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Día Mundial de los Océanos

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Cada año, durante el mes de junio, las miradas de todo el mundo se centran en el planeta Tierra y en los temas ambientales. Desde el día 5 de junio de 1973, fecha en la que se celebró por primera vez el Día Mundial del Medio Ambiente, Gobiernos, instituciones y organizaciones buscan desarrollar actividades de divulgación y educación ambiental.

Los días y años dedicados por organizaciones como las Naciones Unidas a la promoción de temas concretos, en áreas como educación, salud, cultura, medio ambiente y desarrollo, tienen el mérito de llamar la atención y concentrar esfuerzos en temas de gran importancia para el ser humano y el planeta.

Siguiendo esta línea de acción, la Asamblea General de las Naciones Unidas designó el 8 de junio Día Mundial de los Océanos. Este día, que se venía conmemorando de manera no oficial desde la Convención de la Tierra de Río de Janeiro en 1992, fue reconocido oficialmente por las Naciones Unidas en 2008. Desde entonces el evento lo organiza a nivel internacional el Proyecto Océanos y la Red Océano Mundial.

Esta celebración también se enmarca dentro del decenio dedicado por la ONU a «El agua, fuente de vida» (2005-2015), que tiene como objetivo garantizar una gestión sostenible a largo plazo de los recursos hídricos y contribuir a la consecución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio.

Dos lemas han sido propuestos para el Día de los Océanos de 2011: «Los océanos reverdecen nuestro futuro», por parte de la ONU, y «Juventud: la próxima ola para un cambio», por la Red Océano Mundial. Ambos recuerdan la importancia de los océanos en nuestras vidas y refuerzan la importancia de la participación de la juventud en su protección y conservación.

En 2010 se realizaron más de 300 eventos en 45 países de todo el globo con el objetivo de alertar a la ciudadanía sobre el papel crucial de los océanos en el equilibrio del planeta, destacando la importancia de las acciones ciudadanas a través de limpiezas de playas, concursos artísticos, festivales de cine, eventos culinarios sostenibles y sesiones informativas.

Los océanos

Casi el 71% de la superficie del planeta está ocupada por agua, en su mayor parte agua salada marina. O lo que es lo mismo, el agua ocupa más de 361 millones de kilómetros cuadrados.

En los océanos se halla casi el 90% de la biomasa mundial, y muchísimos seres vivos habitan en sus profundidades. De ellos obtenemos toneladas de pescado, sal y agua dulce cada año.

Además, el desarrollo de reservas petroleras y de gas natural en ellos abastece gran parte de la demanda mundial de hidrocarburos combustibles. Los mares y océanos son también las rutas por donde circulan más del 90% de los bienes comercializados en el mundo.

Los océanos son fundamentales para el planeta. La interacción de la hidrosfera con la atmósfera, la litosfera y la biosfera es la que permite la conservación de las condiciones ambientales adecuadas para el mantenimiento de la vida en la Tierra. De este frágil equilibrio depende la estabilidad de las constantes vitales del planeta, como la temperatura, la concentración de gases en la atmósfera, el pH y el balance hídrico.

El impacto del hombre sobre el océano

Nunca en la historia el ser humano tuvo una capacidad tan grande de afectar a su entorno. El crecimiento demográfico acelerado asociado al desarrollo de nuevas tecnologías ha incrementado el efecto de la actividad humana en el ambiente. La mayor parte de los cambios sufridos por el planeta en las últimas décadas es consecuencia de la acción del ser humano sobre el medio. Infelizmente, esos cambios, en su gran mayoría, están siendo dañinos para el equilibrio de la Tierra.

En los océanos el efecto más evidente de la actividad humana es la contaminación del agua y de las costas. La franja costera ha sido intensamente utilizada y transformada por la humanidad desde sus orígenes, sustentando hoy en día la mayor parte de la población mundial. Sin embargo, el impacto que los humanos tienen sobre el medio marino se evidencia mucho más allá de los ecosistemas costeros y estuarios, llegando hasta el mar profundo. En él se acumulan hoy en día gran parte de los desechos que vertemos al mar, y que seguirán siendo fuente de contaminación durante centenares de años. La contaminación del agua afecta directamente a toda la flora y la fauna que de ella depende, así como las poblaciones que obtienen su sustento de la explotación pesquera. Diversas especies endémicas dependen de la salud de ecosistemas de frágil equilibrio, los cuales están sometidos a una presión cada vez mayor por parte del hombre.

Catástrofes ecológicas como la de la plataforma petrolífera en el Golfo de México en 2010 e innumerables vertidos causados por buques petroleros comienzan a despertar la conciencia ciudadana sobre la importancia de tomar medidas de prevención efectivas, ya que los efectos de estos desastres suelen durar décadas. Aun así, la gran mayoría desconoce el frecuente vertido de residuos industriales en áreas costeras y sus terribles consecuencias, como lo ocurrido en la Bahía de Minamata en Japón, en mayo de 1956, donde casi mil personas murieron y otras miles aún sufren las consecuencias de un vertido de mercurio. También yacen en el fondo oceánico miles de barriles que contienen material radioactivo de los proyectos nucleares de varios países.

Sobreexplotación pesquera

Otro de los grandes impactos que sufren los mares es la sobreexplotación de sus recursos. Los expertos señalan que la pesca intensiva está llevando a los océanos a una situación de colapso. Entre las pequeñas embarcaciones que trabajan de manera artesanal, los grandes barcos de pesca de arrastre industriales y demás sistemas de captura, se extraen del mar casi 80 millones de toneladas de pescado y marisco al año. En los últimos 50 años las capturas se han cuadruplicado, al tiempo que las flotas pesqueras han incorporado nuevas tecnologías y han comenzado a faenar en zonas antes inexplotadas.

Aunque algunos estudios señalen que el volumen de capturas se ha estabilizado en los últimos años, estas no se distribuyen de manera equitativa entre las naciones del mundo. Además no se tiene en cuenta la captura por especie. La huella ecológica de la pesca de un kilo de atún, por ejemplo, es cien veces mayor que la de un kilo de sardinas.

La razón de esta diferencia es que el atún es un gran depredador, situado en lo más alto de la cadena alimentaria. Los ejemplares más grandes consumen cantidades enormes de peces, algunos de ellos depredadores intermedios, como la caballa, que a su vez se alimenta de anchoas, que comen copépodos microscópicos. Un atún grande ingiere el equivalente a su peso corporal cada diez días, por lo que un ejemplar de 450 kilos necesita aproximadamente unos 15.000 peces pequeños cada año. Todo pez grande, como por ejemplo un pez espada, un salmón real o una merluza negra, depende de varios eslabones de la cadena alimentaria para su subsistencia.

Actualmente hay diversas campañas a favor de la pesca sostenible, que además de recalcar la importancia de los tamaños mínimos para la captura (lo que asegura que lleguen a la edad de procreación), instan al consumo de especies de niveles más bajos de la cadena trófica. Entre los peces de piscifactoría, se recomienda la tilapia en lugar del salmón, porque esta es básicamente herbívora y su producción consume menos harina de pescado. Es mejor elegir el bacalao negro capturado con trampa en lugar de la merluza negra pescada con palangre, un estilo de pesca que provoca mayores capturas accidentales. Se recomienda además evitar el consumo de grandes depredadores como el atún rojo, ya que subsisten en número muy reducido como para soportar la pesca intensiva a que son sometidos.

En un escenario en que los recursos pesqueros son cada día más escasos y los impactos de la actividad pesquera cada día más importantes, urge proteger este ecosistema de cuyos recursos dependen millones de personas en todo el mundo, especialmente los millones de habitantes de países en vías de desarrollo para los cuales el aporte de proteínas de origen marino es básico.

Consecuencias para el futuro

Otro de los grandes desafíos a que se enfrenta el planeta, el desequilibrio climático, también podría agravar la situación de los océanos. Un estudio, publicado en la última Convención sobre Cambio Climático de la ONU realizada el año pasado en México, revela que el impacto de las emisiones de CO2 sobre la salud de los mares puede ser mucho mayor y complejo de lo que se suponía.

El estudio, titulado «Consecuencias medioambientales de la acidificación de los océanos», ha reunido algunas de las últimas investigaciones científicas sobre la acidificación de los océanos. La acidificación es un proceso desencadenado por el aumento de las concentraciones de CO2 disuelto, que causa el descenso del pH marino. Este cambio afecta a diversos organismos, como los corales y los mariscos, dificultando la formación de sus esqueletos y limitando sus posibilidades de propagación, reproducción y supervivencia.

Todos estos cambios pueden tener impactos significativos en el futuro de especies que dependen de arrecifes de coral –como cangrejos, mejillones y otros mariscos– y también de otras especies, como por ejemplo el salmón, que se alimenta de pterópodos, pequeños organismos con concha tenue que están en el nivel más bajo de la cadena alimentaria.

Las emisiones de CO2 contribuyen además a la subida de la temperatura global del planeta. Esto afecta a los océanos de dos maneras: aumentando su temperatura media y su nivel medio.

Los océanos y mares tienen temperaturas distintas en las diferentes partes del globo, efecto claramente observable en las diferentes corrientes oceánicas. Pero el hecho de que su temperatura media esté incrementándose en las últimas décadas se traduce en un cambio de las condiciones ambientales al cual muchas especies no pueden resistir. La desaparición de ciertas especies afecta al equilibrio de todo su ecosistema, ocasionando consecuencias en muchos casos imprevisibles.

La subida del nivel medio de los océanos es otro de los grandes desafíos de la humanidad, que dentro de algunos meses llegará a la impresionante cifra de 7000 millones de personas. Si se tiene en cuenta que más de un tercio de la población mundial vive a menos de 100 kilómetros de la costa, los efectos en las próximas décadas pueden ser catastróficos. Muchas de las grandes ciudades del mundo serán cada vez más vulnerables a inundaciones, según predicen los expertos. Un estudio reciente reveló que las poblaciones más amenazadas se encuentran en los países en desarrollo, sobre todo en Asia. Se teme que la subida del nivel de los mares obligue a desplazarse a grandes poblaciones, con las consecuencias sociales y económicas correspondientes. Países como Bangladesh, Maldivas y diversas islas del Pacífico ya comienzan a enfrentarse a esta realidad.

En este contexto, la celebración del Día Internacional de los Océanos puede ser una llamada de atención. Una manera de remarcar nuestro deber individual y colectivo de proteger el ambiente marino y conservar sus recursos. Océanos y mares sanos, saludables y productivos son esenciales para el bienestar humano y del planeta, constituyendo un patrimonio natural de gran valor.

Para saber más:

Día Mundial de los Océanos: https://www.un.org/es/events/oceansday/index.shtml
https://worldoceansday.org/
Red Océano Mundial: https://www.worldoceannetwork.org
Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente: https://www.unep.org

esmeralda

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