Pongamos un ejemplo: antiguamente los molinos de viento, siempre funcionando para producir energía para moler trigo, eran parados por el molinero en ocasiones en las que un viento excesivamente fuerte podía afectar estructuralmente a las palas. Pues bien, modernamente los molinos, también utilizados para generar energía, en este caso llamada eólica, que acumula electricidad en baterías, también se detienen en condiciones extremas, pero sin la intervención humana, mediante el uso de unos sensores o fibras de piezocerámica integradas en el material de las palas. Estas fibras pueden convertir la presión en señales eléctricas que son enviadas a un ordenador que ejerce de estación de control.
La adaptrónica investiga materiales que reaccionan en consecuencia al calor, a la electricidad, a la luz y al magnetismo. Se trata de crear sistemas adaptativos, es decir, materiales que sirven de nervios y músculos para que, por ejemplo, en un futuro no muy lejano los helicópteros vuelen más silenciosos, y los pasajeros de los autobuses no perciban los baches en las carreteras, o que los puentes soporten el paso de trenes de carga o solo bicicletas y peatones. De hecho, dichos materiales con cerebro los llevamos ya sobre la nariz: los cristales de las lentes fotocromáticas se oscurecen al sol o aclaran en la sombra.
A ninguno nos sorprende ya que haya raquetas de tenis que son capaces de absorber las vibraciones (aunque utilizando una forma de adaptrónica pasiva) para evitar el estrés en músculos y tendones del codo, que pueden producir el tan incómodo “codo de tenista”.
La principal inspiración de la adaptrónica es la naturaleza. De hecho, los expertos en adaptrónica hablan de crear materiales como si fueran organismos vivos. Por ejemplo, cuando nuestro brazo levanta un peso, una serie de señales nerviosas son enviadas al cerebro para producir la adecuada tensión muscular, que se adapta al peso que hay que levantar.
En la industria automovilística ya se utilizan varias investigaciones de la adaptrónica, desde un techo ligero de automóvil que se adapta a la velocidad para amortiguar el ruido en el interior del vehículo, hasta aleaciones metálicas que se transforman con el calor y recobran su forma originaria al haberse enfriado, para así fabricar coches más seguros. Pero también la amortiguación del ruido puede utilizarse en sentido contrario: imaginemos un automóvil que en condiciones menos seguras de conducción pudiera generar más y más ruido para evitar en el conductor actuaciones temerarias o que pusieran en riesgo la vida.
Incluso, pensando en el comportamiento de nuestro cuerpo, hay quien está investigando con pinturas inteligentes que, tras un accidente, se diluyeran para luego volver a recomponerse por sí mismas, como una segunda piel.
La adaptrónica está ya en todas partes, y pronto nos parecerá que los materiales forman parte de nuestra vida, porque también contienen vida.
Juan Carlos del Río
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