Vivimos en la sociedad de la información, como se la ha definido por la prioridad que damos a todas las tecnologías que puedan mejorar la comunicación entre los seres humanos. Realmente, si tuviésemos que identificar cuál es la característica más destacada del siglo XXI, sería fácil coincidir en referirnos a la de la comunicación como la preocupación y hasta la ocupación dominante. Las técnicas que facilitan la satisfacción de esa necesidad tan importante del ser humano como ser social se han diversificado de tal manera que apenas si conseguimos seguir el ritmo de las innovaciones, tal es la capacidad de renovación de los nuevos ingenios y cuando apenas nos hemos familiarizado con un soporte, ya nos vemos en la necesidad de revisar y adaptar nuestras habilidades a otro instrumento más sofisticado y refinado.

Tanto volcamos nuestro esfuerzo en responder a la innovación permanente, que nos estamos olvidando de cuidar y elaborar, al menos con el mismo tesón, algo tan fundamental como los contenidos que hacemos circular en nuestros afanes comunicativos. Rememorando la vieja fórmula de Mac Luhan, los medios están cobrando más importancia que los propios mensajes, con la correspondiente distorsión y empobrecimiento de los procesos y su consiguiente deshumanización.

En este sentido, llamamos la atención sobre el lenguaje del alma, que queda tantas veces sepultado por la banalidad y los ruidos superficiales. Hay que encontrar una nueva manera de comunicar y compartir  las inquietudes profundas, que nos impulsan a los descubrimientos espirituales, esos horizontes de crecimiento interior, que se abren ante nuestros ojos. La Filosofía nos enseña ese lenguaje, como un código atemporal, que guarda todos los secretos del conocimiento del ser humano y el sentido de la vida. Conociendo las propuestas de los sabios, descubrimos las respuestas a nuestras preguntas más esenciales. Algo se despierta en nosotros y poco a poco, el velo de lo cotidiano y lo vulgar  deja entrever  otras dimensiones y otros niveles de la conciencia. Aprendemos a nombrar esas nuevas experiencias, esos territorios recién descubiertos, a entender los símbolos que guardan las grandes ideas, los ideales nobles. Y casi sin darnos cuenta ya estamos hablando el lenguaje del alma y, lo que es mejor, somos comprendidos, por los que también lo aprendieron.

admin

Entradas recientes

El legado espiritual de los indios norteamericanos

Durante siglos, los pueblos indios de Norteamérica han estado envueltos en una lucha que ha…

14 horas ago

La barca, símbolo de la vida

La barca simboliza la travesía, el viaje por el mundo manifestado, y también por el…

1 semana ago

¡¡¡Me duele la cabeza!!!

Todos hemos padecido alguna vez un dolor de cabeza. Sin embargo, solemos sufrirlo sin analizar…

2 semanas ago

Tecnología arcaica

Así como un árbol tiene necesidad de hundir sus raíces para elevarse, tal vez el…

3 semanas ago

Miguel Psellos

Aunque no muy conocido, el bizantino Miguel Psellos (1018-1078) es uno de los personajes más…

4 semanas ago

La filosofía estoica: aprendiendo a vivir

La filosofía estoica está llena de cosas prácticas y útiles para el hombre actual. Utilizaremos…

1 mes ago