La Historia de la Humanidad está llena de almas rebeldes que nos asombran por su heroísmo, por su valor y por su capacidad de romper moldes establecidos y abrir las fronteras de la ciencia, del arte, del pensamiento y de la vida.

Todos los pioneros han sido rebeldes, desde el primer artista que decoró las cuevas de Altamira a inventores como Thomas A. Edison, desde maestros de la pintura como Giotto a científicos como Einstein, todos han ido más allá de lo establecido por su momento y por su comunidad, han ido más allá de los límites que cada tiempo impone y han movido las páginas del gran libro de la Historia.

Tarde o temprano todo el mundo se rebela, sea contra la subida del alquiler, de las tarifas del transporte público, de las matrículas de la universidad, sea contra la falta de comprensión en casa, la falta de oportunidades para la gente joven y creativa, etc. Pero estas rebeldías cotidianas y reales ¿conducen a algún sitio, sirven de algo? Y si no sirven para nada, ¿sirve de algo evadirse sencillamente de estos problemas, a través de las drogas, la violencia, el individualismo a ultranza, el sálvese quien pueda?

De la observación de la Naturaleza se desprende que la rebeldía es algo útil para la vida. Un árbol, por ejemplo, cuando está en la semilla no se ve porque el instinto de protección no le deja desarrollarse, lo aprisiona en esa «cárcel» porque ahí está seguro. Si del interior de la semilla no surge la necesidad de crecer, de dejar atrás la comodidad, el árbol potencial puede quedar encarcelado durante siglos, pero como hay una fuerza -la búsqueda de su propia realización como roble-, que comienza a empujar hacia fuera, hacia arriba, hacia el sol, la prisión es transmutada en libertad de expresión. La especial rebeldía del roble le conduce a su propia realización.

De ahí que la auténtica rebeldía se encuentra dentro de nosotros y la podemos relacionar con una serie de actitudes que nacen de nuestro yo profundo, del yo más desconocido y que, sin embargo, tiene la fuerza de llevarnos hacia delante incluso cuando las circunstancias no son favorables.

Dentro del campo de la Psicología hay autores que nos hablan del estigma del rebelde (el «estigma de Caín») o de la rebeldía como un mecanismo psicológico y natural que rechaza todo aquello que anula el desarrollo de la propia personalidad (Marlow). Unos y otros coinciden en caracterizar la rebeldía con ser auténtico, tener un carácter propio, fuerza de voluntad para hacer lo que uno se propone, no temer la soledad, no temer la opinión que los demás se hagan de uno, ser independiente, etc., valores humanos sin los cuales no podríamos hablar propiamente de rebeldía, sino que nos hallaríamos ante posturas más o menos fundamentadas en la hipocresía o la vanidad, en la justificación de una serie de comodidades o inseguridades. Hoy muchos se visten de rebeldes sin serlo, para ocultar el vacío interior, para que no se vea que no poseen esa fuerza interior, para ser aceptados en algunos círculos de amigos o porque está de moda. Y, sobre todo, se la relaciona con la conciencia, con tomar conciencia de las propias limitaciones, tanto de las que están fuera de uno como de las personales.

La rebeldía de algunos científicos, por ejemplo, les ha llevado a darse cuenta de los límites del conocimiento de su época. En el campo del conocimiento Thomas Kuhn, Fritjof Capra, Racionero y otros han escrito sobre cómo se producen las revoluciones científicas y los cambios de paradigma científico que se ha dado con el correr de los últimos siglos. La complementación de la mecánica clásica con la física cuántica y la relatividad, la superación de la Biología clásica por la Biología de sistemas formativos, el paso de la Psicología organicista a la Psicología profunda, han sido producto de grandes rebeldes que no dieron por supuesto las explicaciones que en su tiempo se dieron del universo, sino que se cuestionaron esas convenciones científicas y pudieron dar un paso adelante. Lo cual nos debe poner en guardia respecto a las explicaciones que hoy nos dan de la naturaleza del universo, del origen del hombre, de si lo invisible es menos real que lo visible, de la inexistencia de los dioses, etc. ¿Estamos completamente seguros que lo que hoy se niega es porque no existe o es porque hoy no sabemos verlo?

La rebeldía no es algo exclusivo de nuestra época, donde se da la manipulación de los grandes medios de comunicación, sino que a lo largo de la Historia hallamos muchos ejemplos. Uno de ellos es Platón, aristócrata, excelente escritor de tragedias y vencedor en algunas pruebas de las Olimpíadas. Cuando todo el mundo en su familia y su entorno esperaban que se dedicara a perseguir la fama y los honores, a hacer carrera en la política, tras conocer a Sócrates decide dejar todo lo que estaba haciendo y dedicarse a la Filosofía como modo de vida. Después de viajar por Egipto y estudiar con algunos maestros-sacerdotes, regresó a Atenas y allí fundó la institución occidental más importante que ha existido, mucho más que cualquier institución universitaria, económica o militar, la Academia.

El rebelde se desmarca de la masa, de ser masa, pues no puede perder la propia personalidad diluida en «lo que todos quieren», no puede perder la propia individualidad sacrificada al leviatán del «qué dirán» Tal vez uno de los autores que mejor reflejó este sentimiento haya sido Hermann Hesse. En su novela «Demian» nos dice que “la comunidad… es algo muy bello. Pero lo que ahora vemos florecer por todas partes no es la comunidad verdadera. Esta surgirá, nueva, del conocimiento mutuo de los individuos y transformará por algún tiempo el Mundo. Lo que hoy existe no es comunidad: es, simplemente, rebaño. Los hombres se unen porque tienen miedo unos de otros, y cada uno se refugia entre los suyos. Los señores en su rebaño; los obreros, en el suyo; los intelectuales en otro… ¿y por qué tienen miedo? Se tiene miedo cuando no se está de acuerdo consigo mismo. Tienen miedo porque no se han atrevido jamás a seguir sus propios impulsos interiores.”

Cuando en vez de comunidad hay rebaño, todo es igual, todos piensan lo mismo, todos van a comprar lo mismo en los mismos lugares, todos protestan por lo mismo el mismo día. Y cuando todos piensan lo mismo, hacen lo mismo, nace la indiferencia, se pierden los valores humanos, se mata sin piedad, se explota sin límites. Hoy nos hablan de las bondades del “pensamiento único”, y ¿no será una consecuencia más del rebaño en el que nos quieren meter? Perdemos así silenciosamente la capacidad de admirar a los que son diferentes, porque no hay nadie diferente y mejor, no existen los héroes, los maestros de la vida, todo es chato, todo es tristemente gris y monótono, sin matices que coloreen la vida. A pesar de que estamos juntos, de que estamos reunidos, y a pesar de que vivimos millones de hombres en una ciudad, hemos llegado al más egoísta de los anonimatos, donde nos cruzamos como máquinas por todas partes.

¿Puede el alma rebelde permanecer indiferente al estado del mundo?

El fanatismo, el hambre y las drogas brutales han aumentado; se exalta la tolerancia con la palabra y se siembra la discriminación con los hechos; las redes mafiosas internacionales y el crimen organizado constituyen nuevas amenazas, porque controlan toda clase de circuitos clandestinos (prostitución, contrabando, tráfico de drogas, ventas de armas, diseminación nuclear…). El agravamiento de las desigualdades entre el norte y el sur se ve prolongado en el seno mismo de los países más desarrollados. La máquina económica fabrica cada vez más excluidos y marginados, especialmente entre los jóvenes, las mujeres y los inmigrados. Se estigmatiza a los extranjeros y dirigentes políticos de la extrema derecha atizan insidiosamente los sentimientos xenófobos de una población enfrentada a la miseria y el paro. El saber sirve con demasiada frecuencia a los poderes y a sus detentadores privilegiados, en lugar de destinarse prioritariamente a elevar el bienestar de los ciudadanos. Un puñado de firmas dominan a escala mundial la investigación para su propio beneficio. Gracias al avance de las biotecnologías, las células, los genes, se convierten en materias primas, al mismo nivel que el petróleo o el algodón. ¿Puede aceptar el ser humano convertirse en una materia prima rentable en nombre de la ciencia y del progreso?

La situación mundial grita la necesidad de una renovación profunda y cuando todo un ser está enfermo no podemos curar sólo un órgano. No se puede cambiar por partes. No se puede cambiar solamente un sistema político, un sistema económico, un sistema religioso, social, artístico, científico, cuando todo está en crisis profunda ¡Hace falta cambiarlo todo! Cambiarlo todo, no destruirlo todo. No es eficaz destruir, el último siglo ha conocido demasiadas revoluciones que han usado las armas y no han conseguido nada estable y duradero.

Hace falta construir algo realmente alternativo, un mundo nuevo y mejor. Para ello, hace falta un hombre nuevo, un hombre que sea capaz de vencer sus egoísmos, un hombre que sea capaz de construir sin descanso, de trabajar y de ver el fruto de su trabajo, un hombre que pueda investigar las antiguas tradiciones esotéricas y los más modernos descubrimientos de la ciencia, un hombre que tenga derecho y fe, un hombre que pueda andar en estos caminos ascendentes que van hacia el horizonte. Hace falta empezar a construir desde lo pequeño, desde el hombre, para que con el tiempo se vaya llegando a lo grande en la medida que cada vez se sumen más rebeldes dispuestos a mejorarse a sí mismos.

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