No podemos negar que tenemos a nuestra disposición la mayor cantidad de información que haya podido producir jamás la Humanidad. Cuando pase el tiempo, seguramente se calificará a nuestra época, haciendo hincapié en esa característica que la distingue de cualquier otra etapa en la Historia: la era de las comunicaciones, la era de la información y la comunicación, podrá denominarse en los manuales que estudien las generaciones del futuro.
Pero tanta información no solo conduce a promover la buena voluntad y los sentimientos fraternos, sino que también puede tener un efecto narcótico, casi anestésico, de tal manera que en lugar de estimular la acción comprometida, por el contrario sature la capacidad para sentir y lleguemos a acostumbrarnos a lo intolerable y pensar que no será para tanto. En el otro extremo, las personas responsables pueden llegar a sentirse abrumadas, ante la enormidad de la tarea que tiene por delante alguien que pretenda hacer el bien en el mundo, sintiendo la desproporción entre los propios esfuerzos y las dimensiones de las necesidades.
En el justo medio de ambas actitudes se encuentra la recomendable máxima estoica que nos invita a preocuparnos y actuar en aquellos asuntos que dependan de nosotros, centrando nuestros trabajos en aquellos ámbitos que estén a nuestro alcance. No cabe duda que se trata de una regla que podemos considerar universal pues si todos nos esforzamos en atender lo mejor posible los deberes que dependan de nosotros, todo sería mucho mejor.
Podemos concluir pensando que podemos hacer mucho más de lo que nuestra impotencia pudiera sugerir, pues hay muchas cosas que dependen de cada uno para que vayan mejor. Es hora de dirigir nuestros afanes en la dirección correcta. No hay tiempo que perder.
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