Notamos que, de alguna manera y bajo múltiples formas, está regresando ese viejo espíritu rebelde, inconformista, que saca a la gente a la calle, para expresar su anhelo de un mundo mejor. La grave crisis, sobre todo moral, que afecta a muchas sociedades, va tomando nuevas maneras de expresarse, haciendo visibles necesidades que parecían latentes hasta ahora, haciendo aflorar problemas sociales, de convivencia y también económicos, sin olvidar la importante dimensión política de todos ellos.

Una de las consecuencias positivas de estos movimientos sociales es que suscitan debates sobre asuntos que son propios de la filosofía, sobre los que muchos maestros de la humanidad han expresado sus puntos de vista y han aportado soluciones que haríamos bien en repasar y considerar como vigentes.

Tenemos la oportunidad de comprobar que hay muchos puntos de coincidencia en los mensajes de los filósofos, especialmente en un punto fundamental: la necesidad de la educación para la libertad, para la paz, para la convivencia fraternal. Educación en el sentido de poder sacar de nosotros mismos las mejores cualidades que nos permitan ejercer el bien en libertad, hacer que el mundo se acerque un poco más a la justicia, que se respeten los derechos humanos y la dignidad de las personas.

Vemos surgir propuestas que invitan a la acción, al compromiso con el devenir del mundo, a salir del individualismo egocéntrico, a escuchar la llamada del servicio, de la entrega generosa de tiempo y energías, aunque solo sea para aportar ese pequeño grano de arena que pueda sumarse a otros muchos. Esas actitudes han sido siempre propias de los amantes de la sabiduría, porque el mejor argumento, la mejor enseñanza es el ejemplo, el buen ejemplo.