Empresarios, industriales, religiosos, políticos… todos se han expresado en un momento u otro al respecto. Y en principio parece que todos han recobrado conciencia del papel tan fundamental que tiene la educación.
Lamentablemente las propuestas y los planes que se han trabajado dejan mucho que desear. Es como si la visión sociológica del problema actual nos hiciese olvidar que nuestros jóvenes no son «materia prima» que se puede «procesar» en estas escuelas-industrias para garantizar una «productividad, competitividad y eficiencia» que beneficie al final del camino a tal grupo de empresarios e inversionistas que necesitan de estos «recursos humanos»; y no podemos olvidar que una simple catequesis no nos llevaría a mejores situaciones que las vividas en la última Edad Media conocida.
Olvidamos que nuestros jóvenes son individuos, seres humanos con inquietudes mucho más profundas y trascendentes que llevarse un pedazo de pan a la boca. Con necesidad de descubrir y encontrar su verdadera identidad y su papel en la vida, más allá de dogmatismos políticos o religiosos.
¿Es que podemos seguir alimentando el mito de que el hombre es apenas una realidad biológica, y que la cultura es tan solo la última etapa de un proceso genético, producida al azar, que ha de prepararlo para satisfacer su necesidad de supervivencia animal? ¿Es que podemos realmente asegurar que la mera formación técnica será capaz de ayudarle a enfrentar los verdaderos retos del futuro?
Como filósofo (del griego filosofía o «amor a la sabiduría»), tengo la certeza, pues así lo ha demostrado la Historia, de que es a través de la educación como el hombre podrá encarar y salir airoso de los retos que le depara el futuro, tal como lo ha hecho en el pasado. Pero ¿qué es educación? ¿En qué se diferencia de la capacitación o de la enseñanza?
Etimológicamente, educación viene del latín educire, ‘sacar de dentro’. Así visto, y teniendo en cuenta que para los antiguos filósofos el hombre no era un «animal racional», sino un nous, espíritu, razón o conciencia, con una psique o alma emocional y un soma o cuerpo biológico, la verdadera educación era concebida como un descubrirse a sí mismo su nous o ser; un hacer florecer en el hombre sus más acrisoladas virtudes: el honor, la capacidad de investigación, el valor, la templanza, la prudencia, la justicia, la bondad, y tantas otras que hacían de él un verdadero ciudadano, consciente y responsable con su ciudad y con su momento histórico, libre de temores respecto a su futuro.
En cambio, la capacitación y la enseñanza actual se limitan a suministrar técnicas, información y métodos. Sin verdadera educación el hombre vuelve a sus más básicos y egoístas instintos de supervivencia. Se hace incapaz de vivir en sociedad, reinando la injusticia, el abuso y la discordia. Empieza a temer a su futuro.
Quienes hemos trabajado con jóvenes sabemos que el aparente cinismo y apatía que muestran ante todo lo que no sea su gratificación inmediata proviene de ver a unos adultos que, como malos sacerdotes «predican y no practican». Que se llenan de discursos inflamados de palabras hermosas que ellos mismos no viven.
Creo que debemos procurar un retorno a una educación humanista y filosófica; al estudio de aquellos clásicos de la Humanidad, que se hicieron tal precisamente porque sus valores atemporales fueron capaces de levantar a la Humanidad una y otra vez. Cultivar en nuestros jóvenes, a través del ejemplo, la condición heroica ante las adversidades de la vida; el amor a lo bueno, bello y justo, por encima de la bajeza, la villanía y la corrupción.
Solo así estarán verdaderamente «capacitados» para enfrentar los retos del futuro. Lo demás es hacerle el juego a quién sabe qué oscuros intereses.
CARLOS CHIARI
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