Sola, alta y protectora, se eleva en tierras mallorquinas una torre medieval de defensa que extiende su vieja mano sobre el fértil valle de Canyamel. Edificada en el siglo XIII, de estilo gótico, su nombre primitivo era «Torre d’en Montsó», sustituido por Torre de Canyamel al establecerse cultivo de caña de azúcar en la segunda mitad del siglo XV.
Se dice que la costa mallorquina tenía un efectivo sistema que permitía comunicar mediante señales luminosas los peligros que se avistaran a fin de protegerse de los vientos marinos.
Algunos historiadores opinan que esta torre es de la época de dominación islámica, aunque parece más cierta la datación que la ubica en los primeros tiempos de la conquista de Mallorca por Jaime I de Aragón.
Como el terreno lo permitía, su forma no se adapta al risco montañoso, como en las otras pirenaicas o europeas, sino que es un cuadrado perfecto de 16’50 metros de lado. Las restauraciones que se han efectuado han respetado la estructura original de la torre, eliminando aditamentos, tanto interiores como exteriores, pues durante sus más de 700 años de vida había sufrido numerosas alteraciones, añadidos, remodelaciones…
La torre original debía ser más pequeña que la actual, quizá semejante a la que hay hoy dentro del Castell de Capdepera, la «Torre d’enb Nunis».
Para una defensa más fácil se preferían las construcciones en los lugares más inaccesibles. Los más buscados eran los salientes de las montañas. Pero en las zonas llanas donde no se podía ofrecer una posición de este tipo, se debía solucionar el problema con fosos de agua como protección del castillo, o como en esta torre que, en sus orígenes, permitía acceder al interior del recinto por la fachada principal, la que da al mar, mediante una escalera móvil y a través de un portalón situado a dos metros de altura. Al nivel de esta entrada, en el interior, arranca una escalera de caracol que conduce a la planta principal.
La torre de Canyamel consta de tres plantas, y sobre la cubierta se levanta un torreón central, de manera que el conjunto se eleva hasta una altura total de 23 metros. La planta baja, con una altura de 7 metros, está construida con muros de argamasa, barro y piedra de un metro de grosor. Dicha planta esta dividida por dos paredes que forman tres naves, y el techo está soportado por cuatro grandes arcos ojivales. Originariamente los techos se formaron con un entramado de vigas y cañizo, hasta que se construyeron bóvedas capaces de aguantar el peso de la planta principal que, cuando hubo desaparecido el peligro de invasiones, se convirtió en un almacén de grano de la finca. Para la ejecución de estas bóvedas se tuvieron que construir arcos más pequeños, y todavía pueden apreciarse los originales. En cada fachada de la torre existen seis aspilleras de defensa.
La planta principal tiene unos muros de un grosor de 70 cm, frente al de metro de la planta baja. Se divide esta planta en tres departamentos que se comunican a través de tres puertas iguales hacia la nave trasera. De esta manera, si la planta baja caía en manos enemigas, se retrocedía a la planta primera y los defensores cerraban, sucesivamente, las puertas, que aseguraban con gruesos barrotes transversales, cuyos extremos se introducían en los huecos practicados a ambos lados de las puertas.
En esta planta existen ventanas, dos mayores en la fachada principal. Todas las ventanas están flanqueadas a ambos lados por una aspillera. Unas grandes ménsulas al lado de la puerta que da al exterior indican la posibilidad de un puente de enlace con otras construcciones ya desaparecidas. Superado el destino defensivo del edificio, esta puerta se utilizó para entrada del grano cosechado.
No se aprecia vestigio alguno de comunicación con el piso superior, ni de acceso al torreón central. Es de suponer que el tránsito a las partes más elevadas de la casa fortaleza debía realizarse también mediante el uso de escaleras levadizas, de madera o cuerda.
En la planta superior o cubierta era donde tenía lugar la última defensa, con las armas que existían en el siglo XIII y XIV: espadas, lanzas, ballestas, hondas, arcos.
Sobresale la torre central o del homenaje, refugio de la fortaleza, que cumplía una eficaz función de vigilancia, dado su dominio sobre el valle y la comarca de Artá, Capdepera y Son Servera. Desde lo alto del torreón se divisa, al este, el Cap Vermell, con su atalaya de vigilancia; al Sur, la bahía de Canyamel; al Noroeste, la ermita de Sant Salvador de Artà; y al Noreste la colina donde se asienta la villa de Capdepera. La vista se completa con un buen lienzo del mar.
En plena Edad Media había en Europa entre 25 y 30.000 castillos y torres, un número increíblemente elevado. Castillos, torres y grandes iglesias se edifican con vocación de permanencia, y como muestra del poder temporal y espiritual. Pero el inexorable tiempo transcurre, y lo que hoy es inalterable mañana será barrido por nuevas formas. Los castillos perdieron importancia debido a la invención de las armas de fuego y la decadencia de la caballería en el siglo XV. A partir del 1500 ya no se construyeron más castillos, y los que existían se convertían en palacios o en casas de la labor como la torre de Canyamel.
Cuentan que la Torre de Canyamel, mientras representó su función de defensora de Mallorca, jamás fue tomada por los invasores.
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