La teoría es que el nombre de mayo se lo dieron los romanos, concretamente el mítico Rómulo, en memoria de la división que se hizo del pueblo entre «jóvenes y ancianos»; se supone que el nombre le vendría de «a majoribus», de los ancianos. Sin embargo, este mes se había asociado desde la más remota Antigüedad a las diosas Mari, Mare, Maia o Maya, de las que seguramente lo recibiría.
La madre Tierra
Aunque tuvieran varias denominaciones (advocaciones), designaban a una divinidad única, la diosa de las aguas primordiales, de donde los antiguos filósofos pensaban que procedía toda fuente de vida, y a quienes los científicos actuales dan la razón.
A este mes siempre se le identificó con el heraldo de la primavera, quien la anuncia, porque la tierra al fin comienza a germinar. Al margen del nombre que haya recibido, la realidad es que estaba dedicado a las distintas diosas de la fecundidad, diosas-madre de todas las culturas arcaicas, como representantes de la genuina Madre Tierra, fuera cual fuese la forma de llamarla.
Recibía culto en grutas subterráneas –en las que nunca faltaba una fuente, un arroyo o un manantial–, a modo de úteros de «la Madre» donde se desarrollaban las semillas y se enterraba a los muertos, pues no hay que olvidar que estos rituales nacieron tras la experiencia agraria del Neolítico, cuando se organizaron los anteriores mitos o creencias en seres superiores creadores de cuanto existía, y en otra vida más allá de esta.
La actual representación de esa gruta o templo primigenio es la cripta de una iglesia o catedral. Generalmente contiene restos de alguna iglesia anterior mucho más antigua, a veces pagana, y suele tener un pozo o un manantial. Siguiendo la tradición, es esa cripta la que comunica el templo con la Madre Tierra, así como posteriormente sería la cúpula, el cimborrio, quien comunicaría el templo con el cielo.
A esa Madre Tierra, la representaban diosas que eran a su vez «agrarias» –divinidades del grano, de la fertilidad–, y «funerarias» –divinidades del reino de los muertos–, pues en su seno tenían cabida tanto las semillas de una nueva cosecha como los difuntos en espera de «volver a renacer», tal como renacían la Luna, el Sol y el cereal tras su desaparición.
Estas diosas, igualmente, eran una variante de la divinidad lunar, una especie de representación de la Naturaleza en su aspecto visible, material y femenino, que regía el ciclo de las mareas y del flujo menstrual. En un principio se las representó con forma de estelas de piedra, cipos, pilares, hermas, e incluso algunos investigadores piensan que también como menhires.
Símbolos líticos
En una primitiva mitología lítica existía la creencia de que la piedra es fuente de vida y fertilidad, que vive y procrea seres humanos del mismo modo que ella ha sido engendrada por la tierra. Tal vez provenga de ahí el mito de Deucalión y Pirra arrojando «los huesos de su madre» por encima de sus hombros para generar una nueva humanidad tras el diluvio.
El caso más conocido de representación lítica era el de la diosa anatolia Cibeles, a cuyo monolito se dio el nombre de «Metroón», «diosa Madre Piedra». También se las representaba como cipos ónfalo –diosa Onphalia–, considerados «centros de la tierra» o matrices del mundo.
Hay tradiciones de dioses nacidos de la Petra Genetrix, asociada a la Gran Diosa, y numerosos mitos prueban cómo se daba a la piedra la imagen arquetípica que expresaba a la vez «la realidad absoluta», «la vida» y «lo sagrado».
La forma de columna o pilar se vinculó al árbol sagrado –a su vez, relación cielo-tierra–, posteriormente llamado «mayo», simbólico falo fecundador que se clavaba en tierra en el centro de la cosecha –una forma de favorecer la recolección–- o en la plaza del poblado, que con los milenios se convertiría en el crucero celta de los caminos y en la cruz cristiana, que es para los fieles Árbol de Vida. También, en su dualidad, fue Árbol de Muerte en forma de «Picota».
Los museos arqueológicos están llenos de tallas paleolíticas o neolíticas más o menos rudimentarias en que se destacan los caracteres sexuales femeninos, que han sido bautizadas con el nombre de «Venus», auténticas divinidades de cultos prehistóricamente matriarcales.
Cosechas rituales
En algún momento también quedó asociada la cosecha a un sacrificio cruento, del que nos han llegado las tradiciones del «Rey anual», el «Rey sagrado» o joven amante de la diosa –Attis, Adonis, Acteón, etc.–, que debía morir de forma violenta en una cacería, o sacrificado por «el rayo de la diosa», labris (o segur), hacha de doble filo que empuñaba la sacerdotisa, para ser luego despedazado, devorado y sus restos enterrados y llorados amargamente.
La dinámica del ritual consistía en procesiones, banquetes y orgías en los campos para favorecer la cosecha divina por medio de la magia simpática de los hechos humanos. Finalmente, el sacrificio, «el gran banquete sagrado» y el dolor desgarrador de las plañideras.
La divinidad, conmovida por las doloridas súplicas, «devolvía» al joven al mundo de los vivos y el ciclo agrario comenzaba de nuevo.
No se consiguió erradicar la tradición «pagana» de las fiestas agrarias, que por otra parte han quedado grabadas en el imaginario de la colectividad, así que, con menor o mayor éxito a la hora de quitarles contenidos en extremo «salvajes y primitivos», quedaron convertidas en fiestas de primavera asociadas al entorno temporal de la Semana Santa, ya que no se perdió el sentido de «sacrificio cruento»: «juegos florales» con elección de «mises», «reinas de las fiestas», «mayordomas», «damas de honor», etc., y otras celebraciones de mayo en general.
De esta forma, el mayo pasó a ser el árbol o palo alto –pino albar, álamo o chopo–, adornado con cintas, frutas, flores y otras cosas, que se pone en algunos pueblos en un lugar público, adonde durante el mes de mayo concurren los mozos y mozas a divertirse con bailes y otros festejos.
En otros lugares existe la figura de «la maya», una niña a la que se viste galanamente el día de la Cruz de Mayo, para que pida dinero a los transeúntes o lo pidan por ella otras muchachas, mientras ella permanece sentada en una especie de trono.
También existe la tradición de los mayos, que en unos sitios son ramos o enramadas que ponen los novios a las puertas de sus novias, o música y cantos que obsequian los mozos la noche del último día de abril a las solteras del pueblo.
«Ya estamos a treinta de abril cumplido, alegraos, damas, que el mayo ha venido. Ha venido mayo, bienvenido sea, para que galanes cumplan con doncellas» (mayo popular de la provincia de Soria donde a plantar el mayo, se llama «pingar el mayo»).
Algunos mayos resultan más inocentes: «Ya ha llegado mayo, el mes de las flores, de las mariposas y los ruiseñores» (mayo popular toledano).
En algunos lugares, por ejemplo en Canarias, los mayos son muñecos grotescos, también tradicionales, hechos con trapos, papel o paja, que representan escenas de la vida cotidiana, vestidos con ropas viejas y de tamaño natural. Estos están relacionados con otros que se hacen en Las Azores y Madeira, de significado mágico-religioso relacionado, cómo no, con las cosechas.
El Mayo y la Cruz
Ya adelanté que, al cristianizarse la tradición, el mayo, en ocasiones, se convierte en cruz y el rito en «la fiesta de la Santa Cruz de Mayo». La tradición piadosa nos habla de santa Elena, la madre del emperador Constantino el Grande, buscando apasionadamente en Tierra Santa la cruz en la que murió Jesús hasta encontrarla, cosa que supuestamente ocurrió el 3 de mayo del año 326.
En algún momento se decide celebrar esta fecha como evento cristiano y, de paso, se retoman tradiciones ancestrales para complementar las fiestas. Cuanto más ruralizado sea el lugar, más carácter agrario tendrán los festejos y más connotaciones paganas, habiéndose dado casos en que, desapareciendo las cosechas porque las zonas rurales se han convertido en urbanas, han desaparecido también las celebraciones populares.
Podemos decir que, salvo en estos casos, en España y su ámbito de influencia, es tradicional la fiesta de la Cruz, y en general vienen a durar desde el 30 de abril hasta el 3 de mayo, día en que se celebra la culminación de la fiesta. En lugares donde la fiesta agraria de mayo, por las circunstancias que sean, no está vinculada a la cruz, pasa al día 15, san Isidro «Labrador», patrón de las cosechas, cuya festividad se celebra también con procesiones de carrozas rebosantes de los frutos de la tierra, y niños que portan cestos con productos de la huerta para ofrendárselos.
No debemos dejarnos engañar por el santo madrileño. No solo es «labrador», «cultivador de la tierra», sino que Isidro –o Isidoro– no es más que «don de Isis», la diosa agraria egipcia, con lo cual resulta tan «fecundador» de los campos como el mismo mayo, que también es sustituido, en algunos lugares, por una cucaña.
Un mundo de atributos femeninos
Decía anteriormente que la diosa madre tenía atributos. En un primer momento, el principal fue la serpiente. La divinidad era madre, pero también virgen, como la tierra a la que representaba, un concepto posterior, del mundo patriarcal.
En el mundo arcaico dominado por las mujeres, estas creaban de la nada una nueva criatura. No existía el concepto del padre fecundador, como explica Robert Graves en su libro Los mitos griegos. La mujer creaba una criatura «por su propia voluntad», en todo caso fecundada por los vientos o las aguas.
El primitivo mito pelasgo de la Creación cuenta que la diosa Eurínome nadaba en el nebuloso vacío; con sus movimientos ondulantes creó a la serpiente Ophión y con su trato engendró todo lo existente. Se convirtió en paloma y puso un huevo que, tras ser empollado, dio origen al mundo.
En este mito, Ophión se jacta de haber sido ella quien creó todo de la Nada, con lo cual ofende a Eurínome, quien le propina tal patada en la boca que le arranca los colmillos. Según el mito, los pelasgos descendían de esos colmillos.
Vemos que en esta tradición, así como en la bíblica, con Eva pecando por culpa de la serpiente del paraíso, los reptiles no quedan muy bien parados. Pero eso no fue así siempre. En el mundo pagano, generalmente la serpiente era beneficiosa. Se la tenía por símbolo de la sabiduría, de la eternidad y de la regeneración.
Era apreciada su astucia, se deslizaba por la tierra y reposaba en su seno. Cuando se sospechó un acto «fecundador», se le achacaron a las serpientes muchos embarazos, sobre todo de personajes míticos. El sentido de regeneración y eternidad le vino dado por el hecho de dejar atrás su vieja piel.
Fue la mujer quien, con su capacidad de observación, imitó a la naturaleza reproduciendo artificialmente la cosecha espontánea, cultivando, dando culto a la tierra –he aquí la moraleja del mito hebreo sobre Caín y Abel, dar culto a la tierra, cuando se tenía que dar a Yavé–, abriendo así el camino para un nuevo estilo de vida al que los historiadores han dado el nombre de «revolución del Neolítico».
En tiempos remotos, la serpiente era la compañera de la Gran Diosa, siendo abundantes las representaciones en las que figura llevándola en sus manos o enroscada a su pierna izquierda. Más tarde, cuando la divinidad tiene a su hijo Dionisos «el Oscuro», el que nace en una cueva, viene al mundo coronado de serpientes, uno de los emblemas de su madre.
Oí cierta vez decir a un historiador que «los mitos son embarcaciones creadas para surcar los mares del tiempo». Lo mismo podría decirse de los símbolos, y hasta aquí han llegado, apenas distorsionados por las nuevas tradiciones, las nuevas culturas y las nuevas religiones.
De esta melodía tal vez el tiempo haya modificado algo la letra, pero ha respetado prácticamente en su totalidad la música, esa música de las viejas tradiciones que nunca, bajo ningún concepto, debemos olvidar, porque forman parte de nosotros mismos, de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser.
María y la fecundidad
Maya, en la mitología árabe, era la madre de la Naturaleza y la fecundidad; en la hindú, la madre Árbol, madre virgen de Buda; en la cultura mochica, también es la madre virgen. Para los romanos, según Ausonio, era la hija de Atlas, y para los celtas era una diosa triple –la Luna en sus tres manifestaciones– que presidía los partos y otorgaba dones a los recién nacidos. Sus festejos se celebraban bajo los auspicios de la constelación del Toro, uno de sus atributos junto con el buey y la vaca: del 21 de abril al 20 de mayo.
Sea como fuera, en realidad representaban a divinidades agrarias simbolizadas en árboles, frutos, flores o, más tarde, imágenes de mujeres con un bebé en los brazos, a modo de Madres Trono de la divinidad masculina posterior. Al cristianizarse los ritos paganos, mayo pasó a ser el mes dedicado a María, siendo ella quién tomó el relevo de simbolizar a la Gran Madre, como anteriormente lo hicieran Inanna, Isis, Deméter, Ceres, Cibeles, Ishtar, Astarté, etcétera.
La cucaña
El simbolismo de la cucaña es el mismo que el del mayo, solo que su tronco está pulido. Lo más normal es que esté clavado en tierra, en posición vertical para ser escalado. En otros sitios –generalmente en zonas costeras, como Asturias o la costa mediterránea–, se coloca en posición horizontal, sobre el agua, para mantener el equilibrio al recorrerlo.
Recordemos que la diosa Maya era la diosa virgen de las aguas primordiales, fuente de vida como la Madre Tierra, cuya advocación sería más tarde sustituida en el cristianismo por la de la Virgen del Carmen. Suele ser durante la celebración de sus fiestas cuando se juega a la cucaña.
Para dificultar la prueba el tronco, se embadurna con jabón o grasa. En el caso de las cucañas verticales, en el ápice suele colocarse una rueda de carro –en la cual se cuelgan los premios–, una cruz o un jamón.
El cambio de piel
Durante mucho tiempo se creyó que de la vieja carcasa surgía una serpiente renovada, recién nacida pero con todas sus cualidades en activo. Nació así el mito serpentario de su sabiduría e inmortalidad, que trascendió a los mitos cristianos, en donde el arcángel san Miguel la domina, apoderándose de esa sabiduría, o san Bartolomé sufriendo el martirio de ser despellejado vivo, con lo cual pasaba a su vez a ser «inmortal», regenerado tras dejar a un lado su vieja envoltura.
Pero ya en la Antigüedad, los faraones egipcios la portaban en sus coronas como símbolo de lucidez y, en última instancia, en el mito del Génesis, la serpiente solo está compartiendo con la mujer «la ciencia», esa ciencia que a su vez compartió ella con el hombre.
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