La catedral, acto mágico de la creación

J. P. R.

La catedral surge en sus inicios de la necesidad de reformar las antiguas iglesias y basílicas para dar cabida a más fieles. Conforme se va superando la etapa del período medieval de aislamiento, comienza a favorecerse la vida en pequeños núcleos urbanos y a centrarse la actividad económica y social en las principales poblaciones. La cultura rural empieza a ceder terreno a favor de la corte, y como una necesidad de engrandecer lo que se ofrecía a Dios como obra, se transforman las iglesias en catedrales.

La revitalización de la fe da lugar a la cruzada catedralicia, y a mediados del siglo XII se extiende por toda Europa la fiebre de construir hermosas iglesias, dando lugar al gótico, considerado aún como la mayor aportación al mundo del arte y la arquitectura.

El estilo gótico evolucionó del románico, si bien no en todos los lugares de la misma manera ni a la vez. El proceso fue lento y accidentado, combinando ingenuidad, inspiración y fuerza muscular para crear monumentos dignos de su fe. En la medida en que se ganaba en altura, el reto de adaptar los conocimientos y la técnica constructiva se hacían más necesarios.

En palabras del profesor Auguste Choisy, tal es, en lo que respecta al sistema general de equilibrio, la economía de nuestros grandes edificios góticos: lo esencial del mecanismo estático se reduce a las nervaduras que permiten dirigir los empujes y a los arbotantes que los anulan a distancia. Gracias a estos miembros auxiliares, el constructor se adueña de los empujes desarrollados por las bóvedas y consigue reducir el edificio a sus partes activas al desembarazarlo de sus masas inertes. Privado de medios poderosos, el artista los suple a fuerza de combinaciones.

Al proceso de expansión de las construcciones ayudaron de manera eficaz las pugnas de los obispos de las diferentes diócesis por construir la catedral más grande y ricamente decorada, que de hecho se disputaban a los mejores maestros constructores de la época.

En el estudio pormenorizado de los monumentos, que han llegado casi intactos hasta nuestros días, se pueden observar todas las combinaciones posibles, desde las que reflejan genuinamente el estilo, como es el caso de las catedrales de Chartres, Notre Dame y Bourges, en Francia, hasta las que se limitaron a construir el exterior reflejando el estilo gótico, en tanto que en su interior se mantiene íntegramente el románico, como es el caso de la catedral de Peterborough, en Gran Bretaña. O catedrales en las que los muros son totalmente absorbidos por las vidrieras con lo que ello supone de ganancia de luz, como en la Sainte-Chapelle, en París, mandada construir por el rey Luis IX entre 1239 y 1246.

De la robustez y sobriedad de la construcción románica se pasó a la grandiosidad de pilares que se alzan al cielo, rematados por arcos y bóvedas que parecen querer atrapar el firmamento acercando las estrellas, mientras la magia de la luz se proyecta a través de las maravillosas vidrieras alcanzando con sus rayos hasta el último rincón, dando vida a los símbolos alquímicos que esperan la oportunidad de ser despertados por el peregrino que se acerca a ellos.

Paradójicamente, lo más importante en la construcción de la catedral no está en sus partes visibles.

De todos es conocido que existe una suerte de geografía sagrada en la que se localizan determinados lugares como puntos energéticos de una especial carga positiva o espiritual; esos lugares, elegidos desde el principio de los tiempos y marcados como lugares de culto, se han visto superpuestos con cada cultura o civilización que los ha ocupado hasta nuestros días. Es por ello por lo que construir un templo en un lugar determinado no es fruto de la casualidad sino de la causa que determina ese lugar como especial, como espacio sagrado, y así, sobre templos “paganos” se construyeron las primeras iglesias, y sobre estas las catedrales, conformando una figura mágica que se proyecta bajo la mirada del Gran Arquitecto.

¿Para qué se construye una catedral?

Las catedrales, históricamente, sirvieron para unir al pueblo en torno a una causa común: la causa de la fe, en palabras del abad Suger, promotor y maestro de obras de la reforma de la iglesia de Saint Denis, primer edificio gótico, en el año 1140.

Se promovía la recaudación popular llevando en procesión las reliquias del santo local, lo que daba lugar a tan magníficas construcciones y servía de mantenimiento al clero, sumado a las donaciones de los nobles; estos factores fueron debidamente canalizados por los poderes fácticos de la época en un período de enorme inestabilidad y de guerras permanentes por el mantenimiento del poder en las distintas casas reales, y en medio, como catalizador, el poder de la Iglesia.

También fueron utilizadas para las grandes reuniones de las diferentes cofradías y gremios, donde discutían sobre problemas particulares y se organizaba el trabajo; a cambio, se donaba una vidriera. Además, la Iglesia tuvo que transigir en determinadas concesiones, como en la utilización de las catedrales para reuniones, celebraciones, asambleas civiles, fiestas y teatro, actuando como verdaderos centros cívicos.

Se registra el caso curioso de la catedral de Laon, donde una vez al año, en la fiesta de los Santos Inocentes, los niños del coro dirigían los oficios religiosos y se cantaba una réplica de la santa misa; en esa celebración no podía entrar ningún clérigo. A esa fiesta se le sumaba otra sátira mayor, que era la de la fiesta de los tontos, donde el “tonto” del pueblo era nombrado Papa y presidía un concilio, y remataban el carnaval con la procesión de los “golfos”, en la que, parodiando las procesiones del alto clero, los más desarrapados y sucios del pueblo ocupaban la posición más prominente. El clero era consciente de que si no fuera por esas concesiones no contaría con la voluntad popular para llevar a cabo las construcciones y conseguir las donaciones necesarias que los recaudadores de impuestos no lograron con la fuerza.

El acto mágico de la Creación

Paralelamente a esto y en el plano esotérico, los maestros constructores fueron dejando en la obra todo un compendio de conocimientos que acercaban al hombre hacia su transmutación interior.

El hombre cósmico da lugar al plano de la catedral. Cada parte de esta guarda relación con una parte del cuerpo humano, como una necesidad de crear una sinfonía entre el hombre y el cosmos, una simpatía vibratoria entre los órganos del cuerpo humano y esos otros órganos superiores que conforman el cuerpo del cosmos. De ese modo, la planta de la construcción se asemeja a un hombre con los brazos abiertos; sus pies son la entrada y la fachada de la catedral, sus piernas y tronco la nave, sus brazos los dos cruceros centrados en el corazón, y el círculo absidial, la cabeza.

El acceso al templo representa la entrada al cuerpo del hombre: Conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los dioses.

A semejanza de los tres niveles del universo, hay tres ciencias divinas que ordenan el mundo:

El número cualifica l espíritu; la geometría, al alma; y la arquitectura, al cuerpo.

La catedral sintetiza la Idea, la Forma y la Sustancia.

La catedral transmuta al hombre profano en sagrado. Este es el sentido fundamental de la catedral y la alquimia que encierra en sus muros. Su forma de navío invertido le da el sentido profundo de la navegación a través de un estado especial de la conciencia, y supone una suerte de patria celeste en la que se pone en comunicación lo más elevado del hombre con lo más elevado del universo.

El sentido de lo vertical cobra un valor añadido al de la luz como expresión más perfecta de la presencia de Dios. La majestuosidad de las formas y los espacios bellamente ordenados nos acercan a la percepción casi arquetípica de la armonía de la Naturaleza hecha piedra, desafiando a los siglos.

Partes fundamentales de las catedrales

Subterránea: se refiere al cuerpo físico y lo componen la cripta, las galerías y pasadizos. Este mundo subterráneo no es un infierno, sino el cielo al revés, el lugar donde radican las fuerzas telúricas, donde se entierra la semilla para que pueda germinar, y está relacionado con el culto a las Vírgenes Negras veneradas en las criptas, lugar sombrío y húmedo. Espacio de resurrección y transmutación, representa la matriz de la vida y primitivamente el culto a la Diosa Madre. La cripta guarda los secretos de la vida y de la muerte.

Tierra y atmósfera: se refiera al alma. Es la del nivel del suelo hasta la primera altura, donde se encuentra la parte principal de culto, el ábside, el coro, la nave principal, las laterales, los cruceros, deambulatorios y capillas.

Este es el medio donde se desarrolla la vida: simbólicamente, montañas, ríos, viento y lluvia. Alimento, energías, animación y movimiento conforman este hábitat de lo horizontal donde crece y florece un mundo de dualidad a veces representado por la alternancia de baldosas negras y blancas. Este es un espacio gobernado por el ritmo de las estaciones, que marcan los ritos y celebraciones y las horas del día como microciclo mágico donde se alternan el sol y las tinieblas.

Cielo: se refiere al espíritu y lo forman las zonas más altas de la catedral, las bóvedas y las torres.

Supera lo más elevado, punto de unión de lo terrestre y lo celeste, sede de la luz y de las potencias solares que se expresan a través de los reflejos que se proyectan en las bóvedas, puntos de cohesión de la construcción donde se reparten hacia las columnas las fuerzas y cargas a través de la piedra clave. La construcción simula una barca volcada como nave que surca el cielo.

En estas tres partes se divide también el universo y el propio hombre, ya que esa división vertical representa nuestros tres niveles fundamentales como seres humanos. De esta forma, el mundo, el templo y el hombre responden al mismo modelo básico.

En la planta se encuentran el presbiterio, el crucero y la nave.

En la dimensión vertical, la cripta, el suelo y la bóveda, con su aguja en el centro del crucero.

En la fachada, las puertas, las vidrieras, los rosetones y las agujas.

Para saber más:

Los constructores de catedrales de la Edad Media. David Jacobs.

Alquimia y simbolismo de las catedrales. VV.AA.

El simbolismo de las catedrales. Fulcanelli.

Historia de la arquitectura. Auguste Choisy.

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