Por su parte, los reyes de Macedonia, desde Arquelao a Filipo II, durante los siglos V y IV a.C. tuvieron como objetivo la modernización o helenización de su pujante reino: la Corte de Pela acogió a los poetas Píndaro y Baquílides, al médico Hipócrates, al músico Timoteo, el pintor Zeuxis, al poeta épico Querilo, y a los dramaturgos Agatón y sobre todo Eurípides, que pasó sus últimos días en Pela, donde escribió Las Bacantes. Las conquistas de Alejandro, posteriormente, en Asia, África y Europa, desencadenaron una gran libertad para viajar y comerciar, y para explorar las más remotas regiones.
Una visión en la que Homero le recitaba los versos de La Odisea, en los que Menelao se refugia en la isla de Pharos, según Plutarco, fue lo que impulsó al gran macedonio a fundar una nueva ciudad.
Para marcar el perímetro de la nueva urbe, los obreros echaron harina de trigo y los pájaros acudieron veloces a devorarla, remontando el vuelo. Los intérpretes de prodigios vaticinaron: “la ciudad que has ordenado construir alimentará al mundo civilizado y por doquier habrá hombres nacidos en ella. Pues las aves recorren todo el mundo habitado”. Lo que más le gustó del emplazamiento elegido fue aquella isla, enfrente de la costa, Fharos, y que allí hubiera un templo dedicado a Proteo, el Dios de las transformaciones y la diversidad. Era un lugar perfecto para construir un faro enorme, que iluminase el mundo y señalase a los navegantes, que venían de los lejanos mercados de la India o de Siria, que allí se encontraba situado el mayor puerto de aquel mundo que se ensanchaba, en un sueño de amplitud, de mestizajes y de encuentros entre las culturas.
Las palabras del augur eran, por lo demás, acertadas, pues Alejandría pronto fue el más brillante gozne entre Oriente y Occidente y su destino quedó desde entonces señalado para servir de punto de referencia, no sólo a los negocios del tráfico de especias, de trigo, y toda clase de bienes entre los dos extremos del mundo, sino y sobre todo porque allí el ideal griego de la búsqueda de la sabiduría encontró su mejor base de apoyo.
Los arquitectos Cleómenes de Naucratis, Deinócrates de Rodas, Crátero de Olinto y Herón de Libia asesoraron al Rey, según nos cuenta Calístenes, biógrafo de Alejandro. El acceso a Egipto era difícil por el Mediterráneo y en Fharos había ya un puerto, conocido por los griegos desde el siglo VIII a.C., donde fondeaban las naves antes de entrar en el Nilo, por la boca Canópica.
Tras elegir el emplazamiento adecuado, cerca de la colonia griega de Rakotis y del lago Mariotis al sur, encargó la dirección de los trabajos de construcción al arquitecto Deinócrates, y a su ministro de Hacienda, Cleómenes de Naucratis, que proveyera los fondos necesarios. De allí Alejandro se dirigió a Siwa, al templo de Amón, a recibir el espaldarazo sagrado de su abolengo mítico, en el invierno de 332-331.
Cuando a la muerte de Alejandro, Ptolomeo, hijo de Lagos y de Arsinoe (esclava de Filipo, y algunos dicen que éste podría ser su padre) se hace cargo del gobierno de Egipto, trasladó su residencia y la administración del reino a Alejandría, a la que engrandeció con obras e instituciones como el Mausoleo, el Soma (cuerpo) con la tumba de Alejandro, el Faro, el Museion y la Biblioteca Real. Es el primer Ptolomeo, con el apelativo de Soter, que quiere decir salvador.
Los sucesores de Alejandro, los generales que se repartieron su Imperio, –Ptolomeo en Egipto, Seleúco en Siria y Atalo en Pérgamo–, fundan sus respectivos centros de enseñanza y bibliotecas, en Alejandría, Antioquía y Pérgamo, de tal manera que todas las ciudades importantes helenísticas disponían de su propia biblioteca pública. La más conocida y de fama más duradera fue la de Alejandría.
Ptolomeo Soter adopta a Serapis como Dios tutelar de la nueva dinastía y a Alejandro como genio protector de la ciudad. Se trataba de instaurar un nuevo culto que aglutinase a griegos y egipcios, fomentando la mutua aceptación, para lo cual se realiza una unión entre Osiris-Ptah, Señor de la Vida, y su encarnación, Apis, concebido milagrosamente desde el cielo, sobre una vaca estéril, según Herodoto. Desde los tiempos de Psamético y Amosis, los griegos ya veneraban a Apis en sus colonias del Delta y más al sur. Una circunstancia fortuita pero significativa nos ilustra sobre la devoción de Ptolomeo Soter por Apis: coincidiendo con su ascenso al trono de Egipto murió el buey consagrado a Apis y el nuevo rey, viendo en ello una señal de cielo, asignó una gran cantidad de plata para cos tear su funeral.
Así pues, de la fusión de Osiris y Apis surgió Serapis, al cual Hecateo identificaba con Dionisos, Plutón, Amón, Zeus y Pan.
Sus asesores en materia religiosa fueron Manetón el egipcio, sacerdote de Heliópolis, y Timoteo el ateniense, de familia ligada a los cultos de Eleusis. Helena Blavatsky, en la Doctrina Secreta, afirma que en estos primeros momentos de la nueva dinastía era sacerdote de Amón «el gran vidente y profeta egipcio Pot-Amun», pero no añade ningún otro dato sobre si intervino en este proceso de renovación religiosa, aunque cabe pensar que tuviera participación en ella.
Hay muchos elementos muy interesantes en la labor de reforma religiosa emprendida por Ptolomeo Soter, que pueden hacernos pensar en un plan de profundo calado y con misteriosas relaciones, por ejemplo con el reinado de Ramsés II, en el cual encontramos antecedentes, tanto de tipo religioso con respecto al culto a Osiris-Apis como en la labor cultural y científica. El legendario egiptólogo francés Mariette descubrió en el Serapeum de Menfis la tumba de Kha-em Wase, un hijo de Ramsés, que había sido gobernador de Menfis y sumo sacerdote de Ptah. En el enterramiento aparecieron dieciocho estatuillas con la inscripción «Osiris-Apis, Gran Dios, Señor de la Eternidad». En el Serapeum menfita, que fue muy reformado en la época ptolemaica, se acotó una zona, llamada dromos, al final de la avenida de las esfinges, para ceremonias del nuevo culto, con un sincretismo de Divinidades griegas y egipcias. En ella aparecieron figuras asociadas al culto de Dionisos y otras referentes al buey Apis.
Ptolomeo encargó a Manetón que escribiera una historia de Egipto, y otra a Hecateo de Abdera, discípulo de Pirrón, llamada Egiptiaca. Manetón en su obra menciona la Biblioteca sagrada que estaba en el Rameseum de Tebas. Nos dice que llevaba en su frontispicio la inscripción: «Tesoro de los re-medios del alma». Clemente de Ale-jandría, en su obra Stromateis II, 324 afirma que «existían 30.000 ejemplares de los libros de Thoth en la biblioteca instalada en el sepulcro de Osimandias (nombre griego que se daba a Ramsés), sobre cuyo frontispicio se leían estas palabras: Medicina del alma». Igualmente establece la correspondencia entre los Dioses egipcios y griegos, incluidas las nueve musas.
Según Blavatsky, los cuarenta y dos libros sagrados de los egipcios que cita Clemente de Alejandría como existentes en su época, eran una parte de los libros de Hermes Jámblico que, apoyado en la autoridad del sacerdote egipcio Abamón, atribuye 1.200 de estos libros a Hermes, y Manetón le atribuye 36.000.
Petrie descubrió efectivamente en dicho lugar un conjunto de papiros de la dinastía XII, entre los que se encuentran los primeros textos dramáticos conocidos, lo cual confirma que los egipcios guardaban «anales sagrados» en sus templos, es decir que tenían bibliotecas, al igual que sucedía con los palacios reales y en otras civilizaciones, como la de Asurbanipal de Nínive, del siglo VII a.C., de la que nos han llegado 20.000 tablillas. La primera biblioteca pública fue fundada en Atenas por Pisístrato en el siglo VI a.C. También la Academia platónica y el Liceo disponían de bibliotecas, destinadas a la investigación.
Antes que Roma fuera el faro del mundo, mucho antes de que Constantino decidiera hacer de Bizancio, aquel poblado griego junto al Bósforo, otro de los grandes espacios organizados, Alejandría ya había construido el indispensable modelo invisible que le ha permitido perdurar. Y seguramente Bizancio y Roma se inspiraron en ella, pues en la Historia hay pocas cosas inventadas, totalmente originales.
Cuando, tras la muerte de Alejandro, Ptolomeo Soter reina en Egipto, encarga a Demetrio de Falero que organice un gran centro de conocimiento, el Mouseion, donde se recoja todo el saber de su tiempo en una Biblioteca universal. Estaba naciendo un modelo que se perpetuó a lo largo de la Historia, en los momentos sublimes en que el poder se aliaba con el amor al conocimiento. Aquella prodigiosa Biblioteca inspiró numerosas iniciativas que salvaron al mundo de la barbarie.
Personaje clave para el proyecto cultural de Ptolomeo, sabemos que Demetrio era discípulo de la Escuela Peripatética, y había sido tirano de Atenas durante diez años, hasta su exilio en el 307 a.C. Llegaría a Egipto a finales del siglo III tras una estancia en la griega Tebas. A su llegada a Alejandría se convirtió en consejero del Rey, a quien recomendó la lectura de libros sobre el arte del buen gobierno y asesoró en asuntos de legislación. Debió ser él quien recomendase la creación de un gran centro de estudio, el Mouseion. Por su parte, Soter, que era también un admirador de Aristóteles, intentó conseguir los servicios de Teofrasto como tutor de su hijo Filadelfo, y al no lograrlo, contrató a Estatón, discípulo de aquél. Otros sabios intervinieron en la educación del príncipe, como Filitas de Cos y Zenódoto de Éfeso. Por otra parte, el gran matemático Euclides, nacido en Alejandría, dedicó sus Elementa Mathematica al rey Soter.
A la muerte de Soter, Demetrio cayó en desgracia, por haber aconsejado al Rey que nombrase como sucesor a uno de los hijos de Eurídice. Filadelfo lo desterró a una ciudad del Delta, donde murió.
El modelo elegido se inspiraba en la Academia platónica y el Liceo de Aristóteles. En concreto, se inspiraban en el Mouseion, que en tiempos de Polemón, que dirigía la Academia entre el 314 y 276 a.C., se había construido en el jardín de la Academia, donde habitaba con sus discípulos. Su funcionamiento se conoce por el testamento de Teofrasto, que fue director del Liceo entre el 322 y el 286 a.C. En dicho edificio había un santuario dedicado a las Musas, adornado con estatuas de Diosas y un busto de Aristóteles, un patio con mapas de las tierras exploradas y diversas dependencias. Los sucesores de Teofrasto vivirían como en una especie de comunidad. Este carácter religioso de la institución también estaba presente en el Mouseion de Alejandría, pues según Estrabón, al frente de la pequeña comunidad había un sacerdote, responsable del culto a las Musas y un Eístates o director del Mouseion, encargado de la administración y finanzas. A las Musas se atribuía la inspiración filosófica, artística y científica, siguiendo el ejemplo de Pitágoras que, según Vitrubio, atribuía sus descubrimientos a las celestes inspiradoras.
Los miembros del Mouseion tenían a su disposición casa, comida y exención del pago de algunos tributos, vivían como en una especie de comunidad con bienes en común (sínodo). El nombramiento de sus miembros dependía del visto bueno de los reyes, a cuyo servicio se consideraban. No se impartía enseñanza, sino que estaba dedicado a la investigación, si bien existía el aprendizaje por parte de discípulos aventajados. No obstante se organizaban conferencias públicas y simposios, a los que ocasionalmente asistía el Rey. Se admite generalmente que esta institución coexistía con la Biblioteca y ambas se complementaban des-de su fundación.
Durante la época romana, la actividad del centro fue derivando cada vez más hacia la enseñanza. Florecieron sabios como Herón, con sus artefactos, Claudio Ptolomeo, geógrafo y astrónomo, y el médico Galeno. También en época romana cobró auge la Filosofía, con Plotino y Filón.
Al principio, la Biblioteca estaba junto al Mouseion, pero hubo que ampliar un anexo ante el número de libros, que se construyó en el Serapeum, reconstruido por Ptolomeo III Evergetes (Bienhechor) en el barrio sur de la ciudad.
El puesto de bibliotecario real era de gran prestigio, nombrado directamente por el Rey, y solía coincidir con el cargo de preceptor de los príncipes de la familia real.
Según Tzetzes en la biblioteca exterior había 42.800 libros, y en la interior 400.000 mezclados y 90.000 sin mezclar. Se reunió el corpus completo de la literatura griega. Filadelfo compró la biblioteca de la escuela de Aristóteles, mientras que los manuscritos originales de Aristóteles y Teofrasto fueron donados a Neleo y posteriormente confiscados por Sila y llevados a Roma.
Cada barco que fondeaba en Alejandría era registrado y se requisaban los libros que contuviese. Galeno los llamó «fondos de los barcos». Ptolomeo II Filadelfo consiguió los originales de las obras de Esquilo, Sófocles y Eurípides, mediante una fuerte suma de dinero, y los copió y devolvió las copias, quedándose los originales. Los libros se compraban sobre todo en Atenas y Rodas, o como consta en algunos textos homéricos, en Sínope, Kíos o Massalia. Se tradujeron los Anales Egipcios y se consiguió la historia de Babilonia escrita en griego por Beroso, en la misma época que Manetón escribió la de Egipto. Las excelentes relaciones que tuvo Filadelfo con el rey Asoka también proporcionaron textos pertenecientes a las religiones orientales.
También había material de otras culturas, como por ejemplo del Zoroastrismo o Mazdeísmo.
Había depósitos de adquisición, donde los funcionarios los registraban y clasificaban. Se indicaba la procedencia, el nombre del dueño, el del autor y el del erudito que había corregido o editado el texto. Otro criterio de catalogación eran los llamados «mezclados», cuando contenían más de una obra, o «no mezclados», cuando sólo incluían una. Entre otros datos, se indicaba la extensión del texto, contando el número total de líneas.
Había, pues, un libro de registro, un catálogo detallado para orientar a los estudiosos, así como una guía crítica del contenido de las bibliotecas, como la que hizo Calímaco (Pinakes), sobre los autores que más se distinguían en sus respectivas disciplinas. Clasificaba también por disciplinas: Retórica, Derecho, Poesía Épica, Tragedia, Comedia, Poesía Lírica, Historia, Medicina, Matemáticas, Ciencias Naturales y otras. En cada apartado los autores iban ordenados siguiendo el orden alfabético, y cada nombre iba acompañado de una nota bibliográfica y un estudio crítico sobre otros escritos del autor. Las Pinakes tuvieron una gran influencia en la Edad Media.
Disponía también de un servicio de préstamo, mediante la copia de los ejemplares que se solicitaban.
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