y se le llamaba «el Gran Solitario de la Montaña Occidental», la pirámide de sombras en que se sumerge el Sol en el ocaso. Las tres hadas que ayudarán en la «Iniciación» de Felipe deben entrar a través de su boca, y todo aquel que penetre en esta Montaña Prohibida lo hace ante su mirada y aprobación. De su boca pende una cadena –¿la áurea cadena de los Misterios griegos, símbolo de las almas de todos los héroes y sabios, eslabón a eslabón, que mantienen unidos el cielo a la tierra?–, cadena que sustenta el puente que permite el paso por «la Puerta de la Iniciación».

En muchas de las obras de Walt Disney los protagonistas son animales, pero es el alma de estos animales lo que quiere representar, es decir, su virtud, y por lo tanto, los distintos caracteres humanos. Solo así podemos entender su declaración: «Los animales de los cuentos no son realmente animales. Son seres humanos con forma de pájaros o de bestias». Desde siempre él se identificó con Mickey Mouse, a quien otorgó, en falsete, su propia voz. Es fácil así que el ratón Mickey fuera premiado por la Sociedad de Naciones, en París, 1935, como Símbolo Internacional de la Buena Voluntad. Porque Walt Disney era un hombre de buena voluntad y de poderosa eficacia, un místico del arte.

El legado de Walt Disney es una fuente de aguas salutíferas, pero profundizar en su filosofía no es posible en el breve espacio de un artículo, por lo que volveremos sobre el tema, bien en artículos sucesivos, bien en una sección de la revista a él dedicada.

Mi gratitud, y seguro, la de todos sus lectores, por el trabajo excelente de Ana M.ª Rierola Puigderajols, que en su tesis universitaria A linguistic study of the magic in Disney Lirics expone el uso mágico que hace Walt Disney del lenguaje. Figuras, ritmos, estructuras sintácticas, texturas (timbres de los distintos idiomas) y canciones crean el ambiente psicológico y la evocación para atraer la vida y poder de sus espiritualísimas ideas, el fulgor de una estrella en la noche del materialismo en que vivimos.

 

Notas:

(1) En un sentido filosófico, «Cristos» representa asimismo la conciencia de la Humanidad y es también «hijo de carpintero»; y Agni es, en la religión védica, el fuego o quintaesencia espiritual del alma humana, y es también «hijo» del dios carpintero, Vishvakarmán, aun cuando verdaderamente su «padre celeste», como en Pinocho, sea una estrella, la estrella de los magos, la estrella Savanagraha.

(2) Recordemos al Siva Nataraja, el Siva danzante que representa la evolución del cosmos, a través de la renovación de las formas ya caducas. Siva, dios de la destrucción, es el complemento de Vishnu, dios de la conservación de todo lo que vive, es decir, del alma de todo lo que vive. Siva es el tiempo que hace danzar a todo cuanto existe, impulsándolo hacia adelante a través de los cambios.

(3) La diosa Hathor -Sekhmet, la diosa leona que libera, a veces de un modo violento, a las almas de sus limitaciones y de su estancamiento. Es, como Siva, el amor que libera, no el amor que protege, un amor, en nuestra ignorancia, no siempre bienvenido ni aceptado.

(4) Hay un poema de Amado Nervo (1870- 1919) que con dulce ternura expresa esta verdad psicológica. Este poeta mejicano ha sabido, como pocos, penetrar en los misterios del alma y del tiempo. Es, por antonomasia, el poeta filósofo del siglo XX. Este poema lleva, precisamente, el nombre de La bella del bosque durmiente. Y dice así:

–Decidme, noble anciana, por vuestra vida:

¿yace aquí la princesa que está dormida,

esperando ha dos siglos un caballero?

–¡La princesa de que hablas en tu conseja

soy yo…!, pero ¿no miras?, estoy muy vieja,

¡ya ninguno me busca y a nadie espero!

–Y yo que la procela de un mar de llanto

surqué… ¡yo que he salvado montes y ríos

por vos! –¡Ay!, caballero, ¡qué desencanto!

 … Mas no en balde por verme sufriste tanto:

tus cabellos son blancos, ¡como los míos!

Asómate al espejo de esta fontana,

Oh, pobre caballero… ¡Tarde viniste!

Mas aún puedo amarte como una hermana.

Posar en mi regazo tu mente cana.

Y entonar viejas coplas cuando estés triste…

Algunas aportaciones de Walt Disney al mundo:

1. Mayor comprensión, ternura y buen trato a nuestros animales domésticos.

2. Extender al mundo entero cuentos infantiles de gran valor pedagógico.

3. Frente a la precipitación de valores morales y el descenso del hombre a su condición animal, defensa de la verdadera cortesía, aquella que nace del alma y está dirigida al alma.

4. Frente al más crudo materialismo, tornar naturalmente la mirada de mayores y niños a un mundo de hadas, duendes y espíritus de la naturaleza, que por cierto, no existen solo en el mundo de los cuentos.

5. Frente al dogmatismo de los distintos credos e Iglesias, hacer evidente una religiosidad natural, el natural vínculo y acercamiento del alma a las fuentes desde donde brotan la fortaleza, el bien y la justicia.

6. Defensa de la magia como hábitat natural del alma humana, como la ciencia que otorga al ser humano su verdadera dimensión.

 

Louie: Ahora soy el rey de los que se balancean

El vip de la selva

He alcanzado la cima y ahora he de parar.

Es esto lo que me está consumiendo.

Yo quiero ser un hombre, un cachorro humano

Y dar un paseo erguido por la ciudad

Y ser exactamente como los otros hombres,

Ya estoy cansado de mi vida simiesca.

Ohh, doobie- do

Quiero ser como tú,

Quiero andar como tú,

Hablar como tú.

¿Ves?, ¿Es verdad?

Un mono como yo

Puede aprender a ser

Humano también

Mowgli: Bolas, primo, lo estás haciendo realmente bien.

Louie: Ahora, aquí está tu parte del contrato, primo.

Deposita en mí el secreto del fuego rojo del ser humano.

Mowgli: Pero yo no sé cómo hacer fuego.

Louie: Vamos, no intentes engañarme, cachorro humano.

Yo hice un trato contigo.

Lo que yo deseo es el fuego rojo del ser humano

Para hacer mis sueños reales

Ahora dime el secreto, cachorro humano.

Vamos allá, dame una pista sobre qué hacer.

Dame el poder de la roja flor del hombre

Para poder ser yo como tú.

Bagheera: ¡Fuego! Así que es esto lo que este canalla perseguía.

 

JOSÉ CARLOS FERNÁNDEZ