Uno de los períodos más interesantes de la Historia de Europa lo constituye, sin duda alguna, el tránsito de la Edad Media a la Edad Moderna. Entre ambas, ocupa un puesto histórico lo que denominamos Renacimiento y que destaca como una auténtica revolución para el viejo continente. Son apenas 250 años en los que descubrimos con asombro una radical transformación en los cánones artísticos, en el desarrollo científico, la concepción religiosa e incluso política.
Una vez más el ofidio civilizatorio mudó su vieja piel, reseca y medieval, para lucir nuevas formas y colores. Este proceso, denominado Renacimiento incluso por sus propios artífices, tuvo un origen muy localizado en el norte de Italia ramificándose a partir de allí por toda Europa de forma realmente sorprendente. Como su propio nombre indica, Renacimiento significa volver a nacer, y así lo entendían los hombres de aquella época: como la vuelta a nacer de la civilización clásica después de un largo período de degeneración.
Italia estaba dividida en numerosas repúblicas y ciudades-estado, que por su reducido tamaño y su elevado orgullo ciudadano, les llevaba a emular a las ciudades de la Grecia Clásica. A esto hay que añadir que estamos en una época de auténtica crisis. Y aunque hoy crisis tenga un sentido especialmente económico, lo cierto es que en griego, crisis significa cambio. Y en el siglo XV se produjeron muchísimos cambios, de todo tipo. Por ejemplo a nivel tecnológico se produce la implantación de la pólvora y de las armas de fuego; surge la temible artillería y ello provoca que las murallas de las ciudades crezcan a lo ancho en lugar de a lo alto como hasta entonces había ocurrido. Eso provoca fuertes cambios urbanísticos y al mismo tiempo sociales.
Otro importante desarrollo tecnológico da origen a la imprenta de tipos móviles, que va a tener como consecuencia directa el abaratamiento de los libros, su mayor abundancia y sobre todo la difusión casi masiva del pensamiento escrito con todo lo que eso implica en la transformación de las estructuras mentales de los hombres. Sin duda su coincidencia temporal ayuda a entender el gran desarrollo del misticismo neoplatónico y hermético.
Gracias a la imprenta, lo oculto, lo místico y el movimiento numerológico pitagórico crecieron en volumen. A partir de ahora ya no será necesario cruzar Europa a caballo para poder leer un manuscrito conservado en un remoto convento, sino que el acceso a las grandes obras resultará infinitamente más fácil. Desde siempre leer demasiado ha resultado peligroso; y así lo inmortalizó nuestro genio de las letras al señalar la causa de la enfermedad de Don Quijote: del mucho leer y el poco dormir, se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio. Porque a base de leer la gente puede llegar a pensar y el pensamiento es el principio de la acción, y en un mundo dominado por el poder eclesiástico, que tiene el monopolio de la enseñanza y el conocimiento, pronto el invento de la imprenta será uno de los peores enemigos del catolicismo.
Otro cambio importante surge con la aparición de la brújula. La brújula va a revolucionar el conocimiento geográfico de la Tierra; provocará la apertura del horizonte humano; por un lado los portugueses llegan hasta Japón y por otro Cristóbal Colón descubre las Indias occidentales. En muy pocos años, el concepto que se tiene de la Tierra cambia radicalmente. No solo deja de ser plana y se convierte en una esfera, sino que además se hace más amplia, con nuevos continentes y naciones.
Al mismo tiempo, Copérnico, un neoplatónico adorador del Sol, desarrolla su teoría heliocéntrica, que aunque hasta su muerte en 1500 no fuera impresa y publicada, no por eso dejó de ser difundida mucho antes entre los círculos especializados. Por culpa de Copérnico, la Tierra deja de ser el centro del sistema planetario, lugar que pasa a ser ocupado por el Sol; y ello da pie a pensar a muchos atrevidos, que si la Tierra resulta no ser tan importante, a lo mejor el hombre ya no es el hijo único de Dios. ¿Existen infinitos mundos habitados igual que la Tierra?
No obstante, todos estos elementos por sí solos no bastaron para plasmar ese proceso revolucionario, tal vez el más pacífico y transformador de la historia, que surgió en el norte de Italia a partir de mediados del siglo XV. Porque todo esto afectó también a España, a Portugal, Inglaterra, Francia o Alemania y sin embargo, el foco del incendio, el epicentro de este terremoto histórico llamado Renacimiento, se localizó en Florencia. ¿Por qué ocurrió así? ¿Por qué Florencia y no Valladolid o Amberes?
A causa de la epidemia de peste, que incluso llegó a afectar, -sin distinciones de fe, idioma ni procedencia- a varios de los prelados participantes, el concilio unificador de Ferrara de 1438 fue suspendido, y a partir de la sesión número 17 se reanudó en la ciudad de Florencia el 26 de febrero de 1439.
En la delegación bizantina, encabezada por el Emperador Juan VI, encontramos al patriarca José, a los obispos de Éfeso y de Kiev, a Bessarión, arzobispo de Nicea de tendencias platónicas, y a Jorge Gemisto Plethon, este último en calidad de consejero personal del Emperador. De todos ellos quien realmente nos interesa es precisamente este último, pues sabemos que Plethon no demostró mucho interés en lo relativo a la posible unificación de las Iglesias cristianas, y de hecho personalmente se oponía a tal acción, declarándose en repetidas ocasiones enemigo de ambas. Al parecer soñaba con un sistema político-religioso alternativo, basado en el platonismo heterodoxo, con influencias estoicas y herméticas, que pudiera renovar espiritualmente el mundo. Sin duda era un ferviente seguidor de Platón, cuyas doctrinas defendía por encima de todo y no perdía ocasión de combatir -dialécticamente- los argumentos de los seguidores de Aristóteles. En cuestiones de moral se identificaba con los estoicos y en lo relativo a la política o a la educación creía firmemente en el sistema de los antiguos espartanos. Por eso frecuentemente era tachado de pagano y enemigo del cristianismo incluso por los bizantinos.
A raíz de la publicación de su obra De platonicae atque aristotelicae philosophia differentia, comenzaron sus enfrentamientos con Jorge de Trebisonda, Teodoro de Gaza y Jorge Genadio, patriarca de Constantinopla, quien consideraba a los platónicos como anticristianos y que por tal motivo condenó a la hoguera el tratado de Plethon sobre Las Leyes, inspirado en la obra platónica de igual nombre y en el que pretendía dar la expresión más grandiosa a su ideal de una sociedad y un estado renovado bajo el fundamento del platonismo.
Poco sabemos de Gemisto Plethon; nació en Constantinopla en 1360, residió durante mucho tiempo en el Peloponeso y después de su estancia en Florencia a raíz del concilio regresó a Grecia, donde acabaron sus días el 26 de junio de 1452 en Mistra, pequeña población del Peloponeso. Sabemos más de sus obras, porque desde luego fue un auténtico polígrafo y erudito. Extractó o comentó las obras de Apiano, Teofrasto, Aristóteles, Diodoro Sículo, Jenofonte, Porfirio y Dionisio de Halicarnaso. Escribió obras de teología, música, retórica, oraciones fúnebres y sobre todo tratados de geografía, destacando sus Gestis Graecorum o sus Oracula Magica Zoroastris.
Gemisto Plethon será quien reintroduzca el neoplatonismo y el hermetismo en Europa, cual semilla que llevada por el viento de la historia llega desde Oriente y va a encontrar una tierra fértil en Italia, en Florencia. Como tantas y tantas veces ha ocurrido, una vez más la sabiduría nos llega de Oriente.
Fue Plethon quien trajo el recuerdo de una sabiduría antigua, de una edad clásica y la necesidad de recuperar aquellos valores mediante lo que él llamaba la Metensomatosis, es decir mediante un renacimiento, un regreso de la cultura clásica, con una renovación espiritual, moral o intelectual. Y lo bueno de este misterioso griego es que fue capaz de contagiar su entusiasmo a otros hombres y creó un grupo de admiradores de Platón y sus ideas. En ese grupo inicial destaca Cosme de Médicis que por aquel momento gobernaba la república de Florencia. Los Médicis eran una familia de banqueros que controlaban entre otras las finanzas del Vaticano y tenían grandes negocios internacionales. Lo curioso de Cosme de Médicis es que utilizaba su dinero no solo para ganar más dinero que es lo que suelen hacer todos los banqueros, sino que además promovía de su bolsillo obras públicas, hospitales o bibliotecas y ayudaba a estudiantes prometedores o prestaba fondos a eruditos necesitados. Él mismo era un erudito y se hacía conseguir antiguos manuscritos, coleccionaba estatuas, joyas y monedas romanas, y además era mecenas de muchos artistas como Donatello o Brunelleschi y muchos más.
En su prefacio a la traducción de las obras de Plotino, Marsilio Ficino describe los discursos de Gemisto Plethon sobre los misterios platónicos y señala que fueron una de las cosas que más impacto le causó a Cosme de Médicis, hasta el punto de que, inducido por esas ideas, aceptó fundar un centro de estudios que sirviera para difundir la filosofía de Platón, hasta entonces casi desconocida, y así fue como surgió la Academia Platónica de Florencia. Esta Academia fue un auténtico manantial del que durante dos siglos bebieron poetas, músicos, pintores, escultores, arquitectos, científicos, médicos, filósofos y humanistas. Porque toda esa transformación que conocemos a un nivel estético, científico e ideológico, surge gracias al trabajo de los miembros de esa Academia platónica.
La Academia florentina comienza a funcionar a partir de 1440 en unos terrenos de los Médicis a las afueras de la ciudad y en ella encontramos figuras de la talla de Argiropulo, Poliziano y Landini. Lo primero a lo que se dedican es a conseguir manuscritos fiables, de todos los clásicos griegos y a ser posible en la lengua original. Se importan centenares de libros griegos desde Constantinopla, se envían expediciones a los conventos benedictinos de casi toda Europa pagándose a precio de oro todos esos tesoros de la sabiduría de la Antigüedad. Sabemos que un librero milanés pedía 10 ducados de oro por una copia de las cartas familiares de Cicerón y que 120 pagó Antonio Panormita por una de Tito Livio, para lo cual tuvo que vender su casa de campo.
Pero al estudiar el griego y al rescatar documentos antiguos los eruditos no se limitan a las obras clásicas de la Antigüedad, sino que pronto empezaron a meterse con los textos de la Iglesia y aquí estalló el gran escándalo, porque Lorenzo Valla, un estudioso vinculado a la Academia Florentina, descubrió y demostró que la famosa Donación de Constantino, aquel documento gracias al cual la Iglesia heredó el poder sobre el Imperio Romano de Occidente, era una burda falsificación realizada en el siglo VIII. O sea, la Iglesia era dueña de la tercera parte de Italia e imperaba sobre toda Europa gracias a una falsificación. No solo eso, Valla demostró que el Nuevo Testamento estaba fatalmente traducido del griego y que estaba lleno de errores que manipulaban el sentido real.
La influencia de la Academia Florentina es innegable en el impulso renacentista, y de una u otra forma, la cadena discipular fue conformándose con numerosos eslabones. Algunos ya ocultos por la bruma de los tiempos, otros de reconocido renombre, desde Pico de la Mirándola o Poliziano hasta Giordano Bruno, pasando por Agrippa, Paracelso, Copérnico, Galileo, Erasmo, John Dee, Lefévre d’Etaples, Rabelais, León Hebreo y hasta nuestro inmortal Cervantes.
Pronto surgieron nuevas Academias por toda Italia, y si la de Florencia destacó por su dedicación a la filosofía, la de Roma, fundada por Bessarión y dirigida por Pomponio Leto, se centró en los estudios clásicos y la arqueología; Giovani Pontano hizo grande la suya de Nápoles, y en Venecia, el destacado editor Aldo Manucio solo tenía una regla para sus componentes: celebrar las reuniones en la lengua de Platón. A pesar de sus diferencias, todas estas escuelas tenían en común la búsqueda de la virtud a la vez que el conocimiento o las habilidades; la meta era la perfección moral y la intelectual. Recogiendo la antorcha de los alejandrinos, los platónicos de Florencia trajeron a Europa el fuego y con él la luz y el calor del Conocimiento, del Amor y de la Inmortalidad. Una luz que no ha cesado de brillar desde entonces, por más negras que sean las tinieblas que la envuelven. El Renacimiento Italiano del siglo XV nos debería permitir vislumbrar las herramientas históricas precisas para construir un futuro mejor para la Humanidad.
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